domingo, 30 de noviembre de 2014

WHITMAN Y HOMERO, LOS CONSTRUCTORES DEL MUNDO

Mi primera visita a Grecia fue de la mano de un ejemplar de La Ilíada, editado por Ediciones Alonso el año 1966, que no sé cómo llegó hasta mis manos, y que aún conservo; luego viajé desde el alba de occidente, Creta, hasta la misma Atenas; y posteriormente, de la mano del profesor Souviron y con la ayuda de Heinrich Schliemann, embarqué hasta Ilión. No tardé mucho en corroborar que los cimientos del mundo, tal como lo conocemos, fueron hechos por un solo hombre que dibujó la civilización a imagen y semejanza de aquellos que llegaron de otras tierras a derrumbar lo que en Knossos se había creado, para dar forma con perfectos hexámetros a una nueva sociedad patriarcal, fundamentada en los usos de la guerra, en la preponderancia absoluta del varón sobre la mujer, en la clara división de clases y linajes. Ese tipo de sociedad perdura hasta hoy, qué duda cabe:

Pero al hombre del pueblo que hallara y que dando
voces lo viera,
le daba un empujón con el cetro  y de voz le reprendía con estas palabras;
“hombre de dios, ¡estate quedo y escucha a otros que sepan
y valgan más que tú, sin brío tú y sin fuerza,
que ni eres de pro en la guerra ni en el consejo de cuenta! (Ilíada, 2.198 y ss.)

Si leemos, verso a verso, La Ilíada o La Odisea veremos, como en un espejo, la sociedad guerrera, elitista y desigual en cuestión de género en la que hemos vivido y vivimos. Posiblemente, no ha habido, desde el principio de los tiempos, mejor manera de convencer que mediante los mitos y un poco de violencia. Dos mil quinientos años después así estamos.

Pero, ¿no ha habido en 2500 años otro poeta capaz mediante sus versos de crear un nuevo modelo social que perdure? Eso creía yo, hasta que tropecé con un pequeño libro de versos Editado por la Biblioteca EDAF de bolsillo en el año 1982 titulado Canto de Mí Mismo de Walt Whitman, y que comencé a leer:

En todos los hombres me veo, ninguno es mayor ni
menor que un grano de cebada,
y lo bueno y lo malo que digo de mí mismo, de ellos lo
digo.
¿Me contradigo acaso?
Muy bien me contradigo.
¡Yo soy inmenso, contengo multitudes!

Aquí llega el yo, me dije, por fin; Lo más corriente, lo menos caro, lo más cercano, lo más fácil soy yo. Yo yendo en busca de mis oportunidades, gastando para obtener grandes beneficios, adornándome para ofrecerme yo mismo al primero que quiera tomarme, sin pedir al cielo que baje según mi capricho, despilfarrándolo libremente siempre. Aquí llega esa libertad individual que tanto echábamos de menos en Homero. Este poeta, pensé, va a crear una nueva sociedad que será pujante, individualista, luchadora, donde la clase social venga impuesta por el trabajo, la fortuna y las circunstancias; con sus virtudes y sus defectos.

No me equivocaba, toda una nación agarró los versos del cuáquero y se los enfundó como si los hubiera vestido siempre, y como los poetas no conocen ni saben de fronteras, muros o alambradas los llevó con la fuerza que da el individualismo que comenzaba a despertar a todos los lugares del mundo. Esa nación a la que dio forma Whitman es los Estados Unidos de América y el mundo ya sabemos cuál es.
¿Habéis oído que es hermoso ganar el combate? También os digo que es bueno sucumbir, que las batallas se pierden con el mismo espíritu con que se obtienen victorias. ¡Viva a los que cayeron!
He ahí el alimento para el hambre natural, es para los malvados igual que para el justo, a todos he citado, a nadie quiero despreciado o apartado; la manceba, el parásito, el ladrón quedan por la presente invitados, el esclavo de gruesos labios está invitado, el sifilítico está invitado. No habrá diferencias entre ellos y el resto.

