lunes, 31 de octubre de 2016

BOB DYLAN, PREMIO NOBEL, FLOTANDO EN EL VIENTO, BLOWING IN THE WIND


Un aedo, un poeta ciego, acaba de poner sus pies en Esmirna. Llega procedente de Quíos, dicen que canta hexámetros como nadie acompañado de su lira de tres cuerdas. Ahora en el ágora, se ha reunido toda la ciudad para escuchar, de su boca y con su música, la historia de la guerra más grande jamás contada: la guerra de Troya. Ha subido los tres peldaños que dan acceso, a través de las columnas, al templo y se ha puesto a cantar su poesía:

Μῆνιν ἄειδε, θεά, Πηληιάδεω Ἀχιλῆος
οὐλομένην, μυρίἈχαιοῖς ἄλγεἔθηκεν,
πολλὰς δἰφθίμους ψυχὰς Ἄιδι προίαψεν
ἡρώων, αὐτοὺς δὲ ἑλώρια τεῦχε κύvεσσιν
οἰωνοῖσί τε δαῖτα, Διὸς δ’ ἐτελείετο βουλή

¡Canta, oh Diosa, la cólera de Aquiles, hijo de Peleo!
ira maldita que lanzó entre los aqueos tanto dolor,
y muchas almas valientes, arrojó a los infiernos,
de magníficos hombres, a los que dejó por presa a los perros
y a los pájaros. Se cumplía la voluntad de Zeus.

Ninguno de los que están en el ágora escuchando sus canciones sabe que este aedo ha compuesto la obra más grande de la Literatura Universal y que de sus labios están oyendo cómo va a ser la construcción de Occidente, mientras sus palabras van flotando en el viento.

Pasan días y estaciones; y pasan cientos de aedos que lanzan al aire versos y hexámetros imposibles.

Un juglar empieza a cantar en el mercado de Medinaceli, la gente al oír los primeros tonos del laúd se va acercando al poeta que vende sus versos encadenados por las plazas. Canta afrentas, combates de caballeros, bodas, honras y destierros; polvo, sudor y hierro:

Mio Cid Ruy Diaz            por Burgos entraba,
En su compaña                 lx pendones levaba.
Exien lo ver                      mugieres y varones,
Burgueses e burguesas     por las siniestras son
Florando de los ojos         tanto a bien el dolor  
De las sus bocas                todos dizian una razón:
¡Dios que buen vasallo!     ¡Si oviesse buen señor!

Nadie en el mercado que escucha al juglar sabe que esos casi cuatro mil versos serán infinitas veces impresos para formar parte de la inmortal Literatura en lengua castellana. Mientras, la voz del juglar sigue flotando en el aire.


Pasan días y estaciones; y pasan cientos de juglares que lanzan al aire versos encadenados imposibles.

Un cantaor de madrugada, en un colmao de Cádiz, empieza a cantar una seguiriya, acompañado de una guitarra flamenca. Acaba de llegar de Hispanoamérica y en su cabeza lleva y trae todas las coplas del mundo a su manera. Nadie apuesta a que este payo barbado pueda pasar por los tonos sin romperlos:

Cualquiera que a mi me oyera
comprenderá, compañera,
comprenderá mi pasión.

Lo que la boca no habla
lo publica, compañera,
lo publica el corazón.

Válgame Dios, compañera,
lo que paso por quererte,
cuando te escucho nombrar
me dan fatigas de muerte.


En ese colmado de Cádiz saben que han empezado a flotar, con el viento de la noche de la bahía, palabras que pintan arte, palabras que son literatura hablada, escrita o cantada, Literatura de verdad; obras de un creador, un jardinero.

Pasan días y estaciones; y pasan cientos de cantaores que lanzan al aire versos octosílabos llenos de quejidos.

En los escalones del Monumento a Abraham Lincoln en Washington un joven con una armónica y su guitarra echa al aire unos versos. Son palabras que van flotando con el viento. Cuantos allí se han reunido adivinan metáforas, comparaciones, consonancias, ritmos y acentos:

How many roads must a man walk down
before you call him a man?
How many seas must a white dove sail
before she sleeps in the sand?
How many times must the cannonballs fly
before they are forever banned?
The answer, my friend, is blowing in the wind,
The answer is blowing in the wind...

¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre,
antes de que le llames "hombre"?
¿Cuántos mares debe surcar una blanca paloma,
antes de dormir en la arena?
¿Cuántas veces deben volar las balas de cañón,
antes de que sean prohibidas para siempre?
La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento,
la respuesta está flotando en el viento…

En ese parque de Washington nadie ignora que como en el mercado de Esmirna, en la plaza de Burgos o en el colmao gitano de Cádiz, la literatura, hecha de palabras, va flotando con el viento. 

Nadie ignora que la literatura nació para ser cantada y que cantada sigue viviendo; cambiando ritmos, formas y contenidos y que sigue viva para que pasen días y estaciones; y vengan cientos de aedos, juglares, cantaores y cantantes que lancen al aire sus versos, llenos de historias que viven flotando en el viento.




domingo, 23 de octubre de 2016

SARAMAGO, TOCQUEVILLE Y PLUTARCO; ¿QUÉ QUERRÁN DE MÍ?

Cada sentido mueve los resortes de nuestra conciencia de diferente manera, los olores y sabores son los que juegan con mayor fidelidad con el pasado y, sobre todo, con la infancia; el tacto está hecho para vivir en el presente del que nunca desea escapar, pues se disuelve como azúcar en los borrosos recuerdos del pretérito; el oído preserva voces y sonidos porque prefiere moverse como un pez por el futuro; y la vista está hecha para supurar la belleza, y no deja de componer en nuestra conciencia paisajes; para ella todo gira en torno a los paisajes; ya sea en el horizonte, en los retratos o en los bodegones que moldean cada fotograma que descomponen nuestra vida.

Incluso Alzado del Suelo lo que nos abruma es el paisaje porque lo que más hay en la tierra es paisaje. Paisaje ha sobrado siempre. Y es bien sabido que los paisajes mueren porque los matan no porque se suicidan.

En esa biblioteca escondida con más de 40.000 volúmenes, que regenta un viejo coronel, que bien pudiera apellidarse Buendía, pero se apellida Ibáñez, llevaba un tiempo viendo en la estantería BO-II-46 un libro de José Saramago que, por un motivo u otro, nunca antes se había cruzado en mi camino: Alzado del Suelo.

En ella el paisaje deja de ser protagonista y el latifundio se lo come todo con sus propias leyes, las leyes del latifundio son estrictas, lo mismo da para regular la propiedad de la bellota como la recogida de la leña. Saramago, fiel a su conciencia, narra con mano maestra, a través del pensamiento interior, la historia de tres generaciones de jornaleros, y también la historia social de un trocito de Portugal. Parecen sólo cosas de viejos pero son sólo cosas de gente cansada antes de que les llegue la vejez. Yo no sé de qué me habla, señor policía, mi vida no ha sido sino trabajar desde que nací, explica un tal Maltiempo; aunque es bien sabido que la injusticia no consigue convertir a aquellos a quienes oprime en seres bondadosos y justos con los que andan bajo su bota, si no Domingo Maltiempo no andaría siempre borracho, ni sería un maltratador, ni un mal hablado, ni trataría a sus hijos como animales; trabajo bruto, limpiar los campos y prepararlos para la siembra, trabajo de fuerza que no debe exigírsele a un niño. O le pinchaba el cuerpo con un bastón de contera como un chuzo, y cuanto más gritaba y lloraba el sobrino, más reía el desalmado.

El tiempo de la novela y de la Historia va horadando los surcos del latifundio; y esas revoluciones interiores del alma y exteriores del cuerpo, que barrieron el siglo XX con dolores ingratos para todo el mundo, se mueven retorciéndose como una serpiente y su presa en la hondonada de un arroyo de Monte Lavre, sin saber por qué tanta es la desgracia y el premio tan pequeño.

