domingo, 14 de abril de 2013

ESCRITO ESTÁ EN TU ALMA, GARCILASO


Entré al servicio de mi señor Gacilasso, a la edad de catorce años, porque su madre, doña Sancha de Guzmán, señora de Batres, se apiadó de mi reciente orfandad y la ablandó su aprecio hacia la mujer que me dio el ser, lavandera en el castillo. En mis primeros catorce años no había dado un paso fuera de esa noblísima villa, pero de la mano de mi señor no iba a dejar lugar del Mediterráneo sin hollar ni guerra sin conocer.

Llegué a Toledo con una carta en la mano en la que doña Sancha de Guzmán me ponía al servicio de su hijo. Subí la cuesta de San Servando, buscando su castillo, que ya había resguardado entre sus murallas al mismísimo Cid, y me preguntaba cómo sería aquel, mi señor, García Lasso de la Vega.
En Batres, yo había oído hablar de sus nobles prendas, su florido ingenio, su valor militar y su buen gusto para la poesía y las humanidades. Mi señor apenas levantó la vista para mirarme. Indicó a un criado que me atendiera y continuó escribiendo sus versos:

Así paso la vida, acrecentando
materia de dolor a mis sentidos,
como si la que tengo no bastase.

Yo estoy aquí tendido,
mostrándoos de mi muerte las señales,
y vos viviendo sólo de mis males.

Cuando entré a su servicio ya estaba casado con doña Elena de Zúñiga, dama de Leonor de Austria, por orden del Emperador y en ese mismo año lo acompañé a Granada para las bodas del Rey Carlos con la infanta Isabel de Portugal. Allí descubrió la joya más hermosa que sus ojos habían visto jamás, doña Isabel de Freire, la portuguesa:

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;

cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.

Doña Isabel, espejo en su poesía, sin mostrar un pequeño sentimiento, deja llevar desconocida, al viento, el amor y la fe que al ser guardada eternamente sólo a él debiera. ¿Por qué siquiera, pues ve, desde su altura, esta falsa perjura causar la muerte de un estrecho amigo, no recibe del cielo algún castigo?
Doña Isabel, la portuguesa, la más bella mujer que vieron sus ojos, y los míos, terminó casándose con don Antonio de Fonseca, a quien mi señor, muerto de celos, llamaba en la Corte, el gordo. Siempre está en llanto esta ánima mezquina, cuando la sombra el mundo va cubriendo, o la luz se avecina. Salid, sin duelo, lágrimas corriendo.

No cabía más destino en nuestras alforjas que la guerra y la muerte, ¿qué otra salida hay para un soldado cuando lo cerca la infelicidad de esa manera? Yo no he conocido otra. Aunque he de reconocer que, después de tantas lides, a veces, mi señor Garcilasso aparentaba cansancio y desencanto por tantos lances guerreros, tantos destierros por banales razones, tanta ambición sin medida, tanta sangre derramada, que sus versos se desbocaban:

¿A quién ya de nosotros el exceso
de guerras, de peligros y destierro
no toca y no ha cansado el gran proceso?
¿Quién no vio esparcir su sangre al hierro
del enemigo?¿Quién no vio su vida
perder mil veces y escapar por yerro?
¿cuántos queda y quedará perdida
la casa, la mujer y la memoria,
y de otros la hacienda despendida!
¿Qué se saca de aquesto?¿Alguna gloria?
¿Algunos premios o agradecimientos?
Sabrálo quien leyere nuestra historia...

Desde que me puse al servicio de mi señor Garcilasso conocí la Corte de Toledo, culpa debe ser quereros, acompañamos a esa misma corte a Zaragoza y Barcelona, espiamos en Francia para la Corona Española, fuimos detenidos por orden del Emperador, nuestro Señor, a quien salven los siglos y la memoria, en Tolosa cuando nos dirigíamos a la defensa de Viena, sin más motivo que unos desposorios inadecuados, fuimos desterrados y confinados en una isla del Danubio por orden del Emperador, en fin al gran Danubio s´encomienda, por él suelta la rienda a su navío, iniciamos campaña contra los turcos y continuamos desterrados en Nápoles jugándonos la vida por el mismo Emperador que nos condenaba al destierro. Así se forjan los caballeros, en las luchas del corazón y en las guerras.