Whitman se decide, porque también él canta por boca de la diosa, a pelear contra Homero, que ha abandonado a la mujer a los pies de los caballos, declarando a Helena culpable del sufrimiento en Troya y ha enclaustrado a Penélope con la losa de la fidelidad entre las cuatro paredes de su casa, tejiendo y destejiendo su manto, en el único oficio que Homero permite a la mujer engendradora. Whitman se enfrenta a él con su verso libre: Yo soy el poeta de la mujer lo mismo que el del hombre, y yo digo que es tan grande ser una mujer como ser un hombre. Y yo digo que no hay nada más grande que la madre del hombre. Hasta ahora, en este aspecto, a día de hoy, sigue perdiendo Whitman, pero es cuestión de tiempo.

Sí, ese poeta forjó esa nación y también ayudó a crear la sociedad en la que ahora vivimos, porque no hay fronteras para los versos. Acepto la realidad y no tengo la osadía de discutirla, el materialismo la imbuye de principio a fin. Vuestras obras son útiles y, sin embargo, no son mi morada. Éste es el mundo de hoy, qué le vamos a hacer.

Sólo los poetas escriben sobre mármol, anotó Hölderlin, y sin poetas no hay futuro posible; ése fue el error de otras concepciones sociales que purgaron, fusilaron, masacraron o enviaron a los gulags a sus poetas, que nunca sobrevivieron una generación, porque sólo los poetas escriben sobre mármol.

Nadie ha escapado a los hexámetros de Homero ni a los versos libres de Whitman, probablemente porque los dos han sido los poetas que más se han acercado al alma humana; Estos son realmente los pensamientos de todos los hombres en toda época y país, no son originales míos. Si no son vuestros, tanto como míos, nada o casi nada son.

Nunca está de más agarrar al viejo Whitman y llevárselo, o sentarse junto a él, que está en su mecedora, viendo por la ventana como pasan los pájaros hacia el oeste. Ni yo ni nadie puede recorrer esa ruta por ti, tú debes recorrerla por ti mismo.



  

sábado, 22 de noviembre de 2014

PREMIO FESTIVAL DE CINE DE BRACCIANO, EL CENTINELA


No voy a negar que he cavado trincheras o que anduve por las de Ivanica, sólo por comprobar qué debían de sentir los soldados dentro de ellas, mientras yo imaginaba las historias que las alimentaban; pero desde ayer hay unas trincheras a las que nunca voy a poder resistirme a no a volver de vez en cuando: las trincheras de Gaziel, seudónimo del reportero y escritor español Agustí Calvet (San Feliú de Guixols, 1887 – Barcelona, 1964) que recorrió, como testigo ocular, los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, de cuyo inicio se han cumplido cien años.

Gaziel fue uno de los primeros corresponsales de guerra de la prensa española y el que más directamente conoció los frentes de la Primera Guerra Mundial, cuyas vivencias reflejó en los artículos que enviaba al diario La Vanguardia.

Al libro de Gaziel y, concretamente, a un fragmento que adapté para la realización de un corto que me encomendaron junto al equipo con el que he andado trabajando últimamente, le debo nada menos que un inesperado premio en Italia, (ya sé que no es elegante hablar de uno mismo cuando son los libros el tema central de este blog, pero como tengo mucho que agradecer a cinco compañeros míos, no me ha quedado otro remedio). De todas formas, tuve una vez un jefe que me recomendó, con no poca dosis de ironía, que si me dedicaba a los libros, a la poesía, al teatro, al periodismo, redes sociales o al cine, llevara siempre conmigo una corbata y  unas palabras de agradecimiento, porque nunca se sabe los vientos que mueven los reconocimientos, y algunas veces son inescrutables. Nunca le hice caso y ayer, por una vez, tuvo razón.

El corto que preparamos de El Centinela lo propuso el Departamento de Comunicación del Ejército, con motivo de cumplirse el centenario del inicio de la I Guerra Mundial, que tanto dolor sembró en los campos de batalla de Europa, para recordar aquella dramática guerra.

