No hay lectura que no haga, ya sea novela, poesía o teatro; en la cual no me asalte la misma duda: ¿es esto arte? ¿o no llega a serlo y no es más que un arduo trabajo casi estéril de una persona que puso gran interés e incluso emoción, pero sin tocar con sus dedos el arte? ¿o lo que es peor, no es más que un fraude de alguien que viendo cómo se las juega el mercado se afana en vender por liebre falsos gatos? ¿O es simple entretenimiento?
También me pasa con el resto de las artes ya sea pintura, escultura o arquitectura. Es que no me dirán que no hay auténticos mamarrachos, rodeados de incondicionales, en paredes de los mejores museos del mundo. ¿Es esto arte? ¿Es artesanía? ¿Me están tomando el pelo?
Yo no pediría que el arte fuera como la aritmética, exacta; pero, al menos, poder ser capaces de identificarlo en alguna medida, más que nada para ser más libres en nuestras elecciones entre el arte, la artesanía, la emoción, el sentimiento y el puro entretenimiento.
El arte no cuenta con esas cualidades exactas de identificación, y sufre aterido de un manoseo constante por todos aquellos que viajamos en los sueños, en la realidad o en los sentimientos, ya vivan en los subconscientes colectivos o individuales de cada persona; a veces, la pérdida de valor artístico se achaca al mercado que todo lo contamina, otras veces a la poca preparación que tenemos los lectores y espectadores y, otras, a una cultura de masas en contraposición del clasismo de la cultura con mayúsculas.
Esta situación no se hubiera dado nunca en la novela sin la aparición del cine, arrastrando público y reduciéndose en una cantidad desproporcionada la cantidad de lectores de la novela decimonónica. Por tanto, en el cine tiene lugar una rápida realización de productos de consumo.
Pero, hete aquí, que en la segunda mitad del siglo XX aparece la televisión y tiene lugar un fenómeno parecido. Muchos espectadores de las salas de cine se dirigen a los productos televisivos y el cine recurre entonces, dándoles más libertad, a grandes creadores, como Ford, Huston, Zimmermann, Preminger o Hawks; ese tipo de gente que cogió el cine y lo cambió a una forma de arte, de suprema inspiración. Es la época dorada del cine.
Pero, a la televisión pronto le salió también un duro enemigo. Eso tiene la modernidad, que pasa sus veloces días creando enemigos contra todo y contra todos. Y apareció internet y una nueva clase de entretenimiento que está surgiendo con mucha fuerza; y entonces la televisión, ante la pérdida de su público, se vuelca en nuevos creadores, con más libertad, y aparecen las grandes series, de sofisticada producción y calidad, de suprema inspiración.
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