Es bien sabido que la violencia define, y este axioma ha sido llevado a la práctica en cualquier tipo de conflicto desde el principio de los tiempos; pero es en las guerras civiles cuando el manejo del terror y la muerte hace engrosar la maquinaria bélica con buena carne dispuesta para la trituradora.
Con el miedo se logra el exilio y la huida de algunos; otros, con una falsa bandera, vestidos de indios, matan a las familias de aquellos que quieren que luchen contra los indios a su favor sin que estos jamás adviertan el cruel engaño; otros se adhieren, matando en nombre de la libertad y la igualdad, nobles ideales, a causas que terminan en una oscura cárcel construida con el pico de un piolet; y la mayoría, con la violencia y el miedo a lo propio o a lo ajeno, son embarcados, más forzosos que voluntariamente, al fragor de la batalla.
Con el miedo se logra el exilio y la huida de algunos; otros, con una falsa bandera, vestidos de indios, matan a las familias de aquellos que quieren que luchen contra los indios a su favor sin que estos jamás adviertan el cruel engaño; otros se adhieren, matando en nombre de la libertad y la igualdad, nobles ideales, a causas que terminan en una oscura cárcel construida con el pico de un piolet; y la mayoría, con la violencia y el miedo a lo propio o a lo ajeno, son embarcados, más forzosos que voluntariamente, al fragor de la batalla.
He visto con mis ojos alguna guerra civil en la que la seña de identidad más clarificadora para la distinción del enemigo era el tamaño de su cabeza, pues no encontraban entre sus vecinos una pista identitaria menos brumosa.
Los escritores argentinos a los que siempre vuelvo cada año con metódica fiereza me hicieron odiar a todo lo que sonaba al dictador Juan Manuel de Rosas, príncipe del gauchaje y la barbarie; y me han convertido en un unitario desaforado. En la guerras civiles entre federales y unitarios en Argentina, la violencia definía, empezando por la vestimenta y el afeitado; patillas y barbas tusadas a la federala, barba unitaria recortada en forma de U y sin bigote, divisa punzó en una cinta roja, o colores azul y verde.
- ¿No le ven la patilla en forma de U? No trae divisas en el fraque ni luto en el sombrero.
- Perro unitario.
- Es un cajetilla.
- Monta en silla como los gringos.
- ¡La tijera!
- Es preciso sobarlo.
- ¿Por qué no traes divisas?
- Porque no quiero.
- ¿No sabes que lo manda el Restaurador?
- La librea es para vosotros, esclavos, no para los hombres libres.
- A los libres se les hace llevar a la fuerza.
- Sí, a la fuerza y a la violencia bestial. Esas son vuestras armas infames. El lobo, el tigre, la pantera también son fuerte como vosotros. Deberíais andar como ellos en cuatro patas.
El unitario, a caballo, en un error fatal, sin darse cuenta, ha llegado a El Matadero. Lo han identificado, nada más verlo, todos los que allí habitan: el juez del matadero, imagínenselo, los gauchos que manejan a los toros, los carniceros que trinchan las cabezas de ganado, los que arramplan como pueden los despojos que quedan en el barro disputándoselo a los perros, negras rebusconas de achuras, tullidos, niños solitarios, que buscan unas migajas de sebo o entrañas que el barro había escondido para saciar el hambre:
- Ahí se mete el sebo en las tetas, la tía - gritaba uno.
- ¡Qué le hago yo, no sea malo!, yo no quiero sino la panza y las tripas.
Ese es el futuro que le queda al unitario, jaleada su tortura por todos; por el juez, por los carniceros, por el gauchaje, por los pobres hambrientos, por los tullidos; ningún elemento social escapa a la atrayente imagen del horror y del dolor ajeno; y si es por conseguir un trozo de carne, menos todavía. Será despellejado, mientras todos aplauden, abierto en canal, encima de la mesa del juez, sus fuerzas se habían agotado, inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron la obra de desnudarlo. Entonces un torrente de sangre brotó borbolloneando de la boca y las narices del joven unitario, y extendiéndose empezó a caer a chorros por ambos lados de la mesa. -Tenía un río de sangre en las venas- dijo uno. -Pobre diablo, queríamos únicamente divertirnos con él- exclamó el juez frunciendo el ceño de tigre -es preciso dar parte, desátenlo y vamos.
Esa patria común que es el castellano me ha enconado con acento criollo contra la federación rosina, cuyos apóstoles eran los carniceros degolladores que propagaban a verga y puñal la federación y no es difícil imaginarse qué federación saldría de sus cabezas y cuchillas, sabiendo como sé que la violencia define y la línea que separa una violencia de otra es tan delgada que es muy difícil no tomar partido por una de ellas, porque un río de sangre, miedo o venganza te va a arrastrar hacia uno de los lados.
- No, a mí no, conmigo no lo hará; la violencia define, pero de alguna forma podremos elegir- le dije.
- Ya me contarás cuando vengan a por ti, y te digan que pelees con ellos porque tu mujer y tus hijos están en sus manos; o que pelees contra ellos porque mataron a tu mujer y a tus hijos. Terminarás, también, matando a la gente que tengan la cabeza más grande que tú.
