miércoles, 7 de agosto de 2013

AUDEN, EL CIUDADANO DESCONOCIDO



Ya no hacen falta estrellas: quitadlas todas,
guardad la luna y desmontad el sol,
tirad el mar por el desagüe y talad los bosques,
porque ahora ya nada puede tener utilidad.

Funeral Blues
W. H. Auden

He pasado unos días en la Otra Banda de la Argónida. Suelo ir cada verano. Allí siempre coincido con unos vendedores ambulantes que llevan en sus alforjas toda clase de libros y que montan sus tenderetes en La Calzada. Hasta ahora ni ellos ni yo hemos fallado.
Dos cosas me han sorprendido siempre: la primera, que dejen todos sus libros por la noche en los puestos únicamente protegidos por una simple lona; y la segunda, que libros nuevos de cuidadas ediciones y que en su momento valían su peso en oro, ahora anden deambulando por lugares perdidos a precio de saldo.

Para responder a la primera inquisición debo decir que, a propósito, he pasado por allí a altas horas de la madrugada buscando a ese can Cervero  que aparte de las puertas del infierno protege los libros en La Calzada. No lo he hallado, por ahora. Prometo que seguiré indagando.

Respecto a la segunda inquisición, debo reconocer que las leyes del mercado se me escapan, y eso que terminé haciéndome intendente para emular a Pessoa y a Bernardo Soares allí en la calle de los Doradores como ayudante de contabilidad de la casa Vasques y Cía. Tal vez mi destino sea eternamente ser contable, y la poesía o la Literatura una mariposa que parándoseme en la cabeza, me torne tanto más ridículo cuanto mayor sea su propia belleza.

Pues no, como les venía diciendo, no entiendo las leyes del mercado, pero tengo que contarles que en La Otra Banda de la Argónida pueden encontrarse libros de muy cuidadas ediciones por unos precios que me hacen pensar que el libro en papel no tiene más futuro que ése: La Casa de los Buddenbrooks de Thomas Mann por 3€, el Teatro Completo de Moliere por 3€, Máscaras y Paradojas de Pessoa por 3€, la Narrativa Completa de Herman Melville por 3€, la Poesía Escogida de Dorothy Parker, Máximas y Pensamientos de Marcel Proust, Voltaire, Schopenhauer, Joseph Joubert, De la Rochefoucauld....


He llenado mis alforjas con algunos libros. Ya saben que el invierno se presume largo y frío.

Justo cuando ya había dado por terminada mi visita a los puestos de libros, se me acercó un hombre con pinta de guiri, de pelo rubio, raya al lado izquierdo con una onda cubriéndole la frente; con esa piel clara que te augura en este lado de la Argónida varios días de derrota frente al sol y con una media sonrisa de personaje popular, de la que no se sabe si atrae  o repele. Vestía chaqueta gris, camisa marrón y corbata negra en un estilo no muy apropiado para esta Banda de la Argónida. Me sorprendió que no estuviera sudando como un pollo:

Enfundado en su talento a modo de uniforme,
el rango de cada poeta es bien conocido;
nos pueden asombrar como una tormenta,
o morir tan jóvenes, o vivir solos durante años.

Pueden avanzar como húsares, pero él
debe luchar contra su ímpetu juvenil y aprender
cómo ser sencillo y difícil, cómo ser
alguien tras el cual nadie piensa que merezca la pena volverse a mirar.

 Miré a un lado y a otro; y vi que nadie se extrañaba de su presencia. Tuve que defenderme de las acusaciones que me lanzaban acerca de que estaba hablando solo. En ese momento cogí el libro que me ofrecía el desconocido y leí el título y el nombre del autor: El Prolífico y el Devorador de W. H. Auden en una edición de pastas duras de Edhasa del año 1996.

Sé quién es usted, le dije. He leído algunos de  sus versos; pero este libro es la primera vez que cae en mis manos:

Aprendí allí ciertas actitudes, prejuicios si se quiere, que jamás abandonaría: que el saber es algo que se busca por su propio valor; un interés por la medicina y la enfermedad, y por la teología; la convicción (aunque no recuerdo haber creído jamás en nada sobrenatural) de que la vida está regida por fuerzas misteriosas; un rechazo hacia los extraños y hacia las pandillas; y un desprecio por los hombres de negocios y por todos aquellos que trabajan en busca de beneficios y no por un salario.

Sí que empieza fuerte, señor Auden, le dije.
Dejémonos de chorradas y mostremos nuestras cartas, me respondió:

Mi educación comenzó a los siete años, cuando me enviaron a un internado. Todos los muchachos ingleses de clase media pasan cinco años como miembros de una tribu primitiva regida por demonios benévolos o malignos, y luego otros cinco años como ciudadanos de un Estado Totalitario. 

