Lo siento, pero tengo que deciros que el Principito no tenía ni idea de qué era un baobab y qué significaba.
Leyendo a Saint-Exupéry descubrí, al tercer día, el drama de los baobabs y me surgieron muchas dudas al respecto. Desde el primer momento que llegué a Mali no sabía si yo iba a ser capaz de contradecir al Principito y a Antoine de Saint-Exupéry debido a la cantidad de días que estuvimos juntos desde niño dibujando corderos que comieran arbustos, zorros domesticados y serpientes con forma de demonio.
Para el Principito y su diminuto planeta los baobabs eran un peligro evidente, según él contaba, pues el suelo del planeta estaba plagado con sus semillas. Y de un baobab, si uno se deja estar, no es posible desembarazarse nunca más. Obstruye todo el planeta. Lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño, y los baobas son numerosos lo hacen estallar.
Después de algunas lecturas he llegado a la conclusión de que no te puedes creer todo o casi nada de los escritores porque hablan por medio de símbolos y metáforas, palabras que significan una cosa y con el juego de la sintaxis significan otra. Y yo estaba seguro de que respecto a los baobabs Saint-Exupéry y el Principito se equivocaban. Así que pregunté por todas partes hasta que me dijeron:
—¿Baobabs?, ¡claro!, aquí hay muchos esto es África— me dijo la primera persona a la que le pregunté.
—Allá a la orilla de río hay varios. Es un árbol sagrado. No se puede cortar sin que la naturaleza se ofenda— me dijo la segunda persona a la que le pregunté.
Llegué a la conclusión de que El Principito nunca supo diferenciar un baobab de un rosal y si llega a venir a Mali y hablado con la gente de aquí hubiera escogido para su metáfora un árbol dañino y no un árbol de la vida como es el baobab.
Me acerqué a la orilla del Níger y no identifiqué ningún árbol gigantesco cuya sombra cubriera toda la superficie más allá del horizonte. Sólo vi uno diferente pero tenía muy pocas hojas y parecía herido con visibles cortes de cuchillo.
A la primera persona que pasaba por allí le pregunté si había baobabs por allí; y rápido me contestó:
— Claro, está usted al lado de uno.
—¿Esto es un baobab?— le dije.
—Sí, lo que pasa es que todavía es muy pequeño— me contestó.
—¿Y por qué apenas tiene hojas y parece rajado por cuchillos?
—Todo este árbol es mágico— me dijo— las hojas las coge la gente como fármaco y antibiótico, la savia tiene muchos poderes curativos también. Las hojas sirven para comer y se hace una especie de cocido que limpia tu estómago. No debes cortarlo nunca porque te quedarás sin medicamentos.
Pensé que Saint-Exupéry se equivocó de árbol.
—¿Y hay alguna recomendación que me quieras hacer si planto en mi jardín un baobab?
—Sí, nunca construyas tu casa donde llegue la sombra de un baobab.
—Eso haré, desde luego que lo haré.
Ahora, después de esta aventura con mi buen equipo tengo que terminar diciendo que aunque en el cuento el Principito dice: «¡Niños tengan cuidado con los baobabs!», yo les digo que es un árbol sagrado, que sus hojas son suaves y su tronco también; y que aquí es el árbol de la vida.
Lean El Principito, sí, pero recuerden que los escritores viven de símbolos y metáforas, porque a mí ¡me encantan los baobabs! Y eso, que éste que vi era muy pequeñito.
Escribir
ResponderEliminarTener un blog que interese ser leído
Nada es fácil.
Te he encontrado y leií Gracias por comentar lo que tu miente piensa
Magnífico. Gracias
ResponderEliminarPor ese árbol que Saramago abrazaba y Norberto recuerda lentamente.
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