sábado, 27 de abril de 2013

EL PRINCIPITO EN LA TIERRA DE LOS HOMBRES


Yo conozco la soledad. Tres años de desierto me han enseñado cómo sabe. Allí no da miedo dejarse la juventud en una tierra mineral. Lo que parece envejecer, lejos de uno, es el resto del mundo. Los árboles ya han dado sus frutos, las tierras se han cubierto de trigo, las mujeres ya son hermosas. La estación avanza, habría que darse prisa en volver... La estación avanza, pero uno se encuentra retenido muy lejos... Y los bienes de la tierra resbalan entre los dedos como la fina arena de las dunas.

(Tierra de los Hombres - Antoine de Saint Exupéry)

                                    

Nadie puede ignorar que cualquiera que haya estado mucho tiempo en un entorno hostil, alejado de la seguridad de su acostumbrado mundo, conoce el sabor de la soledad. Porque la sensación de soledad no llega de pronto, como llega el viento del desierto, sino lenta como se mueven las dunas. Ésa es la prueba de que habitamos un planeta errante.

Es en esos momentos de soledad cuando uno se fija en un estanque que mantiene relaciones con la luna y nos revela ocultos parentescos, pero yo he descubierto otros signos de esa relación. En soledad da tiempo a pensar de todo. A veces es necesaria, otras es una cárcel; y no es fácil administrar las dosis precisas de soledad para que nuestra alma crezca y se haga fuerte para esos momentos que todos vivimos alguna vez, ya sea en un desierto, en el mar, dentro de un barco o en una ciudad prisioneros de las propias paredes de nuestra casa.

No crean que yo, en algunos momentos, no he oído en la oscuridad, a miles de kilómetros de casa, viendo el cielo lleno de estrellas en la noche, a alguien  que me llamaba, diciendo: Por favor..., ¡dibújame un cordero!

Y me he dicho: ¡Aquí está!, ¡sabía que algún día aparecería!
La prueba de que el Principito existió es que era encantador, que reía y que quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que existe.

Me pareció un buen momento para hablar de mi pasado y me dio por contarle de dónde venía yo, dónde estaba mi casa y lo que había dejado atrás:

Pues, así es, le dije, he terminado por ir a cualquier parte. Derecho, siempre adelante. Y él me contestó: Derecho, siempre delante de uno, no se puede ir muy lejos. No pude menos que darle la razón porque, hasta conocerlo, yo había vivido de esa manera, intentando conseguir mil metas, a veces a precios insoportables, sin administrar ninguna paciencia ni calma, sin saborear los momentos de dicha, que siempre hay algunos; porque no tenía tiempo, como ese loco conejo al que persigue Alicia. Y persiguiendo a un conejo loco sólo es posible terminar la vida en la fiesta de cumpleaños de un sombrerero chiflado.

Por eso, creo que no es malo que un día, aunque suframos, quedemos atrapados en algún desierto: bienaventurado también este Sáhara, en el que el día y la noche balancean a los hombres de una a otra esperanza con toda naturalidad.

Me he pasado la vida haciendo exámenes, memorizando manuales sobre los que después era preguntado palabra por palabra, usando el único atributo de la memoria, y me he dado cuenta, en un desierto, y abriendo un libro de Saint Exupéry, que después de andar estudiando, a diestro y siniestro, fueron pocos los sabios que intentaron enseñarme a pensar: Se creía que para hacerlos crecer bastaba con vestirlos, alimentarlos, satisfacer todas sus necesidades. Si se les instruye bien, ya no se los cultiva. Quien crea que la cultura se basa en recordar fórmulas tiene una opinión muy triste de ella. Un mal alumno de matemáticas específicas sabe más sobre la naturaleza y sobre sus leyes que Descartes y Pascal. Ahora bien ¿es capaz de llevar a cabo los mismos recorridos espirituales? Hay pocas escuelas donde enseñen a pensar, es más fácil o más "prudente" enseñar a estudiar de memoria reduciendo el apredizaje a un único texto. Un poco triste. Menos mal que yo conocí a un pequeño sabio de 7 años que venía del asteroide B 612, o de la China, y me llevó a un libro en el que venía escrito que sólo seremos felices cuando seamos conscientes de nuestro papel, incluso del más discreto. Sólo entonces podremos vivir en paz y morir en paz, pues lo que da un sentido a la vida da un sentido a la muerte.

El Principito me contó que había conocido un rey que sólo sabía dar órdenes, pero que no parecía feliz; y también a un geógrafo que no había salido de los sesudos volúmenes que estudiaba, sin haber visto un amanecer y sin haber ido a buscar las Montañas de la Luna en el África, que tampoco parecía feliz; y a un hombre que compraba y hacía negocios con las estrellas por el mero hecho de poseerlo todo, cuando en realidad no tenía nada, y que tampoco parecía feliz; y que conoció a un vanidoso, y a un borracho, y... Para, para, Principito, le dije, son suficientes ejemplos, si sigues así, voy a terminar encontrándome yo mismo entre algunos de los ejemplos de infelicidad que citas; que siempre hay por donde rasgarlo a uno. A eso se le llama ser humano, Principito.

