sábado, 26 de enero de 2013

LEOPARDI, EL GORRIÓN SOLITARIO


Llegué a Nápoles buscando a Plinio, el Viejo, y tropecé por casualidad con Leopardi.

Llegué a Nápoles tras las huellas de un joven comandante que mandó la caballería romana en la conquista de Germania y me encontré con un pobre enfermo malformado y solitario.

Llegué a Nápoles buscando al autor de la vasta Historia Natural y prefecto de la flota romana en Miseno en el momento de la erupción del Vesubio que sepultó Pompeya y me encontré con un moribundo que en su mano cerrada guardaba celosamente un papel con unos versos titulados “El gorrión solitario”, en los que andaba lamentándose de la juventud perdida; de una juventud miserable que lo abocó a encerrarse en sí mismo y a declararse poeta de la infelicidad y el desencanto.

Vestida de fiesta,
 toda la juventud
 deja sus casas y anda por las calles;
 mira y es mirada, y en el corazón se alegra.

 Yo, solitario,
 en esta  remota parte de la tierra
 me hiere el sol, que entre lejanos montes,
 tras el día sereno,
 cae y se esconde, y parece decir
 que la dichosa juventud se esfuma.

Nada hay más triste que el lamento por los años perdidos, ni mayor pecado que no haber intentado con toda el alma la búsqueda de la felicidad, sin importar nuestra situación, nuestra condición física o el feroz destino que nos aguarda.

Si uno intenta ser infeliz, con poco esfuerzo, lo consigue. Si uno intenta ser feliz con toda su alma, puede que no lo consiga nunca, pero tal vez en algún momento toque la felicidad con alguno de sus dedos. Leopardi jamás tocó la felicidad con ninguno de sus dedos y en su lecho de muerte, me pareció oír que se arrepentía.

Tú, gorrión solitario, en el ocaso
 del vivir que han de darte las estrellas,
 Mas a mí, si de vejez
 el abominado umbral
 evitar no pudiere,
 cuando estos ojos estén mudos
 y hueco les sea el mundo,
 y el día futuro sea  más tedioso
 que el día presente,
 ¿qué me parecerán estos mis años?
 ¿qué de mí mismo?
Así me lamentaré,
 y sin consuelo volveré al pasado.

 Ni el portar un físico desagradable o un alma extremadamente sensible, o cualquier otra razón exime de ese pecado: Hay que intentar buscar la felicidad y luchar por llenar nuestra alma de algo de alegría. La vida suele abrir mil caminos con mil puertas. Alguna llave habrá.

Sus jorobas le oprimían el pecho y le afectaban mucho a la respiración y al corazón, en los dos sentidos, el físico y el espiritual. Se recogió en su vida interior porque nada esperaba ya de su vida exterior. De su madre, me contó, agonizando, que lo único cariñoso era su mirada. De su padre, el absurdo de la severidad de sus ideas y de sus sentimientos. Y de los amores que tuvo, ninguno fue correspondido, a pesar de amar locamente. Su adorada Fanny, sin haber posado sobre su piel uno de sus dedos, lo utilizaba para llegar a otros amantes, y lo llamaba cuando no estaba presente, mi jorobadito. La joven Silvia no cruzó más de dos palabras con él:

¡Qué suaves pensamientos,
 qué esperanzas y ardores, Silvia mía!
¡Qué oferente nos era
la vida humana y el hado!
Cuando me acuerdo de tamaño anhelo,
un afecto me oprime sin consuelo,
y vuélveme a doler la desventura.

Y en ese rincón de su alma dolorida creció el desconsuelo hasta hacerle escribir en su Diálogo entre Tristán y un amigo:

Hoy no envidio ya ni a los necios ni a los sabios, ni a los grandes ni a los pequeños, ni a los débiles ni a los poderosos; envidio a los muertos, sólo por ellos me cambiaría.

