domingo, 15 de julio de 2018

EN LOS BESOS Y EN EL ARTE, NO BUSQUÉIS EN MÁS LUGARES

Desde pequeño he soñado con hormigas. Es en la vigilia donde creemos que vivimos la realidad; pero para mí, la realidad de los sueños eran las hormigas, y en la noche eran la realidad del horror.

Poco antes de comenzar el verano, los navazos se llenaban de hormigas; vivían en grandes agujeros con forma volcánica y en un infinito recuento de soldados defendían sus retorcidos laberintos subterráneos con tácticas defensivas prehistóricas que por su perfección nunca necesitaron evolucionar.

Mi primer contacto con animales fue con hormigas, hubiera preferido un tigre pero en los navazos del Cabo Noval nunca fueron tiempos de acariciar animales dormidos. Después, por motivos familiares, he andado rodeado de perros, gatos y pájaros la mayoría de los cuales llegaron a casa porque, de mano de dueños con poco alma, fueron abandonados, maltratados o habían caído enfermos.


Le debo mi primer contacto con animales y mi primera pesadilla, a las hormigas. Los tollos, los navazos y la marisma seca no eran lugares para contemplaciones. No era difícil ver una rana muerta, un pajarillo putrefacto, una serpiente deslomada, una rata de agua con la barriga abierta o una cigarra que no superó el invierno recubiertos de hormigas: las poderosas hormigas. Cuando las veías sobre tu cuerpo ya era tarde.

Yo soñaba con hormigas atravesando las dos puertas divinas que canta la Eneida, la de marfil y la de cuerno; y sabía que si al abrir los ojos las hormigas te estaban rodeando por todos lados la única defensa era el agua, aunque mi madre me metía el miedo en la sangre, hablándome de los tollos; porque. como todo el mundo sabe, las arenas de los tollos eran movedizas y te tragaban para siempre. Aunque, cuando yo lo probé tirando al tollo que había junto a mi casa a un ratón y un gato, ambos salieron nadando y sin una pizca de frenada en su salida. "Eso es porque pesan poco y son pequeños y sus patas apenas tocan las arenas del fondo. Tú jamás te acerques a un tollo las arenas te tragarán".

Nunca se lo dije a mi madre; pero si alguna vez me llegan a rodear las hormigas, me hubiera tirado al tollo. La muerte ahogado en un tollo no puede ser comparable a la sufrida por mordeduras de millones de hormigas. Mi madre nunca supo de mi intención. Tampoco sabía que yo había decidido obviar la maldición que planeaba sobre los navazos, como si de una montaña mágica del África se tratara.

Mi madre pronto se dio cuenta de que yo andaba más cerca del asilvestramiento que de la civilización. Abrió los ojos cuando una amiga con la que pasaba muchas horas de playa mientras los niños nos dedicábamos al marisqueo, le dio a leer a Gerald Durrell. Se le iluminó la conciencia y pensó que había que cambiar de casa:

Mamá dictaminó que yo estaba en estado salvaje y que era necesario procurarme alguna instrucción. Pero cómo encontrar semejante cosa en una remota isla griega? Como era habitual cada vez que surgía un problema la familia en pleno se lanzó con entusiasmo a la tarea de resolverlo.


-Tiempo tendrá de estudiar -dijo Leslie-. al fin y al cabo sabe leer, ¿no? Yo le enseño a disparar y si comprásemos un bote le enseño también navegación.

-Pero, querido, eso no le sería lo que se dice muy útil el día de mañana -señaló mamá, añadiendo vagamente-, a menos que ingresara en la marina mercante o algo así.

-Yo creo que es esencial que aprenda a bailar -dijo Margo-, si no quiere ser uno de esos horribles zangolotinos pavisosos.

-Sí querida, pero ese tipo de cosas más adelante. De momento lo que le hace falta es una mínima instrucción  en matemáticas y francés....sin olvidar que su ortografía es aterradora.

