domingo, 7 de julio de 2019

AQUÍ HAY MUCHA PUTA Y MUCHO HIJO DE PUTA


Y Miguel cogió una tiza y escribió, sobre la pizarra del iluminado salón del Palacio de los marqueses de Heredia Spínola, una frase que definía, con trazo exacto, todas las retaguardias guerreras que alejadas del frente, de la lucha y de la sangre valiente van vestidas con brillantes uniformes o monos bien planchados y llevan al cinto relucientes y bruñidas pistolas que desconocen la existencia del calor, del polvo, de la arena, de la trinchera y del miedo que no sea ajeno.

Una retaguardia, que llena de fiestas y sensible a los buenos almohadones y que cuando oían que se acercaba el enemigo siempre tenía en su mano la lista de asientos en un avión o en un coche para alejarla del frente, ponía enfermo a Miguel: "Aquí lo que hay es mucha puta y mucho hijo de puta", volvió a escribir. Neruda, desplegó toda su cobardía en la guerra con fama de luchador; León Felipe no se quitaba, ni para dormir, el abrigo de pieles del Duque de T´Seclai, a quien previamente habían fusilado, ese León Felipe tan alejado de las trincheras y al que sólo se le veía en los observatorios rodeado de generales, pero dibujando ya su fama de poeta del exilio; Alberti, un soldado de salón, mal pintado en su Arboleda Perdida; o ese Malraux tan acostumbrado al posado fotográfico; o Bergamín con un comportamiento, "a paseo", no todo lo éticamente deseable. María Teresa León, sintiéndose señalada por las palabras a tiza del salón, dicen que abofeteó a Miguel. En esa retaguardia de fiestas también estaban todos los poetas menores, y cobardes mayores, disfrutando de la guerra; "Pues nunca vivimos mejor, ni fuimos más felices que contra Franco".

A Neruda lo leí del derecho y del revés; y, con quince años, dos veces, su Confieso que he vivido, quería ser como él. A León Felipe en Zaragoza, lo perseguí como poeta del exilio y me compré dos Antologías y Los Versos del Merólico, no sin antes poner el librero cara de asombro a causa de que un tipo con uniforme y gorra de plato pidiera en esos años a León Felipe. "No es para mí, es un encargo"; lo tranquilicé. Las fotografías de Alberti, la comunicación poética hecha guerra e imagen, me pareció en un tiempo sublime. Desde que leí su Arboleda Perdida, siempre soñé los libros de memorias como el suyo. Pero entonces llegó Miguel y en una pizarra escribió: "Aquí lo que hay es mucha puta y mucho hijo de puta".

Miguel venía de las trincheras, venía de sentir cómo los soldados pasaban hambre y miedo, de sentir el frío; mientras allí se abrigaban y comían en una celebración digna de los palacios zaristas con cojines de terciopelo y abrigos de visón. "Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta".

Desde ese día, hace 25 años que me crucé con Las Armas y Las Letras de Trapiello, cuentan que Miguel ya no tuvo un asiento en las listas de aviones y coches preparados por los valientes soldados de la retaguardia, con pistolas siempre limpias al cinto, sus uniformes planchados y con los abrigos de los marqueses de Spínola y el Duque de T´Seclai. Desde ese día, Miguel estaba condenado. Con ellos no saldría Miguel de España, que no apartó de sí ese amargo cáliz. A Miguel, como a todos los demás los dejaron atrás, solos y perdidos, con un carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida que sostenía un vuelo y un brillo alrededor de sus vidas.

Pero lo que nadie olvida es de que hubo un lugar en la retaguardia de una guerra donde había muchas putas y mucho hijo de puta. Desde entonces los libros de memorias desde La Guerra de las Galias hasta La Arboleda Perdida me han parecido bastante menos reales que las aventuras de Ulises en La Odisea, con sus sirenas, sus Polifemos, su Circe o el país de los Lestrigones. 

Unos días más tarde vi salir del decomisado Palacio de los marqueses de Heredia Spínola al periodista comunista cubano Pablo de la Torriente mientras gritaba: ¡Qué vergüenza, yo me vuelvo para el frente! A los dos días lo mataron. Ya nadie se acuerda de él, ni de mí.



3 comentarios:

  1. La escena debió de ser memorable.
    Saludos, Norberto.

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  2. Gracias, Esther. Cierto, debió de ser un momento sublime. Uno de esos momentos que fotografían el alma de los poetas, y que pintó a Miguel Hernández como uno de los poetas que vivió la Guerra Civil con la poesía, con el alma y con el cuerpo; mientras otros la pintaron solamente con la poesía.

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  3. Ahora se entiende muchas cosas, siempre luchan los de siempre.

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