A Afganistán llegué con Alejandro de Macedonia.
Desde Persia, marchamos al país de los bactrios. Las tropas griegas, tras duros combates, conquistaron los territorios más allá del río Oxus, el actual Amu Daria, estableciendo una extraña multiculturalidad greco-oriental que llega hasta nuestros días y cuya demostración palpable son los restos arqueológicos encontrados en la fortaleza de Kurgansol entre los que destaca una magnífica bañera de mármol que desentona, y mucho, con el inhóspito paisaje que la cobija.
Quien pone sus pies en Herat está poniendo los pies en Aria, ciudad fundada por Alejandro, fortificada por éste y eje fundamental de la unión del Oriente y el Occidente, idea que vivía en la mente del joven macedonio desde que inició sus conquistas y que su temprana muerte y la ambición de sus generales, tal vez evitaron.
Quien pone sus pies en Kandahar los está poniendo en Aracosia, lugar en el que el historiador griego Heródoto sitúa a una tribu llamada los pactyans, los pastunes.
Alejandro sabía que Bactria y Sogdia constituían el principal nudo de comunicaciones entre Oriente y Occidente. Parece que poco ha cambiado desde entonces, e incluso ha aumentado su importancia estratégica por todo lo que se comenta que yace en el subsuelo, y que el mismo nombre de la ruta que transitaban los soldados de la coalición que han operado en Afganistán deja entrever: Lithium
Por ese motivo, y por el bendito sueño de unir Oriente y Occidente, de unir lo que está desunido, Alejandro Magno decide tomar en matrimonio a una joven de una tribu perdida de Afganistán, Roxana, en contra de la opinión de sus generales, Parmenion entre ellos, que querían una noble griega para que su rey nunca abandonara la estirpe de los peleidas, de quien se le suponía descendiente, en palabras de Plutarco. Una unión que poco le sobrevivió, pues su hijo Alejandreo, su heredero, fue asesinado, al igual que Roxana, su mujer afgana, por nobles griegos que poca o ninguna gana tenían de que su rey fuera de una raza distinta a la griega, aunque llevara la sangre del mismísimo Alejandro Magno.
Ahora he vuelto a Afganistán de la mano de dos valientes mujeres, cada una a su manera; Azita Rafaat y Mónica Bernabé; y también he viajado con otras valientes mujeres afganas que viven, mueren, sufren, luchan y levantan su voz tras el objetivo de la cámara de Gervasio Sánchez.
Decidí visitar la exposición Mujeres en Afganistán y entrevistar para el periódico en el que ahora trabajo a Azita Rafaat.
Hablar con Azita es hablar con la luz; es hablar con la voz de esas otras mujeres, (Nunca hubo un momento en mi matrimonio en que no me sintiera violada), que todavía no han podido comprar su libertad como pudo hacer ella; es hablar de la lucha contra la tradición, contra unas estructuras sociales que encierran a las mujeres entre las cuatro paredes de su casa, negándoles la educación y la posibilidad de vivir con sus propios recursos, independientes del hombre.(Si deseas mi muerte no te preocupes, que ya me quemo yo sola). Es hablar contra el desconsuelo, el pesar, el daño, y contra la muerte.
.
A veces, no hay más refugio contra el dolor que la poesía, y con ella, me cuenta Azita que empezó a bailar a solas, sintiéndose inundada por la tristeza, cuando su padre la obligó a casarse con quince años con un hombre, analfabeto, que ya tenía una esposa, Con él tuvo cuatro hijas, cuatro soles, que la sociedad afgana, ciega, las deja sin valor cuando las compara con el varón; por este motivo su marido y la familia de su marido la odiaba: no era capaz de dar a luz a un hombre para la familia.
A su hija menor empezó a vestirla como un niño y le cortó el pelo para que viviera y se educara con las posibilidades de un varón en una tierra exclusivamente forjada por hombres. Fue diputada en el Parlamento afgano tras la caída de los talibanes, pero ese pequeño soplo de libertad fue un espejismo. Por el Parlamento andan ahora volando señores de la guerra que apoyaron a la coalición, y exigen su compensación en forma de poder a cambio de la victoria.
Azita fue perseguida, fue acosada, pero no fue vencida. Tuvo que pagar a su marido por su libertad y por la de sus cuatro hijas. Ahora vive exiliada. Consiguió salir de su prisión con sus cuatro soles. Y ahora levanta su voz, con valentía, con orgullo, contando el sufrimiento por el que pasan muchas mujeres en Afganistán.
Después de visitar la exposición Mujeres en Afganistán, desempolvé los versos de la poeta de Al-Andalus Wallada Ibn al-Mustafki, hija del califa de Córdoba, hermosa como la miel y siempre libre, Nunca quiso casarse; aunque conoció la fuerza del amor y los desengaños. Cuenta la leyenda que en la parte de su manto que caía sobre el hombro derecho llevaba bordados estos versos:
Estoy hecha por Dios para la Gloria
y sigo orgullosa por mi propio camino
Y sobre el hombro izquierdo podían leerse estas palabras escritas:
Doy mi poder a mi amante sobre mi mejilla
y mis versos ofrezco a quien los desea.
Wallada nunca contrajo matrimonio. Con su dote, heredada de su padre, el califa, cuentan que compró su libertad escapando de la confinación que guardaba a la mujer dentro, y sólo dentro, de la vida privada de los hombres. El mito de Wallada se ha impuesto sobre su poesía, luz blanca y hermosa, pero al escucharla sentimos que la libertad de todas esas mujeres afganas que viven en la oscuridad y la miseria puede ganarse con la lucha de mujeres como Azita Rafaat y Mónica Bernabé.
Sabes que soy la luna de los cielos
luz blanca y hermosa
Pero para tu desgracia, has preferido la oscuridad y la miseria
sumérgete en el pozo negro de las cloacas,
porque nunca entrarás de nuevo en mi paraíso.
Y esperamos con ansia que llegue ese día en que todas las mujeres afganas levanten su voz y puedan gritar, como Wallada, sin miedo:
Nosotras también estamos hechas por Dios para la Gloria
y seguimos orgullosas por nuestro propio camino.
Gracias Azita, por tu valor y por dejar que tus palabras vivan impresas en nuestro modesto Periódico Tierra; y gracias, Mónica, también por tu valor y por tu hospitalaria presencia durante tanto tiempo en tierras afganas, donde te cruzabas con nosotros siempre con una sonrisa.
La exposición Mujeres en Afganistán está en el Conde Duque hasta el 24 de noviembre; con textos de Mónica Bernabé y fotografías de Gervasio Sanchez; alguien que también ha vivido muchas batallas. La entrevista con Azita y el reportaje fotográfico realizado por Ángel Manrique y del que estas fotos son una muestra saldrán en el número de noviembre del Periódico Tierra: Palabras, corazón, vida y valor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario