domingo, 21 de abril de 2013

LA CASA DE ATRÁS, CUANDO CONOCÍ A ANA FRANK

La noche sufre de inocencia oculta.
Y esa noche tú, por ti alborada,
a un cielo con sus pájaros tan próxima,
a pesar del terror y del ahogo,
sin libertad ni anchura,
amas, inventas, creces
en ámbito de pánico,
que detener no logra tus esfuerzos
tan enérgicamente diminutos
de afirmación humana.
Con tu pueblo, tu espíritu
y el porvenir de todos.


Jorge Guillén
(La Afirmación Humana - Anna Frank)


Me detuve frente a la casa de la calle Prinsengracht número 263 con la caja que me había dado la señora Miep Gies: unas patatas, un cuarto de calabaza, una cabeza de ajo y media escarola. "Déjala como siempre en el almacén. El señor Viktor Kluger estará allí". Atardecía y era un día raro porque no me crucé con persona alguna en todo el trayecto. Llamé a la puerta del almacén. Parecía vacío y me resultó extraño. Nadie ignora que cuando la rutina se quiebra, lo menos que se puede esperar es que tu corazón se ponga en alerta; y más estando en Amsterdam y en ese tiempo. Moví el picaporte y vi que la puerta estaba abierta. ¿Hay alguien ahí?, pregunté. Nadie contestó. Fue entonces cuando miré hacia arriba y la vi a ella, sentada en la escalera. "Traigo unas patatas", le dije, "la señora Gies me ha dicho que las tengo que dejar aquí para el señor Kluger".
No contestó nada. Me sonrió y continuó escribiendo en su diario:

Querida Kitty:

El domingo hubo un terrible bombardeo en el sector norte de Amsterdam. los destrozos parece que son enormes. Calles enteras han sido devastadas, y tardarán mucho en rescatar a toda la gente sepultada bajo los escombros. Hasta ahora se han contado doscientos muertos y un sinnúmero de heridos. Los hospitales están llenos hasta los topes. Se dice que hay niños que, perdidos entre las ruinas incandescentes, van buscando a sus padres muertos. Cuando pienso en los estruendos que se oían en la lejanía, que para nosotros eran una señal de la destrucción que se avecina, me da escalofríos.
                                                                                                          Tu Ana.

"Nunca te había visto", le dije. Ella siguió escribiendo: Peter y el señor Van Daan hacen la última ronda todas las noches a las nueve y media, y luego nadie más puede bajar. Después de las ocho de la noche ya no se puede tirar de la cadena, y tampoco después de las ocho de la mañana. Las ventanas no se abren por la mañana hasta que no esté encendida la luz del despacho de Kluger, y por las noches ya no se les puede poner las tablitas. Esto último ha sido motivo para que Dussell se molestara. Asegura que Van Daan le ha soltado un gruñido, pero ha sido culpa suya. Dice que antes podría vivir sin comer que sin respirar aire puro, y que habría que buscar un método para que puedan abrirse las ventanas.

"¿Quién es ese tal Peter?", le dije. "¡Oh, Peter!, vive también en la Casa de atrás. Hablamos mucho y estoy empezando a confiar en él. ¿Tú crees que soy guapa?" "Desde luego que sí", le contesté, "sobre todo cuando te salen esos hoyuelos". "Los tengo desde siempre", me dijo; y continuó escribiendo: Las habladurías sobre Peter y yo han remitido un poco. esta noche pasará a buscarme, muy amable de su parte, ¿no te parece? Estoy muy contenta de que nunca necesite contenerme al tocar temas delicados, como sería el caso con otros chicos. Así, por ejemplo, hemos estado hablando sobre la sangre, y eso también abarca la menstruación, etcétera. Dice que las mujeres somos muy tenaces, por la manera en que resistimos la pérdida de sangre, así como así. Dijo que también yo era muy tenaz. Adivina por qué.
Mi vida aquí ha mejorado mucho, muchísimo. Dios no me ha dejado sola, ni me dejará.

