lunes, 10 de febrero de 2014

LA LENGUA Y LA PALABRA

“En el Principio fue el verbo”.

Nunca he tenido duda de que al ser humano lo tocó la gracia divina cuando le fue entregada la Palabra. No hay religión que no nos lleve por ese precepto y todas tienen como dogma que aquello que diferencia a todos los seres es la palabra de la Vida, que fue, sin duda, el primer fuego que a  Prometeo entregaron los dioses.

El azar que, como decía Cortázar, hace muy bien las cosas me hizo pasar una fría tarde de invierno junto a la fachada de la Biblioteca Nacional, no la de la calle Méjico, sino la del Paseo de Recoletos.
En la puerta de la Biblioteca estaba colgado un gran letrero, anunciando una exposición titulada La Lengua y La Palabra, que con una seducción de serpiente que conoce la debilidad humana me convenció para que dejara, por unas horas, el trabajo que me había llevado hasta allí y me adentrara en los laberintos de La Lengua y la Palabra. Ya tendría ocasión de buscar piadosas excusas por la demora.
                                            
Fue dar un paso dentro de la Biblioteca y encontrarme con Ulises: En la vida de los humanos es la lengua y no la acción la que conduce todo. La verdad, no me lo esperaba allí. Pero como es el hombre de las mil caras, el héroe que siempre vence con engaños; pensándolo despacio, bien cierto es que la palabra es su principal arma. Empezamos bien, me dije.

Sófocles, en su Filoctetes, define como nadie la elección que debe hacer todo hombre en la vida entre honestidad o inmoralidad, entre ser una persona noble o un ser ambicioso que antepone sus fines a los medios.
Ya sabemos que Ulises es el héroe por excelencia, ganó él y perdió Neoptólemo; de aquellos lodos ha nacido el hombre moderno.

Todos conocemos la historia de Filoctetes, abandonado por los suyos (idea de Ulises, cómo no) en la isla de Ténedos después de que una serpiente le mordiera un pie y ya no fuera de utilidad para el ejército griego, sino una gran molestia.
Diez años, lo que duró la guerra de Troya estuvo solo en la isla, sin ver a nadie, sin escuchar una voz, sin que con él cruzase otro ser humano una palabra. Hasta que los dioses se acordaron de este hombre enfermo y abandonado y declararon sus armas necesarias para la conquista de Troya, esa ciudad por la que han pasado todos los seres de la Tierra.

Ulises quiere llevárselo a Troya de cualquier manera, es decir, con el engaño. Pero, Neoptólemo, el hijo de Aquiles, que antepone la nobleza al actuar deshonesto se opone a engañar al enfermo; y entre todos vive La Lengua y la Palabra.

Neoptólemo: Yo, en verdad, hijo de Alertes, aquello que en conversación no me gusta oír tengo horror a hacerlo; pues soy de índole tal que no puedo hacer nada valiéndome de malas artes; ni tampoco según dicen el padre que me engendró. Pero estoy dispuesto a llevarme por la fuerza a este hombre y no con engaños; pues él con un solo pie, siendo nosotros tantos no podrá dominarnos a la fuerza. En verdad, que habiendo venido como ayudante tuyo me llamen cobarde; pero prefiero, ¡oh Rey!, no alcanzar buen éxito por proceder honradamente a triunfar con malos medios.
Ulises: De noble padre has nacido, niño, yo también, cuando era joven, dejaba la lengua ociosa y hacía obrar a la mano; más ahora al tocar la realidad veo que los hombres, la lengua, no el trabajo, es la que todo lo gobierna. (Dice Ulises que es la lengua y no el trabajo la que gobierna la realidad. Si Ulises viviera ahora sería o político o constructor, ¿Verdad? Es la lengua y el engaño quienes gobiernan al mundo)
Neoptólemo: ¿Qué es pues lo que mandas sino que diga mentiras?
Ulises: Te digo que te apoderes de Filoctetes con astucia. (El fin para él justifica los medios, y qué medios)
Neoptólemo: ¿Y por qué lo he de tratar con engaños mejor que convenciéndolo?
Ulises: Porque temo que no te crea y a la fuerza no podrás llevarlo.
Neoptólemo: ¿Tan temible es la confianza que en su fuerza tiene?
Ulises: Tiene flechas certeras que ante sí llevan la muerte.
Neoptólemo: Luego con él, ¿ni siquiera riñendo hay confianza en el triunfo?
Ulises: No, si no lo coges con engaños como te he dicho.
Neoptólemo: ¿no crees vergonzoso el decir mentiras?
Ulises: No, si la mentira nos lleva a la salvación. (Si la mentira lleva al éxito, Ulises mentirá. Hará lo que sea necesario. Es el hombre moderno y además, es todo un símbolo observar que entre todos los héroes griegos, es Ulises, el taimado, el mentiroso, el de las tretas, el que sobrevive. Los demás mueren todos, Aquiles, hombre de honor, Ayax, el hombre valiente, Agamenón cuando regresa a casa…, menuda enseñanza para el futuro dejó Homero. O a lo mejor adivinó que el alma del Hombre es como el alma de Ulises y no hay otra forma de sobrevivir)
Neoptólemo: ¿Cómo un hombre sensato se atreverá a decir eso?
Ulises: Siempre que obres en provecho propio, no debes vacilar.

