domingo, 13 de diciembre de 2020

SIEMPRE CON EMILIO SALGARI, PORQUE SANDOKÁN ERA DE SANLÚCAR

Ramona Fernández se ha sentado en Bajo de Guía, como cada tarde después de trabajar en los navazos que bordean la playa y donde se cultivan todo tipo de vegetales que se riegan por el influjo que las mareas tienen sobre las aguas subterráneas.

Ella todavía no lo sabe; pero tendrá un hijo con una vida de novela a quien Emilio Salgari encontrará en unos viejos legajos mientras busca temas para sus historias de aventuras en el museo de Propaganda Fide de Roma. Salgari anotó en su cuaderno su nombre, Carlos Cuarteroni Fernández, y el relato de sus viajes por las Filipinas y de su lucha por la libertad en Borneo y todos los mares orientales.

Anotará también las disputas de Cuarteroni con el rajá blanco de Sawarak, James Brooks, y el sultán de Brunei y no olvidó escribir a la luz de una vela sus combates intentando liberar esclavos contra los británicos o durante aquella guerra de tráfico del opio con la que los ingleses asfixiaban Oriente. La última frase la escribe en su cuaderno de notas como si la oyera de boca de su protagonista: «Viajábamos guiados por la brújula divina que nos llevaba a lugares desconocidos; pero donde más se nos necesitaba».

En ese momento, Salgari salió corriendo hacia su casa y comenzó a escribir desaforadamente. Había nacido Sandokán, un príncipe de la Malasia, que ha sido destronado por los ingleses que han asesinado a toda su familia, convirtiéndolo en un pirata. Sandokán, un hombre que sabía sobreponerse ante cualquier adversidad, demostrando que se puede tener una ética y una humanidad, incluso sufriendo las situaciones más terribles.

Carlos Cuarteroni Fernández nunca supo de Sandokán; ni su madre, Ramona Fernández cuando se sentaba viendo jugar a sus nueve hijos en la playa; pero toda vida necesita un escritor y la de Cuarteroni no sólo lo necesitaba, sino que lo merecía.

Como había nacido mirando al mar y llenando de comanda, desde el negocio de su padre, los barcos que salían al Atlántico, ingresó en la escuela de pilotaje y náutica de Cádiz; y, pronto, con trece años partió como agregado en la nave Indiana a cubrir la Carrera de las Filipinas, siguiendo la misma ruta que Magallanes, un viaje siempre peligroso.

Con 19 años toma el mando de un bergantín y realizará navegaciones a Filipinas desde Cantón, Singapur o Hong-Kong; y, posteriormente, comandará la fragata El Buen Suceso, por Malasia e Indonesia, cartografiando toda la mar y las costas para el gobierno de España. 

En 1841 obtiene el título de capitán de la marina mercante y un año más tarde decide comprar una goleta a la que llama Mártires de Tun-King y se dedica a la búsqueda de perlas y carey. En uno de sus viajes tiene conocimiento del hundimiento de un bergantín inglés, el Christian, que se dedicaba al terrible comercio del opio y de esclavos por los mares de Oriente y que podría albergar en sus bodegas una fortuna en monedas de plata. Así que no paró, cuadriculando cartas, pintando días de mar, lanzado sondas y buceando, hasta que dio con él y con sus monedas de plata. Con veintiséis años era inmensamente rico.

Sin embargo, como Cuarteroni puede que supiera que algún día sería Sandokán, decidió dedicar su fortuna a luchar contra la esclavitud a bordo del Mártires de Tun-King y de la goleta Lince; y, claro, terminó enfrentándose con el rajá blanco, James Brooks, y con el sultán de Brunei, al igual que haría Sandokán; peleando con todo aquel que fuera en contra de sus ideas abolicionistas; entre ellos, los piratas malayos.

 Pronto, se le conoció como el apóstol de Borneo. Y luchó tanto por sus ideas antiesclavistas que se presentó ante el Papa Pío IX  para que le diera permiso para construir dos misiones en la isla con el objetivo de liberar esclavos, y se hizo monje Trinitario, la misma orden que liberó a Miguel de Cervantes de la esclavitud. En 1857, fue nombrado obispo de Labuan y de Borneo y consiguió pese a James Brooks, el rajá blanco, y al sultán de Brunei fundar dos misiones: —¿Acaso no seguimos siendo los tigres de Mompracem?; donde ponemos las garras arrancamos cuanto queremos, ¿quieres una prueba?, parece que le dijo mirándolo a los ojos al rajá blanco de Sawarak, y el rajá tembló. 

Cuando se sintió morir no pudo evitar regresar a Cádiz, y ver su océano Atlántico como siempre lo vio de niño. Murió a los tres días de llegar a Cádiz y está enterrado, por ser obispo, en la cripta de obispos de la catedral de Cádiz. También tiene una placa en la avenida Ramón de Carranza, en su calidad de Prefecto apostólico de las islas de Labuán y Borneo, pero poco se sabe de esas aventuras, como marino mercante, que comenzaron con trece años cuando embarcó en la goleta Indiana rumbo a Filipinas.

Le hacía falta un escritor y desde luego encontró al mejor, Emilio Salgari, que como El Corsario Negro sabía que su barco podía desafiar tanto a los rayos del cielo como a las iras del mar y él era el hombre adecuado para guiarlo a través de las olas y los vientos.

Por eso, los sanluqueños solemos sentarnos, como Ramona Fernández en Bajo de Guía, con un libro de Salgari a la vera de la desembocadura, jalando millas rumbo a Labuán. «¡Carajo, Norberto, asegúrate a estribor y no bandees salvo que yo te lo diga!» «¡A la orden, Steersman!»


En la Escuela de Pilotos y Náutica de Cádiz estudió Carlos Cuarteroni Fernández, el apóstol de Borneo, libertador de esclavos, marino mercante, buscador de perlas y de pecios británicos hundidos y Tigre de la Malasia contra los poderosos.

También ahí estudió Steersman, Norberto Ruiz (en el centro, chaqueta blanca), que también sufrió en el mar de Borneo un abordaje pirata allá por 1962. Y el Lima, José Antonio Lima, a la izquierda de Steersman, que contó no pocas historias de piratas desde el Golfo de Guinea al Mar de Adén.