Me imaginé que el corazón de una joven de quince años no puede encerrarse jamás, y no hay cárcel que pueda frenar a un espíritu adolescente en su capacidad de soñar. Entonces levantó la cabeza, se recogió el pelo y continuó escribiendo: Y sin embargo todo sigue siendo tan difícil, ya sabes a lo que me refiero, ¿verdad? Deseo fervorosamente que me de un beso, ese beso que está tardando tanto. ¿Seguirá considerándome sólo una amiga? ¿Acaso no soy ya algo más que eso?
Tú sabes y yo sé que soy fuerte, que la mayoría de las cargas las soporto yo sola. Nunca me he acostumbrado a compartir mis cargas con nadie, nunca me he aferrado a una madre, pero ¡cómo me gustaría ahora reposar mi cabeza contra su hombro y tan sólo poder estar tranquila!
No puedo, nunca puedo olvidar el sueño de la mejilla de Peter, cuando todo estaba tan bien. ¿Acaso él no desea lo mismo? ¿o es que sólo es demasiado tímido para confesarme su amor? ¿Por qué quiere tenerme consigo tan a menudo entonces? ¡Ay, ojalá me lo dijera!
                                                                    
                                                                                                     Tu Ana M. Frank
                                                                                                                                                                                              "Llevas escritas muchas páginas", le dije, "cuando todo esto acabe, a lo mejor puedes publicar tu diario". Me miró, sonrió y me dijo, "por eso estoy cambiando algunos nombres, ¿qué te parece para mí el nombre de Ana Aulis, o mejor, Ana Robin". "A mí me encanta el tuyo", le contesté, "Ana Frank". Abrió de nuevo el diario y empezó a escribir: Anoche por radio Orange, el ministro Bolkestein dijo que después de la guerra se hará una recolección de diarios y cartas relativos a la guerra. por supuesto que todos se abalanzaron sobre mi diario. ¡Imagínate lo interesante que sería editar una novela sobre "la Casa de atrás"! El título daría a pensar que se trata de una novela de detectives. Pero hablemos en serio. Seguro que diez años después de que haya acabado la guerra, resultará cómico leer cómo hemos vivido, comido y hablado ocho judíos escondidos. Pero si bien es cierto que te cuento bastantes cosas sobre nosotros, sólo conoces una pequeña parte de nuestras vidas. El miedo que tenemos las mujeres cuando hay bombardeos; por ejemplo, el domingo, haciendo temblar la casa como la hierba al viento; la cantidad de epidemias que se han desatado.

De todas esas cosas tú no sabes nada, y yo tendría que pasarme el día escribiendo si quisiera contártelo todo y con todo detalle. La gente hace cola para comprar verdura y miles de artículos más; los médicos no pueden ir a asistir a los enfermos porque cada dos por tres les roban el vehículo, son tantos los robos y asaltos que hay, que te preguntas cómo es que a los holandeses les ha dado por robar tanto. Niños de ocho a once años rompen las ventanas de las casas y entran a desvalijarlas.  Nadie se atreve a dejar su casa más de cinco minutos, porque si te vas desaparecen todas tus cosas. Todos los días salen avisos en los periódicos ofreciendo recompensaspor la devolución de máquinas de escribir robadas, alfombras persas relojes eléctricos, teteras, etcétera. Los relojes eléctricos callejeros los desarman todos, y a los teléfonos de las cabinas no les dejan ni los cables. La invasión se hace esperar...

