domingo, 24 de abril de 2016

QUIERO TODO ESTO, JOSE AGUSTÍN GOYTISOLO

En unas elecciones voté a un poeta que conocí hace tiempo en La Otra Banda de la Argónida; y a quien ya seguía en sus trifulcas lorquianas, sus vivencias en jardines extranjeros o su estadía honrosa en habitaciones separadas; y lo hice incluso sabiendo que nos equivocábamos los dos.

Pero, claro, cómo no caer en la suprema tentación de negar a Platón y su teoría de rechazar para su República a los poetas, a los que envió al exilio por sus siempre desmedidas corrupciones y vicios, sin conocer vergüenza ni reposo, emperrados en sus críticas y en su oficio; gente que difícilmente llegan a reunir dinero, que la previsión no es su característica y que se van marchitando poco a poco de un modo algo ridículo
 si antes no les dan muerte por quién sabe qué cosas. Los poetas, las viejas prostitutas de la Historia; que, como hay que decirlo todo, suelen ser, en una convivencia diaria, difícilmente soportables. No salgan nunca con un poeta, normalmente nada tienen que ver con sus versos y su oficio es destrozar almas y corazones. Lo sé de buena tinta.

Pues sí, decidí, como Chantal Maillard, Matar a Platón; sabiendo que me equivocaba, que nos equivocábamos los dos.

Unos días antes, porque no se me hacía fácil elegir entre Platón y el poeta del sur, decidí escribir qué es lo que yo querría que hicieran los poetas en el caso de que todos nos hubiéramos vuelto locos y hubiésemos aupado al poder, entregándoles la banda y el bastón de mando del gobierno a las viejas prostitutas de la Historia.

Ya tengo el papel en blanco; ahora voy a pedirle a José Agustín Goytisolo, el poeta, que me eche una mano:



Quiero ser informado sobre lo que ocurre al más alto nivel
Quiero que todos los políticos, que antes fueron poetas, no se conviertan nunca en hombres de negocio
Quiero ver a la gente uno por uno
Quiero que la única revolución sea la de los besos
Quiero que me amnistíen por todo lo que pienso hacer de ahora en adelante
Quiero que en las cárceles sólo esté quien lo merezca, pero que esté si lo merece
Quiero entrar en los cines sin pagar
Quiero que los cines sean más baratos y que no haya actores multimillonarios,... ni futbolistas
Quiero un informe sobre el comportamiento sexual de los sexólogos
Quiero que me den más besos, sin que varíe mi comportamiento
Quiero que una persona de fiar escoja mis camisas y nunca se equivoque
Quiero acertar por una vez con la camisa adecuada y que esa persona que escoge mis camisas no me pida que me la cambie. Ya tengo esa persona de fiar. Retiro mi anterior petición
Quiero aprender inglés en 15 días
Quiero aprender inglés, pero no en quince días, porque ya no sabría vivir sin acudir a clases de inglés todos los años. Retiro la anterior petición
Quiero saber con precisión exacta la verdadera forma del universo
Quiero seguir creyendo en el relojero que da forma y mueve el universo; y doy gracias a mis padres que me lo presentaron
Quiero que los croissants siempre estén calentitos y sabrosos
Quiero que entre todos nos organicemos mejor, porque esto parece una orgía mal ordenada; y quiero que el pan llegue a todas partes, sobre todo conociendo los lugares donde sobra
Quiero lanzarme en plancha y rematar marcando el sexto gol al Real Madrid
Quiero volver a vivir aquel día que le metí un gol a Recio, en el partido contra el Xerez Deportivo.
Quiero ascender por méritos de guerra
Quiero que si hay que ir a una guerra a salvar princesas convertidas en esclavas, niñas secuestradas o gente perseguida por su color, su pensamiento o religión vayamos cantando
Quiero que Cataluña llegue hasta el Tirol
Quiero volver desde Afganistán andando y que, en ninguna parte, nadie me pida el pasaporte ni me pregunte de dónde soy
Quiero controlar el gasto Público partida por partida
Quiero que nadie pueda hacerse rico a costa del Estado, incluyo aquí a los notarios
Quiero ser bueno
Quiero alguna vez ser malo, sin hacerle daño a nadie
Quiero que se me paguen daños y perjuicios
Quiero que cada pueblo tenga el gobierno que no se merezca
Quiero que no me avergüencen más en las autopistas
Quiero que no haya clase obrera
Quiero que no haya clases..., pero sí escuelas
Quiero que trasladen las Fallas de Valencia
Quiero ir a Valencia en Fallas
Quiero que no vuelvan los buenos tiempos
Quiero que los lugares donde he sido feliz no le den la razón a Félix Grande 
Quiero revolcarme en la alfombra del Hotel des Templaires
Quiero revolcarme en una cama del Hotel des Templaires, a poder ser acompañado de quien ustedes y yo sabemos
Quiero ser hábilmente interrogado para cantarlo todo a la primera friega
Quiero volver a andar rodeado de espías con todos los teléfonos pinchados
Quiero sardinas en escabeche y pan tostado con aceite y sal
Quiero una Rakkia en el corredor de Stolac
Quiero que se me incapacite legalmente para no ser ya nunca responsable de nada
Quiero que no me maten la ilusión
Quiero que en las universidades se enseñe cultura y libertad; y no doctrina con nombres parecidos a los anteriores
Quiero que no vuelvan a salir goteras en el techo
Quiero que mi seguro me eche cuando pago y que me acoja cuando doy tres partes seguidos por humedades
Quiero que todo el mundo cobre más
Quiero que todo el mundo cobre más; pero que alguno que otro cobre menos
Quiero que no se me hinche la barriga
Quiero que nadie sea valiente sólo porque le acompañe la fuerza
Quiero que me convenzan
Quiero alguna vez no dar la razón tan rápido a quien intenta convencerme
Quiero un poco de caridad cristiana
Quiero que todos pasen por el tubo
Quiero un nuevo cepillo de dientes