Reconozco que ni sus padres; ni las mujeres, que no le dedicaron una mirada; ni sus amigos, que lo abandonaron; ni sus enemigos, que se cebaron con su alma, ayudaron a que Leopardi viviera; porque nadie ignora que vivir es amar.

Pero ese no es motivo, Giacomo, para que se te arrugara el corazón de esa manera. No, no es motivo.
Ni tan siquiera, un pequeño rastro de felicidad merece la pena cambiarlo por estar entre los tres primeros poetas de Italia: Dante, Petrarca y Leopardi. No, Giacomo, primero es la vida y el alma. Aunque fueses un escritor de esos que ahora se denominan románticos.

Viéndolo, yacente, en esa casa oscura de Nápoles, recordé a Ulrika, que me dio a entender que nunca la esperanza de amar puede perderse, por mal que nos haya tratado la vida o la naturaleza, (todos nos merecemos un beso y todos nos merecemos un milagro, al menos, una vez en la vida):

Me apartó con suave firmeza y luego declaró:
- Seré tuya en la posada de Thorgate. Te pido mientras tanto que no me toques. Es mejor que así sea.
Para un hombre célibe entrado en años, el ofrecido amor es un don que ya no se espera. El milagro tiene derecho a imponer condiciones.
Pensé en mis mocedades de Popayán y en una muchacha de Texas, clara y esbelta como Ulrika, que me había negado su amor.

En Nápoles, poco antes de morir se libertó un poco de sus complejos, salía por las calles y ya no lo molestaban por las jorobas, ¿empezó a infundir miedo?, ¿o es que ya no le importaba? La epidemia de cólera se estaba comiendo Nápoles. Yo sólo viví Nápoles de noche.

Así tras esta inmensidad
se anega el pensamiento;
y dulcemente en este mar naufrago.

Agarró con fuerza los versos que tenía entre sus dedos y gritó: “Más luz, quiero morir con más luz”. En ese momento recordé a Goethe.

Cerré la puerta, salí y me fui de madrugada, a la estación de autobuses a sacar un billete que me llevara a Pompeya a los pies del Vesubio.



 


Las fotos corresponden al Vesubio, yaciendo a sus pies la derruida Pompeya, que como el alma casi muerta de Leopardi no se ve, pero se intuye.
El castillo Maschio Angionino, conocido como Castel Nuovo, está junto al puerto y frente a la Piazza Municipìo, por sus murallas anduvo el conde Leopardi, ni la nobleza lo salvó de la hecatombe, (o lo ayudó a hundirse). En Nápoles fue el único sitio por donde salía y no se mofaban de él o le señalaban su joroba. En Recanati, los niños cuando él aparecía por la calle decían: ¡Ahí viene el jorobadito! !Ahí viene el jorobadito!
La foto central es de las Galerías Humberto I, donde también conviene ir para no alejarse del mundo en el que vivimos. También hay arte dentro. 
Desde luego, no fui solo a Nápoles. A ver a Leopardi no se puede ir en soledad, mi fotógrafa particular ya estaba conmigo.
 








sábado, 19 de enero de 2013

DU FU, POESÍA ENTRE LOS BAMBÚES




Todas las cosas poseen belleza,
pero no todos la ven.

Kung Futsé

Cuando yo hacía escala en Amsterdam era primavera; y Du Fu estaba llegando tras un penoso viaje a Chengdu, la ciudad del brocado. Tenía cuarenta y siete años; y cuando comenzó el invierno, la rebelión de los sucesores de An Lushan se intensificó.

En el vuelo de Amsterdam a Beijing leí La Balada de Pengya, Frente a la Nieve, De Noche en el Cuartel General y Reflejos de Otoño. Soy lento leyendo versos. Du Fu llegó  a Chengdu antes que yo.
Empezó con ayuda de unos amigos a construirse una cabaña junto al río de las Cien Flores, aunque el sufrimiento en su alma y en su cuerpo no cejaba.


En el aeropuerto de Beijing esperé largas horas. Mientras tanto, Du Fu a orillas del río de las Cien Flores escribía sus poemas Aguas de Primavera, el Vecino del Norte y Espontáneo.