Ser humano..., ¿acaso era humano lo que estaba leyendo en aquellos momentos en la Tierra de los Hombres? No, no lo era en absoluto, querría no tener que recordarlo, pero no tengo más remedio, quien ha tenido un roce con la esclavitud tiene que contarlo, tiene que denunciarlo, porque es su deber:

El orgullo del esclavo es la brasa de su señor.

Yo conocía a aquellos esclavos. Entran en la tienda cuando el jefe ha sacado de su caja de tesoros el hornillo, el hervidor y los vasos; de esa caja repleta de objetos absurdos, de candados sin llaves, de floreros sin flores, de espejos de cuatro chavos, de viejas armas, y que vistos así perdidos en la arena, recuerdan los restos de un naufragio.
Entonces, el esclavo, mudo, carga el hornillo con ramitas secas, sopla sobre la brasa, llena el hervidor y mueve,. Para unas tareas de niña pequeña, unos músculos capaces de arrancar de cuajo un cedro. Está sosegado. El juego lo ha cautivado: hacer el té, cuidar de los dromedarios, comer.

Apenas se acuerda de la hora del rapto, de aquellos golpes, aquellos gritos, aquellos brazos de hombre que lo arrojaron a su noche actual. No se siente desgraciado, se siente enfermo. Al final se acercan humildemente a la vida y con un amor mediocre construyen su felicidad. Les ha parecido cómodo abdicar, convertirse en siervos y participar de la paz de las cosas. El orgullo del esclavo es la brasa de su señor.

El esclavo nunca está encadenado. ¡Qué poco lo necesita!

Sin embargo, un día, lo liberarán. Cuando sea demasiado viejo para valer su comida o su vestido, le concederán una libertad desmesurada. Durante tres días se ofrecerá, en vano, de tienda en tienda, cada día más débil, y al final del tercero, prudente como siempre, se tumbará en la arena. Los he visto así en Juby, muriendo desnudos. Los demás convivían con su larga agonía, pero sin crueldad. Todo aquello se hacía con naturalidad. Era como si le dijeran : "Has trabajado bien, te has ganado el sueño, vete a dormir".
No me he resistido a contarlo todo porque, sin duda, ese tipo de situaciones siguen dándose en muchos lugares del mundo sin necesidad de que ocurran en lejanos desiertos. No hace falta llevar colgadas las cadenas para convertirte en un siervo.    

Decidí cambiar de tema, ¿qué buscas?, le pregunté al Principito. Busco a los hombres, me contestó. Los hombres, le dije, tienen fusiles, pueden ser peligrosos. Seguro que no todos son peligrosos, me contestó, con algunos se podrá incluso reír y crear lazos. Sí, a lo mejor, no hay porqué ser tan pesimista. Aunque nunca viene mal aprender a defenderte. El desierto es bello, agregó. Sí, le dije, muy bello.

Seguí leyendo Tierra de los Hombres y pensé que las palabras que estaba leyendo habían sido escritas el día antes:
Pero hoy, el respeto al hombre, condición de nuestra ascensión está en peligro. Los crujidos del mundo moderno nos han sumido en las tinieblas. Los problemas son incoherentes, las soluciones contradictorias. La verdad de ayer está muerta, la de hoy, aún por edificar. No se vislumbra ninguna síntesis válida. Cambia la ciencia y el progreso a una velocidad vertiginosa, pero no cambia la filosofía, la poesía del alma, ni los problemas del espíritu. Puede que algo no vaya bien.




La primera foto es de Argentina, la patria de Borges, Cortazar, Sábato, Echeverría, Sarmiento, Reyes, Lugones, Carriego, Hernández y su infinita pampa...un desierto donde merece la pena perderse. Aunque siempre tenemos un desierto a mano. Yo me he perdido, por razones geográficas, en otros más cercanos.
La segunda es una de las selvas por donde he andado con mi Principito.
La tercera es de Chile, la patria de Neruda, Mistral, Glana, Bolaños, Bello, Donoso, Edwards... A ver si algún día puedo atravesar todo Chile a lomos de La Poderosa. Si no, lo haré en tren.
La lava ardiente es en  Guatemala. Mi primer contacto con Guatemala fue a través de Miguel Ángel Asturias y sus leyendas; un diamante.
Gracias, amigo, por las fotos y por los viajes.  

domingo, 21 de abril de 2013

LA CASA DE ATRÁS, CUANDO CONOCÍ A ANA FRANK

La noche sufre de inocencia oculta.
Y esa noche tú, por ti alborada,
a un cielo con sus pájaros tan próxima,
a pesar del terror y del ahogo,
sin libertad ni anchura,
amas, inventas, creces
en ámbito de pánico,
que detener no logra tus esfuerzos
tan enérgicamente diminutos
de afirmación humana.
Con tu pueblo, tu espíritu
y el porvenir de todos.


