¡Atreveos! Olvidad lo que habéis heredado, lo que
aprendisteis por boca de vuestros padres, los usos y las leyes, los nombres de
los antiguos dioses, olvidadlo y, audaces, posad la mirada sobre la naturaleza
divina.
Hölderlin, La Muerte
de Empédocles
No
se puede ignorar que no tiene que ser fácil buscar la esencia de la poesía, y aunque
imagino que debe de haber infinitos caminos para llegar a ella, lo preferible
es empezar esa búsqueda de la manera más sencilla: ¡que nos lleven otros!, que
es lo mejor que pueden hacer los poetas y los filósofos por nosotros.
Como
tenía que escoger un poeta que me llevara desde el origen a su esencia, puse mis
ojos en Hölderlin. Debo decir que esa elección no me costó mucho, pues de
manera fortuita cayó en mis manos la conferencia que Martin Heiddeger, que no
necesita presentación, dictó en Roma el 2 de abril de 1936 y que se titulaba Hölderlin
y la Esencia de la Poesía:
¿Por
qué, al proponernos mostrar la esencia de la poesía, hemos elegido la obra de
Hölderlin? ¡Por qué no a Homero o a Sófocles, por qué no a Virgilio o a Dante,
por qué no a Shakespeare o a Goethe? Que en las obras de estos poetas se
realiza, en su realidad de verdad, la esencia de la poesía, y aun con mayor riqueza
que en la de Hölderlin, tan prematura, tan bruscamente interrumpida,
escribe o, mejor dicho, dicta Heidegger.
Mal
empezamos, me dije, pero el filósofo alemán debe de tener alguna razón, aparte
de su coincidente nacionalidad, para haberlo elegido y llevarme hasta
Hölderlin, quien en una carta a su madre en enero de 1799 llama al hacer
poesía: << esta tarea, de entre
todas la más inocente >> ¿La más inocente, si uno levanta la vista desde
Homero y parece que no hay papel que no esté teñido de sangre o de engaño?
Sí,
pero aclara Heidegger, también escribe Hölderlin, en una fecha cercana a la de
la carta a su madre: cuanto el Hombre es más Hombre interior / más solícito
anda de guardar el espíritu, cual la sacerdotisa la llama divina. Y en esto
consiste su inteligencia. Y es por esto que tiene albedrío / y se le ha dado a
él semejante a los dioses, poder superior para ordenar y ejecutar, y por eso
también se le dio al Hombre el más peligroso de los dones, la Palabra. Ya
me quedo más tranquilo, de acuerdo que la palabra es el más peligroso de los
dones, porque si algo aprendemos en el camino de la vida es que casi siempre
los mayores peligros llegan desde y por el lenguaje.
No
ha sido mala elección, pienso al cabo, Johann-Christian Friedrich Hölderlin, el
fundador de la “Liga de los Poetas”, el enamorado de Diótima, el que firmaba, humildemente
Scardanelli, cuando anduvo treinta siete años preso de la locura en una
habitación sobre el río Neckar bajo los cuidados del maestro carpintero, Ernst
Zimmer, que lo atendió hasta el final, al loco de Hölderlin, sólo por su bello y
maravilloso espíritu; y que prometió a Isaac von Sinclair, amigo del poeta y
que ya lo había ingresado en la clínica del doctor Authenrietch en Tübinguen
sin atisbo alguno de posible recuperación, que lo trataría mejor y con más
afecto que nadie.
¿Por qué hizo eso el maestro carpintero? ¿Por qué cuidó en su casa de un loco durante treinta y siete años? Puede que, como yo, estuviera buscando la esencia de la poesía, sólo que él escogió el camino más difícil. Yo esperé y lo vi venir/ y lo que vi, lo sagrado, que sea mi palabra.