A medio día embarqué en un vuelo de las Líneas Aéreas Chinas y, después de hacer un poco de Tai Chi aconsejado por el personal de cabina, abrí mi libro de poemas y empecé a leer Aguas de Primavera, el Vecino del Norte y Espontáneo. Pura coincidencia tal vez.



Aguas de primavera

Tercera luna. Tantas olas como flores de durazno;
el río recobra su antiguo cauce.
Al alba el agua cubre toda la playa,
su color esmeralda sacude el portal de troncos.

Añado hilo y pesco con cebo perfumado;
junto bambú para regar el jardín.
Pajarillos sin número se bañan
empujándose unos a otros en descomunal alboroto.

Llegué a Chengdu con la foto de Jorge en el bolsillo, sabiendo que allí también estaba Du Fu ( o Tu Fu). Yo preguntaba por Du Fu o Tu Fu, tal como lo había visto escrito, y ellos me decían: "¿querrás decir To Zo?" . "Pregunto por el más grande poeta, que vive aquí junto a un río en una pobre cabaña". Y me contestaban: "Seguro que es To Zo". Yo al menos oía To Zo. 

Llegué al río de las Cien Flores y encontré su cabaña y sus versos escritos en la pared. Jorge ya estaba conmigo y mi fotógrafa particular escribía su propia historia con los pinceles de su cámara. Abrí mi pequeño libro de versos en la orilla del río y empecé a leer El loco:

Al oeste del puente de Diez mil leguas, una cabaña;
el agua del río de las Cien flores parece una torrentera.
El viento acaricia los bambúes gráciles y luminosos;
la lluvia humedece los rosados lotos de sutil prfume.

De mi viejo amigo, rico funcionario, no llegan cartas;
de mi pobre hijo famélico siempre, el color da lástima.
¿Suprimir las diferencias? Mejor ni pensarlo.
Me burlo de este loco. cuanto más envejece más loco se pone.

Naturaleza, sentimientos y vida siempre se respiran en sus versos y en los versos de todo China. Si hay alguien que consigue la comunión entre la naturaleza, el hombre y el universo son los poetas orientales. Nunca me encontré más cerca de la naturaleza que allí. El hombre parece minúsculo y la naturaleza, inmensa, parece que puede con todo.


La luna del río amarra al viento;
las estrellas del río despiden nuestra barca.
Cantan gallos al arrebol del alba;
se bañan garzas en el arroyo azul.

¿Quién sembró en sus claros límites?;
¿a dónde va sin prisa su rostro redondo?
Aunque no cesen de crecer mis penas,
al ocultarse admiro, extasiado, su gracia.

¿Hay una manera más hermosa de explicar la belleza del reflejo de la luna en un río, que puede hacer olvidar aunque sea por un momento los sufrimientos?.

Hablé durante medio día con Du Fu y me despedí de él con cierta nostalgia prometiéndole volver.



Nadie conoce esta región extraña;
somos, tal vez, los primeros en explorarla.
Es tiempo de volver, ¡lástima!
Fue la mejor excursión de mi vejez.

El dragón descansa acariciándose las escamas,
insensible e incapaz de moverse entre las rocas.
Habrá que venir cuando el sol apriete,
para admirarlo elevándose como tromba.


Volvimos a Beijing a arreglar algún que otro papel y seguí disfrutando con Jorge y mi fotógrafa particular de la naturaleza, del hombre y del universo.



Luego me enteré que Du Fu tuvo que huir otra vez; y que cuando navegaba por el lago Dongting, al sur del río Yangzi, murió de hambre dentro de su barca, como ha solido ocurrirle desde el principio de los tiempos a los poetas:

Junto al río, en el salón, anida un martín pescador;
en las tumbas importantes yacen unicornios.
Piensa bien en las leyes de la vida y disfrútala,
¿para qué ansiar renombre que estorbe al cuerpo? 



domingo, 13 de enero de 2013

EL CÁNTICO ESPIRITUAL DE BARRAMEDA

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
a donde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.