Jorge Guillén
(La Afirmación Humana - Anna Frank)


Me detuve frente a la casa de la calle Prinsengracht número 263 con la caja que me había dado la señora Miep Gies: unas patatas, un cuarto de calabaza, una cabeza de ajo y media escarola. "Déjala como siempre en el almacén. El señor Viktor Kluger estará allí". Atardecía y era un día raro porque no me crucé con persona alguna en todo el trayecto. Llamé a la puerta del almacén. Parecía vacío y me resultó extraño. Nadie ignora que cuando la rutina se quiebra, lo menos que se puede esperar es que tu corazón se ponga en alerta; y más estando en Amsterdam y en ese tiempo. Moví el picaporte y vi que la puerta estaba abierta. ¿Hay alguien ahí?, pregunté. Nadie contestó. Fue entonces cuando miré hacia arriba y la vi a ella, sentada en la escalera. "Traigo unas patatas", le dije, "la señora Gies me ha dicho que las tengo que dejar aquí para el señor Kluger".
No contestó nada. Me sonrió y continuó escribiendo en su diario:

Querida Kitty:

El domingo hubo un terrible bombardeo en el sector norte de Amsterdam. los destrozos parece que son enormes. Calles enteras han sido devastadas, y tardarán mucho en rescatar a toda la gente sepultada bajo los escombros. Hasta ahora se han contado doscientos muertos y un sinnúmero de heridos. Los hospitales están llenos hasta los topes. Se dice que hay niños que, perdidos entre las ruinas incandescentes, van buscando a sus padres muertos. Cuando pienso en los estruendos que se oían en la lejanía, que para nosotros eran una señal de la destrucción que se avecina, me da escalofríos.
                                                                                                          Tu Ana.

"Nunca te había visto", le dije. Ella siguió escribiendo: Peter y el señor Van Daan hacen la última ronda todas las noches a las nueve y media, y luego nadie más puede bajar. Después de las ocho de la noche ya no se puede tirar de la cadena, y tampoco después de las ocho de la mañana. Las ventanas no se abren por la mañana hasta que no esté encendida la luz del despacho de Kluger, y por las noches ya no se les puede poner las tablitas. Esto último ha sido motivo para que Dussell se molestara. Asegura que Van Daan le ha soltado un gruñido, pero ha sido culpa suya. Dice que antes podría vivir sin comer que sin respirar aire puro, y que habría que buscar un método para que puedan abrirse las ventanas.

"¿Quién es ese tal Peter?", le dije. "¡Oh, Peter!, vive también en la Casa de atrás. Hablamos mucho y estoy empezando a confiar en él. ¿Tú crees que soy guapa?" "Desde luego que sí", le contesté, "sobre todo cuando te salen esos hoyuelos". "Los tengo desde siempre", me dijo; y continuó escribiendo: Las habladurías sobre Peter y yo han remitido un poco. esta noche pasará a buscarme, muy amable de su parte, ¿no te parece? Estoy muy contenta de que nunca necesite contenerme al tocar temas delicados, como sería el caso con otros chicos. Así, por ejemplo, hemos estado hablando sobre la sangre, y eso también abarca la menstruación, etcétera. Dice que las mujeres somos muy tenaces, por la manera en que resistimos la pérdida de sangre, así como así. Dijo que también yo era muy tenaz. Adivina por qué.
Mi vida aquí ha mejorado mucho, muchísimo. Dios no me ha dejado sola, ni me dejará.

Me imaginé que el corazón de una joven de quince años no puede encerrarse jamás, y no hay cárcel que pueda frenar a un espíritu adolescente en su capacidad de soñar. Entonces levantó la cabeza, se recogió el pelo y continuó escribiendo: Y sin embargo todo sigue siendo tan difícil, ya sabes a lo que me refiero, ¿verdad? Deseo fervorosamente que me de un beso, ese beso que está tardando tanto. ¿Seguirá considerándome sólo una amiga? ¿Acaso no soy ya algo más que eso?
Tú sabes y yo sé que soy fuerte, que la mayoría de las cargas las soporto yo sola. Nunca me he acostumbrado a compartir mis cargas con nadie, nunca me he aferrado a una madre, pero ¡cómo me gustaría ahora reposar mi cabeza contra su hombro y tan sólo poder estar tranquila!
No puedo, nunca puedo olvidar el sueño de la mejilla de Peter, cuando todo estaba tan bien. ¿Acaso él no desea lo mismo? ¿o es que sólo es demasiado tímido para confesarme su amor? ¿Por qué quiere tenerme consigo tan a menudo entonces? ¡Ay, ojalá me lo dijera!
                                                                    
                                                                                                     Tu Ana M. Frank
                                                                                                                                                                                              "Llevas escritas muchas páginas", le dije, "cuando todo esto acabe, a lo mejor puedes publicar tu diario". Me miró, sonrió y me dijo, "por eso estoy cambiando algunos nombres, ¿qué te parece para mí el nombre de Ana Aulis, o mejor, Ana Robin". "A mí me encanta el tuyo", le contesté, "Ana Frank". Abrió de nuevo el diario y empezó a escribir: Anoche por radio Orange, el ministro Bolkestein dijo que después de la guerra se hará una recolección de diarios y cartas relativos a la guerra. por supuesto que todos se abalanzaron sobre mi diario. ¡Imagínate lo interesante que sería editar una novela sobre "la Casa de atrás"! El título daría a pensar que se trata de una novela de detectives. Pero hablemos en serio. Seguro que diez años después de que haya acabado la guerra, resultará cómico leer cómo hemos vivido, comido y hablado ocho judíos escondidos. Pero si bien es cierto que te cuento bastantes cosas sobre nosotros, sólo conoces una pequeña parte de nuestras vidas. El miedo que tenemos las mujeres cuando hay bombardeos; por ejemplo, el domingo, haciendo temblar la casa como la hierba al viento; la cantidad de epidemias que se han desatado.