Embarcamos para Italia el 9 de marzo de 1529, año de Nuestro Señor. Dos días antes, mi señor Garcilasso firmó su testamento. Entre otros, fueron sus testigos don Juan Boscán y su hermano don Pedro Lasso de la Vega:

En la ciudad de Barcelona, veinticinco días del mes de julio año del nacimientos de Nuestro Salvador Jesús Cristo de mil y quinientos y veintinueve años, apareció presente Garcilaso de la Vega ante mí, Francisco de Barreda, escribano de sus Majestades y presentó esta escritura sellada y cerrada como está, la cual dijo que es escrita en dos hojas y media de papel y estaba firmada de su nombre, y lo de dentro contenido dijo que era su testamento y postrimera voluntad.

Una copia de ese documento la llevo siempre conmigo colgada del pecho en un portarrollos de cuero que mi señor Gracilasso, me ordenó que atara a mi cuerpo como si fuera un carcaj con flechas. "No lo abandones ni para dormir ni para lavarte". No indicaré qué apéndice dijo que me cortaría si lo perdía, pero sí diré que cuando he ido a portarme como un pequeño bribón, hasta ahora, ese apéndice me ha sido de bastante utilidad. En mi descargo puedo decir que también mi señor ha dado besos sin amar lo suficiente, y claro queda en su testamento cuando nombres ilegítimos aparecen a su sombra. También malas lenguas identificaron a la portuguesa, dueña de sus desvelos, como la mujer de su hermano, Beatriz de Sá. Todo pura infamia. Así se las gastan en la Corte de Toledo la envidia y la mala codicia.

En el portarrollos llevo su nombramiento de capitán, sus órdenes para llegar a Italia, sus canciones, sus sonetos y una composición que ha titulado con el nombre de Églogas.
A Isabel de Freire, a la portuguesa, a la mujer más bella que vieron sus ojos, y los míos, también la llevo dentro.
Doy las gracias a mi señor Garcilasso por haberme enseñado a leer y a escribir, no puede haber mejor maestro en el arte de las letras, estando sólo a su altura el señor don Juan Boscán. Toledo bien sabe de la amistad de entre estos dos mis señores, a los que ese tal Andrea Navagero convenció para escribir al itálico modo.

En Génova, antes de partir para Savona, escribió de su puño y letra a la luz de una lámpara de aceite las órdenes de la maniobra. "No se la entregues a nadie. A nadie más que al Príncipe".

La orden que el Príncipe ha dado en el caminar de la gente es que se desembarquen en Baya o en Sabona y de allí tomen el camino la vía de Alexandría y paren en medio de esta ciudad y de Alexandría, lo cual se pone luego en obra y yo me parto delante para tener previsto lo necesario en Sabona.
El capitán Sabajosa va a lo que el Príncipe y el Embajador escriben. La gente que viene según todos afirman es muy buena. Nuestro Señor la Serenísima persona de Vuestra Majestad guarde con acrecentamiento de nuevos Reinos y Señoríos. De Génova de XX de mayo 1536. S.C.C.M. Criado de Vuestra Serenísima Majestad - Garcilasso.

Salimos para Savona. Nos dirigíamos nada menos que a invadir Francia. Por lo visto hacía falta darle otro repaso a ese Francisco I, a cuyos desposorios asistió mi Señor Garcilasso en Illescas. Los príncipes son así; un día son casados y al siguiente andan guerreando unos contra otros. Aunque esa no es porfía de los vasallos que nada más tienen que hacer que la obediencia.

De Savona fuimos a Alejandría a reunirnos con el Emperador, Nuestra Majestad por los siglos de los siglos. Un mes tardamos en tomar Savigliano con no poca sangre derramada. Y de ahí, a invadir Francia, en donde llegó el desastre.

