lunes, 26 de noviembre de 2012

MITOS Y DELITOS

El Hombre, con mayúsculas, ha cometido en su devenir histórico dos grandes injusticias que necesitarán, al menos, dos eternidades para ser redimidas: la discriminación de la mujer y la esclavitud. Nuestras dos grandes tragedias.

Este artículo trata de la primera y de cómo, mediante la Cultura (la Literatura, la gran Literatura), se relega a una mitad de la Humanidad a un papel pasivo, carente de derechos y asfixiado  por convencionalismos sociales que van filtrándose desde la tradición a la sangre de las personas, las cuales terminan por admitir tamaña injusticia como algo natural, (entiéndase natural aquello que proviene de la naturaleza). 

La verdad es que el engranaje que forjó nuestras sociedades machistas fue obra de hábiles creadores capaces de encauzar vida, tradición y  costumbres hacia sus propios intereses con la única ayuda de su Arte que siempre llega más lejos y más profundo que cualquier espada.

Debemos remontarnos a la primera gran emigración indoeuropea que llevó a los indoeuropeos a lugares tan remotos como la India o Islandia (es decir, a abarcar el mundo). Los Agamenón, los Menelao, los Aquiles, los Héctor, los Diomedes, los Tindareo, los Ayax y todos los héroes que combatieron en Troya no eran originarios de Grecia. Llegaron hasta ella y con la espada la conquistaron. Pero parece ser que no bastó su conquista con las armas, sino que quisieron dar forma a una nueva sociedad escribiendo sobre roca, papiro o piel de cordero un nuevo modelo social a su imagen guerrera que perdurara siempre.
En mi modesta opinión y hasta el día de hoy lo consiguieron. Sin duda somos herederos de aquellas páginas escritas hace casi tres mil años.


Hay que reconocer que lo hicieron muy bien. Pues cuando una Cultura se impone arrastra a todas las demás, diluyéndolas; y, por regla general, se mantiene en el tiempo.

Ejemplos literarios de la marginación a la que ha sido sometida la mujer hay miles, pero aquí quiero dejar constancia de los primeros; los que iniciaron esta tragedia que sobrevive hasta nuestros días, mezclando religión, sociedad y arte.

Empiezo, primero, con el creador del Olimpo griego y su reflejo en la Tierra: Hesiodo. 

Lean, como hemos leido durante 2.700 años, cómo inventa y narra la creación de la mujer; ideas que terminaron enredadas en todas las religiones.

Lean lo que se ha leído desde hace 2700 años con total normalidad. Es Hesiodo quien lo escribe, a fuego, en Los Trabajos y los Días y en su Teogonía:

¡Yapetionida! (llama a Prometeo) Más sagaz que ninguno, te alegras de haber hurtado el fuego y engañado a mi espíritu; pero eso constituirá una gran desdicha para ti, así como para los hombres futuros. A causa de ese fuego, les enviaré a los hombres un mal del que quedarán encantados, y abrazarán su propio azote.
Habló así y rió el Padre de los hombres y de los dioses, y ordenó al ilustre Hefesto que mezclara en seguida la tierra con el agua y de la pasta formara una bella virgen semejante a las diosas inmortales, y a la cual daría voz humana y fuerza. Y ordenó a Atenea que le enseñara las labores de las mujeres y a tejer la tela; y que Afrodita de oro esparciera la gracia sobre su cabeza y le diera el áspero deseo y las inquietudes que enervan los miembros. Y ordenó al mensajero Hermeas, matador de Argos, que le inspirara la impudicia y un ánimo falaz. Ordenó así, y los aludidos obedecieron al rey Zeus Cronión.
Y Zeus llamó a ésta mujer Pandora, porque todos los dioses de las moradas olímpicas le dieron algún don, que se convirtiera en daño de los hombres que se alimentan de pan.

