lunes, 21 de septiembre de 2020

IMAGINA QUE EL ARTE HA MUERTO

No hay lectura que no haga, ya sea novela, poesía o teatro; en la cual no me asalte la misma duda: ¿es esto arte? ¿o no llega a serlo y no es más que un arduo trabajo casi estéril de una persona que puso gran interés e incluso emoción, pero sin tocar con sus dedos el arte? ¿o lo que es peor, no es más que un fraude de alguien que viendo cómo se las juega el mercado se afana en vender por liebre falsos gatos? ¿O es simple entretenimiento?

También me pasa con el resto de las artes ya sea pintura, escultura o arquitectura. Es que no me dirán que no hay auténticos mamarrachos, rodeados de incondicionales, en paredes de los mejores museos del mundo. ¿Es esto arte? ¿Es artesanía? ¿Me están tomando el pelo? 

Yo no pediría que el arte fuera como la aritmética, exacta; pero, al menos, poder ser capaces de identificarlo en alguna medida, más que nada para ser más libres en nuestras elecciones entre el arte, la artesanía, la emoción, el sentimiento y el puro entretenimiento.

El arte no cuenta con esas cualidades exactas de identificación, y sufre aterido de un manoseo constante por todos aquellos que viajamos en los sueños, en la realidad o en los sentimientos, ya vivan en los subconscientes colectivos o individuales de cada persona; a veces, la pérdida de valor artístico se achaca al mercado que todo lo contamina, otras veces a la poca preparación que tenemos los lectores y espectadores y, otras, a una cultura de masas en contraposición del clasismo de la cultura con mayúsculas.

Ricardo Piglia a quien he seguido tras las huellas de Borges, mantiene la teoría de que la novela del siglo XIX, hasta cierto punto, era un entretenimiento para la mayoría de los lectores, esa mayoría que maneja el mercado; posteriormente, surge el cine en el primer cuarto del siglo XX, y ese público mayoritario desembarca en sus salas, abandonando en cierta medida la novela, lo que da pie a la aparición de los grandes narradores de principios de ese siglo como Joyce, Kafka o Proust, de suprema inspiración.

Esta situación no se hubiera dado nunca en la novela sin la aparición del cine, arrastrando público y reduciéndose en una cantidad desproporcionada la cantidad de lectores de la novela decimonónica. Por tanto, en el cine tiene lugar una rápida realización de productos de consumo.

Pero, hete aquí, que en la segunda mitad del siglo XX aparece la televisión y tiene lugar un fenómeno parecido. Muchos espectadores de las salas de cine se dirigen a los productos televisivos y el cine recurre entonces, dándoles más libertad, a grandes creadores, como Ford, Huston, Zimmermann, Preminger o Hawks; ese tipo de gente que cogió el cine y lo cambió a una forma de arte, de suprema inspiración. Es la época dorada del cine.

Pero, a la televisión pronto le salió también un duro enemigo. Eso tiene la modernidad, que pasa sus veloces días creando enemigos contra todo y contra todos. Y apareció internet y una nueva clase de entretenimiento que está surgiendo con mucha fuerza; y entonces la televisión, ante la pérdida de su público, se vuelca en nuevos creadores, con más libertad, y aparecen las grandes series, de sofisticada producción y calidad, de suprema inspiración.

Igual es cierto que la calidad artística es clasista porque siempre llega a los campos del arte cuando la masa los abandona, y deja de ser sólo entretenimiento, para convertirse en arte y entretenimiento de una minoría.

¿Dónde estamos ahora? La novela como arte, el cine como arte, la pintura como arte, la escultura como arte, la arquitectura como arte. No todo lo que se pinta es arte, no todo lo que se escribe es arte, no todo lo que se esculpe es arte. Es más, posiblemente casi nada de lo que se escribe, se pinta o se esculpe es arte; y para colmo seguro que son muy pocos los que lo hacen y lo entienden, una mínima élite que demuestra cada día que el arte no es global ni mucho menos democrático.

O, peor todavía, imagina que Arthur Danto tenía razón y el Arte ha muerto.






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