domingo, 30 de marzo de 2014

LUIS CERNUDA, ENTRE LA REALIDAD Y EL DESEO



Yo no decía nada, no podía, solo recuerdo la atracción imantada.
Apenas tenía conciencia de que respiraba el mismo aire, sin darme cuenta.
Por primera vez, no me importaron los motivos que me llevaron hasta allí, ni sus consecuencias, que seguro serían nefastas. Fui primero a Lisboa, luego a Roma, después a Londres… Por primera vez, no quise respuestas. Yo no decía nada.

No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta 
cuya respuesta no existe, 
una hoja cuya rama no existe, 
un mundo cuyo cielo no existe. 

De toda una vida, no sabemos porqué, es ese momento lo que sólo importa; cuando uno se sabe sólo una mitad, que ha encontrado por fin el presente que buscaba y ya no le interesa mirar hacia el pasado, ni preocuparse por lo que le depara el futuro. Ese momento, por más que nos pese, sólo puede lograrlo el deseo, hasta abrirse en la piel. Para ti, Cernuda, El Deseo Imposible.

Un roce al paso, 
una mirada fugaz entre las sombras, 
bastan para que el cuerpo se abra en dos, 
ávido de recibir en sí mismo 
otro cuerpo que sueñe; 
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne, 
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo. 
Auque sólo sea una esperanza 
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.



A ti, Luis Cernuda, te llamaban el poeta del desdén y el desprecio, el poeta solitario, tal vez por culpa de ese deseo, de cuya existencia nadie sabe, tal vez por culpa de que para tu tiempo buscabas, con más descaro que ninguno, los placeres prohibidos que nos enseñaste con versos:

Placeres prohibidos, planetas terrenales,
Miembros de mármol con sabor de estío,
Jugo de esponjas abandonadas por el mar,
Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre. 

No sabía los límites impuestos,
Límites de metal o papel,
Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,
Adonde no llegan realidades vacías,
Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos. 

A ti, Cernuda, toda una sociedad quiso prohibirte querer, con sus leyes hediondas, sin saber que si hay mil maneras de decir te quiero, tú tenías mil maneras de escribirlo e invocarlo y esos versos te daban más derecho que a ninguno de nosotros a amar para buscar esa repuesta que no existe. Afortunadamente, tus versos nos llevan a la meditación, a la emoción contenida, a tu yo y a mi yo, que eso es lo imposible: iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Dime, Cernuda, cuáles son las mil maneras de decir te quiero:

Te lo he dicho con el viento. 
Jugueteando como animalillo en la arena 
O iracundo como órgano tempestuoso; 

 Te lo he dicho con el sol, 
Que dora desnudos cuerpos juveniles 
Y sonríe en todas las cosas inocentes; 

 Te lo he dicho con las nubes, 
Frentes melancólicas que sostienen el cielo, 
Tristezas fugitivas; 

 Te lo he dicho con las plantas, 
Leves criaturas transparentes 
Que se cubren de rubor repentino; 

 Te lo he dicho con el agua, 
Vida luminosa que vela un fondo de sombra; 

Te lo he dicho con el miedo, 
Te lo he dicho con la alegría, 
Con el hastío, con las terribles palabras. 

 Pero así no me basta: 
Más allá de la vida, 
Quiero decírtelo con la muerte; 
Más allá del amor;
Quiero decírtelo con el olvido. 


Ya lo he aprendido, Cernuda, tenemos que decirlo siempre, en el viento (con cada respiración), con el sol (cada día), con las nubes (en la tristeza), con las plantas (en la levedad), con el agua, con el miedo, con la alegría y con el hastío (sobre todo con el hastío); pero hay que decirlo más allá; más allá de la vida, con la muerte y con el olvido. Sólo así conquistaremos El Deseo imposible, porque todavía ignoramos que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe.

Siento que vivieras demasiados momentos de soledad que no merecías y que te preguntaras Cómo llenarte soledad, sino contigo misma.