Ese tiempo Alzado del Suelo, va uniéndose a esa gran revolución que desde el principio de los tiempos con lentos pasos de cangrejo va igualando o desigualando a las personas; que, como Tocqueville escribe en su Democracia en América: yo no conozco más que dos maneras de hacer reinar la igualdad en el mundo político: hay que conceder derechos a cada ciudadano o no dárselos a nadie. La eterna lucha entre la libertad y la igualdad. El problema es que cuando ha ganado una de ellas ha perdido la justicia.

Esa fue en mi opinión la gran falla de aquellos países en los que la gran revolución social del siglo XX tuvo éxito, un éxito y una alegría inicial que acabó en drama, hambre, pobreza, gulags y muerte: El poder deja a los hombres en la igualdad de la pobreza y sin libertad, perdida en nombre de la igualdad, y continúa Tocqueville, cuando los ciudadanos son casi iguales todos se les hace difícil defender su independencia contra las agresiones del poder, que el tiempo vicia y, sin escape, lo convierte en corrupto. De ahí que la política no deba ser más que un estado transitorio en la vida de un hombre.

Saramago, apenas cuestiona en su novela la propiedad de la tierra, en manos de Norbertos, Adalbertos o Gilbertos; sino el estado de los súbditos en tiempos de Salazar; si viniera la libertad, y al fin la libertad no vino, ¿ha visto alguien la libertad?, ¿esa de que tanto se habla?, pero libertad no es mujer que ande por los caminos, no se sienta en una piedra esperando que la inviten a cenar o a dormir en nuestra cama el resto de la vida. Tocqueville, enemigo de las revoluciones y de la sangre, que mirando hacia atrás en el tiempo, parece que no han resuelto nada, véanse las desamortizaciones y las infinitas reformas agrarias que hicieron más ricos a los ricos o al poder y sus advenedizos políticos, y no hicieron más que traer dolor a los de siempre, apela a la Ley de Sucesiones para resolver el problema de la tierra, sin violencia ni tanta sangre derramada: estas leyes de sucesiones deberían ser colocadas a la cabeza de todas las instituciones políticas. Los bienes a la muerte del propietario no sólo cambian de dueño sino de naturaleza; se fraccionan sin cesar; si la ley de sucesión fuera por progenitura las extensiones territoriales no se dividirían; pero en el reparto por igual va dividiéndose hasta desaparecer.

Como vuelvo de vez en cuando a Plutarco y a sus Vidas Paralelas, porque creo que ya todo lo escribieron los clásicos, y los demás no hacemos más que plagiar sus palabras y convertir la biblioteca clásica en un mar de versiones homéricas en verso y prosa, me acerco a ese primer revolucionario, que trató de realizar la primera gran reforma agraria en Roma y entregar a la plebe parte del Ager Publicus, la tierra pública que pertenecía a Roma y de la que sólo la nobleza era beneficiaria, Tiberio Graco (163-133 a.c.):

Las fieras que discurren por los bosques de Italia tienen cada una sus guaridas y sus cuevas; los que pelean y mueren por Italia sólo participan del aire y de la luz, y de ninguna otra cosa más; sino que, sin techo y sin casas, andan errantes con sus hijos y sus mujeres; no dicen verdad sus caudillos cuando en las batallas exhortan a los soldados a combatir contra sus enemigos por sus aras y sus sepulcros, porque de un gran número de romanos ninguno tiene ara, patria, ni sepulcro; sino que por el regalo y la riqueza ajena pelean y mueren, y cuando se dice que son señores de toda la tierra, ni siquiera un terrón tienen propio.

Tiberio fue derrotado, despedazado y su cuerpo arrojado al río Tiber, por intentar una revolución; y eso que era nieto ni más ni menos que de Escipión, el Africano, el hombre que derrotó a Aníbal, y salvó de la destrucción a Roma. Yo hubiera peleado aquella noche junto a Tiberio Graco en el monte Aventino; al fin y al cabo, soy un soldado y para eso están los soldados, para luchar por causas como la de Tiberio Graco.

Libertad o igualdad, he ahí el dilema; sabiendo que la igualdad absoluta no ha traído más que prisiones, dolor y muerte y la libertad absoluta no ha traído más que injusticia social.