La grabación se realizó  en Tramacastilla de Tena, un bonito lugar del Pirineo oscense, muy recomendable para los que aman, de verdad, la montaña, y que refleja la dureza y soledad que tuvieron que sufrir los centinelas en las bocas de las trincheras de la Primera Gran Guerra, cuando los minutos duraban horas y las horas, años.

Ahora, no tengo más remedio que volver a leer el libro de Gaziel, En las Trincheras, por el simple motivo de que ayer, sin apenas saber cómo, seis tipos que nunca esperaron nada, recibieron la noticia de que habían ganado el Premio Especial del Jurado y la medalla del Presidente del Senado de la República de Italia en el Festival Internacional de cine de Brascciano. Y nos pilló sin corbata y sin palabras de agradecimiento preparadas, así que nos quedamos callados, sonreímos, y luego cuando nadie nos veía nos fuimos a celebrarlo.

Pero ya no puedo olvidar que como escribe Gaziel:  En las encrucijadas hay apostado un centinela con el fusil al hombro. Todo el mundo está obligado a detenerse….

Por cierto, no pude evitar llevar a Borges y a Juan Ramón Jiménez conmigo y alguien terminó escribiendo en un papel en un cuerpo de guardia de las trincheras francesas las palabras tigre, laberinto y Zenobia, aunque Borges en ese momento tuviera quince años y viviera en Ginebra, y Juan Ramón, como un poeta recién casado, navegara camino de Nueva York. Eso es lo más mágico que tiene el futuro, que es capaz de cambiar el pasado.




Gracias Ángel Manrique, Manolo García, Ángel Carlero, Abel Nogueira e Iván Jiménez; vosotros habéis escrito mi nombre en el papel que hay ahí arriba.


http://www.rtve.es/alacarta/audios/radar-30-en-radio-5/1547-radar-30-221214-centinela-2014-12-19t15-00-19090/2923178/


domingo, 9 de noviembre de 2014

TAN BUENOS CHICOS, PATRICK MODIANO

Si hay un lugar en el que se cumplen todos los sueños, ese lugar se llama infancia y adolescencia; porque luego, con el tiempo, viaje uno al territorio que viaje, sin remedio, empezará a instalarse en él, una cierta melancolía, cuando no desesperación, por el simple hecho de que en el presente nunca somos lo que deseamos en el pasado.

Ahora, muchos años después, sabemos con seguridad que el pasado sólo promete algo diferente de lo que uno sueña, y lo único que podemos pedirle es que, al menos, nos desee suerte.
Desde que ella nos llevaba a cenar, los alrededores de París han cambiado tanto. He paseado mis huesos por todas partes, incluso he estado tres años en La Legión.

Acabo de retomar a Patrick Modiano y he vuelto al colegio donde estudié de niño, el Valvert, con la suerte de que he logrado ver a través del calidoscopio de la literatura mi infancia y mi futuro, saltándome el presente, que es lo más mágico que pueden deparar los libros.

Creo que el señor Jeanschmidit quería acostumbrarnos a nosotros, que éramos hijos del azar y de ningún sitio, a las ventajas de una disciplina y a la sensación reconfortante de tener una patria.
Modiano, aunque no nos conoce de nada, nos vuelve a acercar, a aquellos profesores que tuvimos, con sus manías, de quienes en aquel tiempo ya sabíamos cuál era su destino porque su madurez ya les había caído encima como una losa,  y que se guardaron el secreto de contarnos que la madurez nuestra no iba a ser cómo la pensamos, y que poco iba a contar nuestro nivel de estudios y nuestro dinero a la hora de llamar eso que suele nombrarse con la palabra genérica de felicidad. Cada uno de los antiguos alumnos del Valvert ha tenido una vida y nada es lo que soñaron, y nada es como lo vivieron en el pasado cuando todos eran iguales.

- Sabe usted, ya no me llamo señora Portier…, la vida es tan complicada…
Y llena de revueltas.

