sábado, 25 de enero de 2014

GUSTAVE FLAUBERT, EL OSO DE NORMANDÍA







Hoy, he decidido rastrear las cartas de Flaubert. Una correspondencia que inició a los nueve años y mantuvo viva hasta poco antes de morir, y en la que puede hilvanarse su pensamiento acerca de toda la casuística humana; y desde luego, sus sentencias a nadie pueden dejar indiferente: destroza a la burguesía, se gana a pulso su fama de misógino (algún comentario acerca de la mujer es para retirarle la palabra), degüella a sus compañeros de oficio y sobre todo a la crítica literaria, acuchilla a la política y a la historia moderna, y no es capaz de dejar títere con cabeza en el París del siglo XIX. Vamos, un tipo al que hoy denominaríamos políticamente muy incorrecto.  Incorrecto e incorregible.

Cojo una de sus cartas y miro el destinatario y la fecha: a Louise Colet, 7 de agosto de 1846. Amar a Flaubert no debía ser tarea fácil, amar a Colet tampoco. No hicieron más que sufrir encuentros y desencuentros que los abocaron a infidelidades y rupturas, una especie de infierno para aquél que dio forma a La Educación Sentimental.
“Colet”, escribe Gustave Flaubert, “de todas las cosas relativas a la política, la única que comprendo es el motín. Fatalista como un turco, creo que todo lo que podemos hacer por el progreso de la humanidad, y nada, son exactamente lo mismo”.
Louise Colet debió divertirse mucho con las cartas de Flaubert. El 9 de diciembre de 1852 recibe una misiva en la que le dice: “corre por el mundo una conjura general y permanente contra dos cosas, a saber, la poesía y la libertad. La gente de buen gusto se encarga de exterminar la primera, y la gente de orden de perseguir a la segunda”.

Tampoco crean que no reparte mandobles a esos amantes de la libertad y de la igualdad que se mueven por las revoluciones y la violencia como anguilas en un arroyo. Asistió a la revolución de la comuna de París, y quedó horrorizado por las masas, esas mismas masas a las que animaba Rimbaud desde las barricadas. Dos personalidades totalmente diferentes: bienvenidos sean los dos con sus miserias y sus virtudes. “La educación del pueblo y la instrucción moral de las clases pobres son, a mi juicio, tareas del futuro. Lo que niego es todo lo que se refiera a la inteligencia de las masas, sea lo que sea lo que nos espera; porque las masas serán siempre eso, masas” (carta a mademoiselle Leroyer de Chantepie, 16 de enero de 1866).

¿Creen que Flaubert iba a dejar sin mancha a nadie que anduviera en tratos con la política? Se equivocan, “no tengo ninguna simpatía por ningún partido político o, mejor dicho, los aborrezco a todos, porque todos me parecen igualmente limitados, falsos, pueriles, empleados en lo efímero, sin visión de conjunto y sin elevarse jamás más allá de lo útil. Odio todo despotismo. Soy un liberal rabioso. Por eso el socialismo me parece un horror pedantesco que acarreará la muerte de todo arte y toda moralidad”. (carta a mademoiselle Leroyer de Chantepie, 30 de marzo de 1857). Vuelvo a leer esa carta porque no me creo que esté fechada el 30 de marzo de 1857.

A Inma no le he contado nada de los comentarios de Flaubert sobre la mujer. No es cuestión de que le coja manía a la primera: “en lo que concierne al amor, nunca he encontrado en esta suprema felicidad más que problemas, tormentas y desesperación. La mujer me parece algo imposible. Y cuanto más la estudio menos la comprendo. Siempre me he apartado de ella cuanto he podido” (carta a mademoiselle Leroyer de Chantepie, 30 de marzo de 1857). O cuando escribe: “dices que estás sin mujer. A fe que me parece muy sensato, pues considero a esta especie bastante estúpida; la mujer es un animal vulgar que el hombre ha convertido en un ideal demasiado bello”. (Carta a Ernest Chevalier, 28 de marzo de 1841). Díganme si no es para esperarlo a la puerta de su casa con más que aviesas intenciones, y eso que no he trascrito las peores de sus palabras porque creo que en el momento que las escribió estaba más cerca de un animal dolido que de un ser con razonamiento, cordura y madurez.

