Por eso, para la salud mental, siempre es bueno que un escritor se marque, de vez en cuando, un León Bloy, publicando aquello en lo que de verdad cree, sin tener en cuenta a ese público, que puede colocarlo en un lugar olimpiaco entre los más vendidos; ni a los editores, que le recomendarán no restañar viejas heridas ni antiguos temas que no van con los tiempos; ni levantar ampollas entre los amigos de la hipocresía; y lo correcto a la luz, y lo incorrecto a las sombras; ni tener en cuenta a los otros escritores que no paran de sobarse las espaldas unos a otros comentando entre ellos esos libros que ni siquiera han leído.
En resumen, si te marcas un León Bloy muy a menudo, no tendrás nunca dinero para comer ni calentarte, perderás todos los amigos, nadie llamará a tu puerta; salvo locos como tú, que multiplicarán tu pobreza; eso sí, alejada de toda hipocresía. Tal vez sea un buen deporte para el alma, pero será un mal destino para el cuerpo. Anoche, un millonario cretino, que nunca socorrió a nadie, ha perdido mil luises en el círculo, en el mismo momento en que cuarenta pobres chicas, a las que este dinero hubiese salvado, caían hambrientas en el torbellino de la prostitución; y la deliciosa vizcondesa, a la que todo París conoce muy bien, ha exhibido sus pechos más auténticos, con un vestido color de la cuarta luna de Júpiter, cuyo precio habría alimentado durante un mes a ochenta ancianos y ciento veinte niños.
Si te marcas un León Bloy debes creer en la pobreza, pero para creer hay que ser uno de ellos, para creer hay que vivir en el antiguo Cristo. Debes creer en la defensa del ultra-catolicismo, aquel que vivía la Edad Media, que no era tan obscura como nos quieren pintar. Debes dejar de lado la hipocresía, no puedes llenarte la boca de sentencias sublimes igualitarias y comunistas y andar con posesiones inmobiliarias y con grasientos sueldos; como aquellos a los que quieres combatir a pesar de todas las charlatanerías machaconas y de todas las exhortaciones sucias— una bofetada absoluta sobre la faz de la Justicia, y en las almas desposeídas de la esperanza de una vida futura, una necesidad creciente de triturar al género humano. Solamente, ¡desconfiad!... Guardamos el fuego, suplicándoos que no os sorprendáis demasiado con un guisado cercano.
Son las cuatro de la madrugada cuando escribo estas letras, será mejor que me ponga un whisky y baje un poco la calefacción, ya hace calor aquí dentro. La verdad es que he pasado una bonita noche con los amigos, un par de horas en la biblioteca y, antes, tarde de cine. Mi amigos escritores me han recomendado que no escriba con tanto realismo del dolor en mi próxima novela; les haré caso. Mi familia duerme tranquila. Hemos pagado el alquiler sin problemas; no quiero tener problemas; aún sabiendo que un ejército de esclavos trabaja para mí, para que yo esté así, en las tinieblas, a la manera de esos condenados que escarban el suelo en el fondo de los pozos negros de Bélgica o de Inglaterra.
Aunque, algún día me marcaré un León Bloy y todo el mundo sabrá, de verdad, lo que pienso y desdichadamente para mi suerte y venturosamente, para el arte de la retórica, me haré, Borges, un especialista de la injuria, porque algún día, roído por la necesidad de la Justicia, como por un dragón hambriento después del Diluvio, mi cólera será la efervescencia de mi piedad.
Pero, esta noche me acurrucaré entre las mantas que afuera debe de hacer mucho frío. Voy a dejar el marcarme un León Bloy para otro día.
Ese día, avísame, ya seremos dos...
ResponderEliminarSaludos..
Claro, Emilio. Allá donde nos pille.
ResponderEliminarFuerte abrazo.