-¡Literatura! -dijo Larry con convicción-: eso es lo que necesita, una sólida base literaria. Lo demás lo irá adquiriendo de paso...

Pero, para mí lo mejor, era seguir a Gerry, un niño de diez años, en su estudio de la fauna de la isla de Corfú y la envidia que me dio el que él aprendiera griego tan fácilmente y yo no. Si alguna vez me hago con un mochuelo lo llamaré Ulises, si es gaviota Alecko y si es una salamanquesa Gerónimo... me traen esos nombres tan buenos recuerdos.

En aquellos tollos estaba el país de Nuncajamás. Allí y en la Literatura; los dos lugares donde descubrí que sólo hay dos sitios donde una persona puede ser feliz: En los besos y en el Arte.

                                                  



domingo, 8 de julio de 2018

UN MÁGICO AJEDREZ QUE COMPRÉ EN MOSTAR


Esta historia es tan eterna como el tiempo, tan antigua como el ajedrez; y me acompaña, tallada en piedra de cuarzo, desde hace casi veinticinco años. Durante todo este tiempo la he tenido guardada en una caja blanca de poliestireno de las que se usa para mantener el frío, que yo pensé que era la más adecuada para aislar la magia. En esa caja voló desde Mostar hace casi un cuarto de siglo y la he tenido escondida en el altillo del armario de la habitación hasta la semana pasada, en que tuve que volver a aquellas tierras por coincidencias de un destino inapelable. La memoria, siempre disciplinada y sumisa con la determinada ventura, movió mis manos y mi corazón, en cuanto regresé a casa, para desencadenar de nuevo una guerra que es más antigua que el tiempo.

En su grave rincón, los jugadores
Rigen las lentas piezas. El tablero
Los demora hasta el alba en su severo
Ambito en que se odian dos colores.

Corría el año 1994, marzo, día 31; por primera vez tras el frágil acuerdo alcanzado por bosnio-croatas y musulmanes entrábamos con cierta tranquilidad en la ciudad vieja de Mostar; el puente destruido, las casas sin techumbre y las calles con rasgaduras y señales inequívocas de haber sufrido un bombardeo de más de 3.000 granadas de morteros diarias. Nos dirigíamos, destino al Mostar Este tomado por los croatas, cruzando la pasarela provisional, que habían colocado los soldados españoles, en sustitución del viejo puente volado por las fuerzas del HVO.

En una estrecha calle sale de una casa, desatrancando una puerta, un hombre que porta una enorme pipa de fumar con ruedas, pintada con infinitos colores y del tamaño de su altura; con clara intención de hacer negocio con ella: "muy barata, doscientas maracas". No era cuestión de precio; es que llevar el fusil, con el dedo cerca del gatillo en una mano, ir perfectamente uniformado y, por contra, arrastrar con la otra mano esa pipa para tabaco, de ese tamaño, tan coloreada, rodando por las calles de Mostar no era una opción que ninguno de nosotros pudiera contemplar. "No, gracias, no podemos arrastrar esa pipa hasta donde vamos". Me miró y me dijo: "para ti tengo algo especial, algo tan infinito como el tiempo". Inmediatamente pensé, aun sabiendo por su aspecto que no venía de Las Horcadas: "este tipo tiene El Libro de Arena o un ejemplar único del infinito AlCorán, que es uno de los atributos de Dios".

Entró nuevamente en la casa. Desde la puerta se veía que carecía de techo debido a los bombardeos, que los muebles habían ayudado a pasar un duro invierno; y que ya no había ninguno que pudiera socorrerle cuando se acercara algún frío día de primavera. Rápido, temiendo que nos fuéramos, regresó sosteniendo en sus manos una manta anudada, que cascabeleaba con cada paso. "Esto es para ti. Viene de una guerra infinita, como tú, como nosotros, abrirlo es desatar el encono entre dos colores que no se amarán nunca". 