Quiero todo esto
yo no puedo seguir viviendo así:
es una decisión irrevocable

Después de volver a leer mi lista de deseos, decidí negar a Platón, que echó a los poetas de la República por sus siempre desmedidas corrupciones y vicios, sin conocer vergüenza ni reposo, emperrados en sus críticas y en su oficio, sabiendo que me equivocaba; y voté a ese poeta que se presentaba a las elecciones, porque lo conocía, y porque quería averiguar si el poder es capaz de corromperlos y no sólo los corrompe el placer, la belleza o la palabra.

Hoy, después del fútbol, he quedado con Chantal para matar a Platón.



sábado, 16 de abril de 2016

LAS PERSONAS QUE ESTÁN SALVANDO AL MUNDO



Dicen que para ser feliz lo mejor es conformarse con poco; y yo siempre he pensado que esa máxima fue una artimaña de los poderosos, hábilmente difundida en los corazones de los desheredados, para atemperar las jóvenes revoluciones nacientes.

Cierto, que los años te hacen ver, después recorrer un largo trecho, que en la vida no hay más que tres o cuatro cosas verdaderamente importantes: lo que hemos amado, lo que nos han amado, el sosiego que arrastra una bienhechora conciencia y aquello que nos ha legado el provechoso azar basado en la caridad con almas ajenas y en la justicia con la propia alma.

Pero, no sé por qué, siempre he pensado que los ricos, esos que no saben utilizar su riqueza más que para amontonarla, han nacido ciegos a esas tres o cuatro cosas desde que cinco mil años atrás alguien encontrara entre en las arenas sombrías de un viejo río de Babilonia, la primera pepita de oro. Y también he pensado siempre que los ricos, los malos ricos, son los únicos que piensan que nunca tienen suficiente dinero.
Y eso que el mismísimo Hijo de Dios bajó a la Tierra para contarles una historia de un camello y una aguja.

Una vez le pregunté a mi padre, un viejo marino que recorrió todos los océanos posibles y arribó en ilimitados muelles, sufrió soledad, vivió alguna que otra guerra como actor o espectador, amó y fue amado, odió y fue odiado, ganó en los mares una fortuna y la gastó y tuvo en una sola vida mil; una vez le pregunté a mi padre quién podría ser para él la persona más feliz y dichosa del mundo.