De todas formas, el Flaubert sublime aparece en todo su esplendor cuando habla de la burguesía, esa clase que vende a su madre por un escalón más alto en el estamento social y que en su Madame Bovary adquiere tintes gloriosos con el farmacéutico Homais que recorre toda la novela babeando por conseguir la Legión de Honor.

¿Saben cuál es el sueño de la Democracia para Flaubert?: “El sueño entero de la democracia reside en elevar al proletariado al nivel de estupidez del burgués”. (carta a George Sand, 4 de octubre de 1871). Seguramente pensaba que soñaba con dejarlo dormido, al proletariado quiero decir; y encima teniendo en cuenta que pensaba que “la fraternidad es una de las más grandes invenciones de la hipocresía social”, (carta a Louise Colet, 22 de abril de 1853). Pueden imaginar lo que significa esa frase viniendo de un francés del siglo XIX, cuando la revolución debía estar mucho más fresca.

Agarro una carta dirigida a George Sand y fechada el 17 de mayo de 1867, y me pregunto qué pasaría si ejecutáramos al pie de la letra el axioma que viene en ella recogida con la letra de Gustave Flaubert: “Axioma: el odio hacia el Burgués es el principio de la virtud. Incluyo en la palabra “burgués”, tanto a los burgueses en camisa como a los burgueses en levita. Nosotros y sólo nosotros, es decir la gente de Letras, somos el Pueblo, o, mejor dicho, la tradición de la Humanidad”. No estoy yo muy seguro que el mundo sea mejor sin los burgueses, aunque a veces te entran ganas de probar ese hipotético futuro.

Afortunadamente Emma bovary, nada tiene de Flaubert. Los grandes escritores, no hay muchos de esos, se mantienen completamente al margen de su obra. No existen para su obra. Madame Bovary no conoce de nada a Gustave Flaubert, como debe ser.

Nosotros lo conocemos un poco más porque dejó unas tres mil cartas (el profesor Jordi Llovet sabe mucho de ellas) volando por todos los rincones del mundo. No sé si era necesario leerlas, sobre todo porque Flaubert no las escribió para nosotros.

sábado, 18 de enero de 2014

JUAN GELMAN, EL EXPULSADO


 Me echaron de palacio/
no me importó/
me desterraron de mi tierra/
caminé por la tierra/
me deportaron de mi lengua/
ella me acompañó/
me apartaste de vos/ y
se me apagan los huesos/
me abrasan llamas vivas/
estoy expulsado de mí.

Si cualquiera de los tres libros sagrados tiene razón, Juan Gelman vuelve a ser un exiliado, posiblemente su último exilio.
Ya debe andar de la mano de San Juan de la Cruz, el poeta de lo ausente, de la llaga de amor viva, del exilio del alma y de Dios. Buena pareja deben hacer esos dos perseguidos, iguales ahora en la muerte.

— Aunque “nosotros no sólo queremos la igualdad en la muerte/ también queremos la igualdad en la vida/ queremos la justicia en vida/ aunque sea corta y larga la muerte”.
— Si empezamos así, señor Gelman, no habrá más remedio que verlo “metido en la litera alta de la celda 4 en el pabellón de castigo de la cárcel de villa Devoto”.
— ­­Así que nació usted en Buenos Aires.
— Sí, en el barrio de Villa Crespo.
— ¿nombre de su padre?
— José Gelman, obrero ferroviario y carpintero.
— ¿Nombre de su madre?
— Paulina Burichson
— No tienen nombres argentinos.
— No. Eran inmigrantes ucranianos.
— ¿Tiene hermanos?
— Dos. Boris y Teodora, ellos también nacieron en Ucrania. Puedo recordar a mi hermano Boris, recitándome, cuando yo era un niño, poemas de Pushkin en ruso. Eran de una sonoridad cautivadora.
— Huyamos de los sentimentalismos, señor Gelman. Yo no estoy aquí para eso.
— Sí.
— Entonces, de su familia, era usted el único argentino, el único que nació aquí.
— Todos somos inmigrantes, usted también. De hecho la palabra planeta, en griego, significa errante. Todos vamos errando por este universo.
— Se nota que es usted poeta, señor Gelman, pero aquí no le va a traer más que problemas.

