domingo, 20 de noviembre de 2016

CON LORENZO SILVA, DONDE LOS ESCORPIONES

A Lorenzo Silva lo conocí en el Cuartel General, en un laberinto de pasillos, salas y oficinas donde a veces se echa de menos el hilo de Ariadna para, en el caso de dar con el minotauro, poder luego encontrar con menos dificultad el camino de vuelta.

Cuando la mañana tocaba a su fin, en la que no paró de hablar de Diwaniya y de la batalla de Nayaf, cuando la base española Al-Andalus fue atacada por el ejército de Al-Madhi, me preguntó si podía acompañarlo a la puerta. Como yo sé que los escritores guardan la mejor sabia en los detalles pensé que ese pequeño camino, dilatado en el tiempo con más pericia que un taxista de El Cairo, sería suficiente para hablar con un escritor a quien yo había seguido desde sus inicios, porque me habitué a regalar, en el intercambio familiar de presentes navideños las aventuras de los dos guardias civiles Bevilacqua y Chamorro, al guardia civil de mi familia, que por aquel entonces andaba destinado en la Comandancia de Bilbao.

Me habló de Literatura, de su pasado como abogado, de la Playa de Ákaba, nombre motivado por su relación con Lawrence de Arabia, del daño que andaba haciendo la piratería a los creadores, de las bibliotecas y de libros, sobre todo, de libros; y reconocí al oírlo que, como decía Stendhal, la verdad está en los detalles.

Como el taxista de El Cairo cometió el error de pasearlo dos veces por el mismo despacho del Mando de Apoyo Logístico, y cayendo en la cuenta de que todo escritor es un buen lector, un buen observador y, lo más importante, un buen escuchador, decidí enfilar rápido el camino de salida; pues no quería abusar de la confianza que me brindaba el escritor el primer día que nos veíamos. Al despedirnos, me pidió mi dirección y me emplazó para vernos otro día más pausadamente.

Unos días más tarde y unos cuantos correos electrónicos intercambiados, recibí en casa un libro que me hizo recordar los corimecs de viejas misiones, las largas horas por caminos y carreteras sin asfaltar, las interminables conversaciones sobre su vida o la mía con un intérprete que cada día era mi voz y algunas veces mi alma, o las llamadas a casa a través de satélite donde se oía la voz del retorno más que tu propia voz. Al abrir el buzón encontré un sobre y dentro un libro: Donde los escorpiones. Ya tenía yo ganas de ir a Afganistán, me dije, y éste es el mejor de los momentos, viajaré hasta allí cruzando las montañas del Hindu Kush, por pistas mortales que discurren pegadas a barrancos  y por encima de los 4.000 metros de altitud, hasta llegar al Panshir. Con Lorenzo Silva iba a viajar a uno de esos sitios donde uno recupera la figura del sofista Trasímaco, y en particular una famosa frase que le atribuye Platón: “Lo justo no es otra cosa que lo útil para el fuerte”.

Así que desde la página inicial, y siguiendo la costumbre de que la primera piedra de toda novela de Bevilacqua y Chamorro la ponga el Lapidario de Alfonso X, en ésta la ceminez, que quiere decir en caldeo llorador porque el que la trae consigo á sabor de llorar e de estar triste, me voy a viajar a Herat a la Base de Apoyo Avanzado, que antes era un arenal inhóspito donde sólo vivían los escorpiones.

Para el que quiera saber cómo es una misión del ejército español, éste es el libro; qué hacen los militares españoles; dónde viven, trabajan y duermen, qué es un punto de situación, sus relaciones con contingentes de otros países, esa difícil comunicación con los familiares que quedan en casa con problemas igual o más grandes que los de los militares, qué hacen en su tiempo libre, por qué dedican tanto tiempo a entrenar en una base bien cerrada en la que las salidas necesitan de excepcionales medidas de seguridad y con un exceso de calorías en la alimentación:
¿La maldición de la base? –dijo Chamorro– ¿Cuál es?
–Según dicen– explicó el capitán–, de aquí sólo se sale de dos maneras. O hecho un toro, o hecho una vaca. Hay que elegir.
–¿Y cuánto puede correr uno con este calor sin caerse muerto al suelo? –pregunté.

Está claro, como sabe Bevilacqua, que la verdad está en los detalles; y así lo demuestra Lorenzo Silva, que ha visitado la lavandería de la base de Herat, los comedores, los corimecs que quedan vacíos y sólo se utilizan en los relevos cuando dos contingentes coinciden en el mismo lugar y en el mismo tiempo, ha andado de noche paseando junto a los soldados y observando que la luna, cuando es afgantsy tiene otro color y se ve de diferente manera.

También cuando se acompaña a los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro en su investigación por la muerte del sargento Pascual en Afganistán, se agradecen, y mucho, las pinceladas de la historia de Afganistán que navegan por las páginas junto a la realidad social de la mujer en aquella tierra que vira hacia la oscuridad con los vaivenes políticos, con detalles, otra vez los detalles, que desconocíamos: El programa del gobierno comunista prosoviético incluía por primera vez el derecho a la educación, efectivo y universal, y no sólo en las grandes ciudades, para las mujeres afganas, a las que se les dijo que “eran dueñas de sus cuerpos, podían casarse con quien quisieran y no tenían que vivir encerradas en las casas como si fueran mascotas”. La reacción a esa política fue que en un pueblo cercano a Herat los paisanos, inflamados por la decisión del jefe comunista local de enviar a la fuerza a las niñas a la escuela se alzaron en armas, mataron a los comunistas y de paso a las propias niñas, y marcharon en armas sobre la ciudad. Otro tanto hicieron los habitantes de muchas localidades de los alrededores de Herat, formando una masa enfurecida que avanzó por las avenidas flanqueadas de pinos que conducen al centro, pasó junto a la ciudadela de Alejandro Magno y arrasó con todo.

Mientras nos llenamos de detalles los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro, van a lo suyo: tienen un corimec vacío que sólo se utiliza para encuentros esporádicos, un cuchillo amapolero, que lo venden los comerciantes de la zona que tienen permiso para entrar a hacer sus negocios en la base y montan un mercadillo para que los militares no tengan que salir; también tienen soldados del contingente español, italiano y norteamericano, contratistas y buscavidas occidentales y luego personal afgano que trabaja en la base que si no lo alistaron los comunistas o los rusos, lo enrolaron los talibanes, y si no, los de la Alianza del Norte, o todos, uno detrás de otro.


Ha habido un crimen y los agentes, con un recorrido personal, espiritual y material, buscan al culpable, sabiendo que todos somos culpables, porque todos existimos, y actuamos sin saber, y siempre nos acabamos llevando por delante a algo o a alguien. Mi duda es otra, hasta dónde pasó lo que pasó y porqué. Para saber eso hay que viajar a Herat, allí, Donde los escorpiones. Incluso los que ya han estado allí y compraron un lohar deben hacerlo.







Las fotos de Afganistán son de Ángel Manrique, amigo y compañero de trabajo; y con quien, a nuestros años, todavía tengo que recorrer algún que otro camino.




No hay comentarios:

Publicar un comentario