Modiano tiene el talento, con breves encuentros, quince o veinte años después por esos azares que nos depara el destino, de que Patrick, que ahora es actor de poca monta, coincida con los antiguos alumnos del colegio Valvert, y en no más de una página nos descubra el pasado que ha tenido cada uno de ellos estos últimos quince años y, sobre todo, el futuro que tienen ahora entre las manos. Para la mayoría de nosotros el deporte fue un refugio. Desgraciadamente, todos nosotros, los antiguos alumnos de Valvert, teníamos inexplicables ataques de depresión, accesos de tristeza que cada uno trataba de combatir a su manera. Todos teníamos, según la expresión de nuestro profesor de química, el señor Lafaure: un tornillo flojo.

Yotlande sigue pensando que el mundo es una fiesta, y se da cuenta de pronto, de una manera casi imperceptible que había envejecido. En los rallyes que seguía frecuentando, cada vez escaseaban más la gente de su edad: el trabajo, el matrimonio, la vida adulta, los devoraban uno tras otro.

Desoto, ese niño mimado, hijo de millonarios, expulsado de Valvert por su actitud displicente y su carácter poco dado a recibir negativas, y ya se sabe que cuando no se aprende de niño a perder ya no se aprende de adulto a vivir, es la ecuación de primer grado que apenas te enseñan en la escuela.
Hay lugares que atraen como un imán a las almas sin brújula y rocas inquebrantables bajo la tempestad. Teníais que ver ahora a Desoto en manos de una mujer ambiciosa que quiere su dinero y que está a punto de declararlo incapaz de regir su propio destino.

Kurt, no quiso abandonar París cuando llegaron los nazis, a pesar de que su abuela intentó persuadirlo, ahora se arrepiente. Allí en su casa, percibí un leve perfume de naufragio en aquel apartamento, un poco como en el de su abuela.

Christian, cuya madre nos invitaba a los dos a cenar los sábados en aquellos alrededores de París que ahora han cambiado tanto, y que recibía en su casa misteriosas visitas, se llenó del moho del futuro que es mucho peor que el del pasado. Aguas temporales por las que se mueve Modiani, como un depredador.

Charell, junto a su mujer, se deslizan por las pendientes de la droga, que la juventud lo llevó al antiguo alumno de Valvert, por otros caminos y otras compañías. Y Newman, ¿qué decir de Newman? Ellas quieren que lo liquide. ¿Quiénes son ellas? Estaba perplejo. Aquella bruma de hacía quince años seguía adherida a la piel, aquel arte que tenía de no responder nunca a las preguntas concretas.

Después de leer a Patrick Modiano, me han entrado ganas de que el azar me vuelva a deparar algún encuentro con aquellos antiguos alumnos del internado del Instituto Social de la Marina, a los que perdí de vista con catorce años y que en mi imaginación yo les escribí su propio futuro que tal vez se haya cumplido nunca. Tan buenos chicos.




domingo, 2 de noviembre de 2014

EN LA FIESTA DEL CHIVO CON VARGAS LLOSA






Ya no recordaba cómo empezó aquello, las primeras dudas, conjeturas, discrepancias, que lo llevaron a preguntarse si en verdad todo iba tan bien, o si, detrás de esa fachada de un país que bajo la severa pero inspirada conducción de un estadista fuera de lo común progresaba a marchas forzadas, no había un tétrico espectáculo de gentes destruidas, maltratadas y engañadas, la entronización por la propaganda y la violencia de una descomunal mentira.


Nunca creí en el magnicidio como una forma de resolver los problemas de un país, más bien justo lo contrario, pero como todo el mundo sabe, y enseñan en cualquier escuela de guerrilleros, la violencia define y con una justa dosificación de violencia unos pocos aventureros son capaces de hacer que todos los demás empuñen un arma. Así que aquí estoy en el kilómetro 9 de la carretera de Santo Domingo a San Cristóbal.

El pueblo celebra
con gran entusiasmo
la fiesta del chivo
el treinta de mayo.