No me habló de bellos actores o actrices, ni de jóvenes futbolistas, ni de hombres de negocio de éxito, ni de conquistadores, ni de ningún sabio y sesudo profesor de universidad, no había ningún político; nada de eso. El viejo marino me contestó, simplemente: de todos los hombres que he conocido, creo que elegiría a un jardinero de un parque de Rótterdam que cuidaba las flores, los árboles; recogía las hojas de otoño; estercolaba el césped antes de la llegada de la primavera; y lo protegía del invierno. Yo creo que ese es el hombre más afortunado que he conocido: un hombre que cultivaba un jardín.

Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.

Y recordé, de pronto, los hombres que ahora mismo están salvando al mundo

Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

Para el viejo marino y para Borges, estos hombres son los que están salvando al mundo, aunque ellos no lo sepan, y ¡encima! son los más felices:
Un jardinero que cultiva su jardín en un parque de Pekín, un ceramista que del barro crea de nuevo al hombre, una persona que vive de la palabra y su etimología, dos amantes que se tocan con más pasión que Paolo y Francesca en el canto V de la Divina Comedia, alguien que ama la música, dos empleados que en un café de Mostar charlan, sonríen, juegan al ajedrez y cultivan la dicha de la amistad, un hombre que lee a Borges mientras acaricia a su perro Coco que duerme tranquilo, el que no odia a los que un mal le han hecho, aquel que ha sido capaz de embarcar en La Española un día de lluvia; para el viejo marino todos esos están ahora mismo salvando el mundo.

Yo, para no olvidarme de esa conversación con el viejo marino, cuando estuve en Ámsterdam compré unas semillas de tulipanes que cada primavera me recuerdan, al brotar de la escondida tierra, los nombres de las personas que ahora mismo están salvando el mundo.

Por eso, cuando escucho las noticias o leo los periódicos me pregunto: ¿cuándo nos daremos cuenta de que están intentando salvar el mundo las personas equivocadas? Incluyo ahí también a aquellos que siempre aparecen aprovechándose de las crisis o del dolor para tener un amplio despacho con vistas. Creo que el viejo marino tampoco me habló de ellos. Ninguno de ellos salió del arado, ni volverá al arado como Lucius Quinctius Cincinnatus después de salvar a Roma.

domingo, 10 de abril de 2016

SUMISIÓN, CON MICHEL HOUBELLECQ



Yo llegué a Houbellecq buscando las partículas elementales, porque pensé que me llevaría por el camino de Swedenborg hasta Fiodorov, demostrándome que la muerte yace en el fondo de todos los problemas humanos.

Yo, que me he criado en el laberinto mágico de la literatura hispanoamericana donde el malabarismo verbal recabado fundamentalmente en la sencillez de las palabras y en la complejidad de la sintaxis se adueña de la escritura, rápidamente descreí del vocabulario soez de Houbellecq, de sus imágenes explícitas que dan poco margen a la fantasía, de sus personajes pesimistas abocados al desconsuelo sin esperanza, y de su tono profético.

El director de esa biblioteca, que es el resumen del mundo, por la que rondo cada semana, tan solo para ver portadas y títulos de libros, decidió, no hace muchos días, que era hora de aconsejarme alguno y, no sin imprudencia, me asaltó con un pequeño volumen de tapas amarilla, en cuya portada venía dibujada la Torre Eiffel y sobre ella una media luna y una estrella de cinco puntas sobre la luz del amanecer; su título, Sumisión y su autor Michel Houbellecq. “Es un libro muy curioso”, me dijo, “imagina que gana las elecciones en Francia el Partido de los Hermanos Musulmanes. Imagina lo que ocurriría”.

No quise decirle que en ese momento estaba interesado en Stefan Zweig y su libro autobiográfico, El Mundo de Ayer. Es un autor que te lleva como nadie por la Europa de la primera mitad del siglo XX: la Viena mágica y confiada del emperador; el París libre y avasallador y el París sombrío y ocupado; el Berlín del arte cuadriculado y la poesía metafísica; y el Berlín trágico.

