sábado, 14 de noviembre de 2015

UNA MUJER EN BERLÍN


Mientras zurcía el liguero destrozado en una violación, una mujer anónima, escondida entre los escombros en los que las bombas aliadas habían convertido a Berlín, pensaba: Lo que mañana ocurra me da igual..., nos han dirigido delincuentes, malnacidos y tahúres, y nosotros nos hemos dejado conducir como las ovejas al matadero.

Entre las muchas historias que pueblan la Segunda Guerra Mundial, en la estantería BR-I-34 de una biblioteca que se caracteriza por saber, y mucho de guerras, encontré un pequeño volumen con fondo rosa de la editorial Anagrama que me llamó la atención por dos motivos fundamentales: el primero que era un testimonio relatado por una mujer durante los días que siguieron a la toma de Berlín por parte de los aliados; y el segundo porque, esa mujer, quiso que el libro no llevara su nombre sino que se publicara anónimamente. Lo hizo un editor norteamericano en 1954.

Los libros de Historia rara vez han pintado el papel de la mujer en las guerras, y si alguna vez lo han hecho fue para seguir coloreando esa imagen que desde los antiguos griegos ha tenido la mujer en la piel de Penélope y cuyo principal papel era esperar a su marido después de veinte años ausente:
Mientras los hombres combatían en una guerra devastadora lejos de casa, las mujeres resultaron ser las heroínas de la supervivencia entre las ruinas de la civilización.

La guerra se acerca a Berlín y ninguna de ellas puede imaginarse lo que les espera. Ahora que todo ha desaparecido y sólo me queda una maleta pequeña con ropa, me siento desnuda y ligera. Ahora todo es de todos, apenas se tiene apego a las cosas. Mi centro vital es la barriga. Todo pensamiento, sentimiento, deseo y esperanza comienza en la comida. Me he convertido en una persona hambrienta de verdad. 

No, mi querida mujer anónima, lo peor todavía está por llegar. Los refugios se están llenando de gente que si alguna vez tuvo orgullo, lo ha perdido para siempre, pueden leerse sus almas devastadas. Algunos vienen del barrio de Adlershof que acaba de ser bombardeado con dureza. Cuando llega la metralla ya, salvo el pan o el oro, nada vale absolutamente nada: La radio, la cocina de gas, la calefacción, el hornillo eléctrico, todos esos grandes regalos de la era moderna no son más que un lastre inútil cuando falla la Central.

No, mi querida mujer anónima, lo peor todavía está por llegar. Ya se acercan por la Berliner Strasse y por la Braunamer Strasse: ¡Ya somos rusos!, los tanques están pasando ahora mismo por debajo. Los Ivanes sonríen. Todo el pueblo está en la calle clamando, ríen y hacen señas.

Y es ahora, mujer anónima, cuando llega lo peor, cuando empieza el horror:

Esta tarde ha llegado el pánico al refugio. Han entrado buscando mujeres. El primero se encaminó a la fabricante de licores. Ella se defendió. A nuestra mujer anónima, alta, rubia que trabajaba en una editorial, la han sacado a rastras: asquerosos me violáis dos veces y me dejáis ahí tirada; pero eso no es lo peor: vienen muchos más; sólo uno por favor, sólo uno, eche a los otros. Usted mismo si quiere; pero sólo uno. La muchacha refugiada balbucea que ya no aguanta más que se ve morir. Me siento pringosa, no quiero tocar ningún objeto, ni siquiera quiero tocar mi propia piel. ¿Qué significa violación? ahora ya puedo pensar en su significado. Todo sentimiento parece muerto. Tan sólo sobrevive el instinto de supervivencia. Éstos no me destruirán, no.

Pensando, ha encontrado la solución que una mujer bella puede tener en ese salvaje mundo en el que se ha convertido Berlín: Aquí hace falta un lobo que te defienda de los demás lobos. Un oficial del más alto rango, lo que pueda pillar.