¿Por qué hizo eso el maestro carpintero? ¿Por qué cuidó en su casa de un loco durante treinta y siete años? Puede que, como yo, estuviera buscando la esencia de la poesía, sólo que él escogió el camino más difícil. Yo esperé y lo vi venir/ y lo que vi, lo sagrado, que sea mi palabra.
Ahora
todo el mundo conoce a Zimmer, el carpintero que cuida de ese loco Hölderlin
que al presente se hace llamar Scardanelli:
A
Zimmer
Un
hombre, pienso, cuando es bueno
Y
sabio, ¿qué más precisa?¿Hay algo
Que
baste a un alma? ¿Ha crecido
Sobre
la tierra algún cálamo, algún
Sarmiento
en sazón que pueda alimentarlo? Tal es el sentido.
Un
amigo es a menudo la amante, y más
El
arte. Oh amadísimo, a ti te digo la verdad.
Tuyo
es el genio de Dédalo y del bosque.
El
escritor Gustav Kühne después de visitar al carpintero Zimmer y charlar con él,
no parece que le otorgue un gran amor por la poesía y por el conocimiento. En
una transcripción de una visita que le hizo en el año 1836 escribe lo que
contesta el carpintero a sus preguntas: esos malditos libros, todo el día
abiertos sobre la mesa, y cuando está solo, desde por la mañana hasta por la
tarde se lee a sí mismo pasajes en voz alta declamando como un actor, con aires
de querer conquistar el mundo. Bueno, una vez cumplidos los treinta el
amor no trastorna la cabeza. La causa de todo es su manía de saber y no la dama
de Frankfurt…. ¡Qué sería de un romántico sin el amor!
Si
fuera verdad esta conversación que transcribe Gustav Kühne, el carpintero
Zimmer que cuidaba del poeta loco Hölderlin (¡Dioses borrados! Y también
vosotros, / los del presente, más reales que antaño. / Pasó vuestro tiempo) no
andaba buscando la esencia de la poesía, ¿acaso era sólo un acto de caridad?,
¿o peor aún un negocio?
No,
seguro que no, treinta siete años cuidando de un loco que nada, salvo los
versos, tenían que ver con él, es demasiado tiempo.
Yo
me quedo con la frase que Juan Gelman, el poeta argentino, pronunció cuando fue
a visitar la casa de Ernst Zimmer y la torre en la que, encerrado en su locura,
vivió el poeta Hölderlin: lo que hizo el carpintero Zimmer con Hölderlin es
uno de esos actos que redimen al ser humano. Es por eso, creo yo, que el
maestro carpintero andaba, como Heidegger, García Bacca, Txaro Santero, José
María Álvarez, Carmen Bravo-Villasante, Federico Gorbea, Alfredo Llorente,
Peter Szondi o yo mismo, buscando la esencia de la poesía; pero él eligió el
camino más difícil, ir de la mano del loco Scardanelli, humildemente:
Amistad
Cuando
conócense los hombres por su valor interno
Pueden
con alegría llamarse amigos,
Pues
la vida es algo ya tan sabido para ellos
Que
sólo el Espíritu más alta encontrarla pueden.
El
Espíritu noble no es a la amistad ajeno,
Los
hombres gustan de las armonías
Y
a la confianza se sienten inclinados, viviendo para conocer.
También
a la Humanidad esto le fue otorgado.
Siempre
que sepamos como escribe Hórdelin en La
Muerte de Empédocles, que cuando el espíritu se inflame en la luz celeste…
entonces os daréis las manos de nuevo, mantendréis la palabra y os repartiréis
el bien común… todos serán iguales, descansará la vida en justas órdenes y
vuestra unión confirmará la ley. Entonces, ¡oh genios de la naturaleza mudable,
el pueblo libre os invitará a su fiesta! ¡Sed hospitalarios y piadosos, pues
sólo cuando aman son buenos los mortales!
Entre
tanto, sigamos leyendo a Hölderlin a ver si podemos encontrar la esencia de la
poesía. No hay que desesperar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario