lunes, 20 de noviembre de 2023

CUANDO FUI COSTURERA CON TRECE AÑOS Y TRISTANA Y GALDÓS

 

Mi madre y su hermana tuvieron que ponerse a trabajar con trece años. Las raíces eran los pies que las movían en el pedal de la máquina y los encajes de bolillos eran el juego de los fríos dedos del invierno que no terminaba nunca porque el tiempo venía cargado de necesidades y un trabajo arduo para salir adelante. Eran tiempos en que pronto dejaron de ser niñas.

Fue una historia de posguerra, de un abandono y de una muerte a destiempo. Imagino que todas las muertes llegan a destiempo, pero aquella del práctico de la barra más. Ya he contado que me crie en una casa de mujeres escuchando historias de marinos tras largas navegaciones. Pero también escuchando de los labios de ellas cómo fueron aquellos tiempos duros, cuando mi madre y su hermana tuvieron que ponerse a trabajar con no más de trece años. Su principal ocupación, la costura.

Comenzaron cogiendo randas y carreras a las medias con una aguja y un vaso de cristal. No mucho más tarde llegarían más gruesas telas y la aguja capotera a su encuentro. Pero salieron adelante cosiendo con hilos de sufrimiento aquellos tiempos de zozobra; todavía les queda memoria y algún que otro dolor. La nibelunga sigue contando esa historia como si de un lejano desencuentro se tratase, a aquellos tiempos de adolescencia no quiere volver ni en broma. Eran tiempos duros y para una mujer apenas había otra salida que el rápido matrimonio. Momento en el que yo pienso en Tristana.

«No sabré amar por obligación; sólo en la libertad comprendo mi fe constante y mi adhesión sin límites. Protesto, me da la gana de protestar contra los hombres que se han cogido todo el mundo por suyo, y no nos han dejado a nosotras más que las veredas estrechitas por donde ellos no saben andar».


Para no olvidar aquellos tiempos tan pasados, sigue en La Milagrosa el pedal de una vieja máquina de coser Singer que ahora hace las veces de pequeña mesa en el jardín. Y esa mesa y todas esas historias que escuché de niño me vinieron a la mente cuando las vi a ellas, en una edad en la que la desesperanza no es capaz de conquistar su juventud, en el centro de formación de mujeres jóvenes (entre 12 y 25 años) María Inmaculada de Bamako. Muchas de ellas llegaron hasta allí desde zonas rurales huyendo de todo lo que se debe huir; la violencia, matrimonios forzados, la pobreza que las convierte en una carga familiar y un analfabetismo que portan al pisar tierra extraña y que las convierte en fáciles agentes del dolor.

Allí, en primer lugar se las saca de la calle que no es buena compañera, a veces; y en segundo lugar se las enseña a coser, cocinar y peluquería para que, al menos, puedan servir como empleadas de hogar, pendientes de que les llegue la hora del matrimonio. Hay poca elección. Servir en casa ajena en un lugar donde ese tipo de trabajo vive con no más remuneración que casa y comida y, posteriormente el matrimonio.

Pero ese tiempo en el centro de formación María Inmaculada, para ellas, es la vida, la vida que se les pegará a las costuras y que les da un soplo de tranquilidad, porque la felicidad no existe ni tiene más respuesta que el trabajo duro desde muy joven. como las dos niñas de trece años de la calle del Teatro. No hay mucha más salida que el hogar. Y me entristece que tanta alegría, tanta fuerza, tanta juventud se pierda entre los lugares que les traerá el futuro para que tropiecen cien veces en la misma piedra, que para eso está esa piedra, para que ellas tropiecen. El futuro se alza las más de las veces contra sus velas.  

                                     

La novela decimonónica está llena de historias de mujeres, de historias tristes que llevaban a las mujeres hacia caminos dirigidos  por los hombres. Un lugar común en la literatura es la historia de esa familia que trasnocha de la riqueza a la pobreza en una madrugada. Yo puedo contaros esa historia. Las historias de las mil y una Tristanas que en el mundo han sido.

El tiempo ha pasado, tanto tiempo desde la primera puntada, la primera costura; lo sé porque ellas mil años después me lo contaron. Por eso, cuando veo una joven, casi niña, trabajando a la luz de una lámpara con un vaso y una aguja cogiendo randas y carreras a las medias mucho antes de que la vida empezara a arder, me viene a la mente todas aquellas niñas que no tuvieron ni tan siquiera el recurso a la violencia, donde estaban abocados sus hermanos varones en aquel tiempo y en aquella tierra. 