— Lo sé. Sé que “con este poema no tomaremos el poder, con estos versos no haremos la revolución, ni con miles de versos haremos la revolución”.
— Señor Gelman, ¿es verdad que también terminó perseguido por los montoneros?
— Sí. Resultó que yo apoyé en el año 1977 la creación del Movimiento Peronista  Montonero, pero me separé de ellos en diciembre de 1978 al estar en contra de la propuesta de la contraofensiva estratégica. El dolor me llevó a la violencia y también me sacó de ella. ¿A qué tanto dolor?
— ¿Y ahora quieren matarlo?
— Sí.
— ¿Hay alguien que no lo persiga a usted?
— Ya sabe lo que pone en mis papeles. Soy un expulsado.
— A lo mejor, señor Gelman, no es tiempo de héroes.
— Desgraciadamente, siempre será tiempo de héroes:

los soles solan y los mares maran
los farmacéuticos especifican
dictan bellas recetas para el pasmo
se desayunan en su gran centímetro

a mí me toca gelmanear
hemos perdido el miedo al gran caballo
nos acontecen hachas sucesivas
y se amanece siempre en los testículos

no poca cosa es que ello suceda
vista la malbaraja del amor estos días
los mazos de catástrofes las deudas
amados sean los que odian

— Buscar el paraíso es una quimera, señor Gelman, hasta ahora sólo ha provocado dolor.
— Bueno, el problema es que ese paraíso siempre lo hemos buscado en el pasado y como dice Guillaume de Poitiers: El paraíso perdido nunca estuvo atrás. Quedó adelante.
— ¿En la poesía parece que hay respuestas para todo? Porque tiene usted, señor Gelman, respuesta para todo.
— Escribía Shelley que los poetas son los legisladores no reconocidos del mundo.
—  Pero eso fue en el pasado. Ahora los poetas viven en las cavernas, señor Gelman.           
— Así nos va.
— Todo lo que no pueda venderse bien, está muerto antes de nacer, señor Gelman; y la poesía no vende.
— y no debemos quejarnos:

(…) y no me quejo ya que
ni oro ni gloria pretendí yo juntándolas
ni dicha ni desdicha
ni casa ni perdón.

— ¿Hablamos de su hijo?, ¿podemos hablar de la muerte de su hijo desaparecido?
— No, no quiero hablar de la muerte de mi hijo. No puedo hablar ahora. Ahora ni nunca. Sólo espero verlo pronto.

hablarte o deshablarte/ dolor mío/
manera de tenerte/ destenerte/
pasión que munda su castigo
como hijo que vuela por quietudes/ por

arrobamientos/ voces/ sequedades/
levantamientos de la ser/ paredes
donde tu rostro suave de pavor
estalla de furor/ a dioses/ almas
 
que me penás el mientras/la dulcísima
recordación donde se aplaca el siendo/
la todo/ la trabajo/ alma de mí/
hijito que el otoño desprendió

de sus pañales de conciencia como
dando gritos de vos/ hijo o temblor/
como trato con nadie sino estar
solo de vos/ cieguísimo/ vendido

a tu soledadera donde nunca
me cansaría de desesperarte/
aire hermoso/ agüitas de tu mirar/
campos de tu escondida musicante

como desapenando la verdad
del acabar temprano/ rostro o noche
donde brillás astrísimo de vos/
hijo que hijé contra la lloradera/

pedazo que la tierna embraveció/
amigo de mi vez/ miedara mucho
el no avisado de tu fuerza/ amor
derramadísimo como mi propio

volar de vos a vos/ sangre de mí
que desataron perros de la contra
besar con besos de la boca/
o cielos que abrís hijando tu morida

— Bien, creo que es suficiente. Siga adelante, señor Gelman, sé que le esperan por ahí un par de místicos, un tal Juan de la Cruz y una tal Teresa de Ávila esos que hablan del exilio interior, del exilio de la tierra, del exilio de las palabras, del exilio de dios. Buen viaje, señor Juan Gelman.
— Sí, conozco a Teresa de Ávila y a Juan de la Cruz. He comentado sus versos.

esta secreta unión que pasa
en un punto muy interior del alma/
que debe ser donde estás vos/ y donde
tales son el deleite y la gloria y demás.

— Vaya con Dios, señor Gelman. Ya puede irse.

El hombre saca un cuaderno amarillo y anota: “Hoy, ha muerto Juan Gelman, poeta.”