sábado, 28 de noviembre de 2015

EL CURRICULUM VITAE DE UN POETA



Para aprender sobre todo tipo de artes y de ciencias, siempre recomiendo empezar por los  poetas. Por regla general, creemos que los poetas son ese tipo de gente revuelta entre letras y pasiones sin más razón de ser que el verso y sus latidos, alejados de toda vida práctica. Pero si se les lee con otro tipo de lentes se sacan conclusiones muy útiles para la vida.

Voy a poner dos ejemplos: hablar en público y rellenar un curriculum vitae.

En cuanto al primero, hablar en público, debemos de hacer caso a don Jacinto Benavente, Premio Nobel de Literatura, (aunque hasta mi amado Borges tuviera el vicio de no leerlo), que exponía que el buen orador improvisa lo que dice y se prepara aquello que no va a decir.
En esa sencilla frase está definido lo que se debe hacer para hablar en público y que, al menos, un par de palabras nuestras se recuerden a la salida de nuestro parlamento; ésa es la diferencia entre una conferencia áspera y una amena.

Mi profesor de Lengua y Literatura Latina, don Bernardo Souvirón, comentó en una clase que, de cuanto pueden contarnos, lo que permanece para siempre en la memoria es la anécdota; por eso si queremos que alguna enseñanza perdure y que el paso del tiempo no lo empañe debe venir en los brazos de ese tipo de fábulas.
Y Borges extrajo de su experiencia adquirida por las muchas conferencias que dictó que los oyentes siempre preferían lo personal a lo general, lo concreto a lo abstracto; y por ese camino dirigía sus palabras.

Yo aún no he conseguido llevar a buen término el consejo de don Jacinto en su totalidad; aunque ahora, que la presbicia se está adueñando de mí, cada vez encuentro más difícil el darme a una conferencia leída y andar continuamente quitándome y poniéndome las gafas. Así que la mala salud de mis ojos me está obligando a improvisar lo que digo y a prepararme concienzudamente lo que no voy a decir, por las malas pasadas que me juega el movimiento de esas letras escritas que no se están quietas cuando me quito o me pongo las gafas. Y, cada vez, me va mejor cuando hablo en público…

En relación al segundo ejemplo, cuando he tenido la ocasión de recibir algún curriculum vitae por motivos laborales; o he tenido que confeccionar el mío buscando algún hueco nuevo donde trabajar; siempre me ha venido a la mente Félix Grande, ese poeta manchego que recomienda no volver nunca al lugar donde uno ha sido feliz:

Normalmente uno se presenta enumerando la relación de sus victorias, la relación de sus aciertos, sus premios, sus diplomas, sus acontecimientos vitales y dice éste soy yo. Creo que no es del todo cierto, la experiencia de mi edad me hace dudar de lo que era cierto y de lo que no lo era; y creo que el verdadero curriculum vitae sería entregar una página en la que lo que está enumerado no fuesen las victorias, sino las derrotas.

Creo que nuestro verdadero rostro lo define mejor la enumeración de nuestros fracasos, de nuestras tinieblas, de nuestros cuidados que la enumeración de nuestras victorias.

En nuestro curriculum vitae no debería faltar la noche que estuvimos sin dormir porque nos habían humillado y no respondimos como debíamos a la humillación, o aquella vez en que alguien dejó de amarnos, o peor todavía, cuando fuimos nosotros quien dejamos de amar, o aquella tentativa que hicimos y no pudo cumplirse y se desmoronaron unos cientos de sueños, y nuestras lágrimas, o los lugares que por miedo o vergüenza no visitamos, o...
No seríamos nosotros sin que en nuestro curriculum apareciera todo eso que confesamos a solas y de madrugada.

Así que siempre que recibo un curriculum, o confecciono el mío, pienso que allí tan sólo hay escrito un cachito de verdad. Pero..., sigamos manteniendo nuestros escondidos secretos aunque todo el mundo sepa que la verdad está formada por éxitos y fracasos, por encuentros y abandonos, por futuro y por pasado, por tentativas fallidas y por tentativas logradas, por dolores sin medida y por gozos sin freno; que eso es la vida, la Vita-Vitae.

Por orden , narremos la caída: no parezca
lujo el susodicho ay. Nacer (he aquí la cuestión)
cómo has nacido, dónde has nacido, para qué has nacido.

