Siempre que viajo a cualquier parte del mundo procuro buscar los rastros que la Antigüedad ha dejado en este futuro que estamos viviendo hoy. Porque siempre he creído a pies juntillas las teorías de los humanistas que entienden que en la Antigüedad Clásica viven todas las posibles respuestas a cualquier pregunta que puede hacerse un ser humano. De ahí, la necesidad de la infinita memoria, de las palabras de los padres de nuestros padres; del alfabeto, ese arma que consiguió igualar a escribas y gente llana por la simplicidad de su utilización; y por eso, la necesidad de guardar en la memoria de aedos, juglares y bardos todas las historias pasadas donde los clásicos escribieron su pasado, su presente y nuestro futuro.
— Ah, tú me preguntas por Ὅμηρος — me dice Lykos.
— Eso, Homero — le respondo yo.
— No es esa palabra tan rara que pronuncias tú — me dice Lykos —, sino Ὅμηρος.
Está claro, que no voy a discutir con un ateniense, proveniente de setenta generaciones atrás viviendo en la Hélade, cómo se pronuncia Homero en griego, aunque yo también sea hijo de ese mismo aedo ciego.
—Mira, Norberto – hay diferentes teorías alrededor de su nombre. La primera teoría viene del hecho de que fue hecho prisionero por los Κολοφωνίων (Kolophonion) en su juventud durante la guerra contra Izmir (actual Σμύρνη, Esmirna), porque el significado literal de la palabra όμηρος es rehén.
No me atrevo a interrumpirle no sea que Homero y yo, perdón Ὅμηρος y yo, lo agobiemos.
— Hay otra teoría que toma la raíz literal del nombre, porque en el dialecto eólico la palabra όμηρος es sinónimo de ciego; pues a menudo, cuando se violaban los tratados de intercambio de rehenes entre ciudades, cegaban a sus prisioneros. De acuerdo a otra tercera versión la palabra puede haber sido usada en el sentido de ὁμοῦ ἀραρίσκω (compañero, compañía) proveniente de las palabras «Ομού» y «Αραρείν» o «Αραρίρσκω» que significa "unirse", ya que el prisionero solía recibir una garantía para ejecutar un acuerdo o tratado.
Lykos continúa hablando:
— Hay otra teoría básica que dice que su nombre provenía de la frase μη οράν (el que no ve) porque en algún momento Homero fue cegado, perdiendo por este motivo su nombre de nacimiento Μελησιγένης ya que él nació cerca del río Μέλητα (Melita) en Izmir, Σμύρνη (Esmirna) debido a una mala evolución de la palabra μηοράν que evolucionó a Ὅμηρος.
Lykos, me dice que puedo preguntarle cualquier cosa, pero que él apenas sabe de Homero. Yo le contesto diciendo que no es lo importante lo que él sabe, sino lo que sabían sus ascendientes. Uno no encuentra todos los días a Homero andando por Bamako.
Si alguien me llega a contar que en Bamako iba a hablar con un ateniense sobre Homero, allá en la paillotte durante los minutos de descanso, no lo hubiera creído. Pero he ahí el poder de los clásicos que no hay lugar de la Tierra que no hayan hollado.
Con la ayuda del dios del viento, hace cinco mil años, Gilgamesh mata al gigante Humbaba y el bosque de los cedros se queda sin guardián, se queda sin futuro, porque dos hombres civilizados que vienen de la ciudad más grande y adelantada del mundo han hundido sus hachas en su garganta y han cortado su cabeza. El mito del progreso contra la naturaleza, me imaginé. En todos esos meses terminé adorando esa tierra libanesa; país que recorrí de arriba a abajo, con un cedro como bandera, atravesando fuertes y fronteras, y me entristecí por la muerte de Humbaba y porque apenas vi cedros, sólo guerra y una naturaleza quemada cuyo fuego se inició en el libro más antiguo del mundo.
Con la música del río Hasbani, como fondo, leí varias veces otro clásico, el Poema de Gilgamesh, y cómo éste venció junto a Enkido al gigante que guardaba el bosque de los cedros, el guardián de la Naturaleza:
«Al escuchar a su amigo que lo animaba, volvió en sí Gilgamesh; entonces lanzó un alarido, alzó su enorme hacha, la blandió y la hundió en el cuello de Humbaba. Manó la sangre de nuevo, otra vez el hacha golpeó la carne y el hueso, el monstruo se tambaleó quedaron sus ojos en blanco; y al tercer golpe del hacha se desmoronó como un cedro y se derrumbó en el suelo. Su último estertor conmovió las montañas del Líbano, inundó los valles con su sangre, retumbó el bosque hasta el límite de sus árboles. Entonces los dos amigos lo abrieron, extrajeron sus intestinos, cortaron su cabeza de dientes afilados como dagas y de horribles ojos rojos de fija mirada; y entonces cayó una suave lluvia sobre las montañas, cayó una suave lluvia sobre las montañas».
Las montañas del Líbano empezaron a llorar porque el bosque de los cedros se había quedado sin su guardián, sin su monstruo. Yo hubiese deseado que Humbaba hubiera vencido, y que los dos héroes civilizados no hubieran podido contra el guardián del bosque; pero está claro que los Clásicos se equivocan en poco; sobre todo, cuando miran al futuro.
De Bosnia, a Líbano, Turquía, Siria, Iraq, Afganistán o Mali no hay un lugar del mundo en el que un Clásico no haya estado antes que cualquiera de nosotros; porque, como bien saben los humanistas, en la antigüedad clásica están todas las preguntas y todas las respuestas del ser humano, por eso siempre tenemos que volver a ellos.
Me quedo en Mali con sus cuentos hermosos y sus manuscritos.
(...en las antípodas del cliché de un guerrero, más herramientas que armas se advierten en tus manos; quizás con la culata pueda buscarse agua para otros en una desolada llanura, quizás se apunte a las estrellas para cobrar la pieza de la luz que ilumine y caliente. Yo aprendo humildad y respeto. Y sé que todas las manos son útiles para amasar pan, y todos los alfabetos trenzan en sus lenguajes una única túnica que abriga, un ámbito donde crecer. Me asomo a la ventana para verte cruzar. Reconozco tus huellas y digo para mí: "hacia donde este hombre camina, seguro que hay una hoguera y alrededor de ella gente que aguarda, aún, lo mejor de su vida".
ResponderEliminarMucha tu generosidad de poeta, Federico. Gratitud infinita por tus palabras; y orgulloso de poder pasear contigo por ese Jardín que habitas y donde mantienes la hoguera de la vida.
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