Y por mucho que aquellas niñas buscasen; sin embargo, ni otra ciudad ni otro lugar existe para ellas. Salvo soñar como hizo Tristana hace muchos años con la suerte roída. Tal vez alguna de ellas lo consiga. Me alegraría desmedidamente que, de pronto, de esas máquinas de coser salieran telas que hicieran posible su libertad. Que la vida era esto, yo lo aprendí muy tarde; ellas siendo niñas, sin consideración, sin piedad.
 
Al menos, aquí en María Inmaculada, parece que pueden tener otra vida, otra vida en otro mar para que sus esfuerzos no sean una rueda sin esperanza.

«Aspiro a no depender de nadie, ni del hombre que adoro. No quiero ser su manceba, tipo innoble, la hembra que mantienen algunos individuos para que les divierta, como un perro de caza; ni tampoco que el hombre de mis ilusiones se me convierta en marido. No veo la felicidad en el matrimonio. Quiero, para expresarlo a mi manera, estar casada conmigo misma, y ser mi propia cabeza de familia. No sabré amar por obligación; sólo en la libertad comprendo mi fe constante y mi adhesión sin límites. Protesto, me da la gana de protestar contra los hombres que se han cogido todo el mundo por suyo, y no nos han dejado a nosotras más que las veredas estrechitas por donde ellos no saben andar…» 







— Una puede ser libre y honrada.
— Exactamente, la pasión tiene que ser libre, es la ley natural. Nada de cadenas, de firmas, de bendiciones.

Y escribiendo esto, ¿por qué Galdós no le dio a Tristana el final que merecía? Tenía que haber cambiado el final de su novela. Ningún escritor fue capaz de hacerlas felices en su final. ¿Por qué?




domingo, 22 de octubre de 2023

SOLDADITO ESPAÑOL, UNA HISTORIA SEMÁNTICA

Cuando a Ramón María del Valle Inclán le preguntaron acerca de las medidas que había que tomar para arreglar la eterna crisis que atravesaba el teatro contestó, sin dudar, que lo primero que había que hacer era fusilar a los hermanos Álvarez Quintero.

Estas son unas palabras dichas en el Archivo Militar de Ávila, con motivo de la presentación del libro El soldado español del escritor Fernando Martínez Laínez.

Yo, a veces, siento la necesidad de contestar con la misma respuesta, (no refiriéndome a los Álvarez Quintero, claro), cuando me pregunto acerca del cambio semántico producido en la palabra Soldado desde aquellos temibles soldados de los Tercios hasta ese pobre soldadito español, abandonado a su suerte en África, según tantos periodistas y escritores de principios del siglo XX, y que caló tanto en la sociedad, dejando para siempre la palabra soldado (soldadito) con un significado poco guerrero. Eso, que yo sepa, sólo ha ocurrido en España.

Es más, cuando se pretende cambiar esa situación para darle un empaque guerrero a los soldados se siente la necesidad de crear otras palabras cuya semántica es conocida y más favorable, sustituyendo el término general de soldado por esas específicas que parece que dan más lustre a la persona. Llamémosle legionario, llamémosle artillero, llamémosle paraca, llamémosle jinete, llamémosle regular, llamémosle guerrillero; pero no soldado. Lo que empezaron los periodistas y escritores, Carmen del Burgo, Alarcón, Galdós o Unamuno tras los desastres del Rif caló como una inscripción en el mármol, pues casi todos estaban contra esa guerra africana, y tener a los poetas en contra es tener al futuro en contra; pues sabemos que sólo los poetas escriben sobre mármol.

Cuando ellos, los escritores y artistas, que casi todos eran diputados y, por tanto, políticos comienzan a jugar con el diminutivo; sin duda, esa palabra adquirirá connotaciones negativas, aunque el aspecto denotativo siga invariable. Hay mil ejemplos de eso.

La palabra "Soldado" en España ha tenido una evolución semántica que ha ido desde el temible 'Soldado de los Tercios' hasta el 'Soldadito español, soldadito valiente' de las campañas de África que la hicieron evolucionar hasta tener (casi) un carácter negativo. Eso pasa por jugar con la semántica (incluso con buenas intenciones) por parte de escritores y soldados.

A ver cómo se arregla esto, si ha calado incluso entre los componentes del Ejército que hicieron suyas canciones que basan su atracción sentimental en el uso de estos diminutivos.

Se pueden poner muchos ejemplos de tamaña evolución semántica, pero veamos algunos:

— La canción Soldadito español, soldadito valiente, escrita por el maestro Jacinto Guerrero, el compositor de zarzuelas, revistas musicales y sainetes que la compuso para la revista musical La orgía dorada, estrenada en 1928, obra del dramaturgo Pedro Muñoz Seca (junto con los también escritores Pedro Pérez Fernández y Tomás Borrás), con música del propio maestro Guerrero y de Julián Benlloch. Esa música civil la acoge la sociedad con los brazos abiertos para su diversión, porque a la sociedad le llegaban a través de escritores lo que acontecía en África. Por supuesto, la hace suya el Ejército. y de una revista musical pasa al repertorio de una música militar que la ve como positiva cuando su valor semántico para la palabra soldado y su evolución a soldadito se ha convertido en negativo.

