domingo, 21 de agosto de 2016

¡GIRONDO!: SI NO SABEN VOLAR, PIERDEN EL TIEMPO LAS QUE PRETENDEN SEDUCIRME

Fui joven y estudié las formas y el continente, desechando el contenido, con la precisión de un imaginero que se dedica a tallar cuerpos y sus pormenores. Ahora, que he aprendido algo con el tiempo y los errores, no se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija.

Ahora que he visitado medio mundo, y sus países, en algunos de los cuales se podían comprar cuerpos enteros por unos cigarrillos, que cumplían la soez función de sustituir al papel moneda; otros, en los que nada era gratis ni siquiera el amor; o aquellos, en los que los seductores se vestían de tristeza, que es la mayor forma de corrupción que he visto, le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida.

Ahora, diferencio perfectamente la diversión y la risa del tedio y la rigidez a cambio de tocar un cachito de piel que nadie merece por perfecto. Desecho, como si nunca los hubiera vivido, aquellos tiempos, obligado a ser quien no era; una simple pretensión absurda que siempre me impidió llevarla a cabo, con limpieza, el deshonesto trabajo de evocar los recuerdos; que no necesitan ayuda porque los recuerdos que nos persiguen normalmente se evocan solos. Por eso, ahora, cuando veo a una mujer soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!

Es una ley matemática del maldito Oliverio Girondo que le arrebató una sirena vikinga al joven escritor, amigo de Carriego, que pasaba sus días en el zaguán junto a la puerta cancel de la casa de la calle Palermo leyendo.

¿Qué me importaba a mí lo que le pasase a tres escritores argentinos que andaban con los sentimientos entrelazados? Lo único cierto es que la ley matemática que esta más alejada del fraude es la risa y el verbo, pues las formas se esconden en perplejas emociones de los sentidos fácilmente engañosas que juegan como un tahúr con olores, visiones y tactos; que se compran o se venden, que da lo mismo, donde manda el comercio. Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

No sé si te entendí bien, Girondo, porque no es fácil ser un poeta de vanguardia y pretender que te entiendan, pero esto es lo que me sale en la sed, en el ser, en las psiquis, en las equis, en las exquisitísicas respuestas, en los enlunamientos, en lo erecto por los excesos lesos del erofrote etcétera…; o en el bisueño exhausto del dame toma date hasta el mismo testuz de tu tan gana, en la no fe que rumia, en lo vivisecante, los cateos anímicos, la metafisirrata, en los resumiduendes del egogorgo cósmico, en todo gesto injerto, en toda forma hundido polimellado adrroto a ras afaz subrripio cocopleonasmo exotro.

Yo también envidié, Girondo, que Norah Lange supiera volar y, ¡encima, era pelirroja!



lunes, 8 de agosto de 2016

DÍAS Y VIAJES, AQUELLA VISITA A PAUL BOWLES

Coincidí con Paul Bowles preparando un viaje a Ítaca allá por el año 1990 o antes, que no recuerdo bien porque decidí olvidar las fechas y retener los momentos.

Mi viaje a Ítaca es una larga historia que comenzó como un diario; y que terminó dominada completamente por la ficción en esos límites de la realidad fácilmente conquistables cuando la verdad se convierte en insuficiente para expresar lo que queremos decir.

Los diarios se llenan fácilmente de trivialidades y es necesaria la invención para que parezcan reales. Además nunca escribimos para reflejar cómo somos; sino cómo queremos ser y cómo queremos que nos vean los demás.

Mi viaje a Ítaca, realidad o ficción, fue parte de una promesa y, algún día, tal vez lean esa historia.

- Tú y yo sabemos que nunca llegaré a Ítaca. Ya no podré visitar los emporios de Fenicia ni las ciudades del Egipto. Es tarde.

- Tú y yo iremos a Ítaca. Viajaremos por el Egipto, por el Líbano, por Túnez, por Libia, por Siria; y por Turquía cruzaremos el Helesponto, yo lo haré a nado; y del Peloponeso a Ítaca.

Ella tira a Paul Bowles y a su Cielo Protector lejos de la cama. Con los pies, también, arroja al suelo, lejos del edén que conforman las sábanas y su cuerpo, las enciclopedias; quiere que salgamos del mundo y me toca con sus manos buscando ese lugar donde sólo el deseo existe. Se quita el pañuelo pirata que tapa su cabeza y yo toco esa cabeza desnuda y suave, la misma que tocaría su madre en el momento de su nacimiento, por esos lugares en que su enfermedad se da a conocer en los bordes del cuerpo; con la apariencia, como un buen estratega, de detenerse por dentro y atacar la superficie.