Sólo puedo decirte, ahora que estás muerto, que tú, Cernuda, no andas por donde el deseo no exista. Allá, allá lejos, donde habite el olvido.












domingo, 23 de marzo de 2014

LAS ELEGÍAS DE DUINO, RAINER MARIA RILKE, RENACIDO





Esto es ansia: habitar en lo oscilante
y carecer de patria en este tiempo.
Y esto son los deseos: quedos diálogos
de horas del día con la eternidad.

Y esto es la vida. Se eleva de un ayer,
entre todas las horas, la más sola,
que, sonriendo diversa a sus hermanas,
calla frente a lo eterno.

Rainer María Rilke

Hubo un tiempo en que los poetas vivían de la poesía y de sus versos. Fue en ese tiempo en que los poderosos y su dinero eran bastante más inteligentes y sabían que sólo los poetas otorgan la eternidad y la fama. Agamenón, Aquiles, Héctor y Áyax confiaron en Homero; Eneas en Virgilio; Julio César en Cicerón y en su propia pluma; el Papa Julio II en Miguel Ángel, los Médicis en Leonardo; El Cid en un oscuro monje lleno de niebla llamado Per Abbat; el rey Arturo confió en….. Y así hasta que un día los poderosos y su dinero perdieron la inteligencia y abandonaron a los poetas. Desde entonces, el arte cada vez dura menos. Llegará un tiempo en que el arte sólo durará un día, y un día será lo eterno, porque todo se hará para consumo, negocio y beneficio. Será el día que habrá que buscar selvas, desiertos y montañas lejanas.

Afortunadamente, Rilke vivió ese tiempo en que un poeta iba de castillo en castillo y le abrían todas las puertas. Porque, ¿qué harían ustedes, si están de guardia justo a las puertas del Palacio del Duino y llega alguien recitando estos versos?:

¿Quién, si yo gritara, me oiría entre los coros
 de los ángeles? Y suponiendo que me tomara
uno de repente sobre su corazón, me fundiría
con su más potente existir. Pues lo bello no es nada
más que el comienzo de lo terrible, que todavía apenas soportamos,
y si lo admiramos tanto, es porque, sereno, desdeña
destrozarnos. Todo ángel es terrible.

Sin duda, yo, soldado de la Princesa Marie von Thurn und Taxis-Hohenhole, iría veloz a avisarla de que un poeta, que nació en Praga y que recita en alemán, está a las puertas del castillo de El Duino. Y la Princesa como no podría ser de otra manera lo invitaría a pasar allí el tiempo que él estimase oportuno, ofreciéndole sus jardines, sus muros y sus fuentes para que la poesía salga por sus labios, y por sus dedos, hasta la eternidad.
La princesa le abre la puerta, y el poeta nada más verla ya sabe que sus elegías, las Elegías de Duino, van a ser propiedad  de la princesa Marie von Thurn und Taxis-Hohenhole; y ella y su castillo, del que sólo fueron destruidas sus piedras durante la guerra, viven para siempre, precediendo  a los versos inmortales de Rainer Marie Rilke.

Nadie sabe cuánto tiempo va a pasar allí, ni siquiera él. Pero es entre esos muros donde comienza a escribir sus elegías sabiendo que: La afirmación de la vida y la afirmación de la muerte se muestran como una sola cosa en las Elegías. No hay ni un aquende ni un allende, sino la gran unidad.

Rilke, que pasó su infancia y adolescencia en la ciudad de Praga y no de una manera feliz, sabe que todo ángel es terrible, y que no le queda a un poeta más camino que una vida errante: Francia, Suiza, Italia, Rusia, París, Trieste, Moscú, Toledo, Ronda…, escribiendo su propio libro del peregrinaje, porque:

En ningún lugar, amada, llegará a haber mundo, sino dentro. Nuestra
vida pasa allá con transmutación. Y cada vez más pequeño
se disipa lo eterno. Donde una vez hubo una casa duradera,
aparece una estructura inventada, atravesada, perteneciente
por completo a lo comprensible como si aún estuviera entera en
la mente.  