De todas esas cosas tú no sabes nada, y yo tendría que pasarme el día escribiendo si quisiera contártelo todo y con todo detalle. La gente hace cola para comprar verdura y miles de artículos más; los médicos no pueden ir a asistir a los enfermos porque cada dos por tres les roban el vehículo, son tantos los robos y asaltos que hay, que te preguntas cómo es que a los holandeses les ha dado por robar tanto. Niños de ocho a once años rompen las ventanas de las casas y entran a desvalijarlas.  Nadie se atreve a dejar su casa más de cinco minutos, porque si te vas desaparecen todas tus cosas. Todos los días salen avisos en los periódicos ofreciendo recompensaspor la devolución de máquinas de escribir robadas, alfombras persas relojes eléctricos, teteras, etcétera. Los relojes eléctricos callejeros los desarman todos, y a los teléfonos de las cabinas no les dejan ni los cables. La invasión se hace esperar...

"Sé lo que pasa", le dije. "Sé cómo habéis vivido en Amsterdam con la invasión. Lo sé todo". Y tuve que callar lo que me venía a la mente como una fiebre en ese momento: "Y lo que es peor, sé lo que ocurrirá. Sé que seréis delatados y sé que el 4 de agosto de 1944, entre las diez y las diez y media de la mañana, un automóvil se detendrá frente a la casa de la Prinsengrach 263; y sé que se bajará el sargento de la SS Karl Josef Silberbauer, junto con tres asistentes holandeses miembros de la Grune Polizei; y que os sacarán de aquí; y que tu cuerpecito de quince años terminará deportado a Auschwitz y luego al campo de Bergen-Belsen; y que allí junto al de tu hermana Margot, tu cuerpecito de quince años morirá por las terribles condiciones de vida o por las terribles condiciones de muerte que al fin y al cabo son las mismas. Y que seréis enterradas en una fosa común en Bergen-Belsen. Pero, también sé que ni ese diario que escribes ni tu alma morirán nunca.
"¿Crees que debemos tener esperanza?", me preguntó. "Desde luego que sí", le dije. Y continuó escribiendo:                 
  
                                                                                     Martes 6 de junio de 1944

¡Conmoción en la Casa de atrás! ¿Habrá llegado por fin la liberación tan ansiada, la liberación de la que tanto se ha hablado, pero que es demasiado hermosa y fantástica como para hacerse realidad algún día? Acaso este año de 1944 nos traerá la victoria? Ahora mismo no lo sabemos, pero la esperanza, que también es vida, nos devuelve el valor y la fuerza. Porque con valor hemos de superar los múltiples miedos, privaciones y sufrimientos. Ahora se trata de guardar la calma y perseverar, y de hincarnos las uñas en la carne antes de gritar. Gritar y chillar por las desgracias padecidas, eso lo pueden hacer en Francia, Rusia, Italia y alemania, pero nosotros todavía no tenemos derecho a ello...
Tal vez , dice Margot, en septiembre u octubre pueda volver al colegio.

                                                                                                    Tu Ana M. Frank

"Seguro que podrás volver al colegio, Ana", le mentí. "Ahora tengo que irme Ana, sigue escribiendo para que tu alma siga volando libre, y que tu encierro sea peor para tus carceleros que para ti". Se acercó y me besó la mejilla. "Hasta siempre", le dije. Ella continuó, sentada en la escalera, escribiendo:

                                                                                Sábado, 15 de julio de 1944

Querida Kitty:

Me es absolutamente imposible construir cualquier cosa sobre la base de la muerte, la desgracia y la confusión. Veo cómo el mundo se va convirtiendo poco a poco en un desierto, oigo cada vez más fuerte el trueno que se avecina y que nos matará, comparto el dolor de millones de personas, y sin embargo, cuando me pongo a mirar el cielo, pienso que todo cambiará para bien, que esta crueldad también acabará, que la paz y la tranquilidad volverán a reinar en el orden mundial. mientras tanto, tendré que mantener bien altos mis ideales, tal vez en los tiempos venideros aún se puedan llevar a la práctica...

                                                                                                   Tu Ana M. Frank






Las fotos son de un viaje a Amsterdam. Es una ciudad alegre e increíble para pasear y montar en bicicleta. No hace falta guía de ningún tipo, solamente andar. ¿Quién hubiera dicho que hubo un tiempo en el que esa bonita ciudad se parecía al infierno? Allí en la casa de Ana Frank, calle Prinsengracht número 263, volví a comprar un ejemplar de su Diario. No me podía ir de allí sin su vida entre mis manos. 


Yo pienso que hay tres autores que deberían ser de obligatoria lectura en la escuela, en el Instituto y la Universidad, cada uno en su momento.