Mi señor Garcilasso perdió la vida escalando la torre de Muy, cerca de Frejus. Qu´el mortal velo y manto el alma cubren, mil cosas se t´encubren, que no bastan tus ojos que contrastan a mirallas.  Una pedrada lo alcanzó mientras con su espada y su rodela intentaba tomar aquella maldita torre donde andaban parapetados los franceses, hijos del demonio. Fue al asalto casi buscando la muerte. Ni que decir tiene que cuando tomamos la posición francesa pasamos a cuchillo en nombre de nuestro señor Garcilasso a todos los defensores. No negaré que pensé en mi malherido señor cuando descargaba mi vizcaína sobre sus tráqueas. Poco piadoso he de definir aquel acero, pero no merecían otro trato aquellos bastardos.

                                     

Acompañé a mi señor Garcilaso hasta Niza, adonde llegó moribundo. Era el decimotercer día del mes de octubre del año del nacimiento de Nuestro Salvador Jesuscristo de mil quinientos treinta y seis.

Mañana parto para Toledo. Voy a ver a su mujer, doña Elena de Zúñiga y ponerme a su servicio. Mi señora, doña Elena de Zúñiga, no sabe que sus últimas palabras fueron para Isabel, Isabel de Freire, la portuguesa.
Tal vez mi señor Garcilasso ande ya reuniéndose con ella, que se anticipó a mi señor en dos años al postrero encuentro con Dios, por un mal parto, en algún lugar que el Altísimo escoge en la Gloria para tales enamorados. No dijo el nombre de Elena, ni Catalina, ni Beatriz, ni Violante, ni Elvira, ni Guiomar, a quienes también conocí y mi señor trató. Dijo Isabel; Isabel, la portuguesa:

¡Oh hado secutivo en mis dolores,
cómo sentí tus leyes rigurosas!
Cortaste el árbol con manos dañosas
y esparciste por tierra fruta y flores.

En poco espacio yacen los amores,
y toda la esperanza de mis cosas,
tornados en cenizas desdeñosas
y sordas a mis quejas y clamores.

las lágrimas que en esta sepultura
se vierten hoy en día y se vertieron
recibe, aunque sin fruto allá te sean,

hasta que aquella eterna noche oscura
me cierre aquestos ojos que te vieron,
dejándome con otros que te vean.



La primera fotografía corresponde al castillo de Batres, de donde era señora la madre de Garcilaso; actualmente es propiedad privada y no puede visitarse. Yo creo que la poesía nunca puede ser privada, como dijo Vicente Aleixandre, el poeta, aunque parezca mentira, no escribe para sí mismo escribe para el mundo y hacia él declama sus versos. Ahora dedican el castillo a bodas y celebraciones. Cuando lo visité celebraban una boda. Parecía que estaba invitado todo el mundo menos la Poesía.

La segunda foto es de Toledo. Esa imagen puede verse desde la cuesta de San Servando y su castillo. En la cuesta de San Servando serví durante ocho años  y no está mal trabajar a diario con esa panorámica. La cuarta foto está tomada desde el Parador Nacional de Toledo. Los ojos se enclavaron en el tendido cuerpo que allí vieron.  

La tercera foto y la quinta están tomadas en Batres en la fuente donde según cuenta la leyenda se sentaba Garcilasso a leer y soñar, a los pies del arroyo del Sotillo. En medio del invierno está templada el agua dulce de esta clara fuente,  en el verano más que nieve helada, escribe el poeta en su segunda Égloga y, posiblemente, recordando aquella fuente clara. Cuando la visité estaba tomada por convidados que la habían convertido en un merendero; mesas de camping, bolsas de basura, botellas de refrescos, sillas de plástico y mucho ruido que agobiaban al murmullo del agua. No elegí una buena mañana. 


3 comentarios:

  1. No puedo evitar copiar parte, sólo parte, del testamento de Garcilaso. No sólo por sus obras son conocidas las personas, también por sus últimas voluntades, que normalmente se rigen, a diferencia de las voluntades diarias por diferentes vicisitudes:



    "Limosna para la cera del Santo Sacramento en mi perrocha de Santa Leocadia.

    Limosna que baste para casar huérfanas que sean perrochanas de Santa Leocadia: e si no uviere en esta perrocha ninguna casénse de Cuerva u de Batres las que faltaren de mi perrocha, u todas si no uviere ninguna.

    Limosna a personas pobres y necesitadas así hombres como mugeres en mi perrocha de Santa Leocadia: y estas personas an de ser de las que no lo piden, sino que conste que son necesitadas, la examinación de la qual e de las uérfanas que se casaren, para que todo lleve la orden que cumple a mi alma, rremítolo a las buenas conciencias de mis albaceas.

