Ayer estuve en la casa de un poeta. Afuera, en la calle hacía muchísimo calor maliense, pero en su casa nos cobijaba la sombra de una terraza, el fresco ramaje de una enredadera y el reposado paraíso con forma de una biblioteca. Se respiraba memoria, se respiraba tranquilidad. En ese momento recuerdo en voz baja un verso suyo: «Nuestra marcha y nuestra cólera durante siglos, nuestra sangre escurrida hará humear las islas, pequeño continente de rectitud y de memoria».
Los hombres sabios supuran hospitalidad y yo ayer me llené de ella y de toda la tradición poética que se puede llevar durante siglos en los embastes de una caravana que atraviesa el corazón de África; sabanas, selvas y desiertos. No hay lugar como esos donde pueda esconderse la verdadera poesía. En el desierto, en la mar, en las selvas, en los páramos y en la sabana. Aunque también en la casa de mis antepasados, donde vivía el capitán Pascual Pareja, que es mi memoria.
Y me detengo en ese verso y en ese tiempo en que la palabra nos lleve a las puertas de la razón y no a la locura violenta que vivimos en todo lugar y en todo tiempo; que para eso están los poetas para que la palabra harta de hundirse en las costillas de la conciencian se hundan por fin en la piel de la razón, atravesada por poetas.
Le cuento la felicidad que me da conocer al hombre que había editado la Antología de la Poesía Maliense que me estaba llenando de vida en esta misión que llevo en Mali. Ya llevo unos cuantos meses y resulta que uno de mis trabajos es buscar poetas y va Ismaïla Samba Traoré y me los coge a todos incluso a los andalusíes que llegaron a la curva del Níger hace más de quinientos años; y los de ahora.
Abro el libro y le digo a Ismaïla que me parece uno de esos descendientes de poetas andalusíes que el recoge en traducción del árabe en la Antología; y me habla de la memoria del dolor y yo le leo unos versos de su libro de poemas sobre el discurso de los emigrantes. «Érase una vez que no había dolor en tu memoria. Érase una vez el ser aún no agotado que desafiaba a los compradores en Casamance, y a los gladiadores del imperio como ídolos de la tierra.»
He pasado mil horas con palabras de poetas, con café o té, pero hablar con Ismaïla me ha traído a la voz absoluta de la poesía, que se mueve por un único camino aunque hable en diferente lengua o con diferente color. Porque las palabras de los poetas son del espíritu y el espíritu es inmortal.
Y abro ahora al azar la Antología de Poesía Maliense y, en mi mente, traduzco con mi francés de andar por casa un poema de Fily Dabi Sissoko, padre de la poesía maliense. Y ya no me asombra que el juego de apariencias, la farsa, el vacío es común a todas las geografías donde habita el ser humano, y que seguirá así por siempre salvo que nos demos cuenta que el vacío es la ausencia de reflexión.
Se dice que la calabaza está vacía de comida; que el camino está vacío de transeúntes; que el cielo está vacío de nubes.
Se dice que el ladrón vacía la choza; que la ciudad está vacía de habitantes; que el estanque está vacío de peces; que el panal de la abeja está vacío de miel.
Todo es una farsa.
Todo es apariencia de vacío.
Todo esto está vacío sólo de nombre.
El vacío es la ausencia de reflexión.
Ismaïla Samba Traoré, poeta, editor de la Sahelienne, presidente de Pen Mali; cuando tus palabras leen, que son ellas las que se leen solas, me lleno de nuevo de toda la poesía que conozco y que se escribieron en mil lenguas diferentes. Nos debemos otro café en ese paraíso que es tu casa, que es la casa de un poeta que no solo está construida con piedra, cemento y arena, sino con versos. Nos vemos pronto, poeta.
Sigo la palabra como una caricia. Soy una ilusión que dura como la brisa.
Escribe José Emilio Pacheco que la Poesía es como ese aire de la luciérnaga que queda entre tus dedos: "Al huir, la luciérnaga dejó un viento en mi mano".
Hoy, para mí, la poesía ha sido ese agua que ha quedado entre mis dedos: "Al lavar mis manos, miré el brillo del agua y la poesía estaba allí".
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