En el mil novecientos treinta y siete
(quiero decir, vean crónicas, en ese monstruoso
revulsivo, que luego llaman la primera piedra)
caí en este andadero, o derrotero;
más claro: en guerra; más lírico: en fraterna matanza,
cuando cartas son biblias (¡ay destinatarios!);
más concreto: cuando
mueren mueren mueren mueren destrozados unos
y otros y unos y otros, y
entonces naces:
madrina Amparo viene a tu bautizo un día de bombas,
se celebra un modesto llanto por la ausencia de papá soldado,
faltaban dulces, faltarán,
mamá inunda tu boca de leche con memoria
en que bebes su poderosa pena que ella repostaba
en las salas del hospital de sangre sito en Mérida,
otrora Emérita Augusta.

Mamá desvenda muñones, rebobina quejidos,
pelea contra coágulos y desgarrones femeninamente,
espoelea sus retinas frente a las hemorragias,
se quema en lamentos cocidos, se hiela entre el cierzo de los
          moribundos,
solloza para dar ejemplo;
y después me ponía sus trágicos pezones en la boca,
ebrios de obuses, apresurados de sobrevivencia casual,
para que yo chupara mi destino
y cojeara luego con la niñez sin tronos
(faltaban dulces, faltarán)
oh cálido bautizo, oh pesadilla, oh fuego de la escarcha, 
fuego,  fuego!

Memoria: humeas. –Con aquel bagaje
fleté en el tiempo, con aquellas muletas
di en correr adolescencia adentro;
me fui poblando poco a casi nada
y toda cosa nunca pude olvidar si era sombría;
hasta que un día supe que mi aquella
enfermedad novena del nacer (he aquí la cuestión)
abdicó sobre esta larga convalecencia con recaídas en que ahora
            consisto
y a la que llamo mi existencia, proféticamente.

...nosotros estuvimos
aquí: sobre la vida.

Cruzábamos las calles
con velocidad íntima,
rozábamos los picos
nobles de las esquinas
hasta que nuestras manos se callaban y oían.
anduvimos ciudades,
caminos, campos, vías,
andenes; anduvimos
naciones; geografía
fue vivir; una lenta,
sublime geografía.
Amábamos los árboles 
hasta la sombra...

Y así, hasta mil y un versos continúa el curriculum vitae de un poeta, Félix Grande, grande de verdad.



sábado, 14 de noviembre de 2015

UNA MUJER EN BERLÍN


Mientras zurcía el liguero destrozado en una violación, una mujer anónima, escondida entre los escombros en los que las bombas aliadas habían convertido a Berlín, pensaba: Lo que mañana ocurra me da igual..., nos han dirigido delincuentes, malnacidos y tahúres, y nosotros nos hemos dejado conducir como las ovejas al matadero.

Entre las muchas historias que pueblan la Segunda Guerra Mundial, en la estantería BR-I-34 de una biblioteca que se caracteriza por saber, y mucho de guerras, encontré un pequeño volumen con fondo rosa de la editorial Anagrama que me llamó la atención por dos motivos fundamentales: el primero que era un testimonio relatado por una mujer durante los días que siguieron a la toma de Berlín por parte de los aliados; y el segundo porque, esa mujer, quiso que el libro no llevara su nombre sino que se publicara anónimamente. Lo hizo un editor norteamericano en 1954.

Los libros de Historia rara vez han pintado el papel de la mujer en las guerras, y si alguna vez lo han hecho fue para seguir coloreando esa imagen que desde los antiguos griegos ha tenido la mujer en la piel de Penélope y cuyo principal papel era esperar a su marido después de veinte años ausente:
Mientras los hombres combatían en una guerra devastadora lejos de casa, las mujeres resultaron ser las heroínas de la supervivencia entre las ruinas de la civilización.

La guerra se acerca a Berlín y ninguna de ellas puede imaginarse lo que les espera. Ahora que todo ha desaparecido y sólo me queda una maleta pequeña con ropa, me siento desnuda y ligera. Ahora todo es de todos, apenas se tiene apego a las cosas. Mi centro vital es la barriga. Todo pensamiento, sentimiento, deseo y esperanza comienza en la comida. Me he convertido en una persona hambrienta de verdad. 

No, mi querida mujer anónima, lo peor todavía está por llegar. Los refugios se están llenando de gente que si alguna vez tuvo orgullo, lo ha perdido para siempre, pueden leerse sus almas devastadas. Algunos vienen del barrio de Adlershof que acaba de ser bombardeado con dureza. Cuando llega la metralla ya, salvo el pan o el oro, nada vale absolutamente nada: La radio, la cocina de gas, la calefacción, el hornillo eléctrico, todos esos grandes regalos de la era moderna no son más que un lastre inútil cuando falla la Central.