Y también estudiaron allí, todos los Pareja, bisabuelo, tíos,...; los de La Máquina del Mundo, cuando la mayor fábrica de prácticos de puerto de España estaba situada en la calle Castelar, número 14, de Sanlúcar de Barrameda.

Todos marinos mercantes.



domingo, 22 de noviembre de 2020

SOÑANDO CON LOS AMORES DE GARCILASO

La primera vez que me crucé con Garcilaso de la Vega, en absoluto de forma casual, fue allá por el año 1979 en una edición de Poesías Castellanas Completas de Clásicos Castalia, anotada y comentada por Elías L. Rivers.

Nadie ignora que a partir de entonces me fui a vivir junto al castillo de Batres donde creció mi señor Garcilaso; y no había fin de semana que no paseara junto al río Guadarrama ni me sentase junto a la fuente del castillo situada en un pequeño valle. Y a partir de ahí, decidí seguirlo siempre para ganar riqueza, porque estaba seguro de que no habría nadie que en futuro alguno escribiera mejor que él; y, además, era soldado. Por aquesta razón de ti escuchado, aunque me falten otras, ser merezco; lo que puedo te doy, y lo que he dado con recebillo tú, yo m´enriquezco.

Con él fui a la guerra contra los Comuneros y le cuidé de sus heridas en la batalla de Olías. También embarqué con él a pelear en la defensa de Rodas; y, por supuesto, no me iba a perder la guerra contra Francia que se organizaba en Pamplona. Luego, pasé con él un año de noviciado en el monasterio de Uclés. Y en Illescas, junto a mi casa, estuve con mi señor Garcilaso en las bodas de Leonor de Austria, hermana de nuestro emperador Carlos, con el rey Francisco I de Francia, a quien en San Quintín no nos quedó más remedio que tomarlo prisionero después de la victoria.

Como comprenderán no me iba a perder tampoco viajar hasta el exilio, que los emperadores olvidan rápido las acciones pasadas, a orillas del Danubio; ni preparar la defensa de Viena. Por él, de Batres me fui a Toledo; y por él, estuve ocho años profesando en la toledana Academia de Infantería, mientras viví por todas las calles que eran suyas; y, como no podía ser de otra manera, me hice parroquiano de Santa Leocadia.

Mi señor no pasaba de los veintipocos años; y yo entonces no tenía más de quince. Aprendí a leer con sus versos; y corrí detrás de sus amores y sus dolores como si fuesen míos. Por eso, desde el principio anoté a fuego el nombre de Isabel de Freire, con quien yo me enconé por causarle tanto dolor de corazón desde la primera Égloga. Porque a mí no me cabía duda de que era ella quien lo había llevado casi a la muerte en una alta traición de amor: ¿por quién tan sin respeto me trocaste?, ¿tu quebrantada fe do la pusiste? No hay corazón que baste aunque fuese de piedra viendo mi amada yedra de mí arrancada, en otro muro asida; y mi parra en otro olmo entretejida, que no se esté con llanto deshaciendo hasta acabar la vida. Salid sin duelo, lágrimas corriendo.

A esta idea me llevaron todos los escritores que leí: desde El Brocense; pasando por Fernando de Herrera, el divino; el mismísimo Manuel de Faria y Sousa, o el libro que tengo entre mis manos de Elías L. Rivers. Desde hace 500 años, el nombre de Isabel de Freire ha volado como ese amor que traicionó a Garcilaso; y su nombre, asociado a su marido don Antonio de Fonseca, señor de Toro, a quien llamaban el Gordo, ha viajado en el tiempo de la mano de Garcilaso cada vez que se citaba un sólo verso de sus Églogas: Isabel de Freire. Isabel de Freire, nombre de tantos odios, engaños y sin sabores.

Pero hete aquí, que una profesora toledana María del Carmen Vaquero en una de esas conferencias a las que suelo asistir, martes y jueves, desde hace tiempo en la Juan March; me hizo ver lo equivocado que estaba; no sólo yo, sino esa Historia con mayúsculas que llevaba escrito el nombre de Isabel de Freire en una amistad o trato con Garcilaso que nunca existió. «¡Dios mío», pensé «si las malas lenguas de visillo llegan lejos, no veas como llegan de lejos las que llevan las artes».

Todo empieza en el testamento de Garcilaso de la Vega, redactado en Barcelona antes de embarcar con el emperador hacia Bolonia, en el que cita a ese hijo ilegítimo que ha tenido con la señora Guiomar Carrillo, de la noble familia toledana Rivadeneyra, al que llama Lorenzo, y que su madre nombra como Lorenzo Suárez de Figueroa; y al que Garcilaso entrega una dote para que pueda ser sustentado en una buena universidad hasta que tenga su propia disposición. Ya tenemos otro nombre: Guiomar Carrillo, una mujer noble, libre, ¡que nunca quiso casarse!, que tuvo hijos con hombres diferentes; y que, desde luego, debía de ser de fortísimo carácter«Es ella», dice la profesora Vaquero, «es ella, quien abandona a Garcilaso por otro hombre, don Fernando Álvarez Ponce de León»; ése que sé que de Garcilaso se está riendo: no soy pues mal mirado tan deforme, ni feo, que ahora me veo en esta agua que corre clara y pura; y cierto, que no trocara mi figura con ése que de mí se está riendo y trocara mi ventura. Salid sin duelo, lágrimas corriendo.

¡Así que Isabel de Freire no es Galatea!; ¡desde siempre han dicho que fue ella y yo lo creí!
¡No!, ¡Galatea era Guiomar Carrillo! Mujer de condición terrible, corazón malvado, infiel, falsa perjura; pero de quien estuvo completamente enamorado toda su vida. !Es ella!

