martes, 23 de enero de 2024

LLENANDO BARRILES DE ODIO



Pues era del tiempo la estación florida que, según Góngora, quiere decir que era por mayo; y corría, o se arrastraba, el año 2009. Y era Líbano, después de la guerra que dio comienzo en el año 2006. Yo no llevaba mucho tiempo allí; pero, pronto, me iba a dar cuenta de que el principal oficio de los Hunos y la respuesta de los Hotros era que las fábricas siguieran, sin fin, llenando barriles de odio.

Que el odio es un veneno que recrea en sus laboratorios la violencia lo saben bien los terroristas, y nunca beneficia a la sociedad. Allí, en esas tierras dolorosas, hay eficaces laboratorios de violencia.

Es más, cuando el tiempo que arrastra su rastrillo de desmemoria va haciendo poco a poco su efecto, si no cicatrizante, al menos, mitigador; rápidamente, los guardines del terror echan mano de ese arma que se llama violencia definitoria para provocar el efecto venganza y que los barriles de odio vuelvan a llenarse. Sin saber, como escribe Rosalía, a orillas del Atlántico, que no hemos nacido para odiar sin duda. O como nos cuenta la Dickinson al oído, que no tenemos tiempo para odiar, porque la tumba nos lo va a impedir, porque no alcanza la vida para saciar esa enemistad.

Lo que ocurre es que hay lugares donde viven auténticos profesionales llenadores de barriles de odio. Y mira que yo viví en un lugar, donde llenadores profesionales de barriles de odio, con serpientes y hachas, me asesinaron a cuatro amigos. Pero, esos criminales no consiguieron convertir los barriles de dolor y miedo con tanto crimen abyecto en barriles de odio. Eso sí, llenaron barriles de dolor en el alma y en los hogares de las víctimas y barriles de miedo en la sociedad.

Sólo la Justicia es capaz de que los barriles de dolor y de miedo no se conviertan en barriles de odio. La sociedad española entendió que no era momento para una espiral de odio que es el juego al que juegan con sangre los asesinos y su violencia. Pero, en los lugares donde no hay justicia, sino dolor por un lado y venganza por otro: ¿Qué ocurre?


Pues, como contaba en el primer párrafo de estos pensamientos antes de que se fueran liando las madejas, era aproximadamente el mes de mayo y tuvimos que ir a El Adeisse, creo, a inaugurar un hermoso jardín para niños construido con fondos internacionales. y mientras se celebraban los actos con gente importante hablando de paz me senté en una barandilla donde acudieron varios niños. Me saludan, los saludo; me sonríen, les sonrío y casi sin anestesia uno de ellos me pregunta: «¿Odias Israel?» Rápido respondí que yo amaba Líbano. Volvió a hacerme la misma pregunta: «¿Odias Israel?».

Y recordé a Borges, no se sorprendan. Lo primero que me hubiera gustado era citar ese párrafo de su cuento El Sur, una explicación más o menos lógica porque el niño no me entendía cuando yo repetía una y otra vez que yo amaba Líbano, cosa que parecía no importarle: «No era el odio, era la incomprensión, pero es verdad que la incomprensión engendra el odio y que éste puede engendrar la crueldad». Así que por no hablar de El Sur le hablé de lo dañino que es el odio, también siguiendo a Borges y El Congreso: «No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz».

No era fácil que pudiera aceptar mi consejo borgiano, sobre todo porque cuando la resistencia (ellos se autodenominaban así) disparaba al vecino desde lugares habitados y el vecino respondía a lugares también habitados, la lógica incitaba a llenar las bodegas de barriles de odio porque la espiral de muerte nunca paraba. Esa es la misión del terror y de la guerra de comunicación que trae aparejada. Mis jóvenes amigos tenían su casa llena de barriles de odio que los habían convertido en esclavos, aparte de que después de que su vecino destruyera con un bombardeo sus casas o matase a algún familiar suyo, esa resistencia que inició el fuego les daba miles de dólares para que pudieran reconstruirlas y hacerlos definitivamente suyo.


Han pasado quince años y, como supongo que los barriles de odio se han ido vaciando en este tiempo, de nuevo el terror se ha encargado de que con su respuesta el vecino siga llenando esas bodegas de odio. Mantener vivo el odio de una y otra parte es la medida de la violencia.

Han pasado quince años y yo sigo amando Líbano. «Yo amo Líbano, mi amigo». Ya serás un hombre, mi amigo; y espero que en las bodegas de tu casa no haya sino amor.

Sé que apenas nos entendíamos porque la única pregunta que me hizo durante más de una hora fue ésa: «¿Odias Israel?». Yo les hablé de todo lo que pensaba sobre el odio, sabiendo que no me entendían en absoluto, incluso les hablé en español, viendo sus caras de asombro. Y pensé en Albert Camus y en que el odio, al fin y al cabo, es una mentira: «El odio es en sí mismo una mentira. Se calla instintivamente con relación a toda una parte del hombre. Niega lo que en cualquier hombre merece compasión. Miente esencialmente sobre el orden de las cosas. La mentira es más sutil. Sucede incluso que se miente sin odio, por simple amor a uno mismo. Todo hombre que odia, por el contrario, se detesta a sí mismo en cierto modo. No hay, pues, un lazo lógico entre la mentira y el odio, pero existe una filiación casi biológica entre el odio y la mentira».

Sé que hay mucha gente interesada en llenar otra vez los barriles de odio. Sabemos lo que hacen los terroristas y cual es su misión; pero, debemos ser conscientes de que la forma en la que los Estados se defienden de los terroristas importa, e importa mucho, porque si esa forma de defenderse es la violencia absoluta le hacen el juego a los adalides del terror llenando barriles de odio: contra los portadores del terror, Justicia, pero sólo contra ellos.

Han pasado quince años, mi amigo; pero, yo sólo quise decirte que el hombre que odia se detesta a sí mismo en cierto modo; y tú, tan niño, no merecías eso, porque no te hicieron libre para odiar a tu elección, sino que ese odio fue provocado por otros.