Dicen
que para ser feliz lo mejor es conformarse con poco; y yo siempre he pensado que
esa máxima fue una artimaña de los poderosos, hábilmente difundida en los
corazones de los desheredados, para atemperar las jóvenes revoluciones
nacientes.
Cierto,
que los años te hacen ver, después recorrer un largo trecho, que en la vida no hay
más que tres o cuatro cosas verdaderamente importantes: lo que hemos amado, lo
que nos han amado, el sosiego que arrastra una bienhechora conciencia y aquello
que nos ha legado el provechoso azar basado en la caridad con almas ajenas y en
la justicia con la propia alma.
Pero,
no sé por qué, siempre he pensado que los ricos, esos que no saben utilizar su
riqueza más que para amontonarla, han nacido ciegos a esas tres o cuatro cosas
desde que cinco mil años atrás alguien encontrara entre en las arenas sombrías
de un viejo río de Babilonia, la primera pepita de oro. Y también he pensado
siempre que los ricos, los malos ricos, son los únicos que piensan que nunca
tienen suficiente dinero.
Y
eso que el mismísimo Hijo de Dios bajó a la Tierra para contarles una historia
de un camello y una aguja.
Una
vez le pregunté a mi padre, un viejo marino que recorrió todos los océanos
posibles y arribó en ilimitados muelles, sufrió soledad, vivió alguna que otra
guerra como actor o espectador, amó y fue amado, odió y fue odiado, ganó en los
mares una fortuna y la gastó y tuvo en una sola vida mil; una vez le pregunté a
mi padre quién podría ser para él la persona más feliz y dichosa del mundo.
No
me habló de bellos actores o actrices, ni de jóvenes futbolistas, ni de hombres
de negocio de éxito, ni de conquistadores, ni de ningún sabio y sesudo profesor de
universidad, no había ningún político; nada de eso. El viejo marino me contestó,
simplemente: de todos los hombres que he conocido, creo que elegiría a un jardinero
de un parque de Rótterdam que cuidaba las flores, los árboles; recogía las
hojas de otoño; estercolaba el césped antes de la llegada de la primavera; y lo
protegía del invierno. Yo creo que ese es el hombre más afortunado que he
conocido: un hombre que cultivaba un jardín.
Un
hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
Y
recordé, de pronto, los hombres que ahora mismo están salvando al mundo
Un
hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El
que agradece que en la tierra haya música.
El
que descubre con placer una etimología.
Dos
empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El
ceramista que premedita un color y una forma.
Un
tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada
Una
mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El
que acaricia a un animal dormido.
El
que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El
que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El
que prefiere que los otros tengan razón.
Esas
personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
Para
el viejo marino y para Borges, estos hombres son los que están salvando al
mundo, aunque ellos no lo sepan, y ¡encima! son los más felices:
Un jardinero que cultiva su jardín en un parque de Pekín, un ceramista que del barro crea de nuevo al hombre, una persona que vive de la palabra y su etimología, dos amantes que se tocan con más pasión que Paolo y Francesca en el canto V de la Divina Comedia, alguien que ama la música, dos empleados que en un café de Mostar charlan, sonríen, juegan al ajedrez y cultivan la dicha de la amistad, un hombre que lee a Borges mientras acaricia a su perro Coco que duerme tranquilo, el que no odia a los que un mal le han hecho, aquel que ha sido capaz de embarcar en La Española un día de lluvia; para el viejo marino todos esos están ahora mismo salvando el mundo.
Un jardinero que cultiva su jardín en un parque de Pekín, un ceramista que del barro crea de nuevo al hombre, una persona que vive de la palabra y su etimología, dos amantes que se tocan con más pasión que Paolo y Francesca en el canto V de la Divina Comedia, alguien que ama la música, dos empleados que en un café de Mostar charlan, sonríen, juegan al ajedrez y cultivan la dicha de la amistad, un hombre que lee a Borges mientras acaricia a su perro Coco que duerme tranquilo, el que no odia a los que un mal le han hecho, aquel que ha sido capaz de embarcar en La Española un día de lluvia; para el viejo marino todos esos están ahora mismo salvando el mundo.
Yo,
para no olvidarme de esa conversación con el viejo marino, cuando estuve en Ámsterdam
compré unas semillas de tulipanes que cada primavera me recuerdan, al brotar de
la escondida tierra, los nombres de las personas que ahora mismo están salvando
el mundo.
Por eso, cuando escucho las noticias o leo los periódicos me pregunto: ¿cuándo nos daremos cuenta de que están intentando salvar el mundo las personas equivocadas? Incluyo ahí también a aquellos que siempre aparecen aprovechándose de las crisis o del dolor para tener un amplio despacho con vistas. Creo que el viejo marino tampoco me habló de ellos. Ninguno de ellos salió del arado, ni volverá al arado como Lucius Quinctius Cincinnatus después de salvar a Roma.
Muy a menudo, creemos, que esos que "no hacen nada" realmente no hacen nada y sin embargo,lo hacen todo. Cuan equivocados estamos, ellos son los que sostienen nuestro sistema, los que día a día luchan por conseguir un mundo mejor. De una forma callada, anónima. Ellos son los que entregan su vida en beneficio de los demás, haciendo Patria.
ResponderEliminarGracias, Jorge, por tu comentario y por leer estas letras. nos vemos compartiendo fotografías o haikus. Un fuerte abrazo.
Eliminar¡Qué bonito! Y ¡Cuánta razón!
ResponderEliminarTai, seguimos escribiendo y viajando; próxima parada la Argónida. Un beso muy fuerte.
EliminarQué suerte haberte encontrado. Un texto filosófico y lírico.
ResponderEliminarSuerte la mía de que gente como tú, lea estas sencillas letras. Gracias, Gregoria.
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