"Sé lo que pasa", le dije. "Sé cómo habéis vivido en Amsterdam con la invasión. Lo sé todo". Y tuve que callar lo que me venía a la mente como una fiebre en ese momento: "Y lo que es peor, sé lo que ocurrirá. Sé que seréis delatados y sé que el 4 de agosto de 1944, entre las diez y las diez y media de la mañana, un automóvil se detendrá frente a la casa de la Prinsengrach 263; y sé que se bajará el sargento de la SS Karl Josef Silberbauer, junto con tres asistentes holandeses miembros de la Grune Polizei; y que os sacarán de aquí; y que tu cuerpecito de quince años terminará deportado a Auschwitz y luego al campo de Bergen-Belsen; y que allí junto al de tu hermana Margot, tu cuerpecito de quince años morirá por las terribles condiciones de vida o por las terribles condiciones de muerte que al fin y al cabo son las mismas. Y que seréis enterradas en una fosa común en Bergen-Belsen. Pero, también sé que ni ese diario que escribes ni tu alma morirán nunca.
"¿Crees que debemos tener esperanza?", me preguntó. "Desde luego que sí", le dije. Y continuó escribiendo:                 
  
                                                                                     Martes 6 de junio de 1944

¡Conmoción en la Casa de atrás! ¿Habrá llegado por fin la liberación tan ansiada, la liberación de la que tanto se ha hablado, pero que es demasiado hermosa y fantástica como para hacerse realidad algún día? Acaso este año de 1944 nos traerá la victoria? Ahora mismo no lo sabemos, pero la esperanza, que también es vida, nos devuelve el valor y la fuerza. Porque con valor hemos de superar los múltiples miedos, privaciones y sufrimientos. Ahora se trata de guardar la calma y perseverar, y de hincarnos las uñas en la carne antes de gritar. Gritar y chillar por las desgracias padecidas, eso lo pueden hacer en Francia, Rusia, Italia y alemania, pero nosotros todavía no tenemos derecho a ello...
Tal vez , dice Margot, en septiembre u octubre pueda volver al colegio.

                                                                                                    Tu Ana M. Frank

"Seguro que podrás volver al colegio, Ana", le mentí. "Ahora tengo que irme Ana, sigue escribiendo para que tu alma siga volando libre, y que tu encierro sea peor para tus carceleros que para ti". Se acercó y me besó la mejilla. "Hasta siempre", le dije. Ella continuó, sentada en la escalera, escribiendo:

                                                                                Sábado, 15 de julio de 1944

Querida Kitty:

Me es absolutamente imposible construir cualquier cosa sobre la base de la muerte, la desgracia y la confusión. Veo cómo el mundo se va convirtiendo poco a poco en un desierto, oigo cada vez más fuerte el trueno que se avecina y que nos matará, comparto el dolor de millones de personas, y sin embargo, cuando me pongo a mirar el cielo, pienso que todo cambiará para bien, que esta crueldad también acabará, que la paz y la tranquilidad volverán a reinar en el orden mundial. mientras tanto, tendré que mantener bien altos mis ideales, tal vez en los tiempos venideros aún se puedan llevar a la práctica...

                                                                                                   Tu Ana M. Frank






Las fotos son de un viaje a Amsterdam. Es una ciudad alegre e increíble para pasear y montar en bicicleta. No hace falta guía de ningún tipo, solamente andar. ¿Quién hubiera dicho que hubo un tiempo en el que esa bonita ciudad se parecía al infierno? Allí en la casa de Ana Frank, calle Prinsengracht número 263, volví a comprar un ejemplar de su Diario. No me podía ir de allí sin su vida entre mis manos. 


Yo pienso que hay tres autores que deberían ser de obligatoria lectura en la escuela, en el Instituto y la Universidad, cada uno en su momento.