He borrado el nombre de Isabel de Freire de la vida de mi señor Garcilaso; aunque dudo que pueda ser borrado de todos los libros de poesía que han corrido por mis manos. Pero yo, ahora en el mío, a tinta, tacho el nombre de Isabel de Freire y lo sustituyo por Guiomar Carrillo. ¿Cómo te vine en tanto menosprecio? ¿Cómo te fui tan presto aborrecible? ¿Cómo te faltó en mí el conocimiento? Si no tuvieras condición terrible, siempre fuera tenido de ti en precio y no viera este triste apartamiento.

Menos mal, que todos los Salicios, Nemorosos y Albanios que aparecen en las Églogas son el reflejo en cristalinas aguas de Garcilaso de la Vega; y eso me llena de consuelo.

Ya tengo ganas de poder volver a correr por los campos y caminos que rodean el castillo de Batres; y soñar también con Beatriz de Sá, la portuguesa, de la que cuentan todos los romances que fue la mujer más bella que vieron sus tiempos; y soñar también que paseo por sus valles con la jovencísima Magdalena de Guzmán, la hermosa Camila.

Pero si les cuento la verdad, todos en Toledo terminamos enamorados de Beatriz Carrillo, esa mujer de condición terrible.





 

sábado, 7 de noviembre de 2020

UN DÍA DE DIFUNTOS, CON LARRA

Como no me estoy quieto, y viendo que el Día de Difuntos todo el mundo acude a los cementerios a ver a los vivos; este año he pensado que debía de hacer caso a Mariano José de Larra quien tenía claro, adelantándose a Dámaso Alonso, que Madrid era una ciudad de un millón de muertos. 

— Si quieres ver muertos, no vayas a los osarios, Norberto, salgamos a las calles, ahora desoladas por las visitas a los cementerios, y acudamos con tranquilidad al lugar donde trabajan y habitan los muertos de verdad— dijo Larra.

Y sin dudarlo me lancé con él por las calles de Madrid, mientras él gritaba: ¡Necios! ¿Os movéis para ver muertos? ¿No tenéis espejos por ventura? ¿Ha acabado también Gómez con el azogue de Madrid? ¡Miraos, insensatos, a vosotros mismos, y en vuestra frente veréis vuestro propio epitafio! ¿Dónde vais cuando vosotros sois los muertos?

Esa mañana del Día de Todos los Santos nos citamos en la Plaza de Neptuno; él, de oscuro, con larga capa y cuello romántico y yo con una cazadora y unos pantalones vaqueros. Se adivinaba a la legua cuál de los dos era el poeta. No sabéis cuánto envidié su indumentaria.

—Subamos por aquí — y me señaló Larra con el dedo la carrera de San Jerónimo— vamos a saludar a los vigilantes leones traídos de África.

Asentí con agrado porque nunca había visto Madrid así. Solitaria. Todos habían salido en este largo puente vacacional a visitar a sus difuntos o... se había declarado una pandemia. Nos paramos frente a Daoiz, el león de la derecha, forjado con cañones africanos; pero, puro lamento.

—Ahí lo tienes—dijo Larra— un gran lugar lleno de muertos que creen que están vivos porque van escupiéndose vanas palabras de charlatanes.

—Bueno, ahí sigue el gobierno— un mal que bien necesario.

—¡Qué me vas a contar a mí! —grita — que apoyé esa revolución de Mendizábal, que yo creía que podía sacar del atraso nuestro país, para acabar decepcionado por la desamortización. No veas lo que sentí cuando vi que el propio Mendizábal había aprovechado su propia ley para comprar un convento y sus tierras en el proceso desamortizador. En fin... como para no pegarse un tiro.

Lo miré. Pensé que el oro, ya sea del rey o del pueblo todo lo pudre, y le pregunté entonces que «quiénes estaban dentro», pues dudé si estábamos viviendo su tiempo o el mío.

—¿Quién vive ahí dentro del Congreso, me preguntas? Aquí no viven, aquí yacen: «Aquí yace media España, que murió de la otra media» Es difícil saber qué defienden estos cadáveres— me dice Larra.

Larra tiene veintiséis años y le quedan unos meses para que se pegue un tiro. Pertenece a ese siglo de jóvenes con un talento sin igual y que antes de los treinta años habían dominado con pañuelo suave la literatura. Y recuerdo a esos jóvenes cadáveres, hoy Día de difuntos, Larra, Espronceda, Bécquer... Pero no pasó sólo en España, ahí está la joven Inglaterra con Keats, Shelley o Byron. Un siglo y una Literatura llena de cadáveres que murió de la otra media.

—El cuerpo del Santo— y saca del bolsillo un ejemplar de la Constitución de 1812— lo tiraron al mar en Cádiz en el año 23 que fue donde nació. No duró nada, esta Constitución murió niña, el tiempo de regresar a las cavernas.

Yo pensé en la mía, la de 1978, una Constitución que ha durado cuarenta años y tiene que seguir defendiéndose de tigres y rasgaduras; y eso que mucha gente creyó que sería como el Estatuto Real de 1836, cuyo epitafio es: «Aquí yace el Estatuto, nació y murió en un minuto»

— Bueno, Larra, en eso tengo que confesarte que nuestra Constitución, sigue viva. Atacada cada día desde que nació durante la Transición; pero, al menos, no debemos visitarla este Día de Difuntos.

—Pues, vámonos corriendo del Congreso, que todo lo malo se pega.

Larra y yo seguimos paseando por un Madrid desierto, mientras él continuaba perorando un Día de Difuntos sobre su millón de cadáveres: «La calle de Postas», «la calle de la Montera». Éstos no son sepulcros. Son osarios, donde, mezclados y revueltos, duermen el comercio, la industria, la buena fe, el negocio. Sombras venerables, ¡hasta el valle de Josafat! Correos. «¡Aquí yace la subordinación militar!».

«Joder», pensé, «también en mis días yace el comercio, la industria, la buena fe y el negocio. Estos escritores son inmortales y adivinos. O es que no hay manera de cambiar al ser humano y siempre estamos con lo mismo».

—Larra, no te preocupes— le dije — también en mis días, de ese comercio y esa industria no quedan más que huesos. Será mejor que vayamos a tomar un vermut a cualquiera de esos sepulcros que conocemos. 