Rilke es uno de los pocos poetas totales, uno de aquellos que dejaron de ser ellos mismos para convertirse en poema. Hay dos o tres, no más. No es fácil y se paga un peaje demasiado alto, imposible de abordar por un alma que desee un poquito de felicidad. Si no eres de esos, mejor no ser poeta. Yo lo intenté; afortunadamente alguien me salvó de ello y yo con humilde gratitud le devolví esa deuda en Ronda donde pasó Rilke escribiendo, durante dos meses, la sexta Elegía de Duino. Ya no conoce templos. Ese derroche del corazón la ahorramos más en secreto. Si debéis a alguien algunos besos, es uno de los mejores lugares del mundo para quedar en paz. Yo voy allí a pagar mis deudas pasadas de vez en cuando.

Y si derribó columnas fue cuando irrumpió saliendo
del mundo de tu cuerpo al más estrecho mundo, donde siguió eligiendo y con poder.

En Ronda, siempre he ganado y siempre he perdido, que es lo más humano que puede ocurrirnos. Me lo enseñó Rilke, que murió de una leucemia; y pásmense, fue el poético pinchazo de una rosa el que le ocasionó la infección última que acabó con su vida. Una rosa. La rosa de Shelley, de Wordsworth, de Blake, de Borges…, la rosa de todos los poetas. ¿Y saben qué epitafio quiso poner Rainer Maria Rilke en su tumba?

Rosa o contradicción pura
en el deleite de ser el sueño de nadie
bajo tantos párpados.

Si es que los poetas son incorregibles.




domingo, 16 de marzo de 2014

ESPACIO, JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, GRANDE ES LO BREVE


Pasan vientos como pájaros, pájaros igual que flores, flores soles y lunas, lunas soles como yo, como almas, como cuerpos, cuerpos como la muerte y la resurrección; como dioses. Y soy un dios sin espada, sin nada de lo que hacen los hombres con su ciencia; sólo con lo que es producto de lo vivo, lo que se cambia todo; sí, de fuego o de luz, luz.

Una vez decidí echarme a andar buscando la forma de describir el alma humana y su conciencia. Cuanto vi lo dejé escrito en papeles hoy perdidos, certificando con mis propios ojos que todas las sociedades fundan su existencia sobre las bases de la insolidaridad, la injusticia, la violencia, la explotación del ser humano y la búsqueda del éxito y el poder sin freno; en eso, nada nos distingue, ya vivamos entre montañas, en islas o desiertos, sin importar la raza, el color de la piel, la religión, ni las ideologías, (que las ideologías que andan con máscaras son las peores).

Posiblemente, como escribieron Shakespeare en su Hamlet, Cicerón en su Proceso contra Verres, o Calderón de la Barca en su compleja La Vida es Sueño,  no somos más que animales atados a nuestros estómagos y a nuestros instintos, y por ellos vendemos nuestra alma cada día, y eso condiciona, salvo raras excepciones, nuestras actitudes y nuestros afanes, y terminan por crear las sociedades tal como las conocemos: injustas, insolidarias y violentas.

Pero, como también leí que los legisladores ocultos del mundo son los poetas, me dije que, sin ellos, nunca encontraría cómo es, de verdad, el alma humana y su conciencia. Y que si, en mi modesta opinión, el mejor libro de poesía que habla de la conciencia del ser humano y su esencia, es Espacio de Juan Ramón Jiménez, el hombre que se convirtió en poema, lo mejor sería hablar con él.
Hace muchos años, pasé un verano en Moguer y allí, y en aquel tiempo, todo el mundo hablaba de Juan Ramón Jiménez, el poeta que murió en Puerto Rico llamando a su madre y clamando la palabra Moguer, mientras agonizaba.