Vemos pues que Hesiodo define a la mujer como un daño que Zeus entrega a los hombres debido a la desobediencia de Prometeo. Y fija su esencia para la eternidad, (al menos eso cree él), dándole sus ocupaciones: ordenó a Atenea que le enseñara las labores de las mujeres y a tejer la tela. Es decir, encerrada en casa tejiendo sin poder salir del himeneo y presa de su propia fidelidad. (Sin duda, ya está describiendo a Penélope, la mujer de Ulises, de la que hablaremos más adelante).
Pero, no contento con ello Hesiodo le da unos calificativos que la han perseguido el resto de su vida: Y ordenó a Afrodita de oro que esparciera la gracia sobre su cabeza y le diera el áspero deseo y las inquietudes que enervan los miembros. Y ordenó al mensajero Hermeas, matador de Argos, que le inspirara la impudicia y un ánimo falaz. Ordenó así, y los aludidos obedecieron al rey Zeus Cronión.
No busca precisamente la igualdad entre sexos, Hesiodo. No es, sin duda, un buen comienzo para la mujer sobre la Tierra.
Hesiodo, posiblemente no por su única voluntad, (siempre me queda la idea de que trabaja para el poder, que necesita establecer un ¿nuevo? modelo de sociedad), escribe su Teogonía para dar forma al cielo griego y escribe sus Trabajos y los Días para modelar la tierra griega. Esa faena la continuan el resto de autores griegos (Homero entre ellos tiene un altar), y su habilidad está en llegar hasta nuestros días: son incontables los autores, incluso contemporáneos, que pintan a la mujer con los pinceles de Hesíodo y de Homero.
 Contra esto sólo se puede luchar con más Arte.
Pero, ¿quién puede luchar contra Homero? ¿Tiene acaso parangón este pasaje de La Iliada que sin duda es una obra maestra, que leemos como si fuera lo más natural del mundo y no hace sino colocar los roles de hombre y de mujer para la posteridad, sin que acaso nos demos cuenta?
Andrómaca (espera en una de las torres de Troya y se despide de Héctor)llorosa se detuvo a su lado y, asiéndole de la mano le dijo:
-¡Desgraciado! Tu valor te perderá. No te apiadas del tierno infante ni de mí, infortunada, que pronto seré tu viuda; pues los aqueos te acometerán todos a una y acabarán contigo. Preferible sería que, al perderte, la tierra me tragara, porque si mueres no habrá consuelo para mí, sino pesares, que ya no tengo padre ni venerable madre. Héctor, tú eres ahora mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo. Pues, ea, sé compasivo, quédate aquí en la torre -¡no hagas a un niño huérfano y a una mujer viuda!- y pon el ejército junto al cabrahígo, que por allí la ciudad es accesible y el muro más fácil de escalar. Los más valientes -los dos Ayantes, el célebre Idomeneo, los Atridas y el fuerte hijo de Tideo con los suyos respectivos- ya por tres veces se han encaminado a aquel sitio para intentar el asalto: alguien que conoce los oráculos se lo indicó, o su mismo arrojo los impele.
Contestóle el gran Héctor, el de tremolante casco:  
Todo esto me da cuidado, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de rozagantes peplos, si como un cobarde huyera del combate; y tampoco mi corazón me incita a ello, que siempre supe ser valiente y pelear en primera fila entre los troyanos, manteniendo la inmensa gloria de mi padre y de mí mismo. Bien lo conoce mi inteligencia y lo presiente mi corazón: día vendrá en que perezcan la sagrada Ilio, Príamo y el pueblo de Príamo, armad con lanzas de fresno. Pero la futura desgracia de los troyanos, de la misma Hécuba, del rey Príamo y de muchos d mis valientes hermanos que caerán en el polvo a manos de los enemigos, no me importa tanto como la que padecerás tú cuando alguno de los aqueos, de broncíneas corazas, se te lleve llorosa, privándote de libertad, y luego tejas tela e Argos, a las órdenes de otra mujer, o vayas por agua a la fuente Meseide o Hiperea, muy contrariada porque la dura necesidad pesará sobre ti. Y quizás alguien exclame, al verte derramar lágrimas: «Ésta fue la esposa de Héctor, el más bravo de los guerreros troyanos, domadores de caballos, que pelearon bajo las murallas de Troya.» Así dirán, y sentirás un nuevo pesar al verte sin el hombre que pudiera librarte de la esclavitud. Pero ojalá un montón de tierra cubra mi cadáver, antes que oiga tus clamores o presencie tu rapto.
 
Andrómaca, la mujer de Héctor, ya es totalmente pasiva. Se va a la torre con su hijo y lo más que puede hacer es pedirle al héroe que se quede con ella, que no vaya a la guerra (siempre la guerra, otra herencia más). Ella (la mujer) ya vive recluida en ese papel para la posteridad. Y el héroe Héctor (el hombre) en el suyo: "Cuando seas una esclava y te vean, dirán: ésa fue la esposa de Héctor el más bravo de los troyanos domadores de caballos, que pelearon bajo las murallas de Troya. Así dirán, y sentirás un nuevo pesar al verte sin el hombre que pudiera librarte de la esclavitud". El hombre que puede librarte de la esclavitud, pero te da otra que sientes como una liberación. Así me parecen a mí esas palabras. Es sólo una opinión, seguramente la peor de todas las posibles.
Los ejemplos literarios que van conformando a la mujer en la sociedad oriental y occidental son incontables. No caben en un artículo, ni en tres mil páginas. Muchos artículos ya se han escrito sobre esto.
 ¡Yo lo espero sin cesar, desventurada, no casada y sin hijos! Yendo siempre errante, anegada en lágrimas y sufriendo las penas sin fin de mis males. Y él no se acuerda ni de mis beneficios ni de las cosas ciertas de que le he advertido!
 Estas palabras las recita la Electra de Sófocles en el teatro.
Un hombre, en el teatro, nunca diría las palabras de Electra: ¡Aquí estoy soltero y sin hijos, desventurado. Yendo siempre errante anegado en lágrimas! Diciendo eso, en nuestro subconsciente, sin duda, estaría más cerca de ser don Juan Tenorio. Soltero y errante. ¡Qué bien debe pasárselo!
Son las mismas palabras de Electra, pero ya no suenan igual.
Es un trabajo, de cultura y tradición. y un trabajo de artistas también.
Pero, miren qué tres nombres he citado: Hesiodo, Homero y Sófocles. Casi nada. Hay muchos más, hasta nuestros días, pero me harían falta tres mil páginas para nombrarlos. Demasiado para mí.
 Para terminar, no puedo menos que citar al modelo de mujer clásica por excelencia, Penélope; igual que el modelo de hombre es Ulises. Penélope es discreta, fiel en la espera a su marido, (diez años de espera), inteligente, cose y descose el sudario para evitar a sus pretendientes. 
Se relata en La Odisea:
Dice Antinoo:  Sabes que los culpables no son los pretendientes de entre los aqueos, sino tu madre, que sabe muy bien de astucias. Pues ya es éste el tercer año, y con rapidez se acerca el cuarto, desde que aflige el corazón en el pecho de los aqueos. A todos da esperanzas y hace promesas a cada pretendiente enviándole recados; pero su imaginación maquina otras cosas.
«Y ha meditado este otro engaño en su pecho: levantó un gran telar en el palacio y allí tejía, telar sutil a inacabable, y sin dilación nos dijo: "Jóvenes pretendientes míos, puesto que ha muerto el divino Odiseo, aguardad, por mucho que deseéis esta boda conmigo, a que acabe este manto -no sea que se me pierdan inútilmente los hilos-, este sudario para el héroe Laertes, para cuando lo arrebate el destructor destino de la muerte de largos lamentos. Que no quiero que ninguna de las aqueas del pueblo se irrite conmigo si yace sin sudario el que tanto poseyó."