En La Otra Banda de la Argónida, a la vera de Tartessos, he pasado la Navidad.

Borges escribe en La Otra Muerte que "modificar el pasado no es modificar un solo hecho, sino sus consecuencias que son infinitas". Yo puedo decir que modificar un hecho presente también condiciona el futuro y sus consecuencias que, también, son infinitas.


Esta Navidad, uno de los nuestros, a falta de otras propuestas más arriesgadas, decidió ir a comprar unos dulces típicos al convento de las Descalzas, en la calle del mismo nombre, pasado el Guadalquivir, justo enfrente de la Argónida.

Acepté la aventura, como he aceptado otras muchas, y allá que nos fuimos a la puerta del torno. Yo sabía que él estaba latiendo dentro, siempre lo supe. Así que, del torno y de las palabras sin rostro de la carmelita descalza, terminamos oyendo la misa del Gallo en el convento. Es que una voz de mujer en la oscuridad convence fácilmente. La tradición, a veces, gana. Han sido demasiadas las lecturas oyendo voces de mujer en la oscuridad. 

Yo sabía que él estaba latiendo dentro. Siempre lo supe.


¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

La misa del Gallo dicen que fue bonita, pero yo sólo escuchaba sus latidos, como el de aquel Corazón Palpitante de Edgar allan Poe.

Pero, yo sabía que él estaba dentro.

 La primera noticia que tuve de él fue leyendo una edición de Clásicos Castalia del Cántico. En ella se explicaba que el primer Cántico Espiritual que aparecía  impreso era la redacción del manuscrito de Sanlúcar, también llamado manuscrito de Barrameda o manuscrito de La Otra Banda de la Argónida; y conocido como Cántico A.

Una madrugada después de una noche de fiesta, (el Arquillo está justo enfrente), esperé a que la ruidosa calle de las Descalzas, (un oximorón, sin duda), se quedará vacía. En la penumbra, en secreto que nadie me veía, saqué mi ejemplar del Cántico Espiritual y sentado en la calle en uno de los escalones de entrada al convento, me puse a leerlo. Me dio el amanecer y me imaginé, preso en la cárcel de Toledo, a San Juan de la Cruz, escribiendo y sintiéndose solo y abandonado.

A mí, los primeros versos del Cántico: ¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?, me suenan a la exclamación de Jesús en la cruz cuando inquiere: Padre, ¿por qué me has abandonado? Para Alonso son "el primer grito, el primer alarido de abandono, del preso en la cárcel de Toledo", donde San Juan estuvo encarcelado como todos los rebeldes de su época, y de todas las épocas, víctimas de la intolerancia.

También me lo imaginé, en aquella madrugada, escapando de la cárcel de Toledo, una calurosa noche de agosto del año 1578, y huyendo hacia ninguna parte:

Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.


Esta tercera estrofa del Cántico resume, para mí, la cierta actitud ante la vida que conviene aprender, retener y practicar.

Yo creo que el primer verso, (Buscando mis amores), define en tres palabras el motor del mundo. Tres claras palabras.

El segundo, (Iré por esos montes y riberas), tal vez quiera decir que el camino es lo importante y que, a veces, antes de llegar a nuestro destino tropezaremos con obstáculos y montañas y, otras veces, podremos andar tranquilos por el llano. Todo forma parte de nuestro viaje y todo hay que vivirlo.

El tercer verso, cuatro palabras, (Ni cogeré las flores), significa en mi opinión que no debemos entretenernos en placeres sin importancia que pueden incendiar y destruir lo verdaderamente significativo, y apartarnos del camino que nos lleva al destino que hemos soñado. Para eso, es preciso tener un corazón desnudo y fuerte, como explica San Juan de la Cruz en sus Comentarios al Cántico.