Y todo eso con la primera cita de la exposición: En la vida de los humanos es la lengua y no la acción la que conduce todo. (Filoctetes, Sófocles)

Hay un lugar para la lengua en la obra Filoctetes de Sófocles que a mí me parece mágico y a la vez muy real, que es la reacción del hombre que ha pasado diez años solo y escucha la voz de un ser humano por primera vez, después de tanto tiempo. Sófocles le da a la lengua y al habla el valor que tiene. (Como escribe Octavio Paz: El mundo comienza por ser un conjunto de nombres. Más exactamente: el mundo es un mundo de nombres y los nombres son nuestro mundo. Si nos quitan los nombres nos quitan nuestro mundo”).

Así lo escribe Sófocles:
Filoctetes: ¡Oh, extranjeros! ¿Quiénes sois y por qué casualidad habéis arribado a esta isla, que ni tiene buenos puertos ni está habitada? ¿De qué país o de qué familia poder decir que sois? Por la hechura, a la verdad, vuestro traje es griego, el más querido por mí. Deseo oír vuestra voz, no me tengáis miedo ni os horroricéis por mi aspecto salvaje; sino compadeced a un hombre infortunado, solitario, así abandonado y sin amigos en su desgracia. Hablad, si como amigos habéis venido. Respondedme, que no esta bien que yo no obtenga contestación de vosotros, ni vosotros de mí.
Neoptólemo: Pues, extranjero, sabe ante todo que somos griegos. ¿Esto pues deseas saber?
En este momento, Filoctetes escucha el griego, escucha una palabra griega por primera vez en diez años. Su mundo vuelve a reconstruirse, cuando él lo creía perdido. Porque como escribe Octavio Paz, el mundo es un mundo de nombres. Y he aquí su reacción:

 Filoctetes: ¡Oh, dulcísima voz! ¡Qué consuelo oír la palabra de un hombre después de tanto tiempo!
Como leí en la exposición de la Biblioteca Nacional: fundamentalmente somos lenguaje y Sófocles lo sabía.

Anduve por la Biblioteca Nacional varias horas, y se me estaban acabando las excusas ante mi jefe porque el paso del tiempo deshace de manera exponencial cualquier invención; así que agarré el refranero y me dije: de perdidos al río y mañana será otro día, y me puse a leer la cita de Joseph Brodsky: “Ahora y en el futuro os compensará el esfuerzo con el lenguaje. Cuidad vuestro vocabulario como si se tratase de vuestra cuenta corriente… Basta con adquirir un diccionario y leerlo también diariamente, sin olvidar de vez en cuando, algún libro de poesía. Pero lo primordial son los diccionarios”.
Si él supiera, que su libro Del Dolor y la Razón se ha recorrido medio mundo…  


Pues sí, en el principio fue el Verbo, lo que distingue una cosa viva de algo que no lo es es la Palabra de la vida, y el libro con las palabras de Al-lāh (الله) fue escrito antes de la creación, y…   No hay duda de que somos La Lengua y la Palabra.





domingo, 2 de febrero de 2014

PAISAJES PARA DESPUÉS DE UNA BATALLA




Lectores de la Biblioteca Nacional: enterrados en el mausoleo de la cultura, vagáis por pasillos y salas de lectura como sonámbula hueste de espectros. Examinad la palabra Tumba inscrita en la pared, a la derecha de la entrada, Rue de Richelieu; pensad en que al cabo de un tiempo moriréis de una vez: ¿no sería mejor instilar algo de poesía en vuestras vidas, antes de pudriros también, como los libros y manuscritos que leéis, en otro vasto y crepuscular cementerio?  

 
Una vez me dio por buscar en París a ese bastardo, que Goytisolo llamó héroe, protagonista o autor; bastardo que intentó en alguna ocasión confundirse con él y lo consiguió; al menos, le echó una mano publicando unos artículos que luego el héroe aprovechó sin sonrojo proclamándolo en la dedicatoria del libro.
Merodeé por el barrio del Sentier de noche y de día, al atardecer, y al anochecer. Me senté en todos los cafés, incluso en aquellos que no le gustaban a nuestro héroe porque ahora sus nombres están escritos en árabe, ininteligibles: estaban compuestas en un alfabeto extraño y los viejos habitantes del barrio pasaban junto a ellas sin advertirlas, como si fueran monigotes caprichosos.