«Así dijo, y nuestro noble ánimo la creyó. Así que durante el día tejía la gran tela y por la noche, colocadas antorchas a su lado, la destejía. Su engaño pasó inadvertido durante tres años y convenció a los aqueos, pero cuando llegó el cuarto año y pasaron las estaciones, una de sus mujeres, que lo sabía todo, nos lo reveló y sorprendimos a ésta destejiendo la brillante tela. Así fue como la terminó, y no voluntariamente, sino por la fuerza.
Fiel, prudente, encerrada en su telar, cuidando de su hacienda y esperando al héroe durante diez años. La estampa de la mujer clásica perfecta. ¿Hasta hoy?
Eva, Pandora, Helena de Troya, Deyanira, Clitemnestra, Electra.... y un sin fin de mujeres a las que la Literatura hizo arrastrar de manera tan injusta la culpa de todos los males que sufre el hombre. Sabemos que no es cierto, pero...., ¿queda su substrato?

¡Desde luego que queda! Y, además, es muy difícil pelear con él.
Andando por una librería encontré un pequeño libro que ha dado el título a este artículo: Mitos y delitos. Su autora es una poeta nicaragüense y es una pequeña piedra bajo la leyenda homérica.

Si Homero o Hesiodo hubieran pintado así a Penélope, y no como lo hicieron, posiblemente la imagen de las mujeres que forjó la Literatura para la posterioridad hubiese sido muy diferente y la sociedad creada por ellos también.

Podría titularse, en vez de Carta a un desterrado: Ahí te quedas Odiseo que yo soy libre, trabajaré y pelearé por mi libertad. O mejor, Odiseo que te den. Ni Homero, ni Hesiodo, ni Eurípides, ni Sofocles se hubieran atrevido a eso porque quien manda establece la sociedad que quiere y la apuntala con la tradición, la cultura y el arte; y era muy difícil, imagino, desobedecer a los Agamenón, Aquiles, Héctor, Príamo, Ayax....

Aquí está el poema de Claribel Alegría, una valiente:


CARTA A UN DESTERRADO

Mi querido Odiseo;
ya no es posible más
esposo mío
que el tiempo pase y vuele
y no te cuente yo
de mi vida en Ítaca.
Hace ya muchos años que te fuiste
tu ausencia nos pesó
a tu hijo y a mí.
Empezaron a cercarme
pretendientes
eran tantos
tan tenaces sus requiebros
que apiadándose un dios
de mi congoja
me aconsejó tejer
una tela sutil
interminable
que te sirviera a ti
como sudario.
Si llegaba a concluirla
tendría yo sin mora
que elegir un esposo.
Me cautivó la idea
al levantarse el sol
me ponía a tejer
y destejía por la noche.
Así pasé tres años
pero ahora Odiseo,
mi corazón suspira por un joven
tan bello como tú cuando eras mozo
tan hábil con el arco y con la lanza.
Nuestra casa está en ruinas
y necesito un hombre
que la sepa regir.
Telémaco es un niño todavía
y tu padre un anciano.
Preferible, Odiseo,
que no vuelvas
de mi amor hacia ti
no queda ni un rescoldo.
Telémaco está bien
ni siquiera pregunta por su padre
es mejor para ti que te demos por muerto.
Sé por los forasteros
de Calipso
y de Circe.
Aprovecha, Odiseo,
si eliges a Calipso
recobrarás la juventud
si es Circe la elegida
serás entre sus cerdos
el supremo.
Espero que esta carta
no te ofenda
no invoques a los dioses
será en vano
recuerda a Menelao
con Helena
por esa guerra loca
han perdido la vida
nuestros mejores hombres
y estás donde tú estás.
No vuelvas, Odiseo,
te suplico.

                     Tu discreta Penélope.

De discreta nada, 2700 años después Claribel Alegría ha hecho libre a Penélope. Espero que como una marea, esta libertad no se apague nunca.