A las mujeres jóvenes se las mantiene escondidas. Soy una muñeca insensible, a la que se agita, se da vueltas, una cosa de madera. No les importa que sus maridos estén presentes; o los encierran o los mandan fuera. Hemos sobrevivido otra noche. Y de paso, sobre nosotras pende la posibilidad de quedar embarazadas. Sólo siento asco de mi propia piel. Estamos privadas de derechos, somos presas, basura.

Pues, ya ha llegado lo peor, mujer anónima, a partir de las ocho comienza el habitual desfile de soldados rusos, toda clase de hombres dando vueltas en torno a mí, intentan tocarnos..., al final sólo es cuestión de coger toda esa carne derrotada y utilizarla; y si mueren, que mueran gritando: ¡Todo se lo debemos al Führer!

Estoy tan escocida, tan hecha polvo, me resisto..., y él escupe ante mi cama, escupe desprecio. Nuestra comunidad humana está basada en el miedo y en la necesidad.

Una doctora, que se merece una estatua que nunca le pondrán, ha salvado a muchas niñas muy jóvenes de la violación porque inventó la estratagema de que padecían tifus. Sólo ellas se han salvado, ni las viejas, ni las que tienen el rostro desfigurado lo hacen, una mujer para ellos es una mujer.

Me alivia un poco la lectura el saber que esa mujer anónima ha conocido a un ruso que perdió a su esposa y a sus dos hijos en un ataque aéreo alemán, y ha perdonado; y que siente vergüenza por todo lo que está sucediendo en Berlín.

Ni siquiera lo que hicieron los nazis justifica las violaciones, asesinatos y expolios. No hay justificación para ninguna inhumanidad; y menos que nadie la pueden ejecutar los vencedores.

La culpa nunca es colectiva, la justicia nunca es colectiva, el pecado nunca es colectivo; el bien y el mal está plenamente definido en el alma humana, con religiones o sin ellas. Y desde luego se echó de menos, que un Tribunal de Derechos Humanos actuara después de la guerra en consecuencia. Más de un millón de mujeres sufrieron violaciones, miles de ellas (los números se acercan a cien mil) murieron por los padecimientos sometidos durante las múltiples violaciones o, posteriormente, por las heridas sufridas o en los abortos que se hacían practicar.

Se echó de menos, un poco de justicia después de la guerra, igual que a mí me ha dolido terminar el libro y sentir que esta mujer anónima tenía la sensación de que lo que le estaba sucediendo era un ajuste de cuentas que Alemania y las alemanas merecían.

No, mujer anónima, nadie merece la humillación, nadie merece el dolor por simple venganza, todos merecemos justicia. La ley y toda la fuerza de la Ley; con justicia. Vosotras también; aunque todo se lo debierais al Führer.




















4 comentarios:

  1. Este diario anónimo se ha convertido en cierta manera en una Ana Frank. Fueron auténticas tropelías las cometidas por las fuerzas de ocupación...
    Un saludo

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  2. Cierto, Marybel, quien toca a este libro, parafraseando a Withman, no está tocando un libro, está tocando a una mujer y a su sufrimiento.
    Pero lo que más duele es que quienes podían poner fin a las tropelías, no sólo no lo hicieron sino que las fomentaron. Fueron negros tiempos para la justicia.

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  3. Vaya dureza! y si es verdad que se ha tratado muy poco el papel de la mujer en las guerras, sobre todo en las derrotas,Pero eso que cuenta esa mujer anónima todavía se repite sin parar . Sucedió en Bosnia y sigue sucediendo en Irak, Síria, Nigeria.. Y hay pocos testimonios. Necesitamos muchos más. Gracias a la mujer anónima.

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  4. Muy cierto, Tai, como sabes viví, para bien o para mal, Bosnia y la violación era un arma y una derrota anticipada. Demasiadas mujeres han sufrido demasiadas guerras demasiadas veces, como auténticas heroínas de ese combate subterráneo que no se libra en las trincheras, sino casa por casa, habitación por habitación.

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