Esto
es ansia: habitar en lo oscilante
y
carecer de patria en este tiempo.
Y
esto son los deseos: quedos diálogos
de
horas del día con la eternidad.
Y
esto es la vida. Se eleva de un ayer,
entre
todas las horas, la más sola,
que,
sonriendo diversa a sus hermanas,
calla
frente a lo eterno.
Rainer
María Rilke
Hubo
un tiempo en que los poetas vivían de la poesía y de sus versos. Fue en ese
tiempo en que los poderosos y su dinero eran bastante más inteligentes y sabían
que sólo los poetas otorgan la eternidad y la fama. Agamenón, Aquiles, Héctor y
Áyax confiaron en Homero; Eneas en Virgilio; Julio César en Cicerón y en su
propia pluma; el Papa Julio II en Miguel Ángel, los Médicis en Leonardo; El Cid
en un oscuro monje lleno de niebla llamado Per Abbat; el rey Arturo confió
en….. Y así hasta que un día los poderosos y su dinero perdieron la
inteligencia y abandonaron a los poetas. Desde entonces, el arte cada vez dura
menos. Llegará un tiempo en que el arte sólo durará un día, y un día será lo
eterno, porque todo se hará para consumo, negocio y beneficio. Será el día que
habrá que buscar selvas, desiertos y montañas lejanas.
Afortunadamente,
Rilke vivió ese tiempo en que un poeta iba de castillo en castillo y le abrían todas
las puertas. Porque, ¿qué harían ustedes, si están de guardia justo a las
puertas del Palacio del Duino y llega alguien recitando estos versos?:
¿Quién,
si yo gritara, me oiría entre los coros
de los ángeles? Y suponiendo que me tomara
uno
de repente sobre su corazón, me fundiría
con
su más potente existir. Pues lo bello no es nada
más
que el comienzo de lo terrible, que todavía apenas soportamos,
y
si lo admiramos tanto, es porque, sereno, desdeña
destrozarnos.
Todo ángel es terrible.
Sin
duda, yo, soldado de la Princesa Marie von Thurn und Taxis-Hohenhole, iría
veloz a avisarla de que un poeta, que nació en Praga y que recita en alemán,
está a las puertas del castillo de El Duino. Y la Princesa como no podría ser
de otra manera lo invitaría a pasar allí el tiempo que él estimase oportuno,
ofreciéndole sus jardines, sus muros y sus fuentes para que la poesía salga por
sus labios, y por sus dedos, hasta la eternidad.
La
princesa le abre la puerta, y el poeta nada más verla ya sabe que sus elegías,
las Elegías de Duino, van a ser propiedad de la princesa Marie von Thurn und
Taxis-Hohenhole; y ella y su castillo, del que sólo fueron destruidas sus
piedras durante la guerra, viven para siempre, precediendo a los versos inmortales de Rainer Marie Rilke.
Nadie
sabe cuánto tiempo va a pasar allí, ni siquiera él. Pero es entre esos muros
donde comienza a escribir sus elegías sabiendo que: La afirmación de la
vida y la afirmación de la muerte se muestran como una sola cosa en las Elegías.
No hay ni un aquende ni un allende, sino la gran unidad.
Rilke, que pasó su infancia y adolescencia en la ciudad de
Praga y no de una manera feliz, sabe que todo ángel es terrible, y
que no le queda a un poeta más camino que una vida errante: Francia, Suiza,
Italia, Rusia, París, Trieste, Moscú, Toledo, Ronda…, escribiendo su propio
libro del peregrinaje, porque:
En ningún lugar, amada, llegará a haber mundo, sino
dentro. Nuestra
vida pasa allá con transmutación. Y cada vez más
pequeño
se disipa lo eterno. Donde una vez hubo una casa
duradera,
aparece una estructura inventada, atravesada,
perteneciente
por completo a lo comprensible como si aún estuviera
entera en
la mente.
Rilke es uno de los pocos poetas totales, uno de aquellos
que dejaron de ser ellos mismos para convertirse en poema. Hay dos o tres, no más.
No es fácil y se paga un peaje demasiado alto, imposible de abordar por un alma
que desee un poquito de felicidad. Si no eres de esos, mejor no ser poeta. Yo
lo intenté; afortunadamente alguien me salvó de ello y yo con humilde gratitud le devolví esa deuda en Ronda donde pasó Rilke escribiendo, durante
dos meses, la sexta Elegía de Duino. Ya no conoce templos.
Ese derroche del corazón la ahorramos más en secreto. Si debéis a
alguien algunos besos, es uno de los mejores lugares del mundo para quedar en
paz. Yo voy allí a pagar mis deudas pasadas de vez en cuando.
Y si derribó columnas fue cuando irrumpió saliendo
del mundo de tu cuerpo al más estrecho mundo, donde
siguió eligiendo y con poder.
En Ronda, siempre he ganado y siempre he perdido, que es lo
más humano que puede ocurrirnos. Me lo enseñó Rilke, que murió de una leucemia;
y pásmense, fue el poético pinchazo de una rosa el que le ocasionó la infección
última que acabó con su vida. Una rosa. La rosa de Shelley, de Wordsworth, de
Blake, de Borges…, la rosa de todos los poetas. ¿Y saben qué epitafio quiso
poner Rainer Maria Rilke en su tumba?
Rosa o contradicción pura
en el deleite de ser el sueño de nadie
bajo tantos párpados.
Si es que los poetas son incorregibles.
Estoy muy feliz por haber descubierto este Blog. Contiene muchas palabras hermosas, poesía y comentarios. ¡ GRACIAS por el envío.!
ResponderEliminarGracias a ti por leer. Como decía Borges, yo también pienso que uno siempre tiene que estar más orgulloso de lo que ha leído que de lo que ha escrito. ¡Y aún me quedan muchas cosas por leer!
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