viernes, 9 de noviembre de 2018

JUDAS, ENTRE BORGES, AMOS OZ Y LA BELLA JERUSALEM



Ser lector confeso de Niels Runeberg no podía depararme más que desasosiegos y algún que otro encontronazo con los discípulos de Irineo de Lyon, valedor de la uniformidad del cristianismo, o con los partidarios de Basílides de Alejandría y de Carpócrates que creyeron en la transmigración del alma desde el hombre al animal a través del pecado.

Ser Cristo o ser Judas, no hay más alternativa para un Dios; no hay más supremo sacrificio. Runenberg lo vio claro, a la tercera tentativa, antes de que se lo llevara un aneurisma mal cerrado: Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: fue Judas.

No hay personaje con más aristas en la historia del ser humano, de tan vasta complejidad e infinitos matices. Un personaje soñado por el escritor más omnisciente posible: Dios; que probablemente no necesitara para redimirnos de la delación, ni de ser señalado con un beso, ni del empujón definitivo hacia el Gólgota de su apóstol más querido, el Judas, el hombre maldito.

Sigo al Cristo, y a Judas, desde siempre. Incluso cuando alguna vez los he abandonado, los he seguido. ¿Pero cómo que abandonas? ¡Jesús en una perspectiva judía! ¡Seguro que se abrirá ante nuestros ojos un terreno fértil nunca visto! ¡En el Talmud! ¡En la Josefta!¡En el Midrash! ¡En la tradición popular! ¡En la Edad Media! Lo perseguí sin saberlo por el río Hasbani hasta el valle de Jule, soñando con ver una Jerusalén liberada de odios. Por eso, no podía dejar pasar la oportunidad de descubrir la casa de Joaquín Abravanel, en el callejón Rabbi Elbaz, Dios le dé fuerzas para decir que el Señor es justo.

Abravanel fue el hombre que se opuso a Ben Gurión, tal vez no sabía o se inclinó hacia la segura derrota, que ante cualquier situación de violencia o crisis siempre, desde el inicio de los tiempos, es provocada una fuerza centrífuga que empuja a todas las sociedades, individuo a individuo, a los más feroces de los extremos que siempre se simplifican en dos, a cual más violento.

Shaltiel Abravaniel no dudó en decir entonces que el camino que habían elegido el camarada Ben Gurión y otros tantos conducía sin remedio a una guerra sangrienta entre los dos pueblos, aunque siempre creyó que todavía existía un resquicio para lograr un compromiso histórico. Debido a eso, fue apartado del Consejo y del poder por los halcones; si en esas crisis no te deslizas a uno de los extremos, a una de las alternativas enfrentadas, estás muerto civil y políticamente; por eso, es raro que suenen voces disidentes buscando la paz. Shatiel creía que él era un sionista, de los pocos que no estaban ebrios de nacionalismo, él apostaba por un camino distinto, sabía árabe desde pequeño y le gustaba mucho rodearse de árabes en la vieja ciudad.

Voz que se oye disidente con la guerra, voz que rápidamente es ahogada con el asesinato, la cárcel o el exilio; Isaac lo sabe; así que no hay más remedio que ir al combate, a la lucha por la pureza del estado, por la separación, por la división provocada por un nacionalismo totalmente excluyente; con estados prisioneros de sus propias alambradas y muros, entre dos sociedades incendiadas ya sea en esa frontera de fuego entre Palestina e Israel, en el muro del desierto que presagia las pesadillas del oeste o en la gran laguna estigia en que se ha convertido el mar nuestro. Así nos tratan los nacionalismos. Queríais un estado. Queríais independencia. Banderas, uniformes, papel moneda, tambores y trompetas. Vertisteis ríos de sangre inocente. sacrificasteis a una generación entera. Expulsasteis a cientos de miles de árabes de sus casas. enviasteis barcos llenos de inmigrantes supervivientes de Hitler directamente desde el muelle a los campos de batalla. todo para que hubiese un estado judío. Y mirad lo que recibisteis a cambio.

Abravanel pensaba que era mejor vivir como una comunidad mixta, pensando que había suficiente espacio para las dos. O como una combinación de dos comunidades donde una no amenazaba el futuro de la otra. Quizá tuvierais razón y no era más que un ingenuo. Al parecer así les va mucho mejor a todos los reconcomidos por el odio y el veneno; ya sea en Israel, o en aquellos otros lugares donde una simple mano mortal traza una frontera.

Y yo que simplemente iba buscando a Judas, que siempre pensó que él era ese hombre indispensable para la salvación del género humano; que fortaleció el espíritu del Cristo después de verlo caminar sobre las aguas, convertir el agua en vino, curar leprosos, expulsar demonios resucitar muertos; que pronto supo que era necesaria su pasión para salvar a los hombres y a las mujeres del pecado. Es Por eso que se encargó de organizar la crucifixión, sin que le resultara en absoluto sencillo. Los romanos no tenían ningún interés en Jesús, aquella tierra estaba llena de lunáticos y profetas. Tuvo que convencer a la curia sacerdotal. tuvo que mover muchos hilos. Tuvo que aceptar él, un rico hacendado de Cariot, que le dieran treinta monedas. ¿Qué eran treinta monedas para él? Desde siempre sigo los pasos del Cristo y de Judas, viendo que en los dos está la mano de Dios.
Y yo que simplemente iba buscando a Judas, terminé por las calles de Jerusalén en casa de un descendiente de León Hebreo, conocido, en ese medievo que no termina nunca, como Judah Abravanel, hablando de la violencia, de la guerra, de la insolidaridad, de los nacionalismos.