Una vez, cuando creí firmemente que podía tener un destino literario, después de haber rodado por esos caminos que cruzan las vidas que pueden contarse de mil y una maneras, de haber atracado en puertos extraños donde marinos mercantes te hablaban de prodigios en cualquier lengua; y después de haber rezado en más de cuatro religiones distintas, todas verdaderas; comencé a comprar en las librerías que me pillaban a mano, o por encargo a viejos libreros, todos los ensayos literarios que pudieran pulir mi experiencia vivida.
Comencé con los ensayos literarios de Stevenson porque en su primera página aparecía su Carta a un Joven que se Propone Abrazar la Carrera del Arte, cuya dureza hacia los sueños no deja lugar a dudas, porque tres o cuatro éxitos mediocres basta para falsificar un talento; luego me arranqué por Saúl Yurkievich y Del Arte Verbal; y Harold Bloom y La Construcción de lo Humano; para continuar con Nabokov y su Curso de Literatura Europea; y no dudé en andar con Cuadrivio y Por las Sendas de la Memoria de Octavio Paz; para atravesar luego La Experiencia Abisal de José Ángel Valente o todos los ensayos que tuvieran que ver con Jorge Luis Borges o la Literatura Hispanoamericana.
Ese es el motivo por el que llegué a Henning Mankell. Ante mis primeras dudas, porque esas series negras tan vendidas, nunca han estado a la altura del primero de ellos, que es Poe, y ante el que tienen una deuda impagable todos los grandes, empezando por Conan Doyle, de quien lo leí casi todo y a quien no le perdonaré que terminara matando a Sherlock Holmes, y continuando por Chesterton y todos los demás: "Si lees Huesos en el Jardín de Mankell hay un posfacio donde cuenta cómo empezó su forma de hacer novelas, cómo acabó y lo que ocurrió entretanto". ¡Ay, esas recomendaciones que uno se encuentra tras la primera copa en un café de desalentados artistas!

"En una caja, en un rincón del sótano de mi casa, hay un montón de diarios polvorientos. Se remontan a mucho tiempo atrás. Empecé a llevar un diario en 1965, aproximadamente. Hasta que llegó la primavera de 1990. Había pasado una larga estancia en África. Cuando volví a Suecia no tardé en descubrir que, durante mi ausencia, las tendencias racistas se habían extendido por todo el país. Unos meses después decidí escribir sobre el racismo. En realidad tenía otros planes literarios, pero...", esa era la llama que lo estaba esperando y que Mankell recogió; y para que pudiera seguir brillando eligió la intriga policíaca como relato; pues si alguien tiene que saber lo que ocurre en la sociedad de la que forma parte, esa persona debe de ser policía.

No olvido al inspector Maigret, de Simenon; a Patricia Highsmith y Ese Dulce Mal; al comisario Montalbano, de Camilleri; al detective Bernie Gunther, de Philip Kerr; ni Ágatha Christie; ni Hammet; ni a Chandler, ni ...
Pero si tengo que elegir un relato negro distinto de Poe, sería La Muerte y la Brújula de Jorge Luis Borges; que, para que no haya dudas incluso lo menciona en el mismo cuento. Es tan difícil escribir buena novela negra. A ver quién iguala a August Dupin y a Treviranus y Erik Lönnrot. Yo busqué un médico, un liberal irredento, descendiente de uno de los doctores que llegaron de Francia acompañando al Ejército francés, el doctor Vausell, en La Fuente Muda. Maldito Poe, que lo llena todo.
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