Aunque «vivir es caminar breve jornada» como escribió Quevedo; sin embargo, cuarenta años de servicio de más de doscientos soldados de la XLV Promoción, desde un 1 de septiembre de 1985 hasta un 15 de noviembre de 2025, dan para sumar muchos breves combates en tantos lugares, en tantas versiones, en tantas y extrañas formas que el libro de la vida de aquellos jóvenes que recogían su material en el acuartelamiento de Los Leones para la 5º Prueba de la oposición a la Academia General Militar, sería una versión muy especial de cómo se van sumando las edades mientras la bella juventud se derrama entre misiones, maniobras, esperas, despedidas; unas veces, dolor y otras veces, llamas.
Formar de nuevo en aquel patio rocoso y duro frente al cierzo, cuarenta años después, con el alma y el cuerpo llenos de unas experiencias que pocos imaginan que puedan darse en ese reducido espacio que compone esa pequeña formación de viejos soldados, no permite que ninguno salga indemne. Los secretos que cosen en los corazones, la memoria y la vida hacen sus estragos.
Todo cuanto puede unir las almas vive en ese suelo del patio de la Academia General de Zaragoza y sube veloz, como el primer día que formaron muy jóvenes, por unos cuerpos que el tiempo, cada uno a su manera, parece equivocadamente que los ha transformado en más frágiles.
Nos unió un beso hace 40 años y nos sigue uniendo otro beso 40 años después. Esa es la fuerza que tienen los besos; y ese su significado.
Y la memoria también nos funde en un pasado que no existe, para unirnos con todos aquellos que no pudieron formar con nosotros porque andan haciendo guardia en esos lugares por encima del arco iris. No me puedo excusar y ese lugar y ese tiempo convirtió lo que era un dique en riada y terminó llenando el aire con los nombres de aquellos que cuarenta años antes formaban en Compañía y ahora no estaban porque dieron su vida y su futuro, que se perdió para siempre, a cambio de un bien común mucho mayor.
En Roma, donde murió a los veintiséis años, víctima de la tuberculosis (agravada al parecer por las malas críticas contra su poema Endimión), yace John Keats, señalado en su lápida sencillamente como «un joven poeta inglés, cuyo nombre se escribió en el agua» . Pero, y eso es lo más grande, a su lado se enterró al también joven pintor Joseph Severn, que solamente quiso ostentar como título supremo funerario: «Yo fui amigo de John Keats».
Hay que haber entendido el sentido de la vida muy bien, me dije, para escribir ese epitafio sobre tu tumba. La amistad, el amor, el tiempo pasado, lo que vale la pena formaba con nosotros en el patio de esa Academia en su Tercera época, cuarenta años después. Eso será lo que nos llevaremos cuando viajemos ligeros de equipaje y sin posibilidad de guardar nada en unos bolsillos que ya no existirán.
En aquel momento, cuando cada uno rebuscaba en su memoria en la formación, mientras los nombres de los compañeros que son tiempo eterno, flotaban en alto vuelo como un velero, yo pensé en mi epitafio:
«Yo fui amigo de Arturo Muñoz Castellanos. Muerto en Bosnia cuando auxiliaba a civiles no combatientes en una muy dolorida y reconocida guerra.
Yo fui amigo de Jesús Aguilar. Muerto en Bosnia cuando llevaba plasma sanguíneo a un hospital musulmán para salvar cientos de vidas.
Yo fui amigo de Mariano Álvarez Lórenz. Muerto cuando se dirigía a hacer sus prácticas de fin de carrera a una unidad militar con la que soñaba.
Yo fui amigo de Martín Rodríguez de Labra. Muerto en los mismos brazos de una montaña que decidió quererlo demasiado durante un ejercicio.
Yo fui amigo de Arturo Vinuesa. Muerto en unas maniobras haciendo lo que tanto había deseado.
Yo fui amigo de Federico Sierra. Muerto en los atentados terroristas contra los trenes de cercanías de Madrid el 11-M.
Yo fui amigo de Manuel Verde. Muerto en una carrera que se convirtió en infinita.
Yo fui amigo de José Manuel Berdugo. Muerto en accidente de tráfico con no más de veinte años.
Yo fui amigo de José Antonio Lozano. Muerto en accidente cuando en bicicleta andaba buscando las nubes.
