domingo, 13 de enero de 2013

EL CÁNTICO ESPIRITUAL DE BARRAMEDA

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
a donde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.


En La Otra Banda de la Argónida, a la vera de Tartessos, he pasado la Navidad.

Borges escribe en La Otra Muerte que "modificar el pasado no es modificar un solo hecho, sino sus consecuencias que son infinitas". Yo puedo decir que modificar un hecho presente también condiciona el futuro y sus consecuencias que, también, son infinitas.


Esta Navidad, uno de los nuestros, a falta de otras propuestas más arriesgadas, decidió ir a comprar unos dulces típicos al convento de las Descalzas, en la calle del mismo nombre, pasado el Guadalquivir, justo enfrente de la Argónida.

Acepté la aventura, como he aceptado otras muchas, y allá que nos fuimos a la puerta del torno. Yo sabía que él estaba latiendo dentro, siempre lo supe. Así que, del torno y de las palabras sin rostro de la carmelita descalza, terminamos oyendo la misa del Gallo en el convento. Es que una voz de mujer en la oscuridad convence fácilmente. La tradición, a veces, gana. Han sido demasiadas las lecturas oyendo voces de mujer en la oscuridad. 

Yo sabía que él estaba latiendo dentro. Siempre lo supe.


¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

La misa del Gallo dicen que fue bonita, pero yo sólo escuchaba sus latidos, como el de aquel Corazón Palpitante de Edgar allan Poe.

Pero, yo sabía que él estaba dentro.

 La primera noticia que tuve de él fue leyendo una edición de Clásicos Castalia del Cántico. En ella se explicaba que el primer Cántico Espiritual que aparecía  impreso era la redacción del manuscrito de Sanlúcar, también llamado manuscrito de Barrameda o manuscrito de La Otra Banda de la Argónida; y conocido como Cántico A.

Una madrugada después de una noche de fiesta, (el Arquillo está justo enfrente), esperé a que la ruidosa calle de las Descalzas, (un oximorón, sin duda), se quedará vacía. En la penumbra, en secreto que nadie me veía, saqué mi ejemplar del Cántico Espiritual y sentado en la calle en uno de los escalones de entrada al convento, me puse a leerlo. Me dio el amanecer y me imaginé, preso en la cárcel de Toledo, a San Juan de la Cruz, escribiendo y sintiéndose solo y abandonado.

A mí, los primeros versos del Cántico: ¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?, me suenan a la exclamación de Jesús en la cruz cuando inquiere: Padre, ¿por qué me has abandonado? Para Alonso son "el primer grito, el primer alarido de abandono, del preso en la cárcel de Toledo", donde San Juan estuvo encarcelado como todos los rebeldes de su época, y de todas las épocas, víctimas de la intolerancia.

También me lo imaginé, en aquella madrugada, escapando de la cárcel de Toledo, una calurosa noche de agosto del año 1578, y huyendo hacia ninguna parte:

Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.


Esta tercera estrofa del Cántico resume, para mí, la cierta actitud ante la vida que conviene aprender, retener y practicar.

Yo creo que el primer verso, (Buscando mis amores), define en tres palabras el motor del mundo. Tres claras palabras.

El segundo, (Iré por esos montes y riberas), tal vez quiera decir que el camino es lo importante y que, a veces, antes de llegar a nuestro destino tropezaremos con obstáculos y montañas y, otras veces, podremos andar tranquilos por el llano. Todo forma parte de nuestro viaje y todo hay que vivirlo.

El tercer verso, cuatro palabras, (Ni cogeré las flores), significa en mi opinión que no debemos entretenernos en placeres sin importancia que pueden incendiar y destruir lo verdaderamente significativo, y apartarnos del camino que nos lleva al destino que hemos soñado. Para eso, es preciso tener un corazón desnudo y fuerte, como explica San Juan de la Cruz en sus Comentarios al Cántico.

El cuarto, (ni temeré las fieras), para mí que establece el valor como un elemento necesario en la vida. San Juan en sus comentarios lo explica de diferente forma; pero eso es lo que hace grande a la poesía, su sentido y su significado escapan al autor y le entrega a los versos una grandeza final de la que inicialmente carecían. Para mí, el Cántico es el mayor poema de amor escrito nunca. Si uno lee los Comentarios de San Juan puede, sin embargo, terminar transitando por otros caminos. Esto sólo puede hacerlo la poesía. ¿Se puede decir más con menos palabras?

El quinto verso, (y pasaré los fuertes y fronteras), que San Juan asocia al demonio (fuertes) y a la lujuria (fronteras), yo prefiero entenderlo como la necesidad que tenemos de cruzar todas las fronteras y de acabar con todas ellas: la frontera que separa las razas, las fronteras que separan las ideologías, la frontera que separa a hombres y mujeres, la frontera que separa la pobreza y la opulencia. Sin acabar con esas fronteras, como dijo Cortázar, la Humanidad no merecerá nunca ese nombre.

- ¿Y la frontera de aquí adentro?-, había dicho la gringa tocándose la cabeza.
- ¿Y la frontera de acá adentro?-, había dicho el general Arroyo tocándose el corazón.
- Sólo nos atrevemos a cruzar de noche-, había dicho el gringo viejo, - la frontera de nuestras diferencias con los demás, de nuestros combates con nosotros mismos. 

A lo mejor Carlos Fuentes tenía razón. Esas fronteras sólo nos atrevemos a cruzarlas de noche, en la oscuridad. Una pena y una cobardía.


La primera fotografía corresponde a la calle de las Descalzas, y al convento carmelita. En la casa que está justo al lado, pared con pared, (se ve la reja a la derecha), nació mi fotógrafa particular. Poniendo el oído en la pared de su cuarto se escuchaban los latidos del Cántico Espiritual de Barrameda (segunda fotografía). Los menos afortunados nos conformábamos con leer los versos de Juan de Yepes en una edición de Clásicos Castalia.


  

2 comentarios:

  1. Tremenda aventura ir a comprar dulces al convento de las Descalzas y escuchar los latidos de San Juan

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    1. A veces, leer un libro en una playa un poco solitaria al amanecer, o en la madrugada charlar con amigos, o por la tarde tomar unos dulces de las Descalzas con café es casi tan gran aventura como ir en busca del País de la Canela o del Señorío del Dorado.
      Seguramente Orellana no pensaría lo mismo, que sí que fue en busca de esos dos mágicos lugares y terminó recorriendo el Amazonas desde su nacimiento hasta su desembocadora. Cuatro mil kilómetros de nada por el río Grande en los albores del siglo XVII. Con muchos errores y algún acierto.

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