Gamoneda
es de esos poetas que te llevan del frío al fuego sin que sea posible un
seguimiento pasivo del texto, que es lo que suele desear todo lector para rodar
sin esfuerzo por la lectura. Aquél que pretenda leer de esa forma con Antonio
Gamoneda, que suelte rápido sus versos y agarre uno de esos libros de consumo
que tanto se venden hoy en día y se dedique a pasar un buen rato; porque con
Gamoneda uno puede terminar por no saber quién es o por no estar seguro de quien
realmente era, y eso sencillamente es muy peligroso:
Quizá
soy transparente y ya estoy solo sin saberlo. En cual-
-quier
caso ya
la
única sabiduría es el olvido.
¿Sabían
ustedes que eran transparentes o que estaban más solos de lo que creían? Pues es
la pura verdad; y yo lo siento, pero acaban de entrar en la poesía de Gamoneda
y de estas garras de León, no les va a ser fácil escapar.
vieron
las huellas de los animales concebidos en el llanto y las
agujas
que atraviesan los sueños.
Sí,
porque con los años vas hacia lo invisible
y
sabes que es real lo que no existe
y
retienes vagamente tus causas y tus sueños.
Así
es la edad de hierrro en la garganta. Ya
todo
es incomprensible. Sin embargo,
amas
cuanto has perdido.
Lo
mismo cantaba, pues todos los poetas terminan tocándose, Serrat, al que durante
un tiempo perseguí desde Lérida a La Argónida: No hay nada más bello que lo
que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí.
Con
Gamoneda arden las pérdidas, pero arden por dentro, localizando los íntimos
dolores que todos llevamos bajo la piel mientras portamos una sonrisa colgada
de los labios para que nadie se dé cuenta de que somos iguales a ellos; y que
nuestro corazón, cuando cerramos la puerta de casa o nos acurrucamos durante la
noche bajo las mantas y con los ojos cerrados, ha vivido parecidas infamias o
semejantes daños:
Mi
juventud fue conducida por relámpagos tecnificados
Más
allá de las flores en su hábito en llamas. Vi, en habita-
ciones
abandonadas, grietas por las que asomaban su cabe-
za
los reptiles del llanto.
Juventud,
tecnificación, lejos de la naturaleza, solos en una habitación;
¿ha definido el poeta, con cuatro retazos, la juventud? Tendremos que darle
la vuelta a esos versos y que a mi juventud no la conduzcan sólo los relámpagos
tecnificados, ni que el campo, las flores, las montañas, los ríos estén más
allá, lejos de nosotros y en llamas, ni que nuestra habitación parezca
abandonada y agrietada por la soledad.
Por
entonces se levantaron
en
mí las grandes, las inútiles preguntas. Tuve miedo ante
la
quietud de las cortinas maternas.
Cuando
todo en nuestra casa parece sin movimiento e inmutable, y la quietud es el
principal argumento de las cortinas de la casa, es el momento en nuestra juventud
de separarlas, abrir las ventanas y echar a volar. Lo más recomendable es no
hacerlo sólo, que desde dentro te ayuden; pero tarde o temprano hay que
hacerlo, la dificultad es acertar con el tiempo y la forma, que no siempre se
adaptan a nuestras necesidades.
argumento
consistía en el dolor.
No sólo otra vida, seguro que
hemos soñado mil vidas diferentes, que también forman parte de nuestra realidad;
porque no hay nadie que no haya imaginado cómo hubiera sido su vida si hubiese
elegido de forma diferente: otras profesiones, otros lugares para vivir, otros
amores que hubiesen salido bien, en definitiva otras existencias…, otras mil
vidas que pudimos tener.
Siempre me consolé pensando que
Wittgenstein tenía razón y que esas vidas que no tuve, también, forman parte de
mí, porque como él escribe en su Tractatus: la totalidad de los hechos
existentes conforma el mundo...; y la totalidad de los hechos existentes junto
con la totalidad de los hechos inexistentes es la realidad.
Hube
de calcular el valor de la bisutería negra
recibida
de amantes desconocidos y, un día, se manifestó la
melancolía
cableada desde el corazón al intestino.
Es
la definición, en palabras de Gamoneda de eso que llamamos nostalgia, que
normalmente aparece cuando nos damos cuenta del valor de las cosas perdidas, ya
tuvieran en el pasado el color blanco o el negro, y que los poetas llamaron el
spleen, con Baudelaire y los románticos a la cabeza.
No
hay ya más que rostros invisibles.
me
extenuado inútilmente
en
los recuerdos y en las sombras.
El
pasado, lo justo. No sea que se adueñe de ti y en vez de ser una ayuda en tu
vida sea un muy pesado lastre, que te impida vivir todo eso que pasa, mientras
sólo piensas en el futuro. Aunque no hace falta correr porque el final es para
todos el mismo y como dice Gamoneda: Así es la vejez: claridad sin
descanso.
Tengo
que volver a León con el libro capital de Gamoneda en las manos el Libro
del Frío, y también con el primer libro que leí de él, Arden las
Pérdidas, para andar del frío al fuego como sólo son capaces de hacerlo
los poetas para que no seamos conducidos únicamente por relámpagos tecnificados,
ni vivamos solos en habitaciones abandonadas, ni alejados de las flores.
Porque
tarde o temprano,
Arden
las pérdidas. Ya ardían
en
la cabeza de mi madre. Antes
ardió
la verdad y ardió
también
mi pensamiento. Ahora
mi
pasión es la indiferencia.
Adusta
tierra leonesa, aún nieva, creo en la desaparición creo en la ira.
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