— La canción Banderita que escribe el maestro Francisco Alonso en 1919 para la revista musical Las Corsarias (una historia de mujeres piratas que intentaban capturar hombres ante la sobreabundancia de mujeres solteras) también termina convirtiéndose en una especie de himno, cantado por Celia Gámez, y que tanto la sociedad civil como el Ejército terminan haciendo suyo. Otro diminutivo que tiene éxito y que acabará, como todos los diminutivos con el paso del tiempo, con una evolución semántica negativa, ya ande el soldadito español por la tierra mora o por la tierra africana. Eso jamás se le hubiera ocurrido a Cervantes, Lope de Vega, Alonso de Contreras, Garcilaso, Quevedo o Francisco de Aldana, que escribe por ejemplo: ¡Oh, mano convertida en duro hielo, / turbadora mortal de mi alegría, / pudiste, mano, oscurecer mi día, / turbar mi paz, robar su luz al cielo!

Todas estas canciones y artículos de periódicos, (vean lo que escribe Colombine, por ejemplo, para el Telegrama del Rif), tienen la influencia de los avatares bélicos que se iban viviendo en esos tiempos; las campañas de Marruecos y sus desastres que cuentan los periodistas y escritores como los ven, los sienten o incluso lo utilizan para cambiar el devenir político, llenando de diminutivos a aquellos soldados conscriptos que eran llevados a África. Pero, el problema es que toda su semántica hizo mucha mella en una palabra, la palabra soldado y, luego, llegaron los compositores de zarzuela y revista, que la hacen pasar al imaginario, tanto popular como militar, con más actitud débil que guerrera.


No me extraña que se rehúya en muchos casos de la palabra soldado, incluso Millán Astray, hijo de su tiempo, no tiene más remedio que rehuir de ella y esos soldados de los Tercios que quiere crear terminan convertidos en legionarios, que no admite el diminutivo. Y encima elige una canción de cupletista de cabaret, El novio de la muerte; también sin diminutivos. Un día escribí sobre el olvidado Fidel Prado y su novio de la muerte: https://ejercitotierra.wordpress.com/2021/02/21/el-novio-de-la-muerte-la-eternidad-y-el-azar/. Y es que cuando se elige bien y se trabaja en un único sentido tanto sociedad civil como militar, las palabras viven con otra semántica.

Por eso, cuando a Ramón María del Valle Inclán le preguntaron acerca de las medidas que había que tomar para arreglar la eterna crisis que atravesaba el teatro, contestó sin dudar que lo primero que había que hacer era fusilar a los hermanos Álvarez Quintero. Y yo, que también tengo aires de cupletista, diría lo mismo: «es que en España hubo un tiempo tras los desastres que nos llenamos de artistas que flaco favor hicieron a la semántica». Estoy don don Ramón María del Valle-Inclán.

Mientras no hagamos caso a Valle-Inclán nos sentiremos mejor si nos llaman guerrilleros, legionarios, paracas, jinetesartilleros, intendentes, regular..., antes que soldados. Con lo que eran los temibles soldados de los Tercios. Ya me gustaría ver en estos tiempos a Alonso de Contreras, dando tajos y poniendo en su sitio la palabra soldado.







sábado, 21 de octubre de 2023

LA VERDAD Y LA GUERRA


«Si mientes una vez, puede que no tengas la oportunidad de explicarte nunca más», tuve que decir una vez para zanjar una reunión que iba por caminos no deseados.

He trabajado mucho tiempo en misiones como Oficial de Información Pública (PAO). He conocido periodistas de todos los lugares del mundo. He tenido una cercana amistad con todos. Algunos murieron cumpliendo con su trabajo. He andado por esos caminos de la mano de muchos de ellos. Sin ellos, no había nada.

Cuando alguien me preguntaba cuál era mi trabajo, yo siempre contestaba: «yo estoy aquí para contar la verdad».

— ¿No dicen que la verdad es la primera víctima de una guerra?

— Eso dicen, pero en el momento que haya una mentira, y se sabrá con el tiempo, el valor de nuestra palabra será la nada; todos perderán la confianza y, lo que es peor, perderemos esa batalla de la comunicación en la zona de conflicto que, a la larga, decide. Sin verdad, no hay razón y sin razón, habrá derrota. Pasarán veinte años, pero habrá derrota. Además, yo tendría que cambiar de trabajo.