Yo fui amigo de Alberto Mateos, cuando buscó en los sueños más de lo que podía encontrar.
Yo fui amigo de José Manuel Oliver, que demostró dentro y fuera del Ejército de lo que era capaz.
Yo fui amigo de Emilio Fabián, que amaba la vida y hacía que la amáramos.
«Yo fui amigo de...»: bonito epitafio; aunque, como va a ser excesivo el mármol necesario para tanta memoria, creo que lo voy a resumir de una forma más sencilla:
«Yo fui amigo de esos 217 jóvenes que ingresaron en la Academia General Militar un primero de septiembre de 1985 cuyos nombres se escribieron en la tierra».
Y eso que yo le dije a mi padre, Steersman, el viejo marino, que yo quería escribir mi nombre en el agua como John Keats. Pero incluso cuando las cosas no salen bien, pueden salir perfectas.




Norberto, GRACIASSSSSS!!! No se hubiera podido expresar mejor, de manera más sentida y bella, la esencia de la amistad, el compañerismo, el compromiso y el amor, a la vida y al recuerdo de una existencia! GRACIAS por tu maestría para leernos los sentimientos!! 🙏🏻🥰🥰
ResponderEliminarGraciaaaas a ti, Carmen, vosotros lo habéis escrito con vuestra presencia, yo solo lo leo. Que cuarenta años no es nada.
ResponderEliminarDicen que la nostalgia es el amor que queda, pero tambien el recuerdo de lo amado.
ResponderEliminarMuchas gracias por poner en su valor a personas sencillas que fueron realmente grandes porque fueron fieles al juramento que empeñaron. Por eso, por su ejemplo, son tan importantes para nosotros, y por eso nunca serán olvidados.
Mil gracias, en la sencillez de cada día estuvo la grandeza de todos ellos. Y ahora en nuestra memoria.
EliminarEn estos dos naravillosos días, no habrás podido escribir sobre el agua, pero te has convertido en ella, has empapado todo de alegría, de simpatía y a muchos nos has recordado que como en los tiempos de Felipe II, el sol no se ponía en nuestra ilusión, nos has recordado que durante unos años parecìa...sólo parecía...que el mundo giraba sobre unos cadetes que querían comerse el mundo. Luego llegó la realidad...nuestros caídos, nuestros disgustos, nuestras ilusiones truncadas, los aciertos, los reconocimientos, nuestro desarrollo como pro-fe-sionales.... etc. en fin la vida...pero que no nos quiten lo "bailao". Dentro de 10 años volveremos todos a juntarnos si Dios Quiere y si el.cuerpo aguanta. Brindaremos o brindad por la XLV de la General allá donde estemos.
ResponderEliminarPues sí, no sé por qué pero fue pisar el patio y me dio la impresión de que nada había cambiado en cuarenta años, vida, años, trabajos y sueños.
EliminarPreciosa reflexión que transmite las emociones que confluyen en los corazones y la mente de los compañeros reunidos y sus familias 40 años después. 40 años de sueños cumplidos o no, de triunfos y derrotas, de alegrías y desengaños, en los que, sin embargo, la amistad permanece intacta. Gracias por el recuerdo y homenaje a los que ya se fueron y a los que con vuestro cariño invitasteis a estar presentes. Cuando veo la formación de la promoción frente a los cadetes siempre imagino a mi hermano, Arturo Vinuesa, en las filas de los jóvenes alumnos, alegres, bellos, cargados de sueños e ilusión. Se fue tan pronto que siempre será joven. Gracias, Norberto. Es un lujo que haya alguien que sepa contar tan bien las crónicas.
ResponderEliminarHola, Nina, tu hermano estuvo en nuestra memoria y será como los antiguos héroes siempre joven. Y más él que yo decía que era una persona que tenía todas las costuras, por dentro y por fuera, para la vida. Un abrazo muy fuerte.
EliminarSerás amigo eterno de todos lo que no pudieron estar porque dieron su vida por su familia y por lo que juraron defender ese 1 de septiembre de 1985. Siempre serás amigo de las familias que en su nombre tuvieron que volver a jurar por ellos, madres, esposas e hijos. Siempre serás amigo de todos los que acudimos a acompañaros.
ResponderEliminarTus palabras alientan y emocionan demasiado. Gracias, de corazón, por hacernos emocionar con algo tan bonito