No, mi querida mujer anónima, lo peor todavía está por llegar. Ya se acercan por la Berliner Strasse y por la Braunamer Strasse: ¡Ya somos rusos!, los tanques están pasando ahora mismo por debajo. Los Ivanes sonríen. Todo el pueblo está en la calle clamando, ríen y hacen señas.

Y es ahora, mujer anónima, cuando llega lo peor, cuando empieza el horror:

Esta tarde ha llegado el pánico al refugio. Han entrado buscando mujeres. El primero se encaminó a la fabricante de licores. Ella se defendió. A nuestra mujer anónima, alta, rubia que trabajaba en una editorial, la han sacado a rastras: asquerosos me violáis dos veces y me dejáis ahí tirada; pero eso no es lo peor: vienen muchos más; sólo uno por favor, sólo uno, eche a los otros. Usted mismo si quiere; pero sólo uno. La muchacha refugiada balbucea que ya no aguanta más que se ve morir. Me siento pringosa, no quiero tocar ningún objeto, ni siquiera quiero tocar mi propia piel. ¿Qué significa violación? ahora ya puedo pensar en su significado. Todo sentimiento parece muerto. Tan sólo sobrevive el instinto de supervivencia. Éstos no me destruirán, no.

Pensando, ha encontrado la solución que una mujer bella puede tener en ese salvaje mundo en el que se ha convertido Berlín: Aquí hace falta un lobo que te defienda de los demás lobos. Un oficial del más alto rango, lo que pueda pillar.

A las mujeres jóvenes se las mantiene escondidas. Soy una muñeca insensible, a la que se agita, se da vueltas, una cosa de madera. No les importa que sus maridos estén presentes; o los encierran o los mandan fuera. Hemos sobrevivido otra noche. Y de paso, sobre nosotras pende la posibilidad de quedar embarazadas. Sólo siento asco de mi propia piel. Estamos privadas de derechos, somos presas, basura.

Pues, ya ha llegado lo peor, mujer anónima, a partir de las ocho comienza el habitual desfile de soldados rusos, toda clase de hombres dando vueltas en torno a mí, intentan tocarnos..., al final sólo es cuestión de coger toda esa carne derrotada y utilizarla; y si mueren, que mueran gritando: ¡Todo se lo debemos al Führer!

Estoy tan escocida, tan hecha polvo, me resisto..., y él escupe ante mi cama, escupe desprecio. Nuestra comunidad humana está basada en el miedo y en la necesidad.

Una doctora, que se merece una estatua que nunca le pondrán, ha salvado a muchas niñas muy jóvenes de la violación porque inventó la estratagema de que padecían tifus. Sólo ellas se han salvado, ni las viejas, ni las que tienen el rostro desfigurado lo hacen, una mujer para ellos es una mujer.

Me alivia un poco la lectura el saber que esa mujer anónima ha conocido a un ruso que perdió a su esposa y a sus dos hijos en un ataque aéreo alemán, y ha perdonado; y que siente vergüenza por todo lo que está sucediendo en Berlín.

Ni siquiera lo que hicieron los nazis justifica las violaciones, asesinatos y expolios. No hay justificación para ninguna inhumanidad; y menos que nadie la pueden ejecutar los vencedores.

La culpa nunca es colectiva, la justicia nunca es colectiva, el pecado nunca es colectivo; el bien y el mal está plenamente definido en el alma humana, con religiones o sin ellas. Y desde luego se echó de menos, que un Tribunal de Derechos Humanos actuara después de la guerra en consecuencia. Más de un millón de mujeres sufrieron violaciones, miles de ellas (los números se acercan a cien mil) murieron por los padecimientos sometidos durante las múltiples violaciones o, posteriormente, por las heridas sufridas o en los abortos que se hacían practicar.

Se echó de menos, un poco de justicia después de la guerra, igual que a mí me ha dolido terminar el libro y sentir que esta mujer anónima tenía la sensación de que lo que le estaba sucediendo era un ajuste de cuentas que Alemania y las alemanas merecían.

No, mujer anónima, nadie merece la humillación, nadie merece el dolor por simple venganza, todos merecemos justicia. La ley y toda la fuerza de la Ley; con justicia. Vosotras también; aunque todo se lo debierais al Führer.