domingo, 10 de abril de 2016

SUMISIÓN, CON MICHEL HOUBELLECQ



Yo llegué a Houbellecq buscando las partículas elementales, porque pensé que me llevaría por el camino de Swedenborg hasta Fiodorov, demostrándome que la muerte yace en el fondo de todos los problemas humanos.

Yo, que me he criado en el laberinto mágico de la literatura hispanoamericana donde el malabarismo verbal recabado fundamentalmente en la sencillez de las palabras y en la complejidad de la sintaxis se adueña de la escritura, rápidamente descreí del vocabulario soez de Houbellecq, de sus imágenes explícitas que dan poco margen a la fantasía, de sus personajes pesimistas abocados al desconsuelo sin esperanza, y de su tono profético.

El director de esa biblioteca, que es el resumen del mundo, por la que rondo cada semana, tan solo para ver portadas y títulos de libros, decidió, no hace muchos días, que era hora de aconsejarme alguno y, no sin imprudencia, me asaltó con un pequeño volumen de tapas amarilla, en cuya portada venía dibujada la Torre Eiffel y sobre ella una media luna y una estrella de cinco puntas sobre la luz del amanecer; su título, Sumisión y su autor Michel Houbellecq. “Es un libro muy curioso”, me dijo, “imagina que gana las elecciones en Francia el Partido de los Hermanos Musulmanes. Imagina lo que ocurriría”.

No quise decirle que en ese momento estaba interesado en Stefan Zweig y su libro autobiográfico, El Mundo de Ayer. Es un autor que te lleva como nadie por la Europa de la primera mitad del siglo XX: la Viena mágica y confiada del emperador; el París libre y avasallador y el París sombrío y ocupado; el Berlín del arte cuadriculado y la poesía metafísica; y el Berlín trágico.

Como no podía decirle que no, al fin y al cabo es el director de una biblioteca con más de cincuenta mil volúmenes y eso significa que para mí tiene, como San Pedro, las llaves el paraíso, me eché los dos libros a la mochila y le di las gracias por la recomendación.

Nunca pensé abrir a Houbellecq, pero fue el destino quien separó sus páginas cuando se me cayó al suelo y al recogerlo metí mi dedo pulgar por la hoja número 11. nunca desobedezco a las mágicas señales, pues nadie ignora que la mente juega con nuestra debilidad frente al azar y cae rendida veloz ante los designios imaginarios.

Es lo que ocurre en nuestras sociedades, todavía occidentales y socialdemócratas a cuantos acaban sus estudios; pero la mayoría no adquieren conciencia de ello o no lo hacen de forma inmediata, pues están hipnotizados por el deseo de dinero o quizá de consumo los más primitivos, y más hipnotizados aún por el deseo de demostrar su valía en un mundo que esperan competitivo, galvanizado por la adoración de iconos variables: deportistas, diseñadores de moda o de portales de Internet, actores y modelos.

Aquí está de nuevo el prestidigitador, me dije. Pagaré el peaje del lenguaje soez, de los personajes que andan revolcados en el vacío de la carne y del espíritu y voy a ver dónde me lleva este Houbellecq, ahora que un extremista intolerante islámico, democráticamente ha sido elegido presidente de Francia. Recordé las elecciones alemanas de 1932 cuando a un joven desconocido Hitler los votos alemanes le otorgaron 230 escaños; y pensé en toda la sangre que cuesta ganar la libertad, que rara vez se ha ganado en las urnas; y, sin embargo, con un poco de desencanto y desilusión lo fácil que es perderla en esas mismas urnas.

Es cierto que en mi juventud, las elecciones eran muy poco interesantes; la mediocridad de la oferta política era incluso sorprendente. Un candidato de centroizquierda era elegido, por uno o dos mandatos según su carisma individual, y oscuras razones le impedían llevar a cabo un tercero; luego la población se hartaba de ese candidato y más generalmente del centroizquierda, se observaba un fenómeno de alternancia democrática y los votantes llevaban al poder a un candidato de centroderecha, a ese también por uno o dos mandatos, en función de su propia naturaleza. Curiosamente los países occidentales estaban extremadamente orgullosos de ese sistema electoral que, sin embargo, no era mucho más que el reparto de poder entre dos bandos rivales, y llegaban incluso a declarar guerras para imponerlo a países que no compartían su entusiasmo.

Houbellecq ya nos prepara para que la extrema derecha y la Hermandad Musulmana hicieran que las cosas se pusieran un poco más interesantes al introducir en los debates el olvidado escalofrío del fascismo. Un poco de violencia, se oyen disparos de atentados, algunos subterfugios juveniles mediante instituciones pseudo-culturales y un apoyo sin límites a los necesitados que abrazan cualquier doctrina con tal de que llene caliente sus estómagos vacíos y vengue sobre el poder establecido las muchas cuitas que han estado sufriendo y, ¡zas!, Houbellecq nombra presidente del gobierno a una persona muy inteligente con don para gobernar, que no caerá en el inicial error de acabar con los contrarios de forma violenta; sino que las depuraciones llegarán con dinero, ayudas, o amplias pensiones, enviando a paraísos de oro a las antiguas fuerzas que gobernaban y educaban a la Francia libre; para, poco a poco, ir limando las igualdades conquistadas en revoluciones y perdidas en las urnas.