- Y si no es la cabeza, los que no lleven la barba larga, o la divisa punzó en su fraque- terminé diciéndole yo.
El hombre, que se paró junto a nuestro vehículo y me pidió tabaco, en un fluido inglés, metió la cajetilla de Ducados en una bolsa de plástico en la que sonaban botellas, seguramente llenas de rakia para pasar el frío de la noche o para olvidar, se echó al hombro el Kaláshnikov, cruzó el bulevard de Móstar y se dirigió por detrás del hotel Ero a las trincheras, a matar a gente que antes eran sus vecinos y ahora, supuestamente, tenían la cabeza de mayor tamaño que la suya.
He vuelto a El Matadero con Esteban Echeverría, me dije aquella noche de convoy en Móstar.
Los escritores argentinos a los que siempre vuelvo cada año con metódica fiereza me hicieron odiar a todo lo que sonaba al dictador Juan Manuel de Rosas, príncipe del gauchaje y la barbarie; y me han convertido en un unitario desaforado. En la guerras civiles entre federales y unitarios en Argentina, la violencia definía, empezando por la vestimenta y el afeitado; patillas y barbas tusadas a la federala, barba unitaria recortada en forma de U y sin bigote, divisa punzó en una cinta roja, o colores azul y verde.
- ¿No le ven la patilla en forma de U? No trae divisas en el fraque ni luto en el sombrero.
- Perro unitario.
- Es un cajetilla.
- Monta en silla como los gringos.
- ¡La tijera!
- Es preciso sobarlo.
- ¿Por qué no traes divisas?
- Porque no quiero.
- ¿No sabes que lo manda el Restaurador?
- La librea es para vosotros, esclavos, no para los hombres libres.
- A los libres se les hace llevar a la fuerza.
- Sí, a la fuerza y a la violencia bestial. Esas son vuestras armas infames. El lobo, el tigre, la pantera también son fuerte como vosotros. Deberíais andar como ellos en cuatro patas.
El unitario, a caballo, en un error fatal, sin darse cuenta, ha llegado a El Matadero. Lo han identificado, nada más verlo, todos los que allí habitan: el juez del matadero, imagínenselo, los gauchos que manejan a los toros, los carniceros que trinchan las cabezas de ganado, los que arramplan como pueden los despojos que quedan en el barro disputándoselo a los perros, negras rebusconas de achuras, tullidos, niños solitarios, que buscan unas migajas de sebo o entrañas que el barro había escondido para saciar el hambre:
- Ahí se mete el sebo en las tetas, la tía - gritaba uno.
- ¡Qué le hago yo, no sea malo!, yo no quiero sino la panza y las tripas.
Ese es el futuro que le queda al unitario, jaleada su tortura por todos; por el juez, por los carniceros, por el gauchaje, por los pobres hambrientos, por los tullidos; ningún elemento social escapa a la atrayente imagen del horror y del dolor ajeno; y si es por conseguir un trozo de carne, menos todavía. Será despellejado, mientras todos aplauden, abierto en canal, encima de la mesa del juez, sus fuerzas se habían agotado, inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron la obra de desnudarlo. Entonces un torrente de sangre brotó borbolloneando de la boca y las narices del joven unitario, y extendiéndose empezó a caer a chorros por ambos lados de la mesa. -Tenía un río de sangre en las venas- dijo uno. -Pobre diablo, queríamos únicamente divertirnos con él- exclamó el juez frunciendo el ceño de tigre -es preciso dar parte, desátenlo y vamos.
Esa patria común que es el castellano me ha enconado con acento criollo contra la federación rosina, cuyos apóstoles eran los carniceros degolladores que propagaban a verga y puñal la federación y no es difícil imaginarse qué federación saldría de sus cabezas y cuchillas, sabiendo como sé que la violencia define y la línea que separa una violencia de otra es tan delgada que es muy difícil no tomar partido por una de ellas, porque un río de sangre, miedo o venganza te va a arrastrar hacia uno de los lados.
- No, a mí no, conmigo no lo hará; la violencia define, pero de alguna forma podremos elegir- le dije.
- Ya me contarás cuando vengan a por ti, y te digan que pelees con ellos porque tu mujer y tus hijos están en sus manos; o que pelees contra ellos porque mataron a tu mujer y a tus hijos. Terminarás, también, matando a la gente que tengan la cabeza más grande que tú.
- Y si no es la cabeza, los que no lleven la barba larga, o la divisa punzó en su fraque- terminé diciéndole yo.
El hombre, que se paró junto a nuestro vehículo y me pidió tabaco, en un fluido inglés, metió la cajetilla de Ducados en una bolsa de plástico en la que sonaban botellas, seguramente llenas de rakia para pasar el frío de la noche o para olvidar, se echó al hombro el Kaláshnikov, cruzó el bulevard de Móstar y se dirigió por detrás del hotel Ero a las trincheras, a matar a gente que antes eran sus vecinos y ahora, supuestamente, tenían la cabeza de mayor tamaño que la suya.
He vuelto a El Matadero con Esteban Echeverría, me dije aquella noche de convoy en Móstar.
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