Este artículo necesita una continuación para tratar el tema de las diferencias entre hombre y mujer, otro mito y otro delito; pero ahora estoy muy cansado.

Por cierto, dedico estas modestas letras a Malala la niña de 14 años que se enfrentó a los talibanes porque quería aprender a leer y a escribir y porque quería ser libre y no sentarse en su casa, como Andrómaca a esperar a un hombre que viniese de la guerra, mientras  la mantiene a ella encerrada cosiendo y analfabeta.

Más que las palabras: ¡ánimo, Malala!, mi boca quiere decir para ella las mismas palabras que diría Homero para Aquiles o para Héctor, palabras que han atravesado las veladuras del tiempo: ¡Honor y Gloria  a las valientes, Malala!





sábado, 24 de noviembre de 2012

LA TORRE DE MARFIL

Escribe Sábato en su obra Heterodoxia que el derrumbe de nuestro tiempo suscita dos actitudes opuestas entre los artistas e intelectuales: el lanzamiento hacia la aventura y la acción (Malraux, T.E. Lawrence, Saint Exupery); o el refugio en la torre de marfil (Valery, Borges). Acción o contemplación, existencia o esencia. Y es probable que en ambos casos actúe la misma misteriosa fuerza, que busca el orden en medio del furioso caos; pues el hombre tiende siempre - quizá por pavor cósmico - a la búsqueda de un orden; ya sea instaurando la ciencia, la religión, el estado, las artes, los sistemas filosóficos o la policía.


No es fácil, imagino, responder a la pregunta de si debe el arte, la literatura, apartarse de la sociedad para vivir por sí misma y para sí misma; o, por el contrario debe tomar partido por la vida y todas sus circunstancias hasta terminar envuelta por ésta; a veces, arrollada y, a veces, adulterada por la misma sociedad.

Para mí, los dos autores más representativos del escritor que decide crear su obra, alejándose del mundo y metiéndose en una torre de marfil son Juan Ramón Jimenez, un autor muy consciente de la obra que está realizando y que cada día va escalando un nuevo paso en su poesía, y Jorge Luis Borges, creador de un mundo literario propio que parece que se adueña del autor, en vez de ser al contario, y lo saca del mundo.


Juan Ramón Jiménez defiende la Poesía Pura, término que le costó no pocas burlas por parte de los jóvenes autores de los años veinte y treinta, encabezados por el capitán Neruda (entiéndase la generación de 1927, a quienes empezó apadrinando y con quienes terminó con una áspera relación). 
En una carta, a Luis Cernuda llega a decirle que no hay que escribir poesía sino que hay que ser poema. No debe de ser fácil esto último, y si alguien lo consiguió creo que fue él; pues procuró que su obra se contaminara lo menos posible con su tiempo. cosa harto difícil cuando la literatura y el arte nacieron desde el principio de los tiempos con una finalidad clara: perpetuar el poder establecido.

Pero, en contraposición a esta Poesía Pura, surge la poesía impura, la que baja a la calle, la que clama, la que alza la voz. La que busca contaminarse con su tiempo y con los problemas de cada día. A la cabeza de ellos podría estar, entre otros muchos, el capitán Neruda, que cuando llega a España como cónsul, en los años treinta, y en dura contraposición a Juan Ramón Jiménez, crea la revista Caballo Verde para la Poesía "impura". En ella escriben Alberti, Miguel Hernández, Dámaso Alonso, Aleixandre y tantos otros que creen que el Poeta vive en la calle, que echa sus versos al viento del pueblo o explica por qué somos hijos de la ira. La existencia y la aventura en estado puro envuelta en la poesía impura.

Nítida queda su declaración de intenciones en el primer número de Caballo Verde para la Poesía:

Es muy conveniente, en ciertas horas del día y de la noche, observar profundamente los objetos en descanso: las ruedas que han recorrido largas, polvorientas distancias, soportando grandes cargas vegetales o minerales, los sacos de las carbonerías, los barriles, las cestas, los mangos y asas de los instrumentos del carpintero. de ello se desprende el contacto del hombre y de la tierra como una lección para el torturado poeta lírico. Las superficies usadas, el gasto que las manos han infligido a las cosas, la atmósfera a menudo trágica y siempre patética de estos objetos, infunde una especie de atracción no despreciable hacia la realidad del mundo.


La confusa impureza de los seres humanos se percibe en ellos, la agrupación, uso y desuso de los materiales, las huellas del pie y de los dedos, la constancia de una atmósfera inundando las cosas desde lo interno y lo externo.

Así sea la poesía que buscamos, gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y a azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley.

Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y de actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos.

Mezclar vida y versos, experiencias y palabras, carne, sangre y vida,; sin eso no tiene sentido la poesía; o sí.

Borges, sin embargo, dice bajito en La Rosa Profunda: El concepto de arte comprometido es una ingenuidad, porque nadie sabe del todo lo que ejecuta. Trato de intervenir lo menos posible en la evolución de la obra. No quiero que la tuerzan mis opiniones, que sin duda son baladíes. Un escritor admitió Kipling, puede concebir una fábula, pero no penetrar en su moraleja.