«Si mientes una vez, puede que no tengas la oportunidad de explicarte nunca más», tuve que decir una vez para zanjar una reunión que iba por caminos no deseados.



















sábado, 30 de septiembre de 2023

SIN NOTICIAS DE GATO DE URSARIA, ENRIQUE GRACIA TRINIDAD

Allá por el lejano 2005, me hablaron de gato de Ursaria y, con no poca fe, empecé a buscarlo. Me comentaron en una tertulia de café que podría hallarlo en Visor, que es una tierra mítica donde vive la poesía; así que di comienzo mi búsqueda por esas páginas; porque Ursaria es un lugar infinito.

Pronto en un volumen de cubierta negra y premiado que me agencié en una librería para gente rara descubrí con absoluto asombre que en el árbol genealógico de Gato de Ursaria había una lavandera deshonrada por un noble, varios rebeldes perseguidos y hasta un plumífero insigne pero de lengua larga y venenosa.

También observaban en el proemio que procedía de una estirpe indolente y caprichosa, llena de fantasías y mentiras, dada a oficios sin futuro, de mucho trabajo y poca ganancia, y al uso de amuletos.

Como yo, por entonces, me había convertido en un viajero y pasaba mis noches y mis días rodeados de turbios pensamientos llegué a la indolente consideración, normalmente refugio de los viajeros de papel,  que ya que me había puesto a buscar a Gato de Ursaria, el viajero, no me agotarían la paciencia, ni los blancos días ni las lentas noches; porque yo sabía que para Gato, Siberia es el blanco mantel del desayuno, y el desierto la luz en el azucarero. Sabe que cuando corre las cortinas, larga velas del batrco bucanero que navega el Caribe de sus noches siempre desde el pasillo a la terraza. Gato de Ursaria explora sin descanso una selva de encaje por la colcha y el Amazonas virgen que eriza la cocina. Nadie marchó jamás tanto. 

Durante un tiempo viajé como gato, sin salir de Madrid; sin saber que Ursaria era Madrid y que «ursus» significa «oso» en latín. Así que tras un verano me di cuenta que Gato no tenía más remedio que habitar los tejados de Madrid, de Ursaria, por muy viajero que se proclamase.

En la cubierta del libro me hablaron de un tal Enrique Gracia Trinidad, y no paré hasta conocerlo, víctima de un azar común, tengo que reconocerlo. Como entonces yo tenía un gato negro que se llamaba Media Luna, me imaginé a Gato y a Enrique ambos vestidos de negro. Eso tiene la noche y los poetas. Así que para conocerlo y que me viera venir me dispuse a vestir una camisa blanca.

Yo me lo imaginé como el guerrero de todas las batallas con su chupa de cuero y sus blasfemias, la mística muchacha, los amantes, el borracho tan sabio como el agua, el músico que daba en el local su concierto de siempre, el camarero de aburrida camisa y manos rápidas. De pronto le vi salir de aquel tugurio; Gato de Ursaria, lento y silencioso, bebió un último trago de cerveza, se puso en pie salió sin ser notado. Al momento, se levantó el poeta y recitó un soneto, de entre todos el único soneto que vibró aquella noche, y yo pensé que, aunque Gato nos hubiera abandonado, perseguir a Gato de Ursaria era perseguir a Enrique Gracia Trinidad.

Pasaron veinte años hasta que lo encontré. Antes tenía que aprender que el tiempo es mal lugar para el descanso, tiene las manos húmedas de manejar las tardes, de quererse a sí mismo y andar jugando siempre, borrando siempre la distancia, el cálculo, siempre las hojas de papel. Como estoy ahora, emborronando páginas de papel pensando cómo era aquella ciudad de Ursaria.

Dejar memoria, Gato, o convocar olvido.

Ojalá lo supiera.

Me alegró encontrarte en aquella reunión poética en la Casa Árabe. Gato. esa noche sin embargo, decidió ir a otros tugurios.








martes, 12 de septiembre de 2023

MARÍA GOYRI, UN VIAJE ENORME

Después de 150 años María vive. Y vive porque viajó a donde pocas mujeres llegaron, incluyendo a todas las sufragistas anglosajonas. Y ese viaje lo hizo de la mano del Romancero inicialmente y de toda la Literatura más tarde. y llegó más lejos que nadie porque hizo ese viaje a través de la educación; la propia, iniciada en casa con su madre y aumentada en esas instituciones cercanas a la Libre de Enseñanza y la ajena, que tanto promovió desde la Asociación para la Enseñanza de la mujer hasta la Residencia de Señoritas dirigida por otra grande, María de Maeztu.