Como no podía decirle que no, al fin y al cabo es el director de una biblioteca con más de cincuenta mil volúmenes y eso significa que para mí tiene, como San Pedro, las llaves el paraíso, me eché los dos libros a la mochila y le di las gracias por la recomendación.

Nunca pensé abrir a Houbellecq, pero fue el destino quien separó sus páginas cuando se me cayó al suelo y al recogerlo metí mi dedo pulgar por la hoja número 11. nunca desobedezco a las mágicas señales, pues nadie ignora que la mente juega con nuestra debilidad frente al azar y cae rendida veloz ante los designios imaginarios.

Es lo que ocurre en nuestras sociedades, todavía occidentales y socialdemócratas a cuantos acaban sus estudios; pero la mayoría no adquieren conciencia de ello o no lo hacen de forma inmediata, pues están hipnotizados por el deseo de dinero o quizá de consumo los más primitivos, y más hipnotizados aún por el deseo de demostrar su valía en un mundo que esperan competitivo, galvanizado por la adoración de iconos variables: deportistas, diseñadores de moda o de portales de Internet, actores y modelos.

Aquí está de nuevo el prestidigitador, me dije. Pagaré el peaje del lenguaje soez, de los personajes que andan revolcados en el vacío de la carne y del espíritu y voy a ver dónde me lleva este Houbellecq, ahora que un extremista intolerante islámico, democráticamente ha sido elegido presidente de Francia. Recordé las elecciones alemanas de 1932 cuando a un joven desconocido Hitler los votos alemanes le otorgaron 230 escaños; y pensé en toda la sangre que cuesta ganar la libertad, que rara vez se ha ganado en las urnas; y, sin embargo, con un poco de desencanto y desilusión lo fácil que es perderla en esas mismas urnas.

Es cierto que en mi juventud, las elecciones eran muy poco interesantes; la mediocridad de la oferta política era incluso sorprendente. Un candidato de centroizquierda era elegido, por uno o dos mandatos según su carisma individual, y oscuras razones le impedían llevar a cabo un tercero; luego la población se hartaba de ese candidato y más generalmente del centroizquierda, se observaba un fenómeno de alternancia democrática y los votantes llevaban al poder a un candidato de centroderecha, a ese también por uno o dos mandatos, en función de su propia naturaleza. Curiosamente los países occidentales estaban extremadamente orgullosos de ese sistema electoral que, sin embargo, no era mucho más que el reparto de poder entre dos bandos rivales, y llegaban incluso a declarar guerras para imponerlo a países que no compartían su entusiasmo.

Houbellecq ya nos prepara para que la extrema derecha y la Hermandad Musulmana hicieran que las cosas se pusieran un poco más interesantes al introducir en los debates el olvidado escalofrío del fascismo. Un poco de violencia, se oyen disparos de atentados, algunos subterfugios juveniles mediante instituciones pseudo-culturales y un apoyo sin límites a los necesitados que abrazan cualquier doctrina con tal de que llene caliente sus estómagos vacíos y vengue sobre el poder establecido las muchas cuitas que han estado sufriendo y, ¡zas!, Houbellecq nombra presidente del gobierno a una persona muy inteligente con don para gobernar, que no caerá en el inicial error de acabar con los contrarios de forma violenta; sino que las depuraciones llegarán con dinero, ayudas, o amplias pensiones, enviando a paraísos de oro a las antiguas fuerzas que gobernaban y educaban a la Francia libre; para, poco a poco, ir limando las igualdades conquistadas en revoluciones y perdidas en las urnas.

El veneno de los movimientos identitarios ha acabado con todo; ya no hay más que reacciones que resquebrajan un sistema judicial que no se basa en la igualdad ante la ley; sino en la identidad a la que pertenece cada individuo: violencia contra una iglesia, reacción antiislámica, violencia contra una mezquita, reacción islamista, movimientos identitarios, enroque de cada trozo de sociedad, y nueva prueba irrefutable de que la violencia define y es capaz de establecer fronteras que poco tiempo atrás no existían. El sistema político en el que se había vivido desde la infancia se había resquebrajado. No sitúan la economía en el centro de todo, para ellos lo esencial es la demografía y la educación. Quien controla a los niños controla el futuro. Las mujeres, poco a poco, dejan de asistir a las universidades, y para entonces todos los docentes deben de ser musulmanes.