A la República Dominicana llegué con una mujer, no voy a negarlo. Decidí irme allí después de estar casi un año en un lugar donde la violencia definía de verdad, tan de verdad que me contaron que hasta los pianistas, quién podía imaginarlo, andaban combatiendo. Allí, en la ciudad donde habían convivido, sin fisuras, las tres culturas del Libro, hasta los pianistas mataban con sus propias manos, algo increíble. "Vámonos a Santo Domingo", me dijo la mujer que me había esperado casi un año y me recogió en el aeropuerto de Madrid. No pregunté por qué a Santo Domingo, nunca pregunto esas cosas, y menos cuando se tienen ganas de huir de todas partes. Así que aquí estoy en el kilómetro 9 de la carretera de Santo Domingo a San Cristóbal.
Nada más llegar me enteré que Santo Domingo llegó a llamarse Ciudad Trujillo, hace tal vez treinta y cinco o cuarenta años. Siempre he pensado que no es buena idea cambiar los nombres con que forjó la historia a las ciudades y menos con las señas de un tirano, llámense Estambul, Alejandría, Jerusalén o Sevilla.

Poco más adelante, ve a los dos haitianos descalzos y semidesnudos sentados en unos cajones, al pie de las decenas de pinturas de vivísimos colores, desplegadas sobre un muro. Es verdad, la ciudad se llenó de haitianos. Entonces no ocurría. Del Jefe se dirá lo que se quiera. La historia le reconocerá al menos haber hecho un país moderno y haber puesto en su sitio a los haitianos. El jefe encontró un paisito barbarizado por las guerras de caudillos, sin ley ni orden, empobrecido, que estaba perdiendo su identidad, invadido por los hambrientos y feroces vecinos.

Ya me había dolido mucho que José Vasconcelos se dedicase a prologar esas Meditaciones Morales de la mujer de Trujillo, que se las daba de literata, aunque lo achaqué a esa necesidad del mecenazgo  que siempre tienen los poetas. Y me dolió también que Henríquez Ureña, eminente filólogo, trabajara como secretario de Educación para el tirano; aunque, afortunadamente, el acoso e intento de derribo al que sometía Trujillo a la mujer de Ureña lo hiciera largarse a Méjico donde la lengua española ganó un gran gramático y escritor.

- Ha venido a visitarla el Presidente, señora.
- Dígale que la mujer de Pedro Henríquez Ureña no recibe visitas cuando su marido no está en casa.

Después de esa contestación no cabe más remedio que largarse de la República Dominicana, no sea que les pasase lo que al Barajita y al Valeriano, a quien Trujillo primero condenó y luego los perdonó: Bueno, Johnny Abbes, los locos, sólo son locos, suéltalos. Al jefe del Servicio de Inteligencia se le agestó la cara: "tarde, excelencia. Los echamos a los tiburones ayer mismo".  Así que aquí estoy en el kilómetro 9 de la carretera de Santo Domingo a San Cristóbal. Me paro junto al teniente amado García, que acaba de salir del coche, me presento y le pregunto tratando de averiguar por qué en esos treinta y un años cristalizó todo lo malo que arrastrábamos desde la conquista. No sabe qué decir. Yo sé que él está ahí porque Trujillo hizo que matara al hermano de su novia, y él apretó el gatillo. Tarde, aquella bala salió hace tiempo.

Yo tengo claro que ando por aquí, porque la violencia define, y nadie se salva de ella.
Has llegado a comprender que tantos millones de personas , machacados por la propaganda, por la falta de información, embrutecidos por el adoctrinamiento, el aislamiento, despojados del libre albedrío, de voluntad y hasta de curiosidad por el miedo y la práctica del servilismo y la obsecuencia, llegaran a divinizar a Trujillo. Y eso puede ocurrirle a cualquier nación, cuando ante situaciones que parecen difíciles surgen los proclamados nuevos salvadores. "¿No estáis vosotros ahora así?", me pregunta a mí el teniente Amado García. No hago mucho caso a esa pregunta porque yo ahora estoy en el kilómetro 9 de la carretera de Santo Domingo a San Cristóbal y es treinta de mayo de 1961 y son casi las 9:45.

Para la pregunta que me ha hecho el teniente Amado García y que yo no contesto, afortunadamente, nos quedan gigantes como Vargas Llosa, que sólo con la pluma es capaz de contestarla y sacarnos de toda duda. Don Mario Vargas Llosa, seguramente, tiene la respuesta a su pregunta, ya que yo estoy aquí simplemente porque la violencia define.