Y al unísono en una calle de la Montera desierta comenzamos a gritar:
«¡Fuera la horrible pesadilla, fuera! ¡Libertad! ¡Constitución! ¡Tres veces! ¡Opinión nacional! ¡Emigración! ¡Vergüenza! ¡Discordia!»

Todas esas palabras parecían repetírsenos a un tiempo con los últimos ecos del clamor general de las campanas del Día de Difuntos de 1836 ó de 2020. Larra pensó en su año y yo en el mío.


domingo, 18 de octubre de 2020

MUERTE A ESPRONCEDA, UN CANTO A TERESA MANCHA

Cuando me preguntaban de adolescente que qué quería ser de mayor yo siempre pensaba que en su corazón nadie puede desear otra cosa que "ser José de Espronceda":

El romántico por excelencia, el creador de su propia leyenda, el Byron español, el joven que con 15 años fundó la sociedad secreta Los Numantinos para luchar por la causa liberal en compañía de los adalides libertarios de la época, el admirador de Riego, el versificador del general Torrijos fusilado por la libertad en las playas de Málaga.

Espronceda, el cadete de la Academia de Artillería de Segovia que, rápido, abandonó para ser el joven lector de versos de la Academia del Mirto bajo la mirada atenta de Alberto Lista; el exiliado en Lisboa, vía Gibraltar, llevado de sus instintos de ver mundo, el exiliado en Londres, donde volvió loca al amor de su vida, la bellísima Teresa Mancha, casada con un hombre de negocios de origen vasco que hacía dinero en las islas de la pérfida Albión; el poeta que secuestró a su amada Teresa en París, como si fuera una moderna Helena, consiguiendo con versos, carne y besos que abandonara a su marido e hijos para fugarse con él; el joven que luchó en las barricadas en la ciudad del Sena en 1830 por la Libertad; su vuelta a España, terminando como diputado en Cortes y muriendo, como buen romántico, a la increíble edad de 34 años.

Así que yo, miraba al señor que me preguntaba que qué quería ser de mayor y pensaba: "Ahí lo tienes, José de Espronceda, no digo que lo superes, iguálamelo". A ver si eres capaz de llegar donde yo estoy: ¿Dónde estoy? Tal vez bajé a la mansión del espanto, tal vez yo mismo creé tanta visión, sueño tanto, que donde estoy ya no sé.

Por eso lo perseguí como un lobo, sobre todo por las noches, por la sacramental de San Justo; por la calle de la Cruz, tomando copas los jueves, donde vivió Espronceda, siempre exiliado en esa Europa del Norte que los escritores españoles convirtieron en liberal mientras pintaban de un falso negro el cielo en España, siempre pagados por la mano extranjera, que todavía nos dura. 

Y lo perseguí por la calle Santa Isabel, donde agarrado a la verja del número 13 ó el 18, que poco importan los números, lloraba intensamente por su amada Teresa Mancha que estaba muriendo en esa noche, sola, pobre y abandonada después de haber dado su juventud y su vida a un poeta, culmen del Romanticismo, y que yo he bajado de su pedestal para ponerla a ella; porque Espronceda con la mujer más bella de sus días demostró su cobardía y demostró que si hubo una persona en ese siglo que se llenó de Romanticismo esa fue Teresa Mancha; santa diosa, mi espíritu encendía, imaginando mi fe pura sueños de gloria al mundo y de ventura.

¡Espronceda! Tú, tu pirata con cien cañones por banda, tu estudiante perverso, el mismo diablo mundo y todos los mármoles antiguos, ya podéis bajaros de ese pedestal; que voy a poner a Teresa Mancha mientras tú te quedas eternamente mirando a través de la verja de una vieja casa de la calle Santa Isabel, en una noche alumbrada con solo dos faroles amarillos como la muerte, cómo expira esa mujer símbolo del Romanticismo, joven cautiva, al rayo de la luna, lamentando su ausencia y su fortuna.

Bájate del pedestal, Espronceda, que yo voy a poner a Teresa Mancha. Ya sabemos lo que tú has hecho; tú y tus amigos poetas que al final el Arte fija la Historia; y sobre todo la Mitología y la Leyenda. Incluso, con ese desesperado Canto a Teresa llevaste tu Yo romántico únicamente a ensalzarte a ti y a tu capacidad de amar a una mujer y a la voz de su dulzura que inspira al alma celestial cordura; pero en esa balanza amorosa la única verdad era que tú nada significabas al amor comparado con Teresa.

No lo contaste todo; incluso, para justificar tus traiciones al corazón la dibujas en ese Canto inmortal como una mujer perdida, una mujer arrastrada a lo más bajo de la calle, mísera, a perderte y era llorar tu único destino; roída de recuerdos de amargura, árido el corazón, sin ilusiones, la delicada flor de tu hermosura ajaron del dolor los aquilones; sola, y envilecida, y sin ventura, tu corazón secaron las pasiones; tus hijos ¡ay! de ti se avergonzaran, y hasta el nombre de madre te negaran.

¿Porqué escribes así de Teresa que lo abandonó todo por ti, que abandonó a esos hijos y a su marido en un hotel de París cuando te cruzaste en su camino? ¿Por qué al llegar a España con ella no rompiste con los convencionalismos sociales y la hipocresía, tú que eras tan romántico y rebelde, y te la llevaste a una mancebía cercana a la de tu madre, donde tú te quedaste a vivir, para tener a esa bella mujer a mano, pero sin enfrentarte a las tradiciones puritanas que tanto aborrecías?

El Canto a Teresa es una obra de Arte y fijará tu leyenda y la de Teresa, pero a partir de ahora en el pedestal del arte romántico español está la bellísima figura de Teresa Mancha; mientras que tocando sus pies, mientras gritan por su abandono, estaréis tú, José de Espronceda, tu pirata con cien cañones por banda, tu estudiante perverso, el mismo diablo mundo y todos los mármoles antiguos.

Por eso, cuando paso de madrugada por delante de la verja de la calle Santa Isabel y te veo agarrado a los barrotes de hierro, sin permiso para entrar, mientras miras cómo a la luz de dos faroles amarillos en su patio expira la voz, el cuerpo hermoso y el alma inmortal de Teresa Mancha, me alegro de tu dolor. Tú fuiste el culpable de su abandono. No mereces otra cosa.