El cuarto, (ni temeré las fieras), para mí que establece el valor como un elemento necesario en la vida. San Juan en sus comentarios lo explica de diferente forma; pero eso es lo que hace grande a la poesía, su sentido y su significado escapan al autor y le entrega a los versos una grandeza final de la que inicialmente carecían. Para mí, el Cántico es el mayor poema de amor escrito nunca. Si uno lee los Comentarios de San Juan puede, sin embargo, terminar transitando por otros caminos. Esto sólo puede hacerlo la poesía. ¿Se puede decir más con menos palabras?

El quinto verso, (y pasaré los fuertes y fronteras), que San Juan asocia al demonio (fuertes) y a la lujuria (fronteras), yo prefiero entenderlo como la necesidad que tenemos de cruzar todas las fronteras y de acabar con todas ellas: la frontera que separa las razas, las fronteras que separan las ideologías, la frontera que separa a hombres y mujeres, la frontera que separa la pobreza y la opulencia. Sin acabar con esas fronteras, como dijo Cortázar, la Humanidad no merecerá nunca ese nombre.

- ¿Y la frontera de aquí adentro?-, había dicho la gringa tocándose la cabeza.
- ¿Y la frontera de acá adentro?-, había dicho el general Arroyo tocándose el corazón.
- Sólo nos atrevemos a cruzar de noche-, había dicho el gringo viejo, - la frontera de nuestras diferencias con los demás, de nuestros combates con nosotros mismos. 

A lo mejor Carlos Fuentes tenía razón. Esas fronteras sólo nos atrevemos a cruzarlas de noche, en la oscuridad. Una pena y una cobardía.


La primera fotografía corresponde a la calle de las Descalzas, y al convento carmelita. En la casa que está justo al lado, pared con pared, (se ve la reja a la derecha), nació mi fotógrafa particular. Poniendo el oído en la pared de su cuarto se escuchaban los latidos del Cántico Espiritual de Barrameda (segunda fotografía). Los menos afortunados nos conformábamos con leer los versos de Juan de Yepes en una edición de Clásicos Castalia.


  

