Todas las dedicatorias me intrigan porque siempre juego a adivinar las ocultas razones que impulsan a un escritor a dedicar una obra; por ejemplo, Borges dedica El Aleph a Estela Canto sumido en su abandono y dándola por muerta, como a Beatriz Viterbo, en una metáfora infinita.
Así que me dije: "Federico sabe mejor que nadie quién es Margarita Manso", porque vio cómo en sus ojos sin querer relumbraban cuatro faroles. Y posiblemente, sea ese amor muerto o frustrado o de trágico destino que todos llevamos dentro el que le hizo anotar su nombre de esa manera.
Para empezar a buscarla me hice con la biografía lorquiana de Ian Gibson, un imprescindible en el universo español del siglo pasado; y luego, con las cartas de Dalí y las entrevistas del maestro de Cadaqués; y en todos aquellos escritos en los que las sinsombrero, encabezadas por Maruja Mallo podían informarme. Con Maruja Mallo, una artista más grande que su nombre, todavía hay muchas cuentas pendientes, más allá de que Alberti, Neruda, Miguel Hernández o el hombre más guapo que había conocido y que se lo birló Federico, Emilio Aladrén, hubieran terminado en sus brazos.
Como Dalí, Margarita se avino al amor de gacelas prohibidas en una habitación de la Residencia de Estudiantes con Lorca, que soñaba mientras ella lo llenaba de suspiros, cuando la noche llamaba temblando al cristal de los balcones, en un encuentro que lo grabaría a fuego el poeta de Granada y Margarita en su memoria, finalmente de oscura y sombra vestida, arrebatada por la serpiente venenosa de la guerra. Aquella noche, con Dalí mirando, Federico y ella forjaron el sueño de toda una nación. Allí quedaron sus almas para siempre, perseguidas por los mil perros que todavía no las conocen.
¿Qué pasó con Margarita Manso?, me pregunté. ¿Qué pasó con la luz cultural, la libertad, la alegría y la vida de la más hermosa pintora, artista y musa de la generación del 27? Margarita Manso se convirtió en su metáfora, cuando Federico escribió en su Romancero: a Margarita Manso, Muerto de Amor.
Ella y Alfonso permanecieron en Madrid, se casaron, eran jóvenes, pintores de la luna, y se amaban con locura. Pero una tarde de septiembre de 1936 cuando venían del trabajo e iban a entrar en su casa, un grupo de anarquistas los estaban esperando y se llevaron a Alfonso, su amor, a una de las checas republicanas. Era 29 de septiembre, de madrugada, cuando fue asesinado en la carretera de Vicálvaro. Tristes mujeres del valle bajaban su sangre de hombre, tranquila de flor cortada y amarga de muslo joven. A los dos días también fueron asesinados los dos hermanos de Alfonso y su padre.
Con el asesinato de Alfonso, Margarita Manso dejó de ser libre; y a partir de aquella tarde ni tan siquiera soñó que fue capaz de quitarse ante todos el sombrero y de desnudarse delante de Federico.
A partir de ahí, hay otra vida, hay otra historia que ni tan siquiera ella, la mujer libre, la sinsombrero de la Puerta del Sol, se atrevió a contar, cuando el mar de los juramentos resonaba no sé dónde.
Margarita Manso, musa de Alfonso Ponce de León |
¡Vaya foto bonita de la Generación del 27! |
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