sábado, 22 de enero de 2022

LUIS ROSALES, A QUIEN YO DEBO TANTO

Y el lento saber que nadie vuelve la espalda al sufrimiento si ha elegido vivir…


Diario, 18 de abril de 1994

No hay ninguna luna y no se oye ni el ruido de la noche por la calle.
No hay un alma, y hay mucho silencio: Eso no es buena señal.
Hemos quedado en la puerta del hotel Ero.
Traemos un camión frigorífico que no enfría: «Todo va a echarse a perder, tenéis que llevar los alimentos rápido a Mostar», nos han dicho.
Y aquí estamos. En la puerta del hotel Ero, en cuyos sótanos tiene las cámaras frigoríficas el batallón español.
En la puerta del hotel Ero, destrozado por la guerra, espero a que me abran dos soldados del HAVEO que vigilan desde dentro.
Con una linterna de pobre luz amarilla se acercan. Me dicen que me dé la vuelta y que me vaya.
No tienen ninguna intención de abrir. Creo que no me han entendido.
Hay veces en que no debería de haber tanta noche, y tanta oscuridad. Sin duda es una noche oscura.

En la calle, dentro de un viejo coche, en cuyo cristal, a rotulador, pone en inglés la palabra prensa, PRESS, pasa la noche un hombre a la puerta del hotel. Con su primer instinto, con nuestra presencia, se agazapa, no se mueve. Mira de reojo y se le nota el miedo; veo su miedo; pero es que llegar hasta aquí tan sólo con una cámara de fotos no ha sido una buena idea.

Hay demasiada noche y silencio derramados.

Seguimos en la calle, esperando.

—No llegan le digo a Paco. — Pero si hemos quedado en la puerta del hotel Ero.

Los soldados del HAVEO repiten con gestos destemplados que no nos abren y que nos larguemos. Enfrente hay un edificio destruido, tan destruido que al primer vistazo he pensado que dentro no hay vida. Se oyen ruidos, parece que dentro se mueve gente. Demasiada noche, tal vez.

Una vela se enciende y luego otra, me pongo detrás del árbol que está justo delante de la puerta principal del hotel Ero mirando las sombras que provocan las llamas de la velas que acaban de encenderse. Pero al ver la luz me quedo más tranquilo, porque he aprendido que el miedo suele vivir en la oscuridad y no entre luces; y ya se distinguen dos velas encendidas. La Casa está Encendida.

Los vehículos los hemos apostado una calle más abajo.

Paco y yo estamos todavía en la puerta del hotel Ero; esperando. Por si acaso, nos colocamos tras los árboles. Pero La Casa Está Encendida y pienso que no hay nada que temer.

De pronto, a mi memoria viene Luis Rosales a quien yo le debía tanto aquellos días:

Miré hacia arriba,

Vi una ventana encendida,

Luego otra y otra,

Vi todas y dije:

Gracias, Dios mío, la casa está encendida.

Tenues luces amarillas pintan el paisaje a nuestra espalda. Seguimos esperando a la puerta del hotel Ero y nada sucede, porque la casa está encendida; y yo estaba equivocado. En ese momento hago las paces con Luis Rosales, que debe andar ahora con Federico escribiendo versos en el aire y en las nubes.

Mañana voy a pedir que me envíen por estafeta dos libros: La Casa Encendida y El Contenido del Corazón.

Fin de las anotaciones del Diario el día 18 de abril de 1994

Cuando uno vive en un lugar donde el dolor es compañero cotidiano e inseparable de la gente, posiblemente no necesite teórica alguna sobre el dolor; al igual que el que se está ahogando no necesita revelación alguna acerca del agua; sino que lo saquen de ella; pero los poetas siempre llegan más allá de lo posible y lo imposible, abren puertas que sin ellos siempre estarían cerradas y nos enseñan que la realidad está llena de contradicciones, de sueños y de pesadillas. 

Y allí, había no pocas pesadillas: el Trosky había estado en algún que otro intercambio de muertos entre las partes combatientes, como si fueran simples cromos: estaba fuera de toda razón que hasta los muertos siguieran sufriendo tras la muerte, pero no eran por aquellos lares normas de conducta la razón y la misericordia; se utilizaba la violación como arma de guerra; la religión y el alfabeto se convirtieron en banderas con colores irreconciliables y todos creyeron que la limpieza étnica era una forma de victoria en vez de una tendencia suicida.