Por eso vio claro que no todo era conseguir el sufragio femenino para esa igualdad entre hombre y mujer, sino que había que cambiar muchas otras cosas desde los cimientos de la cultura que es quien da forma no sólo a los contenidos, sino a los continentes: «En un Congreso feminista no podía faltar la cuestión tan reñida de los derechos políticos de la mujer. No sé por qué es éste quizá el aspecto de la cuestión feminista que más interés despierta. ¿Es porque les parece que lo más difícil de conquistar son los derechos políticos, y creen que, una vez logrado esto, todo lo demás está conseguido? No está mal esa aspiración, como parte integrante del problema; pero la humanidad necesita con más urgencia del esfuerzo de la mujer en otras esferas»

Sólo una gran humanista que conoce toda la Literatura tradicional y que sabe lo fuerte que los mitos, desde los tiempos homéricos, han conformado nuestra sociedad puede concluir, como los aqueos cuando derribaron la civilización minoica, que no basta vencer; que es fundamental un cambio cultural si queremos echar raíces y que los saltos atrás sean difíciles de realizar; un cambio que transforme las mentes y eso debe producirse, al menos, a la vez que el sufragio y el derecho al voto.

Creo que esa es la principal debilidad que en estos tiempos tiene la lucha por la igualdad de la mujer; todavía seguimos con los patrones tradicionales; todavía la Literatura está hecha por hombres, aunque la escriban mujeres. Todavía los mitos son masculinos; aunque creamos que hemos hecho grandes avances, apenas hemos hecho ninguno.

Por eso, mujeres como María Goyri son más necesarias que nunca; por su vida, por sus escritos, por su visión; y por toda la literatura que llevaba dentro desde el Romancero; pues, dedicó su viaje de novios a perseguir el destierro del Cid por los valles del Duero y, ocurriéndosele recitar a una lavandera en Burgo de Osma el Romance de la boda estorbada, se asombró al ver como ésta empezó a continuar el romance añadiendo muchos más que María desconocía: «Voces corren, voces corren, voces corren por España, que don Juan el caballero está malito en la cama...» y María se da cuenta de que ese romance era el dolor de España tras la muerte del infante don Juan, hijo de la reina Isabel. Una muerte, por cierto, que volvió a cambiar una nación y puso la corona de Castilla en la cabeza de Juana. Sabio es el pueblo y su romancero y poco errado en las consecuencias.

El Romancero y la Literatura española le deben mucho a María y también Lope de Vega a quien estudió más que con mesura con devoción. Luego llegó como un huracán la guerra civil y algún "experto en Literatura" que seguía los pasos de María escribió esto: 

«MENÉNDEZ PIDAL, Señora de: Persona de gran talento, de gran cultura, de una energía extraordinaria, que ha pervertido a su marido y a sus hijos; muy persuasiva y de las personas más peligrosas de España. Es sin duda una de las raíces más robustas de la revolución.»

Cierto, María Goyri se casó también con un hombre de gran talento, Ramón Menéndez Pidal. No quería poner el nombre de este otro gigante porque siempre que se la nombra a ella, se dice que era la mujer de Menéndez Pidal. A todas luces información innecesaria cuando se sabe quién era María Goyri. Pero la cita del ¨experto en literatura¨ me ha obligado.

Por recordar a María Goyri me di un paseo por la Casa del Lector en la Naves del Matadero. 








sábado, 9 de septiembre de 2023

ESCRITORES DE DERROTAS, UN ENSAYO ESPAÑOL

Cada vez que vuelvo a Sanlúcar me gusta releer los libros, los cómics y los cuentos con los que viví de niño tantos años. Y lo sigo haciendo cada verano. Cada verano me embarco en la racista y victoriana Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, con destino al río Congo; luego, con Tex Willer y Kitt Carson galopo por las reservas navajas buscando malvados que bien pudieran ser ellos mismos; o, viajo a las montañas de Afganistán buscando al hombre que pudo reinar junto a un periodista al que le dieron el Nobel por contar como nadie las excelencias del colonialismo; y, en estos momentos me dispongo con William Travis a apoyar con mi cómic de los años setenta a los defensores de El Álamo contra los mexicanos.

Pero hay un libro-cómic que influyó mucho en mí, incluso para elegir profesión. Yo quiero ser como él, yo quiero ser Lawrence de Arabia. Yo quiero ser el teniente coronel Lawrence y viajar por Bosnia, Croacia, Kosovo, Líbano, Malí, Turquía...

Así que leí cientos de veces cómo «la ciudad de Wejh estaba muy bien fortificada, pero no había problema porque Lawrence le prometió a Feisal que tendría la ayuda de la escuadra británica y que el enemigo no esperaría ese ataque». Y yo me subía a un camello y deseaba que las fuerzas británicas vencieran allí donde estuvieran.