No, ese perro que ladra al sol caído, no ladra en el Monturrio de Moguer, ni cerca de Carmona de Sevilla, ni en la calle Torrijos de Madrid; ladra en Miami, Coral Gables, La Florida, y yo lo estoy oyendo allí, allí, no aquí, no aquí, allí, allí. ¡Qué vivo ladra siempre el perro al sol que huye!

“Siempre buscamos muy lejos las respuestas a las grandes preguntas”, me dijo el poeta, “haciendo infinitos viajes, como tú; arrastrándose por sesudas bibliotecas a la luz de las lámparas estudiosas; o hablando con escritores en todas las ferias de libros por donde has ido a conciencia a buscarlas. Te equivocas”, me cuenta sonriendo don Juan Ramón, “te equivocas. Las respuestas están en ti, las repuestas a las grandes preguntas las tenemos en nuestro interior cada uno de nosotros, porque ¿quién sabe más que yo, quién, qué hombre o qué dios puede, ha podido, podrá decirme a mí qué es mi vida y mi muerte, qué no es? Si hay quien lo sabe, yo lo sé más que ése, y si quien lo ignora, más que ése lo ignoro. Lucha entre este ignorar y este saber es mi vida, su vida, y es la vida.

“No sé si es proporcionado comparar a hombres y a dioses, don Juan Ramón”, le digo, “los antiguos dioses griegos condenaban de manera muy cruel, a aquellos humanos que se atrevían a suponer que los hombres y ellos eran iguales”. Le pongo varios ejemplos, pero como los poetas, los buenos, suelen ser gentes muy libres (por eso siempre suelen andar exiliados), me mira y me dice: “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo”. Yo tengo, como ellos, la sustancia de todo lo vivido y de todo lo porvivir. No soy presente sólo, sino fuga raudal de cabo a fin. Y lo que veo, a un lado y otro, en esta fuga (rosas, restos de alas, sombra y luz) es sólo mío, recuerdo y ansia míos, presentimiento, olvido.

“Cierto”, don Juan Ramón, “una vez me dio por escribir acerca de un joven capitán, y le inventé una vida que era suma de lo vivido y lo no vivido, de lo viviendo y de lo por vivir, que en posibilidades llegaba a abarcar el infinito. Me lo sugirió Wittgenstein”.
“No aspires a tanto”, me respondió el poeta. “No es necesario alcanzar el infinito. Grande es lo breve, y si queremos ser y parecer más grandes, unamos sólo con amor y no cantidad. El mar no es más que gotas unidas, ni el amor que murmullos unidos, ni tú cosmos, que cosmillos unidos. Lo más bello es el átomo último el solo indivisible, y que por serlo no es, ya más pequeño”.

El poeta después de toda una vida dedicada a los versos ha llegado con Espacio casi al silencio, se refugia en una prosa sin distancias, sin lugares para respirar después de cada letra. Quiere cambiar las formas del verso, incluso lo ya escrito, su poesía preludia que está llegando a su fin, a un fin perfecto: eso es Espacio. “La muerte daba a su quietud seguridad de haber estado vivo”.

 Siempre he pensado que hay dos poemas que han llegado más lejos que ninguno en su trato con la palabra y su conciencia; uno es Espacio, de Juan Ramón Jiménez y el otro es Pasión de la Tierra, de Vicente Aleixandre; y los dos terminaron hechos prosa. ¿curioso, verdad? Ambos quisieron hacer eternidad: ¿Vamos a hacer eternidad? ¡Vosotras, yo, podemos crear la eternidad una y mil veces, cuando queramos! ¿Todo es nuestro y no se nos acaba nunca! ¡amor, contigo y con la luz todo se hace , y lo que amor, no acaba nunca!

“Entonces, ¿no podemos engañarnos?, ¿es absurdo engañarnos?”, le pregunto. “Nuestras casas saben bien lo que somos; nuestros cuerpos, ojos, manos, cinturas, cabezas en su sitio. La vida es este unirse y separarse, rápidos de ojos, manos, bocas, brazos, piernas, cada uno en la busca de aquello que lo atrae y lo repele”, me contesta como si no hablara conmigo.