He vuelto a leer este texto y creo que me he metido en un lío, tan sólo por leer a Saramago. Y a Tocqueville. Y a Plutarco. Esas bibliotecas escondidas, mi abuela Magdalena, mis padres y sus enciclopedias y un viejo profesor de Literatura tienen la culpa. Si yo sólo quería ser futbolista.


sábado, 15 de octubre de 2016

MUJERES EN AFGANISTÁN: AZITA RAFAAT, MÓNICA BERNABÉ; Y EL RECUERDO DE WALLADA


A Afganistán llegué con Alejandro de Macedonia.
Desde Persia, marchamos al país de los bactrios. Las tropas griegas, tras duros combates, conquistaron los territorios más allá del río Oxus, el actual Amu Daria, estableciendo una extraña multiculturalidad greco-oriental que llega hasta nuestros días y cuya demostración palpable son los restos arqueológicos encontrados en la fortaleza de Kurgansol entre los que destaca una magnífica bañera de mármol que  desentona, y mucho, con el inhóspito paisaje que la cobija.

Quien pone sus pies en Herat está poniendo los pies en Aria, ciudad fundada por Alejandro, fortificada por éste y eje fundamental de la unión del Oriente y el Occidente, idea que vivía en la mente del joven macedonio desde que inició sus conquistas y que su temprana muerte y la ambición de sus generales, tal vez evitaron.

Quien pone sus pies en Kandahar los está poniendo en Aracosia, lugar en el que el historiador griego Heródoto sitúa a una tribu llamada los pactyans, los pastunes.

Alejandro sabía que Bactria y Sogdia constituían el principal nudo de comunicaciones entre Oriente y Occidente. Parece que poco ha cambiado desde entonces, e incluso ha aumentado su importancia estratégica por todo lo que se comenta que yace en el subsuelo, y que el mismo nombre de la ruta que transitaban los soldados de la coalición que han operado en Afganistán deja entrever: Lithium

Por ese motivo, y por el bendito sueño de unir Oriente y Occidente, de unir lo que está desunido, Alejandro Magno decide tomar en matrimonio a una joven de una tribu perdida de Afganistán, Roxana, en contra de la opinión de sus generales, Parmenion entre ellos, que querían una noble griega para que su rey nunca abandonara la estirpe de los peleidas, de quien se le suponía descendiente, en palabras de Plutarco. Una unión que poco le sobrevivió, pues su hijo Alejandreo, su heredero, fue asesinado, al igual que Roxana, su mujer afgana,  por nobles griegos que poca o ninguna gana tenían de que su rey fuera de una raza distinta a la griega, aunque llevara la sangre del mismísimo Alejandro Magno.

Ahora he vuelto a Afganistán de la mano de dos valientes mujeres, cada una a su manera; Azita Rafaat y Mónica Bernabé; y también he viajado con otras valientes mujeres afganas que viven, mueren, sufren, luchan y levantan su voz tras el objetivo de la cámara de Gervasio Sánchez.
Decidí visitar la exposición Mujeres en Afganistán y entrevistar para el periódico en el que ahora trabajo a Azita Rafaat.

Hablar con Azita es hablar con la luz; es hablar con la voz de esas otras mujeres, (Nunca hubo un momento en mi matrimonio en que no me sintiera violada), que todavía no han podido comprar su libertad como pudo hacer ella; es hablar de la lucha contra la tradición, contra unas estructuras sociales que encierran a las mujeres entre las cuatro paredes de su casa, negándoles la educación y la posibilidad de vivir con sus propios recursos, independientes del hombre.(Si deseas mi muerte no te preocupes, que ya me quemo yo sola). Es hablar contra el desconsuelo, el pesar, el daño, y contra la muerte. 
.
A veces, no hay más refugio contra el dolor que la poesía, y con ella, me cuenta Azita que empezó a bailar a solas, sintiéndose inundada por la tristeza, cuando su padre la obligó a casarse con quince años con un hombre, analfabeto, que ya tenía una esposa, Con él tuvo cuatro hijas, cuatro soles, que la sociedad afgana, ciega, las deja sin valor cuando las compara con el varón; por este motivo su marido y la familia de su marido la odiaba: no era capaz de dar a luz a un hombre para la familia.