El veneno de los movimientos identitarios ha acabado con todo; ya no hay más que reacciones que resquebrajan un sistema judicial que no se basa en la igualdad ante la ley; sino en la identidad a la que pertenece cada individuo: violencia contra una iglesia, reacción antiislámica, violencia contra una mezquita, reacción islamista, movimientos identitarios, enroque de cada trozo de sociedad, y nueva prueba irrefutable de que la violencia define y es capaz de establecer fronteras que poco tiempo atrás no existían. El sistema político en el que se había vivido desde la infancia se había resquebrajado. No sitúan la economía en el centro de todo, para ellos lo esencial es la demografía y la educación. Quien controla a los niños controla el futuro. Las mujeres, poco a poco, dejan de asistir a las universidades, y para entonces todos los docentes deben de ser musulmanes.

Francois, ese profesor universitario, estudioso de Huysmans, y hastiado de la docencia y de su vida sexual, que para eso es Houbellecq quien escribe el libro, nos va conduciendo hacia ese futuro imaginado en el que va anotando las pérdidas de la libertad que pocos años antes del 2022 reinaban en Francia. Los judíos, poco a poco, emigran a Israel. Aquellos que no aceptan la lluvia de oro y petrodólares, que llegan de las monarquías del Golfo, prefieren vivir en países como España, Alemania y Gran Bretaña; la democracia ya no es de todos, se legisla para una parte de la sociedad y el motor se ha puesto en marcha.

El fracaso de todo sistema político es el no gobernar para todos; el gobernar sin tener en cuenta ningún tipo de identidad; ni ideológica, ni religiosa, ni de raza, ni de sangre (que a la sangre todo excede), ni el color o la longitud del pelo. Un sistema político para todos, independiente de la condición individual. Por ese motivo han caído muchas repúblicas, y, sin embargo, han tenido éxito muchas monarquías parlamentarias: un país para todos sin distinción, donde las oportunidades, la justicia y la razón no tenga nada que ver con ningún tipo de identidad.

Todo Oriente Medio es un buen ejemplo de cómo la identidad vive por encima de la justicia y la igualdad; dependiendo de cada país, no es lo mismo ser suní que chií, alauí que wahabí, yaridí, maronita, ortodoxo o católico, o yazidí... Si eres de una identidad que no detenta el poder en esos lugares, tus oportunidades son cero: trabajos de miseria, olvídate de ser funcionario, juez o profesor, el comercio se abrirá poco para los tuyos; no podrás montar ni el más ínfimo negocio. No olvidemos que el Estado provee, el Estado da y el Estado quita.

Es eso lo que se están jugando en Siria, Iraq, Irán, Arabia Saudí (que no hay que olvidarse de ella), Líbano.., las minorías se están jugando su supervivencia. Allí no todos son ciudadanos con los mismos derechos, cada uno tiene su identidad. Y si encima va alguno y pretende venderles democracia por la fuerza, destronando a unos y aupando al poder a otros; sólo es cuestión de tiempo que, esperando su oportunidad, los oprimidos (que son los mismos o diferentes según cada nación) enciendan de nuevo la llama de la guerra. ¡Ay, esa revolución francesa que convierte a todos los hombres en ciudadanos, iguales, fraternos y libres!, ¿dónde está Francia? ¿dónde está ese París multicultural, multiracial y libre?

Ben Abbes, inicialmente, había mostrado su respeto por las tres religiones del libro y había evitado compromisos con la izquierda anticapitalista, había comprendido perfectamente que la derecha liberal había ganado la batalla de las ideas…, Si lo injusto funciona, ¿por qué cambiarlo? Así está Francia (en manos de Houbellecq); que ha dejado a los países occidentales en los brazos de su mala conciencia y con un protagonista, Francois, que bajo los efectos de la crisis del Occidente moderno y su amplia gama de soledades, habiéndolo perdido todo, se echa a los brazos de alguien que promete devolvérselo; eso sí, a cambio de su espíritu y su libertad.

 ¿Y los intelectuales?, ¡al menos los intelectuales levantarán su voz!: A lo largo del siglo XX, muchos intelectuales habían apoyado a Stalin, Mao, Pol Pot…, sin que ello se les hubiera reprochado nunca verdaderamente; el intelectual en Francia no tenía que ser responsable, eso no estaba en su naturaleza.

Yo nunca he querido meterme en estos charcos, pero la culpa la tiene ese director de una biblioteca que cuenta con cincuenta mil volúmenes, que como sabe que posee una de las llaves del paraíso, anda recomendando libros a diestro y siniestro sin que hasta ahora nadie le haya dicho que no.


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