1.- Para la escuela, desde luego, el Diario de Ana Frank. (Me tumbo en uno de los divanes y duermo para acortar el tiempo, el silencio, y también el miedo atroz, ya que es imposible matarlos)

2.- En el Instituto la trilogía de Primo Leví; aunque con leer la primera obra Si esto es un hombre creo que es suficiente. (Fueron la incomodidades, los golpes, el frío, la sed lo que nos mantuvo a flote sobre una desesperación sin fondo, durante el viaje y después. No el deseo de vivir ni una resignación consciente; porque son pocos los hombres capaces de ello. Y nosotros no éramos más que una muestra de la humanidad más común)

3.- Y dejo para la Universidad, y para el final, el Archipiélago Gulag de Alexander Soljenitsin, por su crudeza y su escritura a modo de informe, que dejó al descubierto el más vasto y perfeccionado sistema de terror que haya podido montar jamás un régimen político. El volumen siempre había estado en casa de mis padres, pero no le había hecho mucho caso. Hasta que un día por csualidad leí la contraportada y no pude menos que sentir una tristeza infinita y dolor para rebelarme contra la cobardía de los que tienen algún grado de poder y la usan para socavar de modo infame la dignidad de las personas. ¿Cómo puede calificarse lo que cuenta Soljenitsin de la vida y el sufrimiento que padecían, él incluido, los desterrados al Archipiélago Gulag?:

Aquellas mujeres desnudas eran examinadas como si se tratara de una mercancía. La revisión antipiojos y el rasurado de axilas y pubis permite a los peluqueros (miembros prominentes de la aristocracia del campo) echar un vistazo a las nuevas mujeres. Las únicas que no tienen problemas, que encuentran todos los caminos abiertos, son aquellas que por su naturaleza misma no son demasiado exigente en lo que a sexo opuesto se refiere, y están dispuestas a ir con el primero que llegue. Más, para muchas de ellas, dar ese paso es algo más horrible que la muerte. Otras vacilan, se avergüenzan, pierden tiempo sopesando los pro y los contra, y cuando se deciden es demasiado tarde, han dejado de cotizarse en la bolsa del campo, porque en poco tiempo en el campo, sin cuidado alguno, una persona se convierte en una piltrafa humana, y ya no vale nada.
¿Qué más puede decirse del horror y de la cobardía? Un poder ilimitado en manos de gente limitada siempre conduce a la crueldad. ¡A mismo poder, mismos vicios! Sufrimiento y dolor. Para hacer cámaras de gas, nos faltó el gas. Siempre lo mismo, para los mismos, los inocentes. Hay muchos motivos para...¿luchar?

Gracias Anna, Primo Leví, Soljenitsin.











domingo, 14 de abril de 2013

ESCRITO ESTÁ EN TU ALMA, GARCILASO


Entré al servicio de mi señor Gacilasso, a la edad de catorce años, porque su madre, doña Sancha de Guzmán, señora de Batres, se apiadó de mi reciente orfandad y la ablandó su aprecio hacia la mujer que me dio el ser, lavandera en el castillo. En mis primeros catorce años no había dado un paso fuera de esa noblísima villa, pero de la mano de mi señor no iba a dejar lugar del Mediterráneo sin hollar ni guerra sin conocer.

Llegué a Toledo con una carta en la mano en la que doña Sancha de Guzmán me ponía al servicio de su hijo. Subí la cuesta de San Servando, buscando su castillo, que ya había resguardado entre sus murallas al mismísimo Cid, y me preguntaba cómo sería aquel, mi señor, García Lasso de la Vega.
En Batres, yo había oído hablar de sus nobles prendas, su florido ingenio, su valor militar y su buen gusto para la poesía y las humanidades. Mi señor apenas levantó la vista para mirarme. Indicó a un criado que me atendiera y continuó escribiendo sus versos:

Así paso la vida, acrecentando
materia de dolor a mis sentidos,
como si la que tengo no bastase.

Yo estoy aquí tendido,
mostrándoos de mi muerte las señales,
y vos viviendo sólo de mis males.

Cuando entré a su servicio ya estaba casado con doña Elena de Zúñiga, dama de Leonor de Austria, por orden del Emperador y en ese mismo año lo acompañé a Granada para las bodas del Rey Carlos con la infanta Isabel de Portugal. Allí descubrió la joya más hermosa que sus ojos habían visto jamás, doña Isabel de Freire, la portuguesa:

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;

cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.

Doña Isabel, espejo en su poesía, sin mostrar un pequeño sentimiento, deja llevar desconocida, al viento, el amor y la fe que al ser guardada eternamente sólo a él debiera. ¿Por qué siquiera, pues ve, desde su altura, esta falsa perjura causar la muerte de un estrecho amigo, no recibe del cielo algún castigo?
Doña Isabel, la portuguesa, la más bella mujer que vieron sus ojos, y los míos, terminó casándose con don Antonio de Fonseca, a quien mi señor, muerto de celos, llamaba en la Corte, el gordo. Siempre está en llanto esta ánima mezquina, cuando la sombra el mundo va cubriendo, o la luz se avecina. Salid, sin duelo, lágrimas corriendo.