Todos, todos, todos, se embarcaron en el viaje al dolor sin haber leído una sola línea de Luis Rosales; y nos embarcaron también a los que por allí andábamos; y ésa era una carencia insoportable en aquel lugar y en aquel tiempo:  

El dolor es un largo viaje,

es un largo viaje que nos acerca siempre,

que nos conduce siempre hacia el país donde todos los hombres son iguales,

lo mismo que la palabra de Dios, su acontecer no tiene nacimiento, sino revelación,

lo mismo que la palabra de Dios, nos hace de madera para quemarnos,

lo mismo que la palabra de Dios, corta los pies del rico para igualarnos en su presencia,

y yo quiero deciros que el dolor es un don,

porque nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo hombre.

Todo llega en la vida por sus pasos contados,

la primavera y el verano, la ignorancia y la lluvia,

porque no hay nada gratuito,

no hay alegría, por pequeña que sea,

que no tenga que conseguirse

como la hormiga testaruda lleva su carga tronco arriba;

no hay alegría, por importante que nos parezca,

que no termine convirtiéndose en ceniza o en llaga,

pero el dolor es como un don,

nadie puede evitarlo,

las esperanzas, el amor, el dinero,

todos los bienes terrenales,

siempre están contenidos por él y son igual que pájaros que vuelan sobre el mar,

y son igual que pájaros,

por más y más que vuelen nunca se apartan de su fin.

Dejamos nuestra carga, en los sótanos del hotel Ero, que guardaba, como un tesoro, los únicos frigoríficos que funcionaban de todo Mostar, y nos fuimos a dormir al destacamento de Mostar Oeste.

Antes de dormir quise escribir un poco y leer; no mucho porque el exceso de linterna en la lectura termina quemando la vista, aparte de molestar a quienes ya quieren empezar a descansar: En la carretera y en el bulevard hemos tenido que parar tres veces para salvar dos alambradas y una pequeña barricada. Dos zapadores, se han adelantado y nos han pedido que nos quedásemos atrás, detrás de dos blindados que nos han escoltado, porque ellos iban a inspeccionarlas. Los veo agachados, con sus linternas y oímos sus voces. Los contendientes se han aficionado, nos dicen, a anclar con explosivos las barricadas. Una alegría más, que este sitio está lleno de ellas… Escribo un poco más y al rato me quedo dormido.

Porque todo es igual y tú lo sabes

has llegado a tu casa y has cerrado la puerta

con ese mismo gesto con que se tira un día,

con que se quita la hoja atrasada del calendario

cuando todo es igual y tú lo sabes.

has llegado a tu casa,

y, al entrar,

has sentido la extrañeza de tus pasos

que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras,

y encendiste la luz para volver a comprobar

que todas las cosas están exactamente colocadas, como estarán dentro de un año,

y después,

te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida,

y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas,

y te has sentido solo,

humanamente solo,

definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.

Definitivamente, he hecho las paces con Luis Rosales y estoy de acuerdo con él en que la felicidad no nos enseña nada; sin embargo, con cada  dolor hay un nuevo alumbramiento, un acercamiento a la verdad. Esa misma raíz la hallé un poco después en Muñoz Molina cuando escribe que los efectos del amor o de la ternura son fugaces, pero los del error, no se acaban nunca, como una cavernícola enfermedad sin remedio. Sí, señor, sólo el dolor enseña, sólo la felicidad es fugaz, sólo los errores nos persiguen, sólo con las derrotas parece que juegan la memoria y el pasado. Pero tampoco hay que desanimarse porque con el azar y la ventura también juegan los dioses y nosotros jugamos con nuestra voluntad; aunque siempre conviene estar preparados.

Sí, definitivamente hice las paces con Luis Rosales:

AUTOBIOGRAFÍA

Como el náufrago metódico que contase las olas

que le bastan para morir,

y las contase, y las volviese a contar, para evitar

errores, hasta la última,

hasta aquella que tiene la estatura de un niño

y le besa y le cubre la frente,

así he vivido yo con una vaga prudencia de

caballo de cartón en el baño,

sabiendo que jamás me he equivocado en nada

sino en las cosas que yo más quería.

A mí me ha pasado igual, como todos, jamás me he equivocado en nada sino en las cosas que yo más quería.

Si quieren leer poesía de la buena, agarren, no lo duden, la poesía de Luis Rosales. Yo tengo devoción, por motivos personales, ya lo saben, a La Casa Encendida y a El Contenido del Corazón, alguno de cuyos versos están esparcidos por este artículo.

Las fotos son de Mostar. Las dos primeras corresponden al hotel Ero en aquellos días, la puerta principal y la parte de atrás. En esos años el pensamiento, la razón, el sentido común y la libertad habían huido de aquellas calles. Volví a verlos por allí ocho años después, pensando que todo dolor es individual, que no hay dolores colectivos; sino que hay culpas colectivas y ése es el motivo de que la Historia se repita tanto. Pero que no se nos olvide que nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo hombre.









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