lunes, 7 de enero de 2013

UN AVIADOR INGLÉS

La historia que quiero contar empieza el 11 de noviembre de 1943 y tiene lugar en un pueblo, que ahora está deshabitado, situado a mil metros de altitud entre los valles de Aragón y del Ebro. El pueblo se llama Peña y el protagonista de la historia es el Capitán D.B.C. Walker, Jefe de Ala de la Royal Air Force y antiguo capitán de los Fusileros Reales de Nomthurbenland de 28 años de edad.
La primera noticia que tuve de esta historia fue cuando estudiaba en Zaragoza, al leer un artículo de Miguel Sánchez Ostiz en el ABC literario hace ya bastantes años. El artículo lo guardo todavía en una carpeta azul de cartón, atada con una goma, con el título de: historias interesantes. 
Sobre una gran mole pétrea se levanta Peña, en Navarra, un pueblo ahora sin habitantes, encajonado entre valles, pero con una historia llena de leyendas, unas piedras que hablan de su pasado como fortaleza durante la Edad Media y un terreno que cuando decide ser frío y hostil lo es como ninguno.
En ese pueblo el 11 de noviembre de 1943 los pocos vecinos que todavía habitaban sus valles vieron cómo un avión en llamas que venía del norte se estrellaba tras un vuelo de agonía en el monte Verduces, a poca distancia de donde ellos estaban.
No podían imaginar que ese avión era un De Havilland H88 Mosquito de la RAF Británica que había sido alcanzado en los cielos de Francia, posiblemente durante un raid de hostigamiento a las tropas nazis o alguna operación en apoyo del maquis francés. El avión, envuelto en llamas, vuela sin control y de él salta un primer paracaidista que resultó ser el copiloto A.M. Crow. Crow logró salvar la vida y paradójicamente lo ampararon los vecinos de SOS del Rey Católico, coincidencias de la vida; aunque la vida, y sobre todo la muerte, no suele atender a razones ni azares y el copiloto murió poco más tarde durante unos bombardeos sobre la Berlín nazi.
 Pero volvamos a nuestro capitán Walker. El copiloto ya había saltado y él se dispuso a hacerlo, con la mala suerte de que el paracaídas quedó enganchado en la cola del avión estrellándose en el monte Verduces y muriendo en el acto. Los vecinos de Peña salían de la iglesia, pues celebraban a su santo patrón, San Martín, y vieron cómo su procesión era eclipsada por un avión en llamas. "Los peñuscos, hospitalarios hasta sus últimas consecuencias, le dieron al forastero sepultura en su camposanto".
El cementerio de Peña es poco menos que un cercado de piedras con algunas cruces herrumbrosas que delatan a las tumbas y, entre ellas, de pronto, aparece una lápida grande de piedra, sólida, igual que las colocadas en Gran Bretaña a todos los caídos durante la II Guerra Mundial. Bajo las alas de la insignia de la RAF y de su leyenda “Per ardua ad astra”, aparece la siguiente inscripción: “Jefe de Ala D.C.B. Walker, Royal Air Force y antiguo capitán de los Fusileros Reales de Nomthurbenland. 11 de noviembre de 1943. A los 28 años de edad”. Y debajo de una cruz esta continuación: “Con el amor, la honra y la gratitud de sus padres Alec y Jack”.
 Hay gestos de coraje, lealtad, esfuerzo y arrojo que deben siempre ser recordados y, sobre todo, son las propias naciones quienes nunca deben olvidar a aquellos que dejaron por ellas sus vidas tan lejos de sus casas. “Amor, honra y gratitud”, dice la lápida.
Esa última frase es lo que hace grande a esta tumba.
Leí que cada 1ª de noviembre la Embajada Británica siempre mandaba unas flores para que el capitán Walker nunca olvide que su país y sus conciudadanos lo tienen en su recuerdo, ojalá sea así. También leí que su familia enviaba dinero cada 1º de noviembre para que no le faltaran flores; y, ya convertida en leyenda, también he leído que, ahora, unas manos anónimas le llevan flores cada año, para que nunca falten en noviembre bajo su lápida. Cualquiera de las tres versiones me parece mágica. Posiblemente, las tres han sido ciertas alguna vez. Lo real y sorprendente a la vez, es que en esa tumba de un pueblo deshabitado, a un soldado inglés, que apareció hace setenta años, de pronto, estrellándose con su avión, nunca le faltan unas flores.
La moraleja de esta historia es que cuando vayamos alguna vez de viaje, ya sabemos que el turista y el soldado nunca descansan, y lleguemos a sitios donde murieron personas que contribuyeron a aliviar penalidades a otras gentes, no los olvidemos; y que nuestra mano anónima deposite allí unas flores (no hacen falta muchas, un par de ellas serán suficiente) y una pequeña nota. Si vamos a la Plaza de España de Mostar, el puente de Bijela o la calle Ares Santice dejemos unas flores, veintitrés españoles murieron allí por una causa justa. Si vamos a Cuzco en Perú, no debemos olvidar dejar unas flores cerca de un barranco donde, no hace mucho, murieron cuatro jóvenes cooperantes españolas. Lo mismo si visitamos Tanzania y su distrito de Karatu, donde perdieron la vida unos jóvenes ingenieros.. Si vamos a Turquía, y Trebisonda no queda muy lejos, pues también. En Líbano sé que se depositan flores cada año en el lugar en el que el vehículo de Naciones Unidas, con siete españoles a bordo,  sufrió el atentado; porque estuve allí y lo vi. Y vi a libaneses, que conocieron a aquellos jóvenes y que recibieron su ayuda, depositando flores sobre el monolito. Y si alguna vez los libaneses que los conocieron y supieron de su trabajo ya no están y nadie los recuerda, es deber de la Embajada Española tenerlos siempre en la memoria. Kosovo. Latifiya.  Haití. El Salvador…
Posiblemente, con el tiempo, como el capitán D.C.B. Walker, también se convertirán en leyenda. Por cierto, el capitán Walker se llamaba Donald Cecil Broadbent.