¡Oh Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías,
¡ah! ¿dónde estáis que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días,
no consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh! los que no sabéis las agonías
de un corazón que penas a millares
¡ah! desgarraron y que ya no llora,
¡piedad tened de mi tormento ahora!

Cuando ahora me preguntan quién hubiera querido ser, ya no digo José de Espronceda; ahora quiero ser el mayor exponente del Romanticismo español: Teresa Mancha.















lunes, 5 de octubre de 2020

A MARGARITA MANSO, MUERTO DE AMOR

La primera vez que vi el nombre de Margarita Manso, mientras preparaba un viaje a Sevilla para celebrar a mi manera, y póstumamente, el centenario de Góngora, fue en un ejemplar usado del Romancero Gitano que compré en el Rastro hace muchos años: Muerto de Amor, a Margarita Manso.

Todas las dedicatorias me intrigan porque siempre juego a adivinar las ocultas razones que impulsan a un escritor a dedicar una obra; por ejemplo, Borges dedica El Aleph a Estela Canto sumido en su abandono y dándola por muerta, como a Beatriz Viterbo, en una metáfora infinita.

Así que me dije: "Federico sabe mejor que nadie quién es Margarita Manso", porque vio cómo en sus ojos sin querer relumbraban cuatro faroles. Y posiblemente, sea ese amor muerto o frustrado o de trágico destino que todos llevamos dentro el que le hizo anotar su nombre de esa manera.

Para empezar a buscarla me hice con la biografía lorquiana de Ian Gibson, un imprescindible en el universo español del siglo pasado; y luego, con las cartas de Dalí y las entrevistas del maestro de Cadaqués; y en todos aquellos escritos en los que las sinsombrero, encabezadas por Maruja Mallo podían informarme. Con Maruja Mallo, una artista más grande que su nombre, todavía hay muchas cuentas pendientes, más allá de que Alberti, Neruda, Miguel Hernández o el hombre más guapo que había conocido y que se lo birló Federico, Emilio Aladrén, hubieran terminado en sus brazos.

Así que no tuve más remedio que perseguir a Margarita Manso, muerto de amor, en sus años de estudiante de pintura en la Real Academia de Bellas Artes de Madrid haciendo de la vida locura y del arte vida con Dalí, Maruja Mallo, Federico y con su amor, Alfonso Ponce de León... quitándose los sombreros en la Puerta del Sol en un acto de rebeldía mientras les lanzaban piedras, por ligeras, como si se hubieran desnudado con la mente y con las manos; o vistiéndose de hombres para entrar en lugares sagrados, prohibidos entonces a las mujeres, cerca de enhiestos surtidores de sombra y sueño.

Como Dalí, Margarita se avino al amor de gacelas prohibidas en una habitación de la Residencia de Estudiantes con Lorca, que soñaba mientras ella lo llenaba de suspiros, cuando la noche llamaba temblando al cristal de los balcones, en un encuentro que lo grabaría a fuego el poeta de Granada y Margarita en su memoria, finalmente de oscura y sombra vestida, arrebatada por la serpiente venenosa de la guerra. Aquella noche, con Dalí mirando, Federico y ella forjaron el sueño de toda una nación. Allí quedaron sus almas para siempre, perseguidas por los mil perros que todavía no las conocen.

¿Qué pasó con Margarita Manso?, me pregunté. ¿Qué pasó con la luz cultural, la libertad, la alegría y la vida de la más hermosa pintora, artista y musa de la generación del 27? Margarita Manso se convirtió en su metáfora, cuando Federico escribió en su Romancero: a Margarita Manso, Muerto de Amor.

Margarita se enamoró como una loca de un compañero que estudiaba con ella en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el hombre más guapo que vieron sus ojos, Alfonso Ponce de León, un galán de cine y pintor, que la convirtió en su musa. Alfonso era muy amigo de Federico y trabajó con él, pintando los decorados de la compañía de teatro La Barraca para llevar los clásicos al mundo rural.

Alfonso Ponce de León pertenecía a Falange. En agosto de 1936 mataron a Federico en Granada. Parte de la piel de Margarita se erizó, como aquella tarde en la desnudez de la Residencia, por los disparos.

Ella y Alfonso permanecieron en Madrid, se casaron, eran jóvenes, pintores de la luna, y se amaban con locura. Pero una tarde de septiembre de 1936 cuando venían del trabajo e iban a entrar en su casa, un grupo de anarquistas los estaban esperando y se llevaron a Alfonso, su amor, a una de las checas republicanas. Era 29 de septiembre, de madrugada, cuando fue asesinado en la carretera de Vicálvaro. Tristes mujeres del valle bajaban su sangre de hombre, tranquila de flor cortada y amarga de muslo joven. A los dos días también fueron asesinados los dos hermanos de Alfonso y su padre.

Con el asesinato de Alfonso, Margarita Manso dejó de ser libre; y a partir de aquella tarde ni tan siquiera soñó que fue capaz de quitarse ante todos el sombrero y de desnudarse delante de Federico.

A partir de ahí, hay otra vida, hay otra historia que ni tan siquiera ella, la mujer libre, la sinsombrero de la Puerta del Sol, se atrevió a contar, cuando el mar de los juramentos resonaba no sé dónde.

Margarita Manso, musa de Alfonso Ponce de León
Si van por el museo Reina Sofía podrán ver el cuadro de Alfonso Ponce de León titulado El Accidente


Cuadro Antro de Fósiles - Maruja Mallo y Margarita Manso
A veces pienso que Margarita Manso no existió; y me llena de tristeza.

¡Vaya foto bonita de la Generación del 27!


En la Residencia de Estudiantes, nada será como hace cien años

lunes, 21 de septiembre de 2020

IMAGINA QUE EL ARTE HA MUERTO

No hay lectura que no haga, ya sea novela, poesía o teatro; en la cual no me asalte la misma duda: ¿es esto arte? ¿o no llega a serlo y no es más que un arduo trabajo casi estéril de una persona que puso gran interés e incluso emoción, pero sin tocar con sus dedos el arte? ¿o lo que es peor, no es más que un fraude de alguien que viendo cómo se las juega el mercado se afana en vender por liebre falsos gatos? ¿O es simple entretenimiento?