Por ahora, todo parece correcto, salvo por el pequeño detalle que yo era un niño que había nacido en la marinera Sanlúcar de Barrameda en Cádiz, España. Pasado el tiempo, y revisando lo editado en estos últimos cuarenta años, veo que nada ha cambiado y que tanto los libros, como la televisión o el cine siguen escribiendo las tormentas en el mismo sentido. Yo sigo leyendo esas historias lejanas y que mantengo en propiedad porque la infancia debiera ser la mejor de las patrias posibles; pero, ahora surge la pregunta: ¿por qué un niño de España ha crecido leyendo tantas historias norteamericanas o británicas y las pocas españolas que llegaron hasta él fueron exclusivamente de derrotas, ya fueran en Trafalgar o en Rocroi?

Nadie ignora que nada es casual. Nadie ignora que el arte redime y que la Historia la fijan las imprentas y la sujetan en la memoria los grandes escritores por encima de los historiadores. Crear los mitos es la esencia de la memoria, como bien nos llevan enseñando los griegos durante más de 2.500 años.  

La imprenta, ese regalo de Dios como la llamó Lutero, fue el comienzo; y las redes que se tejieron desde ese principio fueron su continuación y, hoy, ese arma de comunicación lo domina el mercado que, sin duda, lo subyugan los vientos que vienen del Norte y que hablan inglés. Un idioma que, dicen, es de rigurosa necesidad aprender.

Ahora, que ya voy solo a las bibliotecas, decidí saber por qué tenemos esa feroz influencia contra nosotros mismos. Es un ensayo infinito que nunca terminaré; pero, al menos, voy a dejar aquí alguna pincelada. Y estoy escribiendo esto de noche y de memoria. 

Puedo empezar por la Relaciones de Sucesos que surgieron allá por el siglo XV y donde la lucha de la propaganda en pequeñas hojas volaron sobre todo durante la guerra de Flandes y la lucha contra Inglaterra. Desde esos momentos comenzó a pergeñarse no sólo la Leyenda Negra, sino los tiempos blancos que ahora abrazamos. Y eso lo han conseguido incluso luchando contra la mejor literatura que se ha escrito nunca; la literatura en español. No importa de qué mares venga.

Saben que provengo de una saga de marinos mercantes que no dejaron un océano sin recorrer; por eso, no extrañará que mi navío de referencia sea la Santísima Trinidad, un navío de línea de cuatro puentes y 140 cañones, el mayor de su época.

Pues, tengo que decirles que no he parado de leer cómo fue su hundimiento después de la batalla de Trafalgar, cómo fue desarbolado, en más de cuarenta libros en varios idiomas, ya sea Galdós, Delitte, Cornwell o Pérez-Reverte, buena literatura sin duda. Pero, por ejemplo, no he visto esa misma buena literatura cuando la Santísima Trinidad y la flota española que lo acompañaba apresó más de cincuenta barcos ingleses y sus cañonazos demolieron la cubierta de más de treinta navíos en la batalla del Cabo de Santa María, nadie hizo nunca tantas presas. ¿Por qué? Y no hablo de libros de estudio, que son infinitos los primeros que tratan de Trafalgar en comparación con los segundos. Hablo de literatura, hablo de arte que es lo que fija la memoria y la posteridad. Un escritor con mayúsculas o un pintor con mayúsculas. ¿Por qué esos escritores no escriben de esas historias y sí lo hacen hasta la saciedad de las derrotas?

También he navegado en el San Ignacio de Loyola, el Glorioso, y me ocurrió lo mismo. Escritores, pintores y escultores que relatan su rendición y apenas se tratan en la literatura esos combates de leyenda donde, antes de esa fecha, mandó al fondo de los océanos a doce navíos británicos. Si sumamos las derrotas y victorias de las armadas españolas e inglesas durante los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX no se pueden imaginar el abrumador número de victorias navales españolas. Pero, para qué vamos a escribir, que escriban y piensen otros. ¿O a lo mejor hay otros motivos que vienen desde dentro que hace que los escritores españoles de altísimo nivel no acojan estas historias y trabajen en otro sentido? o ¿tal vez la Historia de España también ha ayudado sobre manera a llevar a esos escritores a remar en esa dirección?

Como estoy escribiendo de memoria, es de noche y hace años que no bebo ron pirata, voy ahora a hablar de un escritor, romántico por supuesto, con el que soñé ser: José de Espronceda; libertario, fundador de la sociedad secreta Los Numantinos, admirador de Riego que viendo su ejecución prometió vengarlo, amante de una mujer casada, la bellísima Teresa Mancha, y exiliado en Inglaterra por ese rey felón que fue don Fernando VII. Y en Inglaterra, «el país de la libertad», se da a componer un himno que todos los niños españoles han aprendido desde siempre de memoria: La canción del pirata.