A su hija menor empezó a vestirla como un niño y le cortó el pelo para que viviera y se educara con las posibilidades de un varón en una tierra exclusivamente forjada por hombres. Fue diputada en el Parlamento afgano tras la caída de los talibanes, pero ese pequeño soplo de libertad fue un espejismo. Por el Parlamento andan ahora volando señores de la guerra que apoyaron a la coalición, y exigen su compensación en forma de poder a cambio de la victoria.

Azita fue perseguida, fue acosada, pero no fue vencida. Tuvo que pagar a su marido por su libertad y por la de sus cuatro hijas. Ahora vive exiliada. Consiguió salir de su prisión con sus cuatro soles. Y ahora levanta su voz, con valentía, con orgullo, contando el sufrimiento por el que pasan muchas mujeres en Afganistán.

Después de visitar la exposición Mujeres en Afganistán, desempolvé los versos de la poeta de Al-Andalus Wallada Ibn al-Mustafki, hija del califa de Córdoba, hermosa como la miel y siempre libre, Nunca quiso casarse; aunque conoció la fuerza del amor y los desengaños. Cuenta la leyenda que en la parte de su manto que caía sobre el hombro derecho llevaba bordados estos versos:

Estoy hecha por Dios para la Gloria
y sigo orgullosa por mi propio camino

Y sobre el hombro izquierdo podían leerse estas palabras escritas:

Doy mi poder a mi amante sobre mi mejilla
y mis versos ofrezco a quien los desea.

Wallada nunca contrajo matrimonio. Con su dote, heredada de su padre, el califa, cuentan que compró su libertad escapando de la confinación que guardaba a la mujer dentro, y sólo dentro, de la vida privada de los hombres. El mito de Wallada se ha impuesto sobre su poesía, luz blanca y hermosa, pero al escucharla sentimos que la libertad de todas esas mujeres afganas que viven en la oscuridad y la miseria puede ganarse con la lucha de mujeres como Azita Rafaat y Mónica Bernabé.

Sabes que soy la luna de los cielos
luz blanca y hermosa
Pero para tu desgracia, has preferido la oscuridad y la miseria
sumérgete en el pozo negro de las cloacas,
porque nunca entrarás de nuevo en mi paraíso.

Y esperamos con ansia que llegue ese día en que todas las mujeres afganas levanten su voz y puedan gritar, como Wallada, sin miedo:

Nosotras también estamos hechas por Dios para la Gloria
y seguimos orgullosas por nuestro propio camino.

Gracias Azita, por tu valor y por dejar que tus palabras vivan impresas en nuestro modesto Periódico Tierra; y gracias, Mónica, también por tu valor y por tu hospitalaria presencia durante tanto tiempo en tierras afganas, donde te cruzabas con nosotros siempre con una sonrisa.

La exposición Mujeres en Afganistán está en el Conde Duque hasta el 24 de noviembre; con textos de Mónica Bernabé y fotografías de Gervasio Sanchez; alguien que también ha vivido muchas batallas. La entrevista con Azita y el reportaje fotográfico realizado por Ángel Manrique y del que estas fotos son una muestra saldrán en el número de noviembre del Periódico Tierra: Palabras, corazón, vida y valor.






domingo, 2 de octubre de 2016

LEONARDO PADURA, VIENTOS DE LA HABANA, VIENTOS DE CUARESMA



¿Él no estaba desconfiado? Di cómo hizo, a ver....
- Pues me lo crucé en la puerta de entrada y cuando llevábamos subiendo juntos varios escalones, no pude más y le dije: usted es Leonardo Padura, ¿no?. Y me contestó: sí.

Así de simple.

