domingo, 7 de abril de 2024

FÉLIX GRANDE, ENTRE LUIS ROSALES Y LA MUERTE DE FEDERICO GARCÍA LORCA

A Félix Grande lo vi por primera vez en una Antología poética de autores del 50, y me enseñó que donde fui feliz alguna vez no debiera volver jamás: el tiempo habrá hecho sus destrozos, levantado su muro fronterizo contra el que la ilusión chocará estupefacta. Habrá labrado, paciente, tu fracaso mientras faltabas, mientras ibas ingenuamente por el mundo conservando como recuerdo lo que era destrucción subterránea, ruina.

Pero por el azar, que en palabras de Cortázar, hace muy bien las cosas, mis pasos que no siempre iluminan mi camino me llevaron a vivir a la calle Alenza, junto a una saga de poetas irremediablemente sacudidos por los versos; la saga Grande-Aguirre; los Félix, Francisca y Guadalupe. Y he continuado muchos años cruzando su calle varias veces al día.

Ya saben que mi juventud y adolescencia fueron muy lorquianas, empecé con el Romancero Gitano y el Poema del Cante Jondo y su aflamencada y gitana forma octosilábica que llenaba algunos rincones del arte de Sanlúcar. Y, rápido, me hice con ese Libro de poemas, lleno de versos de adolescencia y juventud, como yo era entonces, con portada e ilustraciones del mismo Lorca que he buscado luego por todas las exposiciones. Empecé a vestir mi universo Lorca viajando por los mismos lugares que él en sus Impresiones y paisajes cuando preparaba mis oposiciones a la Academia General Militar de Zaragoza; y así, para no aburrirles, fui recolectando cuanto escribió o a todo aquel que escribía sobre Federico. No me ahorré García Lorca ni en las páginas de Marcelle Auclair, ni de Ian Gibson, ni de Gerald Brenan ni de la maleta de Penón; de nadie.

Por eso, al final, no había más remedio que llegar a la fuente de las lágrimas, donde hay un manantial que se llama Aynadamar, recogido por una acequia del mismo nombre que despacio lleva sus claras aguas a El Albaicín. Y allá cerca de la Fuente Grande, antes Fuente de las Lágrimas, fue fusilado Federico, quizás uno de los más grandes poetas en español de todos los tiempos. Y cuando uno habla de la muerte de Federico, habla de Granada, habla de la calle Angulo y termina hablando de Luis Rosales, otro gigante de la poesía, que ha sido perseguido por la maldad hasta lugares inconcebibles.

Al mejor poeta español de la segunda mitad del siglo XX, Luis Rosales lo ha perseguido la calumnia durante toda su vida, y de como lo persiguieron hasta la muerte por defender a Federico, hecho que casi le cuesta la vida, es donde entra a jugar Félix Grande. Fue en el año 1987. En ese tiempo la calumnia, que todo lo impregna porque comienza con una falsedad interesada y termina con una sangrante mentira impuesta por los Hunos y por los Hotros, había hecho su trabajo y había impuesto una cruz que no merecía a un hombre bueno.

No había nadie entonces, entre los que me incluyo, que no hubiera oído y casi creído que Luis Rosales era cómplice del asesinato de Federico García Lorca. Como Félix Grande, desconocía yo entonces que desde la infancia de las comunidades, desde los primeros pasos vacilantes de la formación de las culturas de los hombres, una de las formas de peste que con mayor furor atentan contra la vida es la calumnia; es una peste consuegra de la muerte porque atenta contra el lenguaje, es decir, contra la verdad, que es como decir contra la dignidad de la vida.

Félix Grande me enseñó, en aquel lejano 1987, con cuanta dignidad llevó ese hombre, ese gran poeta Luis Rosales, sobre la espalda su testaruda lágrima, con qué profunda dignidad soportó el peso de la difamación. Una difamación que venía de todos lados, del propio Régimen que no quiso nunca abrir un debate sobre la muerte de Lorca, y esa izquierda ciega, de antes y de ahora, a cuanto no fuera su propio interés a futuro, sin importarle la libertad individual, basada en la verdad; porque no aceptar la verdad histórica, como pedía Rosales, no es haberlo matado, sino seguir matándolo. Pero que no les quepa duda de que a Luis Rosales lo quieren y lo defienden muchas gentes, entre ellas bastantes comunistas.

Lean, si no, lo que escribió de él Pablo Neruda, que poco tiene de reaccionario en 1972:

¿Qué decir de Luis Rosales a quien conocí naranjo, recién florido en aquellos años treinta, y que ahora es grave poeta, exacto definidor, señor de idioma? Ahora lo tenemos lleno de frutos exigente y fecundo. Atravesó este mortal antipolítico el momento desgarrador en Andalucía y se ha recuperado en silencio y en palabra. Salud! Pablo Neruda. París 1972.

Alguien dirá que por qué, precisamente ahora, vuelvo a aquel lejano 1987 y a retomar la muerte de Lorca; pues, porque andando por la biblioteca del Cuartel General del Ejército en el anaquel C-II-35 he vuelto a ver aquel libro de 1987 que leí en una ya lejana Academia militar. Y me ha alegrado saber que todavía aquel Félix Grande de los Cuadernos Hispanoaméricanos sigue luchando bravío por la verdad; y también que un militar de aquellos años creyera conveniente que La Calumnia, ese libro, viviera latiendo en esa biblioteca más dada a temas guerreros.

Y me he vuelto a imaginar a Luis Rosales, que volvió del frente a la primera noticia, corriendo al Gobierno militar de Granada y cogiendo por el cuello a Ramón Ruiz Alonso y preguntándole por Federico en una pelea desigual. Y, luego, entrando en el despacho del comandante José Valdés pidiendo que soltaran a Federico, cuando ya lo habían fusilado, y fue amenazado por el gobernador militar con que se anduviera con cuidado que fusilar era fácil en aquellos tiempos. Tampoco olvido a los muchos republicanos cuya vida salvó la familia Rosales, pasándolos a zona republicana desde Granada. A Federico se le insinuó esa posibilidad que rechazó.

Pero ahí sigue la calumnia y los calumniadores haciendo su trabajo; y también ahí sigue, en el estante C-II-35 de la biblioteca, para quien quiera leerla, La Calumnia de Félix Grande serena, bien armada con palabras, pruebas y vida latiendo y sabiendo que el futuro es de los libros y del arte, todo lo demás desaparecerá.

En cada misión, desde entonces me llevo un libro de Luis Rosales, que me llena de poesía los segundos y las lejanas geografías.