No parece que esté muy de acuerdo con el arte comprometido, con el arte que se da a la lucha. Llega incluso a dividir su existencia en dos planos paralelos que nunca llegan a tocarse, el escritor en su torre de márfil y el hombre, que arrastra su difícil existencia. 

                                                           Dice en Borges y Yo:

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndolo todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

Desde luego no se puede pecar de ingenuidad, y pensar que el autor lo controla todo.
Nada más difícil, pienso, que aislarse del mundo y de las circunstancias que lo rodean.

Clara queda esa experiencia con Blas de Otero, uno de los representantes de la poesía social:
   
Aquél que amó, vivió, murió por dentro
Y un buen día bajó a la calle: entonces
 Comprendió y rompió todos sus versos.


¿Dónde está la línea que divide la poesía pura (la esencia) y la poesía impura (la existencia)?
¿Hay que entrar en combate?
¿Es mejor sacar el arte del mundo y de su contaminación?

Sábato da una respuesta que contenta a todos, y a ninguno, en su Heterodoxia:

La aventura y la torre de marfil se pueden dar hasta en la misma persona, en virtud de esa ley psicológica, ya entrevista por Heráclito, de la enantiodromía (¡vaya palabra!) de los contrastes. Pascal pasó del esencialismo matemático al existencialismo de su mística; Saint Exúpery pasaba de la aventura a la mecánica y a las matemáticas.
El extrovertido corre hacia la acción y el introvertido se encierra en su torre de marfil. pero todos tenemos en germen ambos personajes, de tal modo que marcan el ritmo de nuestra vida, como dice Goethe en armónica sucesión. Sólo que la oscuridad y el terror pueden hacer que el matemático o el poeta no salgan jamás de su torre al caos, o que el calor de la lucha el vértigo de la aventura, la borrachera de la sangre y de la muerte impidan a hombres como Lawrence (de Arabia) volver a su torre para entregarse a sus añorados clásicos. Y así en las épocas caóticas como ésta, uno de los dos yos puede quedar hundido en el fondo de la inconsciencia, y el ritmo armónico se quiebra.

Cree Sábato que todos llevamos dentro la persona de acción y la persona de arte: la torre de marfil, las palabras, la intimidad por un lado; y la acción , la difícil existencia, las experiencias y la vida, por otro; pero juntas.

T. E. Lawrence soñó siempre con volver a su torre de marfil y a sus clásicos, aunque se lo comiera la aventura en Arabia. Llegó incluso a decir: "Algún día, me conocerán por ser un hombre de letras y no un aventurero".

Creo que en esta sentencia se equivocó, porque la aventura, como una tormenta, se mezcló, con sus escritos y sus poemas, y aunque sus Siete Pilares de la Sabiduría anden de mano en mano, con mucha fortuna, T. E. Lawrence y sus palabras escritas no han podido abandonar nunca las arenas del desierto ni el traje árabe.




Las fotografías son de París, donde se puede vivir el arte, la noche, la vida y, a la vez, encerrarse en la torre de marfil, aunque esté gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y a azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley.
Mi fotógrafa particular me ha dejado ponerlas en este artículo.







viernes, 16 de noviembre de 2012

CON HERÓDOTO POR LÍBANO


Siempre que he viajado para pasar una temporada relativamente larga en algún lugar, he llevado conmigo cuatro libros: Las Flores del Mal de Baudelaire, (por un motivo puramente romántico), una Antología Poética de Pessoa (por motivos existenciales), la Historia de Heródoto, (porque es el libro con el que andaba por las guerras Ryszard Kapucinski, el autor de Viajes con Heródoto) y Del Dolor y La Razón de Joseph Brodsky (un libro de ensayos del poeta ruso que es, poco más o menos, su testamento poético).

Hace unos años pasé un tiempo en Líbano; y sentado en un restaurante de Tiro junto a un bonito faro blanco, a los pies del Mediterráneo, me dio por releer a Heródoto y por pensar que desde ese mismo punto partieron naves fenicias 3.100 años antes para encontrar a la vera de Tartessos una pequeña península bañada por un Océano que era el confín del mundo y fundar sobre ella una ciudad que ahora se llama Cádiz. Tal vez recordando la Caditis de la que habla Heródoto en su Libro III de la Historia:

“Y, en efecto, sólo por aquel paraje que Fanes indicaba, se halla entrada abierta para el Egipto. La región de los Sirios que llamamos Palestinos se extiende desde la Fenicia hasta los confines de Caditis: desde esta ciudad, mucho menor que la de Sardes, a mi entender, siguiendo las costas del mar, empiezan los emporios y llegan hasta Jeniso, ciudad del Árabe, cuyos son asimismo dichos emporios…”

 Desde Cádiz en Iberia, cuenta el profesor Bernardo Souviron, “los fenicios introdujeron en el Mediterráneo el estaño, elemento imprescindible para la elaboración del bronce, sin el que la historia de Occidente hubiera sido muy diferente”. Y continúa: “navegantes fenicios circunnavegaron África en el siglo VI A. C., y doblaron el hoy llamado Cabo de Buena Esperanza dos mil años antes que Vasco de Gama, y una ciudad fundada por Tiro, fue llamada por los avatares de la historia a jugarse el futuro del mundo frente a Roma; su nombre era Cartago”.