No cabía más destino en nuestras alforjas que la guerra y la muerte, ¿qué otra salida hay para un soldado cuando lo cerca la infelicidad de esa manera? Yo no he conocido otra. Aunque he de reconocer que, después de tantas lides, a veces, mi señor Garcilasso aparentaba cansancio y desencanto por tantos lances guerreros, tantos destierros por banales razones, tanta ambición sin medida, tanta sangre derramada, que sus versos se desbocaban:

¿A quién ya de nosotros el exceso
de guerras, de peligros y destierro
no toca y no ha cansado el gran proceso?
¿Quién no vio esparcir su sangre al hierro
del enemigo?¿Quién no vio su vida
perder mil veces y escapar por yerro?
¿cuántos queda y quedará perdida
la casa, la mujer y la memoria,
y de otros la hacienda despendida!
¿Qué se saca de aquesto?¿Alguna gloria?
¿Algunos premios o agradecimientos?
Sabrálo quien leyere nuestra historia...

Desde que me puse al servicio de mi señor Garcilasso conocí la Corte de Toledo, culpa debe ser quereros, acompañamos a esa misma corte a Zaragoza y Barcelona, espiamos en Francia para la Corona Española, fuimos detenidos por orden del Emperador, nuestro Señor, a quien salven los siglos y la memoria, en Tolosa cuando nos dirigíamos a la defensa de Viena, sin más motivo que unos desposorios inadecuados, fuimos desterrados y confinados en una isla del Danubio por orden del Emperador, en fin al gran Danubio s´encomienda, por él suelta la rienda a su navío, iniciamos campaña contra los turcos y continuamos desterrados en Nápoles jugándonos la vida por el mismo Emperador que nos condenaba al destierro. Así se forjan los caballeros, en las luchas del corazón y en las guerras.

Embarcamos para Italia el 9 de marzo de 1529, año de Nuestro Señor. Dos días antes, mi señor Garcilasso firmó su testamento. Entre otros, fueron sus testigos don Juan Boscán y su hermano don Pedro Lasso de la Vega:

En la ciudad de Barcelona, veinticinco días del mes de julio año del nacimientos de Nuestro Salvador Jesús Cristo de mil y quinientos y veintinueve años, apareció presente Garcilaso de la Vega ante mí, Francisco de Barreda, escribano de sus Majestades y presentó esta escritura sellada y cerrada como está, la cual dijo que es escrita en dos hojas y media de papel y estaba firmada de su nombre, y lo de dentro contenido dijo que era su testamento y postrimera voluntad.

Una copia de ese documento la llevo siempre conmigo colgada del pecho en un portarrollos de cuero que mi señor Gracilasso, me ordenó que atara a mi cuerpo como si fuera un carcaj con flechas. "No lo abandones ni para dormir ni para lavarte". No indicaré qué apéndice dijo que me cortaría si lo perdía, pero sí diré que cuando he ido a portarme como un pequeño bribón, hasta ahora, ese apéndice me ha sido de bastante utilidad. En mi descargo puedo decir que también mi señor ha dado besos sin amar lo suficiente, y claro queda en su testamento cuando nombres ilegítimos aparecen a su sombra. También malas lenguas identificaron a la portuguesa, dueña de sus desvelos, como la mujer de su hermano, Beatriz de Sá. Todo pura infamia. Así se las gastan en la Corte de Toledo la envidia y la mala codicia.

En el portarrollos llevo su nombramiento de capitán, sus órdenes para llegar a Italia, sus canciones, sus sonetos y una composición que ha titulado con el nombre de Églogas.
A Isabel de Freire, a la portuguesa, a la mujer más bella que vieron sus ojos, y los míos, también la llevo dentro.
Doy las gracias a mi señor Garcilasso por haberme enseñado a leer y a escribir, no puede haber mejor maestro en el arte de las letras, estando sólo a su altura el señor don Juan Boscán. Toledo bien sabe de la amistad de entre estos dos mis señores, a los que ese tal Andrea Navagero convenció para escribir al itálico modo.

En Génova, antes de partir para Savona, escribió de su puño y letra a la luz de una lámpara de aceite las órdenes de la maniobra. "No se la entregues a nadie. A nadie más que al Príncipe".

La orden que el Príncipe ha dado en el caminar de la gente es que se desembarquen en Baya o en Sabona y de allí tomen el camino la vía de Alexandría y paren en medio de esta ciudad y de Alexandría, lo cual se pone luego en obra y yo me parto delante para tener previsto lo necesario en Sabona.
El capitán Sabajosa va a lo que el Príncipe y el Embajador escriben. La gente que viene según todos afirman es muy buena. Nuestro Señor la Serenísima persona de Vuestra Majestad guarde con acrecentamiento de nuevos Reinos y Señoríos. De Génova de XX de mayo 1536. S.C.C.M. Criado de Vuestra Serenísima Majestad - Garcilasso.

Salimos para Savona. Nos dirigíamos nada menos que a invadir Francia. Por lo visto hacía falta darle otro repaso a ese Francisco I, a cuyos desposorios asistió mi Señor Garcilasso en Illescas. Los príncipes son así; un día son casados y al siguiente andan guerreando unos contra otros. Aunque esa no es porfía de los vasallos que nada más tienen que hacer que la obediencia.

De Savona fuimos a Alejandría a reunirnos con el Emperador, Nuestra Majestad por los siglos de los siglos. Un mes tardamos en tomar Savigliano con no poca sangre derramada. Y de ahí, a invadir Francia, en donde llegó el desastre.