    Entiérrenme en San Pedro Mártir, en la capilla de mis agüelas, y si muriere pasado la mar, déxenme donde me enterraron.

    No conbiden a nadie para mis honrras ni aya sermón en ellas.

    Don Lorenço (era hijo ilegítimo de Garcilaso, su madre era Guiomar Carrillo, cuyos amores fueron prohibidos por el Príncipe y por ende, por sus propias familias), mi hijo sea sustentado en alguna buena universidad y aprenda ciencias de humanidad hasta que sepa bien en esta facultad, e después si tuviere inclinación a ser clérigo estudie Cánones, y si no dése a las Leyes, e siempre sea sustentado hasta que tenga alguna cosa de suyo.

    Las limosnas que aquí no van señaladas en la cantidad que se an de hazer, rremito a mi muger principalmente y a mis albaçeas conforme a la facultad de mi hazienda.

    Lo que a mi me deve el Rrey de mis gajes, poco más u menos, se verá por la rrazón de los libros del maestre de Cámara, y lo que aora hasta el día de la hecha me puede dever, poco más u menos, serán dozientos ducados. Garcilasso.

    Las deudas que yo tengo, las quales se an de pagar con mucha brevedad, son las siguientes:

    En un lugar de Navarra, a uno que se llamava Martín devo un rrocín que le tomaron los franceses por mi causa; esto se pague u conponiéndose con la Cruzada u haziéndose bien por su alma, u lo más seguro que a un buen letrado pareciere, el cual rrocin podía valer diez ducados.

    Hágase bien por el alma de Sazedo, un paje mmio que murió, en cantidad de ocho ducados, u si pareçiere mejor a un letrado dar estos dichos ducados a una hermana de Sazedo, dénsele, que Bive en Palma y fue criada de la condesa mi hermana: mas todavía se haga de alguna parte dellos algún sacrificio por su alma.

    Devo a doña Ysabel de Bracamonte sobre un diamante de doña Elena, dos ducados.

    Devo al maestrescuela de Toledo pasado u a quien por él lod uviere de aver, diez ducados que me prestó por una firma que dizen que es mi señora doña Sancha.

    Devo a la ciudad un marco de plata que lleué syn tener el oficio de rregimiento.

    Dévole más dos myl maravedís que llevé de un oficio que me cupo sin servirle ni dar quien lo sirviese.

    Devo a Juan de San Pedro, mercader difunto, II myll y tantos maravedís.

    A Juan de Madrid, barvero, denle quatro myll maravedís que me a servido algunos días sin dalle nada.

    A Carrillo, un paje que fue mío, denle tres mill maravedis que le soy en cargo. (Éste parece que es quien bien le sirvió...o no)

    Yo creo que soy en cargo a una moça de su honestidad. Llámase Elvira, pienso que es natural de la la Torre u del Almendral, lugares de Extremadura, a la cual conoçe don Francisco, mi hermano, u Bariana el alcayde que era de los Arcos u Parra su muger; éstos dirán quyeén es. Enbien allá una persona honesta y de buena conciencia que sepa della si yo le soy en el cargo sobredicho, y si yo le fuere en él, denle diez mil maravedís, y si fuese casada, téngase consideraçión con esta diligencia a lo que toca a su honrra y a su peligro.... "

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  2. Garcilaso es la estampa del caballero renacentista. Parece que ya no hay caballeros y poetas de ese tipo.

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    1. Garcilaso era un hombre de su tiempo. Era un hombre del siglo XVI que convivió con la esclavitud, que fue un soldado que guerreó por toda Europa defendiendo a un emperador, que fue noble, que conoció el amor sólo carnal, el amor carnal y espiritual y el amor sólo espiritual, y que muy posiblemente tuviera un acendrado concepto de clase y de sangre. Lo cual puede que no nos gustara del todo.

      Pero,
      "Si Garcilaso viviera,
      yo sería su escudero,
      que buen caballero era"

      Así que en la lista de espera para pedir trabajo de escudero de Gracilaso, primero está Alberti, después estoy yo, si quieres apuntarte…

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