No hay duda de que la historia del Líbano es la historia de nuestros orígenes; en su devenir está la semilla de Europa; en su alfabeto la invención del arma más grande jamás creada, la palabra escrita, y en sus primeros pasos la primera hebra de la civilización occidental.

Poner los pies en Líbano es poner los pies en el origen de Occidente.

“La Historia de Occidente”, escribe el profesor Bernardo Souvirón, a cuyas clases asistí durante tres años, “se ha fraguado en lugares que no destacan en los mapas y que, con frecuencia, se han perdido en la memoria de los que habitan sólo en el presente”.

“En el Oriente del Mediterráneo”, continúa Souvirón, “hay un país pequeño cuyo nombre apenas cabe en el espacio que ocupa en los mapas. Perdido entre sus poderosos vecinos, apabullado por los avatares de la historia, ese pequeño país, casi engullido entre el mar y los desiertos, conocido sólo como asiento de conflictos que parecen adherirse a su piel como la niebla a la cima de sus montañas preñadas de cedros, ha dado a la historia de Occidente el hilo por el que ha transitado la energía de la civilización y del progreso”.


El mismísimo nombre de Europa tiene su origen en el desenfrenado amor de un dios por una muchacha de Tiro, hija del rey Agenor, a la que raptó disfrazado de Toro, y que sacó de esta tierra de Líbano para llevarla a un lugar que ahora porta su nombre: Europa, “la de ancho rostro”.

Una historia menos mítica, narra Heródoto, en su Libro I, dejando constancia del rapto de una muchacha llamada Europa, hija del rey de Tiro, en venganza por el secuestro de la princesa Ío, hija del rey de Argos, a manos de navegantes fenicios.

Escribe Heródoto en su Historia:

“Así dicen los Persas que Ío fue conducida al Egipto, no como nos lo cuentan los griegos, y que éste fue el principio de los atentados públicos entre Asiáticos y Europeos, mas que después ciertos Griegos (serían a la cuenta los Cretenses, puesto que no saben decirnos su nombre), habiendo aportado a Tiro en las costas de Fenicia, arrebataron a aquel príncipe una hija, por nombre Europa, pagando a los Fenicios la injuria recibida con otra equivalente.”

Continúa Heródoto narrando estos actos de raptos, pillaje y secuestros, hasta enlazarlo nada menos que con el rapto más famoso de todos los tiempos: Helena de Troya, esposa de Menelao, sacada del reino de los Atreidas por Paris, hijo de Príamo, rey de Troya y que fue el origen de una guerra que se cantó como ninguna otra se ha cantado nunca. Homero con las armas que puso en sus manos el alfabeto fenicio, conquistó para la Historia no sólo los valores y costumbres que aun se imponen entre los hombres, sino el futuro de Occidente.

Heródoto en su Libro III de la Historia intenta aclarar un poco quién enseñó a quién el arte de la escritura y narra lo siguiente:

“Ya que hice mención de los Fenicios venidos en compañía de Cadmo, de quienes descendían dichos Gerifeos, añado que entre otras muchas artes que enseñaron a los Griegos establecidos ya en su país, una fue la de leer y escribir, pues antes de su venida, a mi juicio, ni aun las figuras de las letras corrían entre los Griegos. Eran éstas, en efecto, al principio, las mismas que usan todos los Fenicios, aunque andando el tiempo, según los Cadmeos, fueron mudando de lenguaje, mudaron también la forma de sus caracteres."

Nada más y nada menos que los Fenicios que habitaron las tierras de Líbano enseñaron a los griegos el arte de leer y escribir.

Pensé que, efectivamente, en suelo libanés se encuentra la semilla de Europa, pero que lo olvidamos fácilmente, abrumados, ellos y nosotros por los problemas diarios. Sentado, allí, en Tiro pensé que era hora de recordarlo y entender lo mucho que le debemos a su pasado y lo mucho que debemos hacer por su futuro.



Las fotografías fueron tomadas en Tiro por quienes me acompañaron dando vueltas con un  coche por Líbano. Para ellos mi agradecimiento y mi recuerdo.

sábado, 10 de noviembre de 2012

YO TUVE UN HERMANO



Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo,
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.

pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.


   Ya nos escribiremos. Abraza mucho a Adelaida. Hasta siempre,

Julio

Estos versos, tan conocidos y celebrados, son de Julio Cortázar.
Han ido de mano en mano y de boca en boca desde 1967. Desde la muerte del Che. “Esto es lo que me sale en estos momentos”, dice Cortázar en su carta, y continúa:"la verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible".

Estos versos fueron lo primero que vino a mi mente cuando me enteré por la prensa de la muerte de mi amigo Arturo Muñoz Castellanos, pensando que él también merecía un poema. Pero no es fácil ser Julio Cortázar. Y yo, tener un libro suyo entre mis manos, ha sido lo más cerca que he estado de Cortázar.

A lo más que me atreví fue a publicar en el periódico Hoy Digital de Extremadura un artículo sobre Arturo, desde luego sin hacer caso a Horacio Quiroga cuando aconsejaba de manera clara: No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Aunque Horacio Quiroga puede que no pensara en aquellas emociones que tardan en apagarse. Ya que el artículo fue escrito ¡casi diez años después!

