sábado, 30 de septiembre de 2023

SIN NOTICIAS DE GATO DE URSARIA, ENRIQUE GRACIA TRINIDAD

Allá por el lejano 2005, me hablaron de gato de Ursaria y, con no poca fe, empecé a buscarlo. Me comentaron en una tertulia de café que podría hallarlo en Visor, que es una tierra mítica donde vive la poesía; así que di comienzo mi búsqueda por esas páginas; porque Ursaria es un lugar infinito.

Pronto en un volumen de cubierta negra y premiado que me agencié en una librería para gente rara descubrí con absoluto asombre que en el árbol genealógico de Gato de Ursaria había una lavandera deshonrada por un noble, varios rebeldes perseguidos y hasta un plumífero insigne pero de lengua larga y venenosa.

También observaban en el proemio que procedía de una estirpe indolente y caprichosa, llena de fantasías y mentiras, dada a oficios sin futuro, de mucho trabajo y poca ganancia, y al uso de amuletos.

Como yo, por entonces, me había convertido en un viajero y pasaba mis noches y mis días rodeados de turbios pensamientos llegué a la indolente consideración, normalmente refugio de los viajeros de papel,  que ya que me había puesto a buscar a Gato de Ursaria, el viajero, no me agotarían la paciencia, ni los blancos días ni las lentas noches; porque yo sabía que para Gato, Siberia es el blanco mantel del desayuno, y el desierto la luz en el azucarero. Sabe que cuando corre las cortinas, larga velas del batrco bucanero que navega el Caribe de sus noches siempre desde el pasillo a la terraza. Gato de Ursaria explora sin descanso una selva de encaje por la colcha y el Amazonas virgen que eriza la cocina. Nadie marchó jamás tanto. 

Durante un tiempo viajé como gato, sin salir de Madrid; sin saber que Ursaria era Madrid y que «ursus» significa «oso» en latín. Así que tras un verano me di cuenta que Gato no tenía más remedio que habitar los tejados de Madrid, de Ursaria, por muy viajero que se proclamase.

En la cubierta del libro me hablaron de un tal Enrique Gracia Trinidad, y no paré hasta conocerlo, víctima de un azar común, tengo que reconocerlo. Como entonces yo tenía un gato negro que se llamaba Media Luna, me imaginé a Gato y a Enrique ambos vestidos de negro. Eso tiene la noche y los poetas. Así que para conocerlo y que me viera venir me dispuse a vestir una camisa blanca.

Yo me lo imaginé como el guerrero de todas las batallas con su chupa de cuero y sus blasfemias, la mística muchacha, los amantes, el borracho tan sabio como el agua, el músico que daba en el local su concierto de siempre, el camarero de aburrida camisa y manos rápidas. De pronto le vi salir de aquel tugurio; Gato de Ursaria, lento y silencioso, bebió un último trago de cerveza, se puso en pie salió sin ser notado. Al momento, se levantó el poeta y recitó un soneto, de entre todos el único soneto que vibró aquella noche, y yo pensé que, aunque Gato nos hubiera abandonado, perseguir a Gato de Ursaria era perseguir a Enrique Gracia Trinidad.

Pasaron veinte años hasta que lo encontré. Antes tenía que aprender que el tiempo es mal lugar para el descanso, tiene las manos húmedas de manejar las tardes, de quererse a sí mismo y andar jugando siempre, borrando siempre la distancia, el cálculo, siempre las hojas de papel. Como estoy ahora, emborronando páginas de papel pensando cómo era aquella ciudad de Ursaria.

Dejar memoria, Gato, o convocar olvido.

Ojalá lo supiera.

Me alegró encontrarte en aquella reunión poética en la Casa Árabe. Gato. esa noche sin embargo, decidió ir a otros tugurios.








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