domingo, 29 de marzo de 2015

EN EL REINO DE ESTE MUNDO CON ALEJO CARPENTIER

¿Dónde envías a Colón
para renovar mis daños?
¿No sabes que ha muchos años
que tengo allí posesión?
                                   Lope de Vega



No se puede explicar mejor en cuatro versos el resumen de todas las vidas y dolores que han colonizado la Tierra desde que el mundo es mundo:
“El demonio ya es dueño de él; no llega con unos hombres o con otros, está en todas partes y es la Humanidad entera quien debe desembarazarlo de su dominio”.

Cree Schopenhauer que toda vida es esencialmente sufrimiento; y que el mal y el sufrimiento se encuentran en la raíz misma de la existencia. En su opinión lo que movería a todos los seres vivientes es el egoísmo, porque sólo aspiran, con infinito afán, a mantenerse vivos en su existencia, y nada hay más favorable para la voluntad de vivir que el culto al egoísmo.

Si Schopenhauer hubiera escrito una novela, posiblemente la hubiera soñado con El Reino de este Mundo, la novela de la igualdad; pero la igualdad en el mal; la igualdad en el dolor; en la opresión de unos hombres por otros hombres; en la creencia de que el poder siempre causará sufrimiento. Sin importar si el poder está en manos de blancos, de negros o de mestizos. ¡He ahí la prueba irrefutable de que todos los hombres somos iguales!

Dotado de suprema autoridad por los Mandatarios de la otra orilla, había proclamado la cruzada del exterminio, elegido, como lo estaba, para acabar con los blancos y crear un gran imperio de negros libres en Santo Domingo.

Ti Noel evoca, viendo a los blancos morir, el viaje que hiciera años atrás, como cautivo, antes de ser vendido a los negreros de Sierra Leona. Los blancos no merecían otra cosa más que, al lado de las cabezas de terneros se sirvieran cabezas de blancos señores en el mantel de la misma mesa.

Pero ni siquiera la Revolución Francesa con sus bellas palabras de Libertad, Igualdad y Fraternidad; pudo hacer nada contra el alma humana; incluso aunque unos señores muy influyentes hubieran declarado que había de darse la libertad a los negros; pero los hideputas monárquicos se negaban a obedecer.
Sueña Ti Nöel, con el día en que todos los hombres sean libres, sin saber que ya ha caído sobre ellos la victoria de los negros. Vuelve de Santiago a El Cabo y ve que todo está cambiado:

Mucha gente trabajaba en esos campos bajo la vigilancia de soldados armados  de látigos, que de cuando en cuando lanzaban un guijarro a un perezoso.
Los guardianes eran negros y negros también los esclavos que andaban dejándose los lomos en la faraónica construcción que era el sueño del nuevo megalómano en cuyas manos estaba el poder de la isla. Nada ha cambiado pensó. Todos los hombres somos iguales ante el sufrimiento, unos sufren y otros hacen sufrir. Como siempre.

Pronto Ti Noel, anciano, se da cuenta de que vuelve a ser un esclavo: el viejo recibió un palo en el lomo, dijo que conocía al rey, Henry Christophe, tan negro como él, pero fue llevado a una celda. Y se dio cuenta al momento que todos ellos, todos sin excepción, se debían a una esclavitud tan abominable como la que había conocido en la hacienda de monsieur Lenormand de Merzy. Se dio cuenta de que vivían la misma esclavitud pero con señores de distinto color.

Ya hemos vivido, se dijo, la esclavitud de los blancos y la esclavitud de los negros; hace falta otra revolución. Y, en efecto, otra revolución viene en camino: la revolución de los mestizos. Pronto el poder estará en manos de los mestizos; pero ¿creen que llegará la justicia con ellos, la igualdad, la ausencia de egoísmo, la libertad?

Lean El Reino de este Mundo, o sigan a Schopenhauer, para saber que el mal y el sufrimiento están en la raíz misma de la existencia; para saber cómo acabó la tiranía de los mestizos en la isla de Santo Domingo que en nada se diferenció de la de los blancos ni la de los negros.

Seguramente, nos demos cuenta de que ya gobiernen los nobles, los ricos, los pobres, la clase media, los proletarios, los blancos, los negros, los amarillos o los mestizos la justicia y la igualdad no viven en El Reino De Este Mundo.
Otra nueva revolución es necesaria y viene en camino...









sábado, 21 de marzo de 2015

14, EN LA GRAN GUERRA CON JEAN ECHENOZ


No se abandona una guerra así como así. No hay vuelta de hoja, está uno atrapado: el enemigo delante, las ratas y los piojos encima y los gendarmes detrás. La única solución es dejar de ser útil para el servicio.