Esta es la historia de un chico que, con veinticinco años, llevando un cargamento de plasma sanguíneo y medicamentos a un hospital bosnio-musulmán fue herido de muerte en las calles de Mostar, "mientras yo dormía, mi hermano despierto, mostrándome, detrás de la noche, su estrella elegida".

El artículo fue escrito en aquellas calles. Y era más o menos así. ¡Ah!, se titulaba Su corazón Vivo.

"Hoy he entrado por el barrio de Donja Mahala, subiendo por Gojka Vukovica. Ya no conozco estas calles donde cayó. Tenía los brazos extendidos, como dos alas.
 
El 11 de mayo de 1993 se consigue autorización para transportar al hospital musulmán de Mostar un cargamento de plasma sanguíneo y medicamentos y, también, para trasladar a través de la línea de confrontación una serie de civiles no combatientes. Y allá que se fue Arturo. El río Neretva, con su eterno color esmeralda, esperaba paciente, como siempre hizo a lo largo de los siglos, viendo pasar al imperio otomano, al imperio austrohúngaro o a  la victoria partisana tras la II guerra mundial.

 

El convoy que mandaba Arturo consiguió alcanzar el Hospital musulmán, descargar el material en su destino y recoger a un civil herido, todo ello con intensísimo fuego de morteros y fusilería.
El aire se llenó de polvo y arena. Cuando ya empezaban a salir de Donja Mahala, vio a otro civil también herido. “¡Arturo, no podemos recoger a todo el mundo! ¡Vámonos de aquí!”. “A todos los que les podamos ayudar, les ayudaremos”. Así que se decidió a recogerlo.

Como con el vehículo no podía acceder por las barricadas, la destrucción y las trincheras, tuvo que hacerlo a pie. Y lo hizo. Dejó los vehículos a cubierto y se fue por el civil. El fuego continuaba siendo muy intenso.
Cuando regresaba a los vehículos, una de las muchas granadas de mortero que les cayeron durante el trayecto lo alcanzaba.
Aquí. Aquí. Éste es el sitio exacto donde fue herido. Aquí.



Partió con vida para España  y cuando lo llevaron al Hospital Gómez Ulla empezó a repartir un corazón, dos pulmones, dos riñones, un hígado, a todo aquel que pudiera hacerle falta.
Como era de prever su corazón sigue vivo. Ahora me fijo mucho en la gente con la que me cruzo, porque sé que debe distinguirse a la primera cuando alguien lleva dentro el corazón de un valiente".

Así terminaba el artículo.

Siempre que tengo oportunidad recuerdo su historia, aunque sé que, como dice Hölderlin en su poema Recuerdo, "lo que permanece lo fundan los poetas”.

Por eso, creo que por más que la prosa se escriba sobre mármol, sólo los versos durarán. Y pienso que Hölderlin tenía razón y sólo el poema es eterno, pero ése es un don que los dioses entregan a muy pocos; aunque Platón expulsara de su República a los poetas; (tal vez "merecidamente", porque acostumbran a ser poco tolerantes con el poder, que suele tenerlos como compañeros incómodos; y que, como demostró Pessoa, "no son más que fingidores"). Posiblemente por esto último, los versos de Cortázar siempre van acompañados de la carta que le envió a Roberto Fernández: "Y para ti también es esto, lo único que fui capaz de hacer en esas primeras horas, esto que nació como un poema..."


Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo,
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.

pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.


   Ya nos escribiremos. Abraza mucho a Adelaida. Hasta siempre,
Julio


Y yo añadiría un fuerte abrazo para Tití.

Las fotografías de Mostar que aparecen en el artículo fueron tomadas en marzo de 1994, por integrantes de la Sección de Suministro del primer Escalón Avanzado Logístico (EALOG I) que servían para Naciones Unidas en Bosnia., a los que yo agradezco su amistad.





domingo, 4 de noviembre de 2012

LA CASA DEL LECTOR

Ayer, en una pequeña escapada a Madrid, dimos un paseo por La Casa del Lector en el antiguo Matadero. No sé si es una metáfora de la modernidad o el buen uso dado a unos derruidos y enormes edificios. Más bien creo lo segundo. No hay por qué ser tan pesimista. 

Nada más llegar nos reciben dos citas de Borges, una de su libro Los Conjurados y otra de El Libro de la Arena. Sin batallar, ya me he rendido.


Al entrar en la exposición nos encontramos con una figura de un hombre sentado, hecho exclusivamente con letras que van formando su cuerpo.

Éste sí que es un hombre de letras, pienso. Y lo primero que se me ocurre es que, como él, todos llevamos todas las letras dentro; y, por tanto, todos los libros posibles, si mezclando letras y espacios en blanco, contáramos con un tiempo infinito. Pura ley de probabilidades. El secreto del Arte, por tanto, sólo sería la eternidad. O no. 