También me pasa con el resto de las artes ya sea pintura, escultura o arquitectura. Es que no me dirán que no hay auténticos mamarrachos, rodeados de incondicionales, en paredes de los mejores museos del mundo. ¿Es esto arte? ¿Es artesanía? ¿Me están tomando el pelo? 

Yo no pediría que el arte fuera como la aritmética, exacta; pero, al menos, poder ser capaces de identificarlo en alguna medida, más que nada para ser más libres en nuestras elecciones entre el arte, la artesanía, la emoción, el sentimiento y el puro entretenimiento.

El arte no cuenta con esas cualidades exactas de identificación, y sufre aterido de un manoseo constante por todos aquellos que viajamos en los sueños, en la realidad o en los sentimientos, ya vivan en los subconscientes colectivos o individuales de cada persona; a veces, la pérdida de valor artístico se achaca al mercado que todo lo contamina, otras veces a la poca preparación que tenemos los lectores y espectadores y, otras, a una cultura de masas en contraposición del clasismo de la cultura con mayúsculas.

Ricardo Piglia a quien he seguido tras las huellas de Borges, mantiene la teoría de que la novela del siglo XIX, hasta cierto punto, era un entretenimiento para la mayoría de los lectores, esa mayoría que maneja el mercado; posteriormente, surge el cine en el primer cuarto del siglo XX, y ese público mayoritario desembarca en sus salas, abandonando en cierta medida la novela, lo que da pie a la aparición de los grandes narradores de principios de ese siglo como Joyce, Kafka o Proust, de suprema inspiración.

Esta situación no se hubiera dado nunca en la novela sin la aparición del cine, arrastrando público y reduciéndose en una cantidad desproporcionada la cantidad de lectores de la novela decimonónica. Por tanto, en el cine tiene lugar una rápida realización de productos de consumo.

Pero, hete aquí, que en la segunda mitad del siglo XX aparece la televisión y tiene lugar un fenómeno parecido. Muchos espectadores de las salas de cine se dirigen a los productos televisivos y el cine recurre entonces, dándoles más libertad, a grandes creadores, como Ford, Huston, Zimmermann, Preminger o Hawks; ese tipo de gente que cogió el cine y lo cambió a una forma de arte, de suprema inspiración. Es la época dorada del cine.

Pero, a la televisión pronto le salió también un duro enemigo. Eso tiene la modernidad, que pasa sus veloces días creando enemigos contra todo y contra todos. Y apareció internet y una nueva clase de entretenimiento que está surgiendo con mucha fuerza; y entonces la televisión, ante la pérdida de su público, se vuelca en nuevos creadores, con más libertad, y aparecen las grandes series, de sofisticada producción y calidad, de suprema inspiración.

Igual es cierto que la calidad artística es clasista porque siempre llega a los campos del arte cuando la masa los abandona, y deja de ser sólo entretenimiento, para convertirse en arte y entretenimiento de una minoría.

¿Dónde estamos ahora? La novela como arte, el cine como arte, la pintura como arte, la escultura como arte, la arquitectura como arte. No todo lo que se pinta es arte, no todo lo que se escribe es arte, no todo lo que se esculpe es arte. Es más, posiblemente casi nada de lo que se escribe, se pinta o se esculpe es arte; y para colmo seguro que son muy pocos los que lo hacen y lo entienden, una mínima élite que demuestra cada día que el arte no es global ni mucho menos democrático.

O, peor todavía, imagina que Arthur Danto tenía razón y el Arte ha muerto.






domingo, 13 de septiembre de 2020

NUNCA MATES A UN RUISEÑOR, UN LEJANO VERANO EN BRAZOS DE HARPER LEE


Todos hemos formado parte de la masa alguna vez, aunque pocos han sido capaces de darse cuenta que, cuando actuamos en multitud, cada uno de los que conforman esa multitud es responsable individualmente de sus actos. Pero para eso, hay que ser muy valiente, porque hay que saber que la única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de cada uno. Una turba cualquiera siempre está compuesta por personas. Todos ellos forman parte de una turba, pero aun así, siguen siendo personas.

Yo, de niño, conocí a un hombre así de valiente en el condado de Maycomb, Alabama. Como muchos de los viajes que he hecho en mi vida éste lo hice sin salir de casa, simplemente arramblando un libro de una de sus estanterías. Y ese hombre se llamaba Atticus Finch. En la portada del libro aparecía Gregory Peck que acunaba en un bonito porche del Sur a su hijo Jem. Jem, uno es valiente cuando, sabiendo que la batalla está perdida, lo intenta a pesar de todo y lucha hasta el final, pase lo que pase. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence.

Atticus había nacido en Maycomb, mil generaciones lo antecedieron en aquella tierra. Mil generaciones que habían vivido codo con codo durante años con otras familias  que se relacionarían y se unirían entre sí; que tenderían a las actitudes admitidas, a los rasgos generales y hasta a los gestos que se habían repetido en cada generación y que el tiempo había refinado. Y contra todos iba a luchar Atticus Finch por una causa que él creía justa. Esta vez no luchamos contra los yanquis, sino contra nuestros amigos. Pero tenlo presente, por muy mal que se pongan las cosas siguen siendo nuestros amigos, y este es nuestro hogar.

Cuando Atticus empezó a defender a Tim Robinson de la falsa acusación de haber violado a Mayella Ewell, nuestros paseos por Maycomb dejaron de ser tranquilos; Jem y Scout no paraban de recibir frases hirientes y alguna vez tuvieron que defenderse con los puños. ¡Vuestro padre no vale más que los negros y esa canalla para la que trabaja! ¡Una Finch sirviendo mesas y uno en el juzgado defendiendo negros!; y no sólo cuando salíamos a la calle, que estuve todo un verano acompañando a Scout a todos lados, sino también en nuestra casa: Me imagino que no es culpa tuya que el tío Atticus sea además un amante de los negros, pero aquí estoy yo para decirte que ello mortifica de veras al resto de la familia.