El año pasado decidí embarcarme en una Gran Guerra, cosas de los centenarios y los compromisos; y para ello elegí a Jean Echenoz y las noventa páginas de su novela 14; y como una guerra no se abandona así como así, tuve que hacerme amigo de Juan Eslava Galán y de Pierre Lemaitre, para saber cómo se cuenta la I Guerra Mundial para escépticos y confirmar que el único sitio donde nos veremos todos es allá arriba.

Mientras recorría distraídamente con la mirada aquellos pueblos, Anthime se topó con un fenómeno para él desconocido hasta entonces. En lo alto de todos los campanarios, de pronto acababa de ponerse en marcha un movimiento, mínimo pero continuo: la alternancia regular de un cuadrado blanco y otro negro, sucediéndose cada dos o tres segundos, como una luz alternativa, un parpadeo binario que recordaba el de la válvula automática de algunos aparatos en la fábrica. 

Esas banderas y el redoble de campanas es la señal de que la guerra ha empezado para cinco jóvenes que tenían una vida normal, en un pueblo normal, en un país normal: un contable, un administrador, dos carniceros y un guarnicionero. Cinco amigos con una vida normal, un presente normal y un futuro insólito porque la guerra empezó ese día a adueñarse, primero, de Europa y, después del mundo.

Echenoz me recomienda que acompañe a esos cinco chicos. Sabe que yo he andado por lugares parecidos cincuenta años después. Esos lugares donde no era difícil ver gente asustada, y los que no estaban asustados ya estaban muertos o huidos; donde no era difícil ver cadáveres de animales, que los animales tienen la rara facultad de atraer la metralla con más facilidad; lugares donde las casas no tenían ningún tejado en pie porque no quieren que oculten nada; donde al andar por las calles sólo podías fiarte de las lonas que sobre cables tendidos cubrían tus pasos y donde el olor era el único dueño de verdad de cada metro de guerra.

- Vete con ellos- me dice- verás que nada ha cambiado, verás que, si bien la guerra golpea electivamente las ciudades que asedia, también desarrolla gran actividad en el campo. 

- Cierto, Jean- le contesto- pero desde que me dio por estudiar un poco de historia lejos de los manuales indigeribles del colegio y me zambullí con don Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales sé que en Zaragoza se combatió como en ningún sitio. Y que en las ciudades como Sarajevo, Trípoli, Mostar o Tombuctú, se combatió calle por calle, casa por casa, habitación por habitación:

Nada es comparable a la expedición laboriosa por dentro de las casas; ninguna clase de guerra, ni las más sangrientas batallas en campo abierto, ni el sitio de una plaza, ni la lucha en las barricadas de una calle, pueden compararse a aquellos choques sucesivos entre el ejército de una alcoba y el ejército de una sala, entre las tropas que ocupan un piso y guarnecen el superior.

- Pero tú vete con ellos- me replica Jean- acompáñalos y verás que no hay épica posible para la guerra; que un día andas por tu pueblo montado en bicicleta y feliz y al poco eres un amasijo de carne y metal al que han cercenado un brazo, o te das cuenta, como Blanche, que por salvar a su amante y buscarle con recomendaciones un puesto seguro de observador, ve cómo encuentra la muerte; o el final de Paidoleau, que en las guerras no faltan ultraortodoxos o talibanes que en retaguardia cuidan con fusiles las estrictas reglas que conforman su verdad. Acompaña y fíjate en esos cinco jóvenes, verás que cuando vuelvas, ya no serás el mismo, y no olvides ponerte el casco; porque comprobarás que cualquiera que fuera el color del casco se alegrarán de llevarlo en la cabeza durante la ofensiva de otoño.

Desde luego que iré con ellos. Haré sus largas marchas por los caminos hacia la guerra. Comerciaré con todos esos parásitos que hacen negocios a su costa. Pasearé con Blanche por un pueblo desierto, sin hombres, sólo con ancianos y niños y en el que las mujeres son las que cargan sobre sus hombros todas las tareas productivas, que les serán arrebatadas cuando vuelvan los hombres. Y todo ello en noventa páginas exquisitas.

¡Cuidado, Norberto, ya llegan los boches!
Arrastrándose boca abajo hacia el primer refugio que encontraron, lograron ocultarse bajo una zapa a unos metros bajo tierra, y fue entonces cuando a las balas y a los proyectiles se sumaron los gases, toda clase de gases cegadores…