Mi
primera visita a Grecia fue de la mano de un ejemplar de La Ilíada,
editado por Ediciones Alonso el año 1966, que no sé cómo llegó hasta mis manos,
y que aún conservo; luego viajé desde el alba de occidente, Creta, hasta la
misma Atenas; y posteriormente, de la mano del profesor Souviron y con la ayuda
de Heinrich Schliemann, embarqué hasta Ilión. No tardé mucho en corroborar que
los cimientos del mundo, tal como lo conocemos, fueron hechos por un solo hombre
que dibujó la civilización a imagen y semejanza de aquellos que llegaron de
otras tierras a derrumbar lo que en Knossos se había creado, para dar forma con
perfectos hexámetros a una nueva sociedad patriarcal, fundamentada en los usos
de la guerra, en la preponderancia absoluta del varón sobre la mujer, en la
clara división de clases y linajes. Ese tipo de sociedad perdura hasta hoy, qué
duda cabe:
Pero
al hombre del pueblo que hallara y que dando
voces
lo viera,
le
daba un empujón con el cetro y de voz le
reprendía con estas palabras;
“hombre
de dios, ¡estate quedo y escucha a otros que sepan
y
valgan más que tú, sin brío tú y sin fuerza,
que
ni eres de pro en la guerra ni en el consejo de cuenta! (Ilíada,
2.198 y ss.)
Si
leemos, verso a verso, La Ilíada o La Odisea veremos, como en un
espejo, la sociedad guerrera, elitista y desigual en cuestión de género en la
que hemos vivido y vivimos. Posiblemente, no ha habido, desde el principio de
los tiempos, mejor manera de convencer que mediante los mitos y un poco de violencia.
Dos mil quinientos años después así estamos.
Pero,
¿no ha habido en 2500 años otro poeta capaz mediante sus versos de crear un
nuevo modelo social que perdure? Eso creía yo, hasta que tropecé con un pequeño
libro de versos Editado por la Biblioteca EDAF de bolsillo en el año 1982
titulado Canto de Mí Mismo de Walt Whitman, y que comencé a leer:
En
todos los hombres me veo, ninguno es mayor ni
menor
que un grano de cebada,
y
lo bueno y lo malo que digo de mí mismo, de ellos lo
digo.
¿Me
contradigo acaso?
Muy
bien me contradigo.
¡Yo
soy inmenso, contengo multitudes!
Aquí
llega el yo, me dije, por fin; Lo más corriente, lo menos caro, lo
más cercano, lo más fácil soy yo. Yo yendo en busca de mis oportunidades,
gastando para obtener grandes beneficios, adornándome para ofrecerme yo mismo
al primero que quiera tomarme, sin pedir al cielo que baje según mi capricho,
despilfarrándolo libremente siempre. Aquí llega esa libertad individual
que tanto echábamos de menos en Homero. Este poeta, pensé, va a crear una nueva
sociedad que será pujante, individualista, luchadora, donde la clase social
venga impuesta por el trabajo, la fortuna y las circunstancias; con sus
virtudes y sus defectos.
No
me equivocaba, toda una nación agarró los versos del cuáquero y se los enfundó
como si los hubiera vestido siempre, y como los poetas no conocen ni saben de
fronteras, muros o alambradas los llevó con la fuerza que da el individualismo
que comenzaba a despertar a todos los lugares del mundo. Esa nación a la que
dio forma Whitman es los Estados Unidos de América y el mundo ya sabemos cuál
es.
He
ahí el alimento para el hambre natural, es para los malvados igual que para el
justo, a todos he citado, a nadie quiero despreciado o apartado; la manceba, el
parásito, el ladrón quedan por la presente invitados, el esclavo de gruesos
labios está invitado, el sifilítico está invitado. No habrá diferencias entre
ellos y el resto.
Whitman se decide, porque también él canta por boca de la diosa, a pelear contra Homero,
que ha abandonado a la mujer a los pies de los caballos, declarando a Helena
culpable del sufrimiento en Troya y ha enclaustrado a Penélope con la losa de la fidelidad entre las cuatro paredes de su casa, tejiendo y destejiendo su manto, en
el único oficio que Homero permite a la mujer engendradora. Whitman se enfrenta a él con su verso
libre: Yo soy el poeta de la mujer lo mismo que el del hombre, y yo digo
que es tan grande ser una mujer como ser un hombre. Y yo digo que no hay nada
más grande que la madre del hombre. Hasta ahora, en este aspecto, a día de hoy, sigue
perdiendo Whitman, pero es cuestión de tiempo.
Sí,
ese poeta forjó esa nación y también ayudó a crear la sociedad en la que ahora
vivimos, porque no hay fronteras para los versos. Acepto la realidad y no
tengo la osadía de discutirla, el materialismo la imbuye de principio a fin.
Vuestras obras son útiles y, sin embargo, no son mi morada. Éste es el mundo de hoy, qué le vamos a hacer.
Sólo
los poetas escriben sobre mármol, anotó Hölderlin, y sin poetas no hay futuro
posible; ése fue el error de otras concepciones sociales que purgaron,
fusilaron, masacraron o enviaron a los gulags a sus poetas, que nunca sobrevivieron
una generación, porque sólo los poetas escriben sobre mármol.
Nadie
ha escapado a los hexámetros de Homero ni a los versos libres de Whitman,
probablemente porque los dos han sido los poetas que más se han acercado al
alma humana; Estos son realmente los pensamientos de todos los hombres en
toda época y país, no son originales míos. Si no son vuestros, tanto como míos,
nada o casi nada son.
Nunca
está de más agarrar al viejo Whitman y llevárselo, o sentarse junto a él, que
está en su mecedora, viendo por la ventana como pasan los pájaros hacia el
oeste. Ni yo ni nadie puede recorrer esa ruta por ti, tú debes recorrerla
por ti mismo.
Muy buen paralelismo entre lo rígido de Homero y lo sensible de Whitman, sin duda cada uno describió su época y nos mostró su mundo según le toco vivirlo.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias Mirta por tu comentario. Homero y Whitman describieron su época pero también crearon el futuro. Antes los poetas hacían esas cosas.
EliminarQué hermoso post!! Magnífico.
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