Mi señor Garcilasso perdió la vida escalando la torre de Muy, cerca de Frejus. Qu´el mortal velo y manto el alma cubren, mil cosas se t´encubren, que no bastan tus ojos que contrastan a mirallas.  Una pedrada lo alcanzó mientras con su espada y su rodela intentaba tomar aquella maldita torre donde andaban parapetados los franceses, hijos del demonio. Fue al asalto casi buscando la muerte. Ni que decir tiene que cuando tomamos la posición francesa pasamos a cuchillo en nombre de nuestro señor Garcilasso a todos los defensores. No negaré que pensé en mi malherido señor cuando descargaba mi vizcaína sobre sus tráqueas. Poco piadoso he de definir aquel acero, pero no merecían otro trato aquellos bastardos.

                                     

Acompañé a mi señor Garcilaso hasta Niza, adonde llegó moribundo. Era el decimotercer día del mes de octubre del año del nacimiento de Nuestro Salvador Jesuscristo de mil quinientos treinta y seis.

Mañana parto para Toledo. Voy a ver a su mujer, doña Elena de Zúñiga y ponerme a su servicio. Mi señora, doña Elena de Zúñiga, no sabe que sus últimas palabras fueron para Isabel, Isabel de Freire, la portuguesa.
Tal vez mi señor Garcilasso ande ya reuniéndose con ella, que se anticipó a mi señor en dos años al postrero encuentro con Dios, por un mal parto, en algún lugar que el Altísimo escoge en la Gloria para tales enamorados. No dijo el nombre de Elena, ni Catalina, ni Beatriz, ni Violante, ni Elvira, ni Guiomar, a quienes también conocí y mi señor trató. Dijo Isabel; Isabel, la portuguesa:

¡Oh hado secutivo en mis dolores,
cómo sentí tus leyes rigurosas!
Cortaste el árbol con manos dañosas
y esparciste por tierra fruta y flores.

En poco espacio yacen los amores,
y toda la esperanza de mis cosas,
tornados en cenizas desdeñosas
y sordas a mis quejas y clamores.

las lágrimas que en esta sepultura
se vierten hoy en día y se vertieron
recibe, aunque sin fruto allá te sean,

hasta que aquella eterna noche oscura
me cierre aquestos ojos que te vieron,
dejándome con otros que te vean.



La primera fotografía corresponde al castillo de Batres, de donde era señora la madre de Garcilaso; actualmente es propiedad privada y no puede visitarse. Yo creo que la poesía nunca puede ser privada, como dijo Vicente Aleixandre, el poeta, aunque parezca mentira, no escribe para sí mismo escribe para el mundo y hacia él declama sus versos. Ahora dedican el castillo a bodas y celebraciones. Cuando lo visité celebraban una boda. Parecía que estaba invitado todo el mundo menos la Poesía.

La segunda foto es de Toledo. Esa imagen puede verse desde la cuesta de San Servando y su castillo. En la cuesta de San Servando serví durante ocho años  y no está mal trabajar a diario con esa panorámica. La cuarta foto está tomada desde el Parador Nacional de Toledo. Los ojos se enclavaron en el tendido cuerpo que allí vieron.  

La tercera foto y la quinta están tomadas en Batres en la fuente donde según cuenta la leyenda se sentaba Garcilasso a leer y soñar, a los pies del arroyo del Sotillo. En medio del invierno está templada el agua dulce de esta clara fuente,  en el verano más que nieve helada, escribe el poeta en su segunda Égloga y, posiblemente, recordando aquella fuente clara. Cuando la visité estaba tomada por convidados que la habían convertido en un merendero; mesas de camping, bolsas de basura, botellas de refrescos, sillas de plástico y mucho ruido que agobiaban al murmullo del agua. No elegí una buena mañana. 


sábado, 6 de abril de 2013

PESSOA, IMITANDO A LOS DIOSES

Nosotros, imitando a los dioses,
tan poco libres como ellos en su Olimpo,
como quien en la arena
alza castillos para llenar los ojos,
alcemos nuestra vida
y los dioses sabrán agradecernos
el ser tanto como ellos. 
                                          
                                        Ricardo Reis


Llegué a Lisboa en tren, en el Estrella Nocturno. Fue la primera vez que escapé de casa con un libro de versos y con alguien a quien quería. No recuerdo un lugar en donde me dieran más besos, acaso sin merecerlos. Creo en el color rosa, le dije parafraseando a una delgaducha actriz americana; creo en la risa; creo en besar, en besar mucho; creo que las niñas más felices serán las mujeres más guapas; creo en ser fuerte cuando todo sale mal; creo que mañana será otro día y creo en los milagros. Me gané unos cientos de besos más, quedé muy agradecido a Audrey por sus palabras y llegamos a Lisboa, al amanecer, buscando a Pessoa y a esos heterónimos lánguidos que deambulaban por sus calles en otro cuerpo con nombres tales como Ricardo Reis, Alberto Caeiro o Álvaro de Campos.