- Nuestra primera parada será Tánger, allí estaremos un día, la Tánger internacional. Hay que preguntar por la casa de Mariquita, la sombrerera, ella nos dirá dónde vive esa tal Juanita Narboni.

- Me duele todo.

Esa tal Juanita Narboni me llevó hasta Paul Bowles. “No sé por qué quieren visitar a ese americano loco, lleno de atrevidas costumbres; su mujer anduvo liada con su sirvienta; él, vaya satanás a saber con quién; ay, Virgencita. Juanita Narboni vive atrapada por ella misma, como su creador Ángel Vázquez, que bien pudo haberse enamorado de mí cuando llegué a Tánger.

 A todos los escritores que conozco les pregunto por qué escriben. Paul Bowles, que es un cínico, extranjero en todas partes, esboza una media sonrisa a izquierda, y me contesta por todos sin referirse a él: primero debo decirte que las preguntas que empiezan con “por qué” no se pueden responder con inteligencia ni veracidad; pero te diré que muy pocos escritores aducen necesidad económica como razón por la que ejercen su profesión. Pero la mayoría dan a entender que los impulsa a escribir una fuerza interior irresistible. O la búsqueda de la miserable inmortalidad.


Yo le dije que lo mío viene de lejos; y que culpo de mi adicción a la escritura a don Ramón Asquerino Fernández; también le comenté que siempre he preferido la lectura a la escritura y que no evoco a la inútil y eterna corrección de borradores la publicación de lo que hago.

- Si sigues así te convertirás en un charlatán pedante- me dijo con sorna; para continur hablando- esa mujer está muy pálida, yo tú la llevaría a un hospital.

-  Últimamente no sale de ellos.

- Hubiera sido mejor ir a Ítaca en avión.

- Queríamos que nuestro viaje fuera largo.

- Tiene toda la pinta de que va a ser tan largo,que ella se va a quedar aquí para siempre- y siguió hablando- ¿Sabes? No hay tarde en la que no reciba la visita de alguien a quien no he visto nunca, ni probablemente vuelva a ver. Éste es un problema grave de hace solo uno o dos años.

- Hoy soy yo esa persona. Pero debe reconocer que la culpa es solo suya; si no llega a publicar nada, nadie hubiera llegado hasta aquí. ¿Por qué lo hizo?

- Quedamos mañana en la estación; iremos a Boussif- dijo sin contestarme.

Durante nuestro viaje en tren siguió hablando de su experiencia en África: el musulmán piensa del comunismo más o menos lo mismo que el hombre de ciudad piensa de la fiebre aftosa: es una seria enfermedad pero él no corre peligro de contraerla; bajo la protección del Islam se siente a salvo de ella.


- Tal vez cuando la tenga, no la haya sentido antes y ya sea tarde- le digo

- Más bien al contrario- me contesta.

Y continúa hablando:
- Quien está enferma es esa mujer que te acompaña,

- Lo sé, está muy enferma.

- Parece mucho mayor que tú.

- También lo sé. Se ha quedado muy delgada, pero mantiene algo de sus formas hermosas. Y su cara es bonita. Retiene trozos de belleza con cada paso y me parece que nuestro viaje a Ítaca va a diluirle los fragmentos de sufrimiento que también destila por su carne. Porque ella, como todos nosotros, vamos repartiendo alegría y dolor a todos aquellos con los que nos tropezamos. Esta es una larga historia- le digo- y ella me ha emplazado a que la escriba para dentro de treinta años, así que ahora no puedo contarle mucho.

- Dentro de treinta años terminarás inventándolo todo.

- Lo sé; pero treinta años pasan volando.

Cambio de tema preguntándole que qué tal Tánger ahora.
- El aire y el viento son todo lo que queda de Tánger- me contesta mientras las secas colinas pasan amarillas por la ventanilla del tren.

Ella se ha quedado dormida, mañana le toca una dura sesión de quimio; pero recordará perfectamente esta noche pasada, cuando estuvimos con Paul Bowles en Boussif, camino de Ítaca y ella no paró de hablar de libros y viajes.