Decido dejarlo hablando solo, porque empieza a recitar palabras que no entiendo: Era cáscara vana, un nombre nada más, cangrejo; ni un adarme, ni un adarme de entraña; un hueco igual que cualquier hueco en otro hueco. Un hueco era el héroe sobre el suelo y bajo el cielo….

Le dije adiós al poeta Juan Ramón Jiménez; recordando otra vez, que no me lo quito de la cabeza, que la semana pasada me quedé a las puertas de Tombuctú. Y le dije para animarlo, que si hay un Cielo yo quiero que sea como el Cielo por él soñado en su Dios Deseado y Deseante:

He llegado a una tierra de llegada.
Me esperaban los tuyos, deseado dios;
me esperaban los míos
que, en mi anhelar de tantos años tuyos,
me esperaron contigo,
conmigo te esperaron.

Sí, Juan Ramón Jiménez,  estamos muy cerca de los dioses.









sábado, 1 de marzo de 2014

A LAS PUERTAS DE TOMBUCTÚ




Me he quedado a las puertas de Tombuctú. Iba buscando la Biblioteca de Kati, que el poeta José Angel Valente rescató de la oscuridad para mí  y que la reciente conquista de la ciudad por los islamistas del Movimiento Nacional de Liberación de Azawad, llegó a poner en serio peligro.

La intolerancia en 1468 la hizo salir de Toledo; y, tras un largo periplo, terminó asentándose en Tombuctú; y la intolerancia, otra vez, la ha vuelto a sacar a toda prisa de una ciudad ocupada en la que cualquier vestigio de cultura y libertad de pensamiento es perseguida y condenada a ir a la hoguera. Es una rara costumbre que tenemos los seres humanos la de quemar libros. Ya sabemos la temperatura a la que arde un libro: Fahrenheit 451; y también sabemos la temperatura a la que arde un hombre: Fahrenheit 451. Una simple casualidad. A lo largo de la historia se han hecho las suficientes pruebas con distintos combustibles sólidos, líquidos e ideológicos como para saber con certeza a qué temperatura son quemados los libros y los hombres; y cuál es la relación entre la combustión y el tiempo de exposición al calor.

Los islamistas del Movimiento Azawad consiguieron quemar algunos fondos bibliográficos de los muchos que hay esparcidos por Tombuctú; pero la presteza de sus guardianes, con la práctica que han adquirido durante 500 años de persecución e intolerancia hacia los libros, consiguieron repartir entre varios de sus clanes los manuscritos y llevarlos a una relativa seguridad a distintos lugares, entre ellos a Bamako, para que nunca se perdieran todos los volúmenes si el desastre era inevitable. Conseguí localizar algunos en Bamako. Ya utilizó esta estrategia el sabio Mahmud Kati, cuando vio que el imperio Songhay sucumbía a los pies de los camellos de un ejército compuesto por moriscos, marroquíes y renegados cristianos a las órdenes de Yuder Pachá en  1591 para vivir un nuevo exilio, otro más, en una aldea remota llamada Kirshamba en la ribera del río Níger.

En Tombuctú hace 500 años se usaban los libros como moneda de cambio, cuando en aquel tiempo un monasterio europeo podría tener no más de dos mil volúmenes, y fueron los Qûti (Kati en la actualidad), descendientes directos del rey godo Witiza, y godos hasta la médula, más godos que yo, quienes huyendo de la intransigencia religiosa, consiguieron que toda África hablara de sus libros y de sus sabios. Escribe el poeta Abu al-Abbas Ahmad (1556) un poema que se ha convertido en popular y mítico: “La sal viene del Norte, el oro viene del Sur, la plata de los blancos, pero la palabra de Dios, los cuentos hermosos y las actitudes santas sólo las hallarás en Tombuctú”. Me quedo con sus cuentos hermosos y sus manuscritos.