Nada más llegar a la estación Santa Apolonia, tomamos un café y decidimos esperar. Yo había quedado en aquella cafetería con José Saramago, de hecho llevaba bajo el brazo un ejemplar de El Año de la Muerte de Ricardo Reis, totalmente garabateado y anotado. Después de leer unas páginas, resolvimos coger un taxi y buscar el mismo hotel donde se hospedaba el doctor Ricardo Reis: ¿para dónde?, peor hubiera sido que el taxista nos hubiera preguntado para qué. A un hotel. Cuál. No sé, y en cuanto dijo No sé, supo el viajero lo que quería, con tan firme convicción como si se hubiera pasado el viaje ponderando la elección. Uno que esté junto al río, por aquí abajo, Junto al río sólo el Bragança, al empezar la Rua do Alecrim, no sé si lo conoce. Lléveme allí.

Los tres primeros días lo dedicamos al turismo. No se puede dejar de ver el Castillo de San Jorge,porque desde allí parece que Lisboa cabe en tu mano, subir por el elevador de Santa Justa, visitar la Casa do Alentejo, el Monasterio de los Jerónimos, la Torre de Belem y navegar un poco por el Tajo:


El Tajo tiene grandes barcos,
Y navega en él todavía
Para aquellos que ven en todo lo que allá no está
La memoria de las naves.
Por el Tajo se va al mundo.
Más allá del Tajo está América
Y la fortuna para los que la encuentran.

Volvimos al Hotel para la cena, la puerta del hotel al empujarla hace resonar un timbre eléctrico, en tiempos debió de haber una campanilla, dirlin, dirlin, pero hay que contar siempre con el progreso y sus mejoras. Después de la cena, seguí leyendo a Saramago, no fuera a ser que por mano divina, Pessoa hubiera vuelto a aquel viejo hotel a charlar con alguien con el aire perdido, de quien vivió el viaje como un sueño.   
Después de la cena tomamos un café justo en frente, en el Royal, ejemplo comercial de añoranzas monárquicas en tiempos de República, o reminiscencia del último reinado, aquí disfrazado de inglés o francés, curioso caso este, se lee y no sabe uno cómo decir la palabra, royal o ruaiale. Me sentí feliz allí, sin nada que reprocharle a los dioses, cosa rara en mí; y en casos como estos uno recuerda con agrado los versos de Alberto Caeiro:

Acepta el universo 
como te lo dieron los dioses.
Si los dioses te hubieran querido dar otro
te lo hubieran dado.

Si hay otras materias y otros mundos,
que las haya.

Yo ahora y en ese momento quería quedarme con esa materia, ese universo y ese mundo, que no volverá a repetirse por muchas que sean las veces que yo vuelva a Lisboa.

El cuarto día, después de la resurrección, me avecé en buscar a Pessoa: Encaro serenamente, sin nada más que lo que en el alma represente una sonrisa, el encerrárseme siempre la vida en esta calle de los Doradores, en esta oficina, en esta atmósfera de esta gente. Allá que me fui buscando su rastro. La calle de Los Doradores se encuentra en La Baixa, parte llana de la ciudad de Lisboa, y desemboca en la Praça de Figueira. Allí pasé la mañana. A comer fuimos a una casa de comidas en la Baja; para almorzar en un restaurante vulgar y, allí, me da por pensar en las vidas de esos hombres que me sirven y por suponer que deben de tener unas vidas aparentemente pavorosas. Ése es el error central de la imaginación literaria: suponer que los otros son nosotros y que deben sentir como nosotros. Pero afortunadamente para la humanidad, cada hombre es solamente quien es, siéndole dado al genio, únicamente, el ser algunos otros más. Como tú, Fernando Pessoa.

Dedicamos otros muchos días a la búsqueda de Pessoa y sus heterónimos; algunos bares, la Rotunda, el barrio pombalino, la Avenida de la Libertade...., no recuerdo qué más. Para salir de aquella atmósfera asfixiante decidimos pasar unos días en Cintra y luego una noche en Estoril. Para soñar un poco diferente.


Abandonamos Lisboa y Portugal, ocho días después, en el tren Estrella nocturno. Volvió a ser mágico. Y en la penumbra de la noche, mientras el tren dejaba atrás las luces de los pueblos portugueses, cogí a Saramago de la mano y continué leyendo, susurrando, El Año de la Muerte de Ricardo Reis:

Éste nació en Porto, vivió un tiempo en la capital, emigró a Brasil, de donde ha vuelto ahora, los otros llevan tres años de lanzadera entre Coimbra y Lisboa, todos en busca de remedio, paciencia, dinero, paz, salud o placer, cada cual lo suyo, por eso es tan difícil satisfacer a tanta gente necesitada. Después de esa frase me dio por pensar si yo necesitaba algo más de lo que ya tenía. Miré a mi lado y dije: nada. Y me respondí: "¡joder, ésa debe ser la definición de la felicidad!". Recordé el hotel Bragança, el café Royal, la mirada melancólica del doctor Reis y recité algún verso suyo:

Sabio es el que se contenta 
con el espectáculo del mundo.





Las fotos son de Lisboa de cuando llegué allí hace muchos años buscando a Fernando Pessoa y a sus heterónimos. Y llegué a Pessoa y a Lisboa con las palabras de Octavio Paz y con las traducciones y anotaciones de dos Ángeles, Ángel Crespo y Ángel Campos, cuyos libros me acompañaron. ¡Ah!, por cierto,  Saramago  vive todavía por sus calles.