Francois, ese profesor universitario, estudioso de Huysmans, y hastiado de la docencia y de su vida sexual, que para eso es Houbellecq quien escribe el libro, nos va conduciendo hacia ese futuro imaginado en el que va anotando las pérdidas de la libertad que pocos años antes del 2022 reinaban en Francia. Los judíos, poco a poco, emigran a Israel. Aquellos que no aceptan la lluvia de oro y petrodólares, que llegan de las monarquías del Golfo, prefieren vivir en países como España, Alemania y Gran Bretaña; la democracia ya no es de todos, se legisla para una parte de la sociedad y el motor se ha puesto en marcha.

El fracaso de todo sistema político es el no gobernar para todos; el gobernar sin tener en cuenta ningún tipo de identidad; ni ideológica, ni religiosa, ni de raza, ni de sangre (que a la sangre todo excede), ni el color o la longitud del pelo. Un sistema político para todos, independiente de la condición individual. Por ese motivo han caído muchas repúblicas, y, sin embargo, han tenido éxito muchas monarquías parlamentarias: un país para todos sin distinción, donde las oportunidades, la justicia y la razón no tenga nada que ver con ningún tipo de identidad.

Todo Oriente Medio es un buen ejemplo de cómo la identidad vive por encima de la justicia y la igualdad; dependiendo de cada país, no es lo mismo ser suní que chií, alauí que wahabí, yaridí, maronita, ortodoxo o católico, o yazidí... Si eres de una identidad que no detenta el poder en esos lugares, tus oportunidades son cero: trabajos de miseria, olvídate de ser funcionario, juez o profesor, el comercio se abrirá poco para los tuyos; no podrás montar ni el más ínfimo negocio. No olvidemos que el Estado provee, el Estado da y el Estado quita.

Es eso lo que se están jugando en Siria, Iraq, Irán, Arabia Saudí (que no hay que olvidarse de ella), Líbano.., las minorías se están jugando su supervivencia. Allí no todos son ciudadanos con los mismos derechos, cada uno tiene su identidad. Y si encima va alguno y pretende venderles democracia por la fuerza, destronando a unos y aupando al poder a otros; sólo es cuestión de tiempo que, esperando su oportunidad, los oprimidos (que son los mismos o diferentes según cada nación) enciendan de nuevo la llama de la guerra. ¡Ay, esa revolución francesa que convierte a todos los hombres en ciudadanos, iguales, fraternos y libres!, ¿dónde está Francia? ¿dónde está ese París multicultural, multiracial y libre?

Ben Abbes, inicialmente, había mostrado su respeto por las tres religiones del libro y había evitado compromisos con la izquierda anticapitalista, había comprendido perfectamente que la derecha liberal había ganado la batalla de las ideas…, Si lo injusto funciona, ¿por qué cambiarlo? Así está Francia (en manos de Houbellecq); que ha dejado a los países occidentales en los brazos de su mala conciencia y con un protagonista, Francois, que bajo los efectos de la crisis del Occidente moderno y su amplia gama de soledades, habiéndolo perdido todo, se echa a los brazos de alguien que promete devolvérselo; eso sí, a cambio de su espíritu y su libertad.

 ¿Y los intelectuales?, ¡al menos los intelectuales levantarán su voz!: A lo largo del siglo XX, muchos intelectuales habían apoyado a Stalin, Mao, Pol Pot…, sin que ello se les hubiera reprochado nunca verdaderamente; el intelectual en Francia no tenía que ser responsable, eso no estaba en su naturaleza.

Yo nunca he querido meterme en estos charcos, pero la culpa la tiene ese director de una biblioteca que cuenta con cincuenta mil volúmenes, que como sabe que posee una de las llaves del paraíso, anda recomendando libros a diestro y siniestro sin que hasta ahora nadie le haya dicho que no.