Un día cayó en mis manos un ejemplar de Borges titulado El Libro de los Libros y en su capítulo La Biblioteca Total escribe lo siguiente:

"Huxley dice que media docena de monos, provistos de máquinas de escribir, producirán en unas cuantas eternidades todos los libros que contienen el British Museum (bastaría en rigor con un único mono inmortal).
Lewis Carrol observa en la segunda parte de la extraordinaria novela onírica Sylvie and Bruno - año 1893 - que siendo limitado el número de palabras que comprende un idioma, lo es así mismo el de sus combinaciones posibles o sea el de sus libros...
Lasswitz, animado por Fechner imagina la Biblioteca Total. Publica su invención en el tomo de relatos fantásticos Traumkristalle. La idea básica de Lasswitz es la de Carroll. (Pero mezclando el alfabeto y los signos). Las variaciones con repetición de veintidós letras, el espacio, el punto, la coma,  abarcan todo lo que es dable expresar en todas las lenguas. El conjunto de tales variaciones integraría la Biblioteca Total".

Parece pues, que todos los libros pueden ser escritos por pura combinatoria.

El hombre de letras que vi ayer en La Casa del Lector, con todos los signos y letras en su cuerpo, pero sin movimiento y sin un tiempo infinito para mezclarlos.

¿Podrá algún día, como soñaron los profetas de la ciencia ficción, la combinatoria, las probabilidades y las matemáticas sustituir la necesidad de creación, aunque ya estén todos los libros escritos por máquinas y computadoras que han mezclado a una velocidad de vértigo los signos y alfabetos al azar? ¿Crear será, entonces, necesario?

Me dio por pensar que los libros de esta librería que visité en La Habana, en la Plaza del Ejército, también pueden escribirse mezclando signos y alfabetos al azar durante una o dos eternidades; aunque por ahora lo escriben simples mortales. 


Norberto Ruiz Lima

jueves, 1 de noviembre de 2012

ÍTACA


Con este poema de Kavafis quiero abrir una sección llamada ATLAS, en la que os cuente algo de viajes, sitios que conozco porque fui hasta ellos o porque los imaginé leyendo, que es otra forma de viajar, a veces, más auténtica.

Como Kavafis yo también he buscado mi Ítaca, y contaros que mi Ítaca no tiene una única localización como el poema de Homero, 38º 20´de Latitud Norte y 20º 40´ de Longitud Este, sino muchas.

Mi Ítaca estuvo en una calle de Chendú en China, donde nació mi hijo Jorge (ya podéis imaginar por qué se llama Jorge), en el barrio de Donja Mahala en Mostar, en una calle de Khiam o de Tiro (la antigua Fenicia) en Líbano, o en Méjico o en Grecia, o Cuba, o en Londres o en los demás sitios donde me llevaron mis pasos y tuve ricas experiencias.

También se puede descubrir Ítaca sin salir de casa, porque algo importante nos lo impide, eso tan importante que cuidamos como a nuestro corazón, será nuestra Ítaca.

Y también se puede descubrir Ítaca en los libros.

Posiblemente, Ítaca sea la suma de todas. 

Mejor, que lo que yo digo, es leer el poema de Kavafis:


ÍTACA

Si vas a emprender el viaje hasta Ítaca
pide que tu camino sea largo, rico en experiencias y en conocimientos.
A los lestrigones y a cíclopes, o al airado Poseidón nunca temas,
nunca los hallarás en tu ruta
si alto es tu pensamiento
y limpia la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.

A Lestrigones ni a cíclopes ni al fiero Poseidón hallarás nunca
si no los llevas en tu alma
si no es tu alma quien ante ti los pone.
Pide que tu camino sea largo
que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer felizmente
arribes a bahías nunca vistas.

Detente en los emporios de Fenicia
y adquiere numerosas mercancías,
madre perla y coral y ébano,
perfumes deliciosos y diversos.
Cuanto puedas invierte en deliciosos perfumes.

Visita muchas ciudades de Egipto
y con avidez aprende de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en la memoria.

Llegar hasta allí es tu meta,
más no apresures el viaje,
mejor que se extienda largos años,
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te regaló un hermoso viaje,
sin ella el camino no hubieras emprendido,
más ninguna otra cosa puede darte.

Aunque pobre la encuentres
no te engañará Ítaca.
Rico en saber y en vida como has vuelto
comprendes ya qué significan las Ítacas.

Konstantino Kavafis.


Ojalá, todos encontremos nuestra Ítaca; pero sólo la encontraremos si lo intentamos.
Intentarlo, caer, volver a intentarlo y volver a caer y volver a intentarlo...

Parece increíble, pero voy a escribir una cita de John Wayne, el famoso actor de películas del Oeste, el vaquero por excelencia; hay alguna que otra película suya que he visto muchas veces. Prometo no traerlo mucho a este blog; pero la cita creo que merece la pena: "Fracasar no es fallar y no conseguir las cosas, fracasar es no intentarlo". Cito sus palabras de memoria leídas en un dominical hace años; pero me quedé con ellas porque creo que, en ellas, hay una pizca de esencia de felicidad.

Norberto Ruiz Lima.

Las fotografías que aparecen son de Chendú en la provincia de Sichuan en China, de Atenas (como puede observarse) y del Palacio de Knossos en Heraklion  en Creta. Mi fotógrafa particular me ha dejado colgarlas.