Llegué al número 1 de Boulevard Poissonnière, allí estaba el cine Rex. Desamparado, sin dar crédito aún a lo que veía, se volvió a la mole familiar del gigantesco cine de la esquina: ¡El Rex había desaparecido! Bueno, desaparecido no, su masa imponente permanecía en su lugar habitual, con los anuncios de una superproducción norteamericana, y la torre circular que de noche vertía cascadas de luz, ígnea como una antorcha; pero sus letras de varios metros de altura habían sido reemplazadas con signos de igual tamaño, hoscos e indescifrables… Se le ocurrió bruscamente la loca idea de que algún emirato petrolero había adquirido sin previo aviso el conjunto del barrio. Nuestro héroe está viendo que todos los cafés del Sentier están cambiando sus letreros en francés por otros en árabe. No le gusta. No le gusta nada: Tendremos que volver a la Resistencia como con los alemanes.

Goytisolo, ¿eres tú, es el protagonista o es la ironía? ¡Ah!, es la ironía. Porque lo que nuestro bastardo héroe no sabe es que los griegos llamaron planeta a todo cuanto era errante. Así que ellos conocían de sobra que todos somos nómadas porque habitamos un planeta que fue bautizado por los antiguos griegos como errante. Lo que no sabe el bastardo, que se va a perseguir niñas por los parques de París con una gabardina y un ratoncito blanco escondido, es que todos llevamos en nuestro subconsciente los más grandes viajes, las más grandes huidas y las más grandes esperanzas: que todos hemos buscado, con más o menos suerte, la Tierra Prometida, que todos hemos sido expulsados del Edén hacia una tierra desconocida, que todos sabemos que se puede tardar veinte años, como Ulises, en volver a la casa de la que partimos. Yo salí hace treinta años de la mía y todavía no he vuelto; aunque reconozco que soy mucho menos inteligente que Ulises, y es razonable mi demora.
Aunque, también sabemos que estos conflictos siempre se han solucionado con la violencia hasta hoy, y Francia no iba a ser diferente.

Vi la cúpula verdebiliosa de la Ópera, las siluetas de los rascacielos de la Défense, el perfil alastrado del mont Valérien. Los componentes sedimentados del Sentier pertenecen a la especie humana, más por razones de comodidad intelectual que por la justedad bien dudosa del término. Emigraciones de muy diverso signo han posado sus heces de modo paulatino a lo largo de un lapso de cinco o seis lustros, arrastradas allí en embates bruscos, por lejanos vendavales políticos o muchos más prosaicas razones subsistenciales: éxodos masivos, cuya reiteración ha conferido al lugar de anclaje ese aspecto multicolor, abigarrado que tanto desconcierta y aflige al núcleo original de habitantes primitivos.
Continúo paseando por París y entro en el metro, y recuerdo que nuestro héroe capaz de odiar al emigrante está enrolado en el movimiento de Liberación del Pueblo Oteka. Atentaron en el metro mediante el cómodo empleo de un empujón al primer ciudadano desprevenido apostado en el andén. Otro guiño de Goytisolo a la verdad, somos capaces de defender lo más lejano sin atender a lo más cercano

Desde luego, Juan Goytisolo no deja un mandoble sin dar. Ataca los nacionalismos, las ideologías, la justicia, las revoluciones, a todo lo que creíamos sólido, como escribió Marx, una sociedad definitivamente libre de las taras, desviaciones y prácticas revisionistas  comunes a cuantos regímenes reivindican aún, con desfachatez e impudicia, la herencia gloriosa del materialismo científico para imponer nuevas y abominables formas de opresión sobre las masas, extender sus tentáculos voraces a países vecinos, repartirse el planeta con los gángsteres de las multinacionales, ahogar por todos los medios el rayo de luz de la única revolución victoriosa y seguir el camino que conduce inevitablemente al despeñadero por el que han caído, caen y caerán siempre quienes ignoran las lecciones y advertencias de la Historia. Es la ironía total, el humor absoluto.

 Nada se puede decir contra Paisajes para Después de una Batalla, porque es capaz de defender todo y atacar todo, y dibuja al protagonista tal como solemos ser cada uno de nosotros, así que siempre tendrá razón.

No es un libro fácil de agarrar, porque Goytisolo así lo quiere, pero si lo lees varias veces y te dejas acompañar por el bastardo que imita al autor de Alicia en el País de las Maravillas en su búsqueda de niñas por los parques de París, que ve que África empieza en los bulevares, atacándole síntomas de pánico, que aboga por no quedarse ni con Stalin, ni con Pol Pot, ni con Trujillo, sino con Bela Lugosi;  y que ahora mismo, ahora mientras tú lees estas pobres letras, escribe una nota en nombre del Movimiento de Liberación del pueblo Oteka, entonces entenderás un poco más cómo de deplorable es este mundo y porqué rueda tan siniestramente.

Después de varios siglos de silencio sobre el genocidio del pueblo Oteka, exterminado por hordas tártaras, hemos decidido pasar a la acción.



No tengo más remedio que decirlo, esta semana se me han muerto José Emilio Pacheco y Félix Grande, dos gigantes de la poesía. Maldición, se están muriendo los mejores. Goytisolo, por Dios, tú no te mueras, que al final sólo nos van a quedar los autores de best-sellers, y qué va a ser de nosotros.