Yo
no decía nada, no podía, solo recuerdo la atracción imantada.
Apenas
tenía conciencia de que respiraba el mismo aire, sin darme cuenta.
Por
primera vez, no me importaron los motivos que me llevaron hasta allí, ni sus
consecuencias, que seguro serían nefastas. Fui primero a Lisboa, luego a Roma,
después a Londres… Por primera vez, no quise respuestas. Yo no decía nada.
No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
De toda una vida, no sabemos porqué, es ese momento lo que
sólo importa; cuando uno se sabe sólo una mitad, que ha encontrado por fin el
presente que buscaba y ya no le interesa mirar hacia el pasado, ni preocuparse
por lo que le depara el futuro. Ese momento, por más que nos pese, sólo puede
lograrlo el deseo, hasta abrirse en la piel. Para ti, Cernuda, El
Deseo Imposible.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Auque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Auque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.
A
ti, Luis Cernuda, te llamaban el poeta del desdén y el desprecio, el poeta
solitario, tal vez por culpa de ese deseo, de cuya existencia nadie sabe, tal
vez por culpa de que para tu tiempo buscabas, con más descaro que ninguno, los
placeres prohibidos que nos enseñaste con versos:
Placeres prohibidos, planetas terrenales,
Miembros de mármol con sabor de estío,
Jugo de esponjas abandonadas por el mar,
Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.
Miembros de mármol con sabor de estío,
Jugo de esponjas abandonadas por el mar,
Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.
No sabía los límites impuestos,
Límites de metal o papel,
Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,
Adonde no llegan realidades vacías,
Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.
Límites de metal o papel,
Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,
Adonde no llegan realidades vacías,
Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.
A
ti, Cernuda, toda una sociedad quiso prohibirte querer, con sus leyes hediondas,
sin saber que si hay mil maneras de decir te quiero, tú tenías mil maneras de
escribirlo e invocarlo y esos versos te daban más derecho que a ninguno de
nosotros a amar para buscar esa repuesta que no existe. Afortunadamente, tus
versos nos llevan a la meditación, a la emoción contenida, a tu yo y a mi yo,
que eso es lo imposible: iguales en figura, iguales en amor, iguales en
deseo.
Dime,
Cernuda, cuáles son las mil maneras de decir te quiero:
Te lo he dicho con el viento.
Jugueteando como animalillo en la arena O iracundo como órgano tempestuoso;
Te lo he dicho con el sol,
Que dora desnudos cuerpos juveniles
Y sonríe en todas las cosas inocentes;
Te lo he dicho con las nubes,
Frentes melancólicas que sostienen el cielo,
Tristezas fugitivas;
Te lo he dicho con las plantas,
Leves criaturas transparentes
Que se cubren de rubor repentino;
Te lo he dicho con el agua,
Vida luminosa que vela un fondo de sombra;
Te lo he dicho con el miedo,
Te lo he dicho con la alegría,
Con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta:
Más allá de la vida,
Quiero decírtelo con la muerte;
Más allá del amor;
Quiero decírtelo con el olvido.
Ya lo he aprendido, Cernuda, tenemos que decirlo siempre, en el viento (con cada respiración), con el sol (cada día), con las nubes (en la tristeza), con las plantas (en la levedad), con el agua, con el miedo, con la alegría y con el hastío (sobre todo con el hastío); pero hay que decirlo más allá; más allá de la vida, con la muerte y con el olvido. Sólo así conquistaremos El Deseo imposible, porque todavía ignoramos que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe.
Siento
que vivieras demasiados momentos de soledad que no merecías y que te
preguntaras Cómo llenarte soledad, sino contigo misma.
Sólo
puedo decirte, ahora que estás muerto, que tú, Cernuda, no andas por donde
el deseo no exista. Allá, allá lejos, donde habite el olvido.
Un retrato impresionante de Luis Cernuda, y cercano, como siempre (hasta pronto, espero). ¡Buenos caminos!
ResponderEliminarGracias, Esther. Ahora he andado por el valle del Tena. Nieve sobre nieve, en la estribaciones del Escarra. Como escribió Cernuda: son de nieve los campos y de nieve las horas, siempre hay nieve dormida sobre otra nieve.
ResponderEliminarY después de tanta nieve he andado por laOtra Banda de la Argónida, viendo pasos y procesiones de la mano de Pemán y Machado .
Muchas gracias por compartir tus comentarios. ¡Seguiremos leyendo!