¿Es posible que en España, conociendo su historia de lucha contra los corsarios y la piratería con mucha valentía marinera y siempre venciendo, el poema por excelencia evoque a un pirata como héroe? Nunca un escritor da una puntada sin hilo y Espronceda no iba a ser menos, incluso aunque veinte presas hayamos hecho a despecho del inglés. ¿No sería más coherente con los hechos históricos un poema dedicado a las heroicas gestas contra piratas en Cartagena de Indias, La Coruña, La Habana, Cádiz o Mar del Plata? Entonces, para Espronceda un pirata está bien como héroe español. ¿Nadie entre los escritores de talla conocía por ejemplo a Blas de Lezo? Lo dudo. Pero, ¿quién exilió a Espronceda? ¿Quién dominaba la imprenta?  Sigo leyendo a Espronceda y ojalá escribiéramos así todavía.

Y voy a continuar, pues es de noche y escribo de memoria, con José María Blanco White, a quien estimo tanto como escritor y pensador, y por quien bebí los vientos como hacía Juan Goytisolo. Blanco White nació en Sevilla, descendiente de irlandés y española, cuya familia paterna ya sufrió despojos bajo Cromwell, y su familia materna era hidalga y vivía de una renta. Blanco White, sacerdote, escritor, liberal y, en lo que nos importa, exiliado a Inglaterra en 1810 durante la guerra de la Independencia. En Londres conoce a Lord Holland, político inglés. que le presenta a Thomas Campbell, director de la revista The New Monthly Magazine y para la que Blanco White trabajó bajo el seudónimo de Leocadio Doblado y donde escribía sobre todos los prejuicios británicos acerca de los españoles que en el mejor de los casos eran tildados de fanáticos y atrasados, «lo cual puede que fuera cierto».

Pero, desde luego, no podía quedar ahí la cosa, sino que le dieron los fondos para que fundara un periódico de nombre El Español, me suena mucho ese nombre de periódico, que atacó como nadie a las Cortes de Cádiz de 1812 y dio bien la batalla durante la guerra que libraron los países hispanoamericanos por su independencia, con razón o sin ella. No es causa menor que consiguieran desde Londres que fuera el periódico más leído en América en español. Enviando sus mensajes, claro. Pero, ¿quién exilió a Blanco White? ¿Quién dominaba la imprenta? Sigo leyendo a Blanco White y ojalá escribiéramos así todavía.

Casos como el de José María Blanco White han sido muchos a lo largo de nuestra historia, escritores que con forzados exilios terminan fijando en sus volúmenes nuestro pasado. La lista es difícil de cerrar, pues en los siglos XIX y XX en España no podía pretenderse que los escritores abocaran sus textos a nada diferente a su visión española desde el exilio; aparte, claro está, de ser apoyados con los intereses contrapuestos por las diferentes naciones del norte.

Podría nombrar, aunque es de noche y escribo de memoria, por ejemplo a unos grandes autores a los que admiro mucho y que trabajaron exiliados para la BBC británica, es decir para el gobierno británico. El primero de ellos, Manuel Chaves Nogales que ha terminado fijando la guerra Civil con su conjunto de relatos A sangre y fuego, cuyo prólogo es para enmarcar y, también, Arturo Barea y su Forja de un rebelde, que por esos avatares del destino es una novela que leemos ahora traducida del inglés. O Luis Portillo, que también trabajó para la BBC y que fue quien fijó muchos meses después las palabras de Unamuno en el Paraninfo de Salamanca. Fue él quien relató en The last Unamuno´s speech lo que allí se dijo: «Venceréis, pero no convenceréis». ¿Seguro que fueron esas las palabras exactas? ¿Quién sabe? Los tres terminaron escribiendo relatos sobre la Guerra Civil española en la revista Horizon británica, y son los que ahora leemos. Pero, ¿quién exilió a Chaves Nogales, a Arturo Barea, a Luis Portillo o a Cernuda? ¿Quién dominaba la imprenta? Sigo leyendo a Chaves Nogales, a Arturo Barea o a Luis Portillo y a Cernuda y ojalá escribiéramos así todavía.

Como es de noche y escribo de memoria, puedo permitirme los saltos en el tiempo y en la geografía; por eso, voy a un lugar que históricamente por mil motivos aprecio mucho, el Rif, durante la Guerra de África en aquellos años veinte del pasado siglo. Y me da por pensar que una guerra con tantos hechos y que tantísimo influyó en la política española del siglo XX tenga tan poca presencia en la literatura española.