Durante ese verano no dejé de anotar en un cuaderno de anillas, dedicado a copiar las frases de los libros que llamaban mi atención, cuanto decía Atticus que vivía en aquel lugar donde la palabra de un negro no valía nada frente a la palabra de un blanco. Lo único que tenemos es la palabra de un negro contra la de los Ewell. Las pruebas se reducen a "lo hiciste; no lo hiciste". No se puede esperar que el jurado acepte la palabra de Tim Robinson contra la de los Ewell, porque en nuestros tribunales cuando la palabra de un negro se enfrenta a la de un blanco siempre gana el blanco. son desagradables pero son realidades de la vida.

Yo sabía que Tim Robinson estaba perdido que lo iban a ahorcar sin remedio, Atticus también y Scout y Jem y todo el condado de Maycomb, y que no nos quedaría más remedio que llorar por el infierno puro y duro en que unas personas hunden a otras. Pero te diré una cosa, Norberto, y no lo olvides nunca: siempre que un hombre blanco abusa de un negro, no importa quién sea, ni cuan distinguida que haya sido la familia de la que procede, ese hombre blanco es basura.

Esta frase que me dirigió Atticus sólo a mí la apunté con un bolígrafo rojo en mi carpeta azul de anillas que perdí en una de las cinco mudanzas que hice con mis padres; pero para eso están los libros, para ser eternos y retomarlos de vez en cuando, no sea que se nos olvide que por nuestras venas también corren gotas de sangre negra.

Por cierto, aquel lejano verano durante mi estancia en Maycomb me enamoré perdidamente de la joven Scout. No tendría más de 11 años.



(Las fotografías son del primer día de instituto, septiembre de 1956, de Dorothy Counts, una de las primeras mujeres negras admitida en un instituto para blancos, una valiente que tras sufrir cuatro días de acoso, y su familia mucha violencia, tuvo que cambiar de instituto. De toda aquella masa no sabemos de nadie que saliera a defenderla. Yo lo único que espero es que se vean más de 60 años después y se mueran de vergüenza)

Atticus ese día seguía en el condado de Maycomb defendiendo a Tim Robinson de una falsa delación por violación a Mayella Ewell) ¿Qué piensas de Mayella Ewell? Ella es víctima de una pobreza y una ignorancia crueles, pero no puedo compadecerla, es blanca.

lunes, 6 de julio de 2020

LAS MAREAS NO SUELEN EQUIVOCARSE; FICCIÓN Y REALIDAD, ESO ES EL MUNDO


Pues resulta que mi bisabuelo Pascual Pareja era práctico, y se hizo con la barra del Guadalquivir el 19 de julio de 1936.

Y resulta que mi tío abuelo, casado con una de sus hijas, era uno de los dos cabos de carabineros de Sanlúcar; uno era él y otro José Canalejos. Él se puso a favor del Alzamiento, que terminó imponiéndose en Sanlúcar para beneficio de toda la logística del bando nacional, y Canalejos no lo secundó.

Cuando derrotaron a los leales a la República, en el juicio le preguntaron por qué se había sublevado y su respuesta fue: Yo no me he sublevado, los que se han sublevado han sido ustedes. Cuando se corrió la voz de que un cabo de Carabineros se había “sublevado” mi bisabuela le dijo a mi abuela: "Estate tranquila que Diego no tiene nada que ver con éso". Y también hablaban del farero y de cuando lo fusilaron, y que no es cierto todo lo que se cuenta de esa historia. Y me hablaban de Manuel Ureña que estuvo tres años escondido como un topo en su casa de la calle Benegil.

Y también resulta que mi abuelo, el Lima, casado con otra hija del práctico Pascual Pareja que ha dado mucho juego a mis invenciones, factor de trenes como su padre, era presidente de Acción Republicana, muy azañista y aseguran que usó la violencia contra los nacionales.

Y también me dijeron cuando les enseñé el libro de la Historia de Sanlúcar de Pedro Barbadillo, que don Pedro en algunas cosas que decía andaba un poco despistado.

Cuando empecé a escribir nada me importó la verdad, sino tener una historia que creciera sola y donde lo más importante era la forma como se contaba.

De ahí salió Las Mareas no Suelen Equivocarse. Después de escribirla y por obra de Juan Alcón me enteré de la última publicación de Excidio en Forum Libros (Librería FORUM) de Manuel Barbadillo y los Cien Capítulos de Retaguardia de Domínguez Lobato en Editorial Toro.

Le pregunté a mi tío por este libro y me dijo que un ejemplar Lobato se lo regaló a su padre, con dedicatoria y que le dijo que fue una pena que no hubiese hablado con él acerca de estos hechos.

Cuento todo esto para decir que Las Mareas no suelen Equivocarse es una novela. Ellos me contaban su vida y yo inventaba. Ficción y realidad, eso es el mundo.












viernes, 3 de julio de 2020

LA AUTOBIOGRAFÍA NO EXISTE, IDIOTA, TODO ES AUTOFICCIÓN

Ni las autobiografías, ni las biografías existen, idiota, todo es ficción.

¿Confieso que He Vivido?, Vamos, Neruda, que no eras D´Artagnan y siempre andabas con un coche listo para salir huyendo; y del amor, qué decir de ti y de tus abandonos. Pero tu poesía es inconmensurable.

¿La Arboleda Perdida?, Vamos Rafael, que siempre andabas cámara en mano durante la guerra, sacando fotos, para terminar dándosela a otro que te hiciera todas las famosas fotos que te convirtieron en hombre de acción; digamos que te faltó la trinchera, el cuerpo a tierra y la bayoneta. Que se lo pregunten a Miguel, cuando escribió con tiza aquella frase mítica: "Aquí hay muchas putas y mucho hijo de puta". Pero tu poesía es inmortal.

¿De El Diario de un Escritor de Fiodor?, Puede que haya una o dos verdades, a partir de ahí nada; y bien nadado por cierto, en la ficción. Pero el alma del Hombre fluye en tu complejo abecedario.