Para mí, demasiadas pistas. No había duda de que era el ajedrez con el que se inició todo: En el Oriente se encendió esta guerra, Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra. Como el otro, este juego es infinito. Desanudó la manta y pude ver un tablero de ajedrez, hecho en piedra y, metiendo la mano, toqué las piezas que parecían brillantes piedras preciosas al reflejo de la luz del atardecer. No tuve dudas. Era el original ajedrez infinito con el que desde el principio de los tiempos se batalla en todo el orbe. No quise regatear. Pagué por él las trescientas maracas que me pidió, una fortuna en aquellos tiempos, y como si fueran las llaves de la guerra y la paz lo guardé en mi mochila, con la idea de  llevármelo de allí y guardarlo para siempre, escondido en un altillo entre mantas y sábanas.

Me despedí de aquel hombre, no sin antes preguntarle su nombre y desearle mucha suerte en lo que quedaba de guerra. Seguro que la suerte le iba a hacer mucha falta; aunque yo supuse que la paz en Bosnia ya estaría cerca; pues la magia había conseguido ahora a otro incauto, tal vez de la misma forma que lo atraparon a él, para que se hiciera cargo de ese ajedrez portador de una batalla infinita; Cuando los jugadores se hayan ido, cuando el tiempo los haya consumido, Ciertamente no habrá cesado el rito.

- ¿Cómo te llamas?- le pregunté.
- Omar, mi nombre es Omar-, me respondió
- ¿Omar?- me sorprendí.
- Sí, Omar.

No quise preguntarle el apellido porque yo sabía que la sentencia era de Omar, También el jugador es prisionero, (la sentencia es de Omar) de otro tablero, de negras noches y de blancos días. Temía tanto que su apellido fuera Khayyam, que me despedí arrepintiéndome de haber pasado por allí ese día y de haber comprado ese ajedrez, porque entendí que no hay magia que no mueva nuestros pasos y que no somos conscientes de que la mano señalada del jugador gobierna nuestros destinos y no sabemos que un rigor adamantino sujeta nuestro albedrío y nuestra jornada. Esa guerra, aquellos días, esa orden de pasar por esa calle, ese hombre, descendiente de Omar Khayyam; todos esos pasos no tenían otro fin que sacar, de aquel país y de aquella guerra, ese ajedrez de piedra tallada por viejas manos otomanas, Dios sabe cuándo, y yo fui su instrumento.

Lo escondí como mejor supe, aunque siempre sentí que seguía latiendo en el fondo de aquel armario, vivo para la guerra; Adentro irradian mágicos rigores las formas: Torre homérica, ligero caballo, armada reina, rey postrero, Oblicuo alfil y peones agresores.

He vuelto a Sarajevo y Mostar, veinticinco años después, ciudades tan cosmopolitas y bellas, tan llenas de vida, en la mañana y en la noche. Y al volver a casa pensé que no hay que hacer tanto caso a las señales, indicios o designios que uno siente; así que he creído que los veinticinco años que mi ajedrez de cuarzo ha vivido dormido son suficientes para que la magia haya desaparecido.  Lo he desenvuelto con cuidado y lo he puesto sobre una mesa; y de nuevo hemos empezado la infinita guerra que comenzó en Oriente y ahora ocupa toda la Tierra. Lo peor de todo es que aunque hace años que abracé, seguramente para bien de mi tranquilidad, el positivismo y me declaré ajeno a cualquier tipo de magia o sortilegio, sospecho que no hay respuestas para todo, porque Dios mueve al jugador y éste la pieza. ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza, De polvo y tiempo y sueño y agonía? 

Mientras tanto Jorge y yo hemos empezado a jugar un eterno ajedrez infinito. Pero, ¿y si aquel hombre se hubiera apellidado Khayyam, Omar Khayamm?

Ya es tarde. Ayer dimos comienzo a otra guerra eterna.