Son pocos los autores, grandes escritores, que fijan la Guerra del Rif; y ahí aparecen de nuevo Arturo Barea, posteriormente exiliado en Londres, con La Ruta, el segundo volumen de su trilogía La forja de un rebelde y Ramón J. Sender,  posteriormente exiliado en Estados Unidos, con Imán; grandes libros que recomiendo leer; pero, que también se embarcan en una visión que viaja en una única dirección hacia el conocido Desastre, como un «símbolo de todas las miserias que arrastraba el país con una estructura caciquil y una sociedad atrasada». Pero, ¿quién exilió a Ramón J. Sender y a Arturo Barea? ¿Quién dominaba la imprenta? Sigo leyendo a Ramón J. Sender y ojalá escribiéramos así todavía.

 Bien es cierto, que esos libros eran necesarios; pero eso no es óbice para que no surgiera una literatura de esa Guerra, vista no sólo a los ojos del Desastre. Hay muchas causas para ello; pero, para mí, la fundamental era la profunda grieta que había entre los ambientes civiles y militares, entre la sociedad y el Ejército, hecho que venía de las profundas divisiones que arrancan con la Guerra de la Independencia, afrancesados que vivían la cultura y un pueblo analfabeto y de nuevo hastiado; para continuar con las infinitas guerras civiles que asolaron el país durante casi dos siglos y que lo redujeron casi a la nada.

Si viajamos, por ejemplo, a la I Guerra Mundial veremos que todo Oxford, todo Cambridge, todo Harvard, todo Princeton, todos los universitarios de esos países van al combate, y cuando vuelven cuentan sus vivencias con sus aspectos negativos, pero también con muchos positivos que crean una épica de la que todavía estamos bebiendo; aparte de que eran los dueños de las imprentas y del comercio. Sin embargo, en nuestros Guerras del Rif, nuestro Desastre de Annual, todos esos universitarios, toda esa gente de cultura no coge, como Johnny, su fusil y se va al campo de batalla. Hasta allí la cultura, la gran masa culta no pone los pies; y podemos imaginar cómo lo consigue. No se puede esperar entonces una amplia literatura que cree una épica. Sólo se puede esperar que salte a la luz literaria la corrupción generalizada en gobiernos y ejército; y situaciones del combate que sólo llevan al desastre.

Sobre la guerra en África me dio por leer, pues me parece una figura que no debiera ser ligeramente olvidada, a Carmen de Burgos, que firmaba como Colombine.  En la guerra, 1909, puede considerarse una alegoría de todo intento, que se convierte en fallido, de modernizar España, y no pone su foco en los hechos de guerra, sino en los sentimientos y los dolores de esos soldados; en ese espejo en el que se reflejan de las misma manera los pobres campesinos españoles que a la guerra llevan y los igualmente pobres rifeños. Por cierto, la figura del moro en la literatura española anterior al siglo XVI es una figura muy positiva, solía describirse como un hombre sabio, a quien se iba en busca de consejo por su cultura.

La Literatura y la Historia tienen a veces esos poderes semánticos. Y la Historia de España más que ninguna porque aquellos que podían hacerlo nunca se dieron a ello, baste decir que desde el año 1592 que se escribe una Historia General de España no se escribe otra hasta los trabajos de Modesto Lafuente en el siglo XVIII. Demasiado tiempo, cuando se trata de luchar con la imprenta, no importa de dónde soplen los vientos, si a favor o en contra. Cuando se escribe y se consigue que el comercio de la imprenta funcione, se gana. En eso son expertos nuestros vecinos del Norte.

Nadie ignora que el anverso es la historia de la sociedad y el reverso es el arte, que es eterno en el tiempo, porque mientras hay humanidad hay arte. Pero, ¿quién ha movido los hilos del arte o quién los mueve todavía? ¿Quién no cambiaría el mundo que no le gusta?, ¿pero cómo?: «Con Arte, con mucho Arte.»

Precisamente ahora, que es de noche y escribo de memoria, quería comenzar mi Ensayo sobre los escritores de derrotas; esa rara habilidad, que tienen los escritores españoles y que parece que va en su código instintivo. Pero, acabo de recibir una llamada en inglés, (con lo que me gusta enseñar mis dotes lingüísticas anglosajonas, no hay español que no desee eso), y me han explicado de nuevo por dónde se mueve el mercado editorial, de dónde salen los best-sellers, y las consecuencias que puede tener en la edición y en las posibles traducciones de mis novelas esta decisión mía de apartarme de todas esas historias que leí de niño. Aparte de que no me convendría echar al vuelo, así como así, una posible serie de conferencias en universidades de Estados Unidos a lo Óscar Wilde. También he pensado en el exilio, ¡pardiez!

Me han convencido y creo que voy a volver a coger de nuevo mi cómic de 1969, que narra la leyenda de Lawrence de Arabia, porque no sé si se lo he dicho; pero, de niño yo quería ser Lawrence. (Que no se enteren los de la llamada de teléfono en inglés; pero, ahora, quiero ser como el coronel Gabriel Morales, soldado, académico, arabista e historiador).