Mientras subíamos a la primera planta de la Casa de América con dirección al salón Machado de Assís, le hablo de mi extrañeza de que deambule sin guía por esas escaleras, teniendo en cuenta que él era el principal invitado a la presentación de la película Vientos de la Habana, basada en su novela Vientos de Cuaresma. Como uno de mis oficios secretos, y malpagados, es perseguir palabras de escritores, intenté aprovechar esa oportunidad que en forma de unos minutos con Padura me ponía el destino delante: una sonrisa abierta, unas palabras con música, un par de fotos desenfocadas, una firma en un libro prestado y que él se apresuró a firmarlo con mi nombre en vez de con el de su propietaria, la sensación de que en sus ojos llevaba todo el calor de La Habana y saber que Él es el que conoce el misterio y el testimonio.

En ese momento, tuvo que dejarme sentado en el pequeño sofá de la entrada porque empezaba el acto de presentación de la película Vientos de La Habana, dirigida por Félix Viscarret. El salón ya estaba lleno, y con la puntualidad de lo eterno llegó ese viento árido y sofocante que en la Habana deja las calles vacías, las puertas cerradas, los árboles vencidos, el barrio como asolado por una guerra eficaz y cruel, y se le ocurrió pensar que tras las puertas selladas podían estar corriendo huracanes de pasiones tan devastadoras como el viento callejero. Los vientos de Cuaresma.

Leonardo Padura comienza a hablar de su trabajo como guionista junto a su mujer, Lucía, su primera consejera literaria: En una novela el autor tiene todas las potestades; sin embargo cuando escribe un guión presta un servicio. Es el director quien propone los tiempos, la economía de medios, el aprovechamiento de la luz y de los espacios, es quien encauza cada esfuerzo. Parafraseando a a Chandler que anduvo escribiendo guiones para Hollywood, el escritor de novelas, cuando escribe guiones debe ponerse su segundo mejor traje.

Era la una y veinte, pero ya todos estaban allí, seguro no faltaba ni uno. se habían dividido en grupos y eso que eran como doscientos y, por el aspecto, se podían reconocer. Aunque ahora que Conde tiene rostro para el cine, cuando tanto lo escondió Padura en sus novelas: Apenas está descrito como una nebulosa una vez, cuando el policía Mario Conde se mira en un espejo, explicando al lector no lo que es, sino lo que no es. Como hacen los buenos prestidigitadores.

Habla de La Habana, de cómo esta película la refleja; una Habana que él siente desaparecer con todos los cambios que se están produciendo; una Habana íntima que él bien conoce y que vive, como un personaje más de sus novelas, entre el barrio de la Víbora y el barrio de Mantilla. Cuenta que la sociedad cubana está cambiando mucho y que empieza a haber ricos y pobres, algo que nunca habíamos visto.

Acaba de firmarme la novela El Hombre que Amaba a los Perros. Me está llevando con ella a la Rusia de León Trosky, a Turquía, a Francia, a México; a la España del sin sentido y la insensatez de Ramón Mercader; escribiendo entre Herejes que sólo en los territorios de aquellos mundos conservados con empecinamiento al margen del tiempo real, y en cuyos bordes exteriores, Conde y sus amigos habían levantado las murallas más altas para protegerlos de las invasiones bárbaras, existían unos universos amables y permanentes a los cuales ninguno de ellos quería ni pretendía renunciar.

Alguien del público le atribuyó la paternidad de la palabra desmerengamiento que podía leerse en una de sus novelas, y él explicó que la patente de esa palabra la tenía Fidel Castro, cuando habló del desmerengamiento del campo socialista. Al César lo que es del César. Ahora anda liado con una nueva novela de Mario Conde, y se le presenta el problema de que en el último libro Mario Conde dejó la policía y, como él dice, entre las categorías de autonómos en Cuba todavía no existe la de detective privado. Seguro que con habilidad resuelve este problema.

El hombre que sólo se ha puesto dos veces corbata en su vida y que recogió el Premio Princesa de Asturias 2015 vestido con guayabera y una pelota de béisbol en la mano, todavía tuvo tiempo de dedicarme unos minutos cuando terminó la presentación. No me queda más remedio que ir al cine a ver Vientos de La Habana.