No me gustaría dejar esta conversación aquí, señor Auden, así que preferiría hablar de poesía.
¿Ya no te llevas el libro?, me rebatió.
Por supuesto, es ahora cuando tengo interés en leerlo, le contesté.
Ve paso a paso, continuó hablando, quien pretende asumirlo todo, creyendo que lo hace por sentido del deber, se engaña a sí mismo y arruinará cuanto toque. 

Hábleme de poesía, señor Auden, volví a inquirirle. Recíteme, si quiere, algún poema que le guste.
Aceptó el desafío y empezó:

El crimen del mundo es que los jóvenes envejecen,
Los pobres son bueyes, penumbrosos y con la mirada plomiza;
No que mueran de hambre, sino que lo hagan sin resistirse,
No que siembren sino que rara vez cosechen,
No que adoren, sino que no tengan Dioses que adorar,
No que mueran, sino que mueran como corderos.

¿De quién son esos versos, señor Auden?
De Vachel Lindsay, me dijo.
¿Puede comentármelos un poco?, le pregunté.
Se comentan solos, me contestó secamente.

Miró el reloj e intuí que tenía prisa, así que desistí de preguntarle si durante su vida había sido feliz. Es una pregunta recurrente para que un poeta hable acerca de la felicidad.
Me despedí de él con toda cordialidad y vi cómo se marchaba en dirección a La Calzada. Nadie de los que estaban allí le echó una mirada al forastero.

Como esa noche de verano apetecía vivirla en la calle, me senté en un banco, abrí el libro de Wystan Hugh Auden y leí su poema El Ciudadano Desconocido, que como toda buena poesía se comenta sola:

El Departamento de Estadística descubrió que era
alguien contra quien no había ninguna queja oficial,
y todos los informes sobre su conducta están de acuerdo
en que, en el sentido moderno de una palabra anticuada, era un santo,
ya que todo cuanto hizo fue en servicio de la Comunidad.

Excepto el tiempo que duró la guerra, trabajó hasta el día de su jubilación
en una fábrica y nunca fue despedido,

sino que satisfizo a sus patronos, Motores Fudge S.A.
No era un esquirol ni tenía opiniones extrañas,
y su Sindicato informa que cumplió con su deber

(nuestro informe sobre su Sindicato indica que era de fiar).

Nuestros trabajadores de Psicología Social descubrieron
que era popular entre sus compañeros y le gustaba salir a tomar alguna que otra copa.
La prensa está convencida de que compraba el periódico todos los días
y sus reacciones a la publicidad eran normales en todos los sentidos.
Las pólizas hechas a su nombre demuestran que estaba asegurado a todo riesgo,
y su cartilla de Atención Sanitaria indica que ingresó una vez en el hospital pero salió curado.

Tanto Sondeo de Producción como Alto Nivel de Vida declaran
que tenía actitud sensata entre las ventajas del Pago a Plazos
y poseía todo lo que necesita el Hombre Moderno,
fonógrafo, radio, coche y frigorífico.

 
Nuestros investigadores de Opinión Pública están convencidos
de que tenía las opiniones adecuadas según la época del año;
cuando había paz, estaba a favor de la paz, cuando hubo guerra, acudió.
Se casó y aportó a la población cinco hijos,
lo que era el número adecuado para un progenitor de su generación según nuestro Eugenista,
y nuestros maestros atestiguan que nunca se entrometió en su educación.

¿Era libre? ¿Fue feliz? La pregunta es absurda:
si algo hubiera ido mal, con toda seguridad nos hubiéramos enterado.



La fotos son de Cambrigde donde anduve de viaje el año pasado. Como no podía ser de otra manera, visitamos esos lugares en los que me hubiera gustado estudiar. El King´s College, el Trinity College, el St. Mary´s, el St. John´s, el Corpus Christy...  Libros, historia y versos: lo necesario para latir por allí.
En Cambridge la calle principal, King´s Parade, está muy animada y hacen un chocolate muy bueno en una de sus tiendas. Visitamos el Pub donde hace sesenta años se dio cuenta por primera vez del descubrimiento de la cadena de ADN y luego en un quiosco comimos Cornish pasties para almorzar. Después, como pudimos, intentamos hacer "punting" en el río Cam, primera fotografía.

1 comentario:

  1. "Es fácil criticar al rentista por vivir como un parásito del trabajo de los demás, pero ninguna persona honesta dejaría de ocupar su lugar si pudiera. Un ingreso privado permite a su afortunado poseedor ser afectuoso, tolerante y alegre, visitar el extranjero y mezclarse con toda clase de gente, y una civilización como la nuestra es en gran medida creación de la clase ociosa. Muchos de sus miembros son egoístas y desagradables, pero si hacen daño suele ser sólo a sí mismos, y creo probable que el porcentaje de gente desagradable sea menor en esta que en cualquier otra clase"

    W.H. Auden

    No, no es ese tipo de gente quien riega de violencia y sangre a su diestra y su siniestra las guerras.

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