1.- Para la escuela, desde luego, el Diario de Ana Frank. (Me tumbo en uno de los divanes y duermo para acortar el tiempo, el silencio, y también el miedo atroz, ya que es imposible matarlos)

2.- En el Instituto la trilogía de Primo Leví; aunque con leer la primera obra Si esto es un hombre creo que es suficiente. (Fueron la incomodidades, los golpes, el frío, la sed lo que nos mantuvo a flote sobre una desesperación sin fondo, durante el viaje y después. No el deseo de vivir ni una resignación consciente; porque son pocos los hombres capaces de ello. Y nosotros no éramos más que una muestra de la humanidad más común)

3.- Y dejo para la Universidad, y para el final, el Archipiélago Gulag de Alexander Soljenitsin, por su crudeza y su escritura a modo de informe, que dejó al descubierto el más vasto y perfeccionado sistema de terror que haya podido montar jamás un régimen político. El volumen siempre había estado en casa de mis padres, pero no le había hecho mucho caso. Hasta que un día por csualidad leí la contraportada y no pude menos que sentir una tristeza infinita y dolor para rebelarme contra la cobardía de los que tienen algún grado de poder y la usan para socavar de modo infame la dignidad de las personas. ¿Cómo puede calificarse lo que cuenta Soljenitsin de la vida y el sufrimiento que padecían, él incluido, los desterrados al Archipiélago Gulag?:

Aquellas mujeres desnudas eran examinadas como si se tratara de una mercancía. La revisión antipiojos y el rasurado de axilas y pubis permite a los peluqueros (miembros prominentes de la aristocracia del campo) echar un vistazo a las nuevas mujeres. Las únicas que no tienen problemas, que encuentran todos los caminos abiertos, son aquellas que por su naturaleza misma no son demasiado exigente en lo que a sexo opuesto se refiere, y están dispuestas a ir con el primero que llegue. Más, para muchas de ellas, dar ese paso es algo más horrible que la muerte. Otras vacilan, se avergüenzan, pierden tiempo sopesando los pro y los contra, y cuando se deciden es demasiado tarde, han dejado de cotizarse en la bolsa del campo, porque en poco tiempo en el campo, sin cuidado alguno, una persona se convierte en una piltrafa humana, y ya no vale nada.
¿Qué más puede decirse del horror y de la cobardía? Un poder ilimitado en manos de gente limitada siempre conduce a la crueldad. ¡A mismo poder, mismos vicios! Sufrimiento y dolor. Para hacer cámaras de gas, nos faltó el gas. Siempre lo mismo, para los mismos, los inocentes. Hay muchos motivos para...¿luchar?

Gracias Anna, Primo Leví, Soljenitsin.











1 comentario:

  1. Ha pasado una semana desde que publiqué esta entrada y durante esa semana he visto como de las estanterías donde tengo mis libros hay uno que constantemente exigía su lugar en este artículo.
    He de decir que con todo derecho, porque es una novela hermosa, escrita sobre los cimientos del dolor, el desconcierto, el odio y la rabia: Su título "Sin Destino"; y su autor Imre Kertész.

    "Me preguntaron si veía el nombre de alguna localidad. Y sí, lo vi: eran dos palabras que a la luz del sol se distinguían perfectamente... Auschwitz-Bikernau."

    Ya pueden imaginar que ése es el principio del horror de un joven húngaro.

    "Existen situaciones en que parece imposible que se puedan agravar o empeorar. Yo mismo al cabo de tanto esfuerzo, de tanto afán, de tanto empeño, acabé encontrando la paz, la tranquilidad, el alivio. Ciertas cosas por ejemplo, que antes me habían parecido sumamente importantes, perdieron por completo su significado para mí. Así estando en la fila durante el recuento, si me cansaba - y sin mirar si me encontraba en medio de un charco o si había barro-, me dejaba caer, me sentaba y me quedaba sentado o acostado hasta que mis vecinos me levantaban a la fuerza. No me molestaban ni el frío ni la humedad, ni el viento ni la lluvia: simplemente no me llegaban, ni siquiera los sentía. Desapareció hasta el hambre, me seguía llevando a la boca todo lo que encontraba, todo lo que fuera comestible, pero sin prestar atención, como por costumbre y de manera mecánica. En el trabajo no cuidaba ya ni las apariencias. Si tenían algún inconveniente, lo más que podían hacer era pegarme, y con eso tampoco me hacían mayor daño, sólo me hacían ganar tiempo..."

    Gracias a ti también Imre.

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