¿De Profundis, de mi admirado Wilde? Buena manera de convertir a Lord Alfred Douglas en inmortal, es la meditación del arte de sufrir y de escribir.

¿Memorias de África, de la bella Isak Dinensen? No se puede escribir la verdad sobre tu vida cuando vives con tu corazón donde de verdad quieres estar.

¿Dafne y Ensueño?, ¿Mapa dibujado por un Espía?....

Todas son literatura, unas más y otras menos, pero nadie cuenta la verdad; porque ¿quién es la verdad para interponerse entre la Literatura y el arte?; o peor aún, ¿quién es el autor que va a confesar estando vivo que, a veces, se comportó como un auténtico canalla, un cobarde o un burlador haciendo falsas promesas para utilizar sólo la carne que "trémula tiembla por sus versos"?

Si quieres una biografía, mejor leer la biografía de María Antonietta de Stefan Zweig, escrita siglo y medio después de la muerte de la Reina, a base de ligeros estudios biográficos anteriores que, como todas las biografías escritas por un artista, están abarrotadas de ficción.

La autobiografía, ni la biografía existen, idiota, todo es ficción.

Que los escritores hagan Literatura que es lo que tienen que hacer, ya sea novelando una biografía llena de impostores o inventando tipos extraños que desde que les dan la vida existen, y son más verdad que cualquier biografía.

Que la autobiografía no existe, idiota, todo es autoficción.


viernes, 26 de junio de 2020

TARIKU

No hay lugar que no esté lleno de leyendas. Algunas están tan cerca que no es necesario excavar porque viven en la superficie de la geografía, otras son tan antiguas que apenas las rescató la palabra escrita; y otras, las infinitas, viven en los versos. Esas últimas te encuentran sin que las busques. Hoy he recibido un nombramiento que no me esperaba: Poeta en Bamako.

No sé cómo, pero alguien me vio buscando versos: Bamako, Koulikoro, Gao, Segou, Sévaré... Para mí, nombres muy poéticos, que esconden muchos versos y leyendas.

Puede que vuelva alguna vez, a llenarme del río Níger que no sólo se ve con los ojos, sino con el alma, un río que da la vida, y a veces la muerte; y es el origen de la luz que se refleja con cada paso que damos por él. Como dicen allí, hay espacios que no pueden olvidarse, porque no hay almas suficientes para llenarlos.

Y todo empezó con la genealogía mítica de Njeddo Dewal, otra cosmogonía del mundo que posiblemente no conoció Hesiodo: Antes de la creación del mundo, antes del comienzo de todas las cosas, no había nada si no un ser. Este ser era un vacío sin nombre y sin límites, pero era un vacío vivo, pero que incubaba en él la suma de todas las existencias posibles.

También tú has trabajado conmigo en cuanto te lo pedí, gracias José Manuel Esteban.




miércoles, 24 de junio de 2020

LLAMADME DE NUEVO BORGES

Llamadme de nuevo Borges. Durante unos meses he sido Norberto; he corrido río abajo y río arriba; me he llenado los ojos de tierra roja y de colores vivos; he conocido gente tan diferente, que alguna vez soñé ser como ellos sólo por intentar ser otro; y ahora he vuelto a casa. Llamadme de nuevo Borges.

Nada más aterrizar ya sabía que Vargas Llosa, ese joven que vino a verme y que debía de trabajar en una inmobiliaria porque se empeñó en que yo debía cambiar de casa, había publicado un nuevo libro, Medio Siglo con Borges; y claro, aunque no me gusta tener mis libros en casa porque quién soy yo para nombrarme y estar con Schopenhauer, no pude evitar la curiosidad. A la mañana siguiente ya lo tenía.

En este nuevo tomo se recogen las entrevistas y artículos escritos para diversas revistas por Vargas Llosa. Me las sabía todas de haberlas leído antes en mi búsqueda por ser el auténtico Pierre Menard, autor de Ficciones; pero tenerlas juntas en un pequeño tomo no viene nunca mal.

Además he vuelto a recordar porqué John Vincent Moon vaciló antes de contestar y si era a él al que le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa, benditos adjetivos; y eso que Raimundo Lida, en sus clases de Harvard, recordaba siempre a sus alumnos que los adjetivos se han hecho para no usarlos. Si eso me lo cuenta a mí, que con hipálages infinitas descubrí el universo de las cosas persiguiendo a áridos camellos y a oscuros hombres siempre a la luz de las lámparas estudiosas, no hubiera tenido más remedio que replicarle. Qué razón tenía Josep Pla cuando me dijo que se había pasado la vida buscando epítetos.

Ya sé que el estilo de Borges mata a los imitadores que terminan viviendo sin personalidad propia, y que por eso sé que Borges, al contrario del resto de escritores, no puede tener ninguna escuela que lo siga; pero es que yo no quiero ser imitador de Borges ni escuela que lo fundó, yo quiero ser Borges; y, en todo caso, ser Pierre Menard autor de Ficciones.

Creo que no estoy lejos de conseguirlo, ya digo que poco puede importarme ser o no escritor; trazar unas pocas letras o mil tomos no tiene importancia, incluso no la tiene el recordar las circunstancias de la propia vida. Mi memoria está tan poblada de textos de Borges, como la de Funes con los detalles del cielo, que creo que pronto podré empezar a escribir Ficciones. Unas cuantas páginas, no necesito más. Ni yo, ni todos esos escritores que andan agotando folios encadenados a una infinita trama.

He andado mucho tiempo en la tierra de Ahmadou Hampaté Bá recorriendo sus leyendas, sus caminos, sus epítetos y sus sustantivos; y por un momento pensé que ya no querría volver al barrio de Palermo, ni a mezclarme con cuchilleros llenos de deudas pendientes, ni tendría interés en abrir de nuevo los tomos de la Enciclopaedia Britannica, de cuando las enciclopedias eran todavía libros de lectura. Me equivoqué. He estado libre y salvado de Borges durante más de medio año, es suficiente. Pero ya he vuelto. Llamadme de nuevo Borges.

- Neruda, ¿a quién le daría usted el Premio Nobel?
- ¿Yo?, a Borges.