He tenido que detenerme a las puertas de Tombuctú, pero el azar quiso poner en mis manos su llave.
En Koulikoro, en uno de esos puestos de artesanía que tanto abundan pude encontrar la llave de Tombuctú. En su parte superior aparece la huella de un camello, rodeada por las estrellas del cielo que guían al viajero por el camino escrito en sus bordes hasta Tombuctú, la ciudad que está en ninguna parte, y que viene representada justo en el centro de la llave, flanqueada por tres pequeñas flechas que simbolizan sus tres mezquitas. Eso, al menos, fue lo que me contó el artesano tuareg, que me sacó 20.000 cefas por ella. Era la única que tenía en el puesto y la historia me encantó, así que pensé: ¿y si es verdad y tengo en mi mano la llave de Tombuctú? “Con esto”, me dijo el tuareg, “tienes abiertas las puertas de la ciudad y puedes ir cuando quieras”. ¿Quién no hubiera pagado 20.000 cefas por tener abiertas las puertas de Tombuctú?
Tombuctú, y todo el valle del Níger está lleno de llaves de casas de la antigua Al-Andalus; las llaves de las casas en Toledo, de todos aquellos que huyeron o fueron expulsados por la violencia o la intolerancia hace más de 500 años. Mi amado Borges lo escribe, como nadie, de la siguiente manera:

Abarbanel, Farías o Pinedo,
arrojados de España por impía
persecución, conservan todavía
la llave de una casa de Toledo.

Libres ahora de esperanza y miedo,
miran la llave al declinar el día;
en el bronce hay ayeres, lejanía,
cansado brillo y sufrimiento quedo.

Hoy que su puerta es polvo, el instrumento
es cifra de la diáspora y del viento,
afin a esa otra llave del santuario

que alguien lanzó al azul cuando el romano
acometió con fuego temerario,
y que en el cielo recibió una mano.


Viajo por carretera de nuevo a Bamako pensando que si hoy fuese el día de la conmemoración de Mahoma oiría, seguramente con emoción infinita, recitar El Libro de las Virtudes del poeta Al Fazzazi, nacido en Córdoba en  el año 1229 y obligado a huir, como otros muchos, de la medieval Castilla, y cuyos versos pueden escucharse hoy en día en toda la zona del Sahel bañadas por el Níger; y también pienso cómo llegaron esos manuscritos hasta aquí, cómo superaron las arenas del desierto, de la violencia y de la intolerancia; y me imagino a Alí Ben Ziyad Al Quti Al-Andalusí, descendiente del rey godo Witiza (Qûti deriva de Witiza, de donde procede el apellido Kati de Mali), convertido al Islam, cuando decide abandonar  en 1468 Toledo buscando un nuevo lugar  donde establecerse.

Él no podía imaginar las aventuras que correrían su biblioteca y sus descendientes; que si cada uno de nosotros hubiésemos defendido los libros con el mismo ímpetu que ellos, no hubieran sido mandados a la hoguera tantos manuscritos a lo largo de la Historia; ni tantos hombres y mujeres. Pero no todos somos tan fuertes de espíritu ni tan valientes, y 500 años son muchos años.
Ahora les toca luchar contra el integrismo islámico. Dicen que en la reciente conquista de Tombuctú, Kidal y Goma han destruido más de 4.000 manuscritos. Ojalá no sea cierto. Les debemos mucho a los habitantes de Mali y ha llegado la hora de devolverlo. Yo por si acaso voy a poner a buen recaudo mi llave de Tombuctú, no sea que lo que me dijo el tuareg fuera cierto.





En Mali hay un puñado de españoles trabajando para llevar la estabilidad y la paz a esa zona, sin ellos no habría podido dar un paso por la Boa, ni haber cruzado un río, ni haber pasado una noche viendo las estrellas de Mali que brillan más que en ninguna parte. Gracias, por vuestro trabajo, dice la gente de Mali que desde que estáis allí, ellos se sienten más seguros. Si será verdad. Gracias, becerro, marsopa, río....