martes, 1 de septiembre de 2015

ALFONSINA STORNI, MUJER Y LIBRE


A Mar del Plata arribé embarcado en la goleta La Milagrosa, bogando desde el Brasil y persiguiendo piratas para dejar a secar sus cabezas en los finos salones de esa noble ciudad.

Embarcar en La Máquina del Mundo me llevó veinte años, hasta que decidí volver a tierra y dedicarme a otro tipo de oficios, porque me di cuenta, un poco tarde, que cada nueva letra que escribía no hacía sino separarme de aquello que buscaba. Al igual que Alfonso Reyes, resolví que no era tiempo de pasarme la vida corrigiendo borradores, ni en Mar del Plata, ni en Ubatuba, ni en Sanlúcar, ni en Ginebra, después de haber andado más de veinte años cortando cabezas bucaneras:

“El verbo es el hecho. El verbo es pasado, presente y futuro. Es la única forma gramatical que lo contiene todo”. De esta manera bautizaban a las cosas y los hechos, usando sólo verbos. El capitán Pascual Pareja, cuando agarró la cabeza del holandés para aserrarla, fue nombrado por éste como: “el que mata”. Y así como “el que mata”, anduvo un tiempo bogando desde el Mar del Plata hasta el Brasil buscando bucaneros y siendo fiel a su calificativo.


“Antes de irte no olvides pasarte por la Playa de La Perla”, me dijo una maestra argentina, que a mí me pareció muy bella aunque tuviera el pelo cano, la mirada triste y un pecho enfermo, con las venillas del pezón convertidas en espinas; y a ver si puedes perder la mirada distraídamente, perderla y que nunca la vuelvas a encontrar y, figura erguida entre cielo y playa sentir el olvido perenne del mar.

Sentarme a ver la mar es mi especialidad, pues embarcado o en tierras de la Argónida he pasado muchas horas sin más vocación ni oficio. Además hubo un tiempo que al igual que Alfonsina, saqué un abono para la soledad, dedicándome a dar largos paseos, pernoctar solo en hoteles que siempre me parecieron oscuros, leer libros de versos, pues terminé prohibiéndome la novela, y hablando en demasía y a destiempo conmigo mismo; sin quererlo, por supuesto; pues no creo en beneficio alguno de esa impostora. ¡Los días que fueron, los días perdidos, los días inertes ya no volverán! ¡Qué tristes las horas que se desgranaron bajo el aletazo de la soledad!

Alfonsina Storni tenía la cara redonda, unos ojos que brillaban sin necesidad de que se le reflejara la luz, una sonrisa partida en dos y un alma brava.

Desde luego, todo el mundo que pasaba por la playa de La Perla la conocía. Los jóvenes, nada más verla, empezaban a recitar algún pequeño poema de memoria; y las adolescentes forraban sus libros con sus versos de libertad femenina, de valor reconocido, de insumisión a la palabra, de insumisión a los hombres y de insumisión al corazón. De mujer y libre.

Esas jóvenes de aquellos años estaban hechas de otra pasta porque leían a Alfonsina con devoción, llevaban bajo el brazo un libro de Cortázar sin necesidad de explicación alguna y ya habían descubierto a Borges. Las adolescentes de ahora han cambiado esos libros por otros que vienen de la mano del marketing, la publicidad, el puro entretenimiento y de aquello que mueve el dinero que todo lo pudre.

Ella, la maestra que, siendo niña, para ganarse la vida tuvo que afanarse de madrugada cosiendo para la calle cuando le enrojeció los ojos la costura, corva la espalda, firme la paciencia, el pan escaso en mala pieza oscura, me explica con versos cómo es su alma de poeta, porque quien viene a la playa de La Perla viene a hablar con ella de almas y de versos:

Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.

Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.

En la playa de La Perla, después de esperar lo que nunca tuvo, Alfonsina, cada madrugada, se dirige al mar, para seguir siendo libre, mujer y poeta.
Por eso la noche antes de salir de Mar del Plata, descorazonado porque mis bucaneros, mis capitanes intrépidos y mis mujeres amadas andaban deshaciéndose en otros lugares y tiempos, me senté en el banco en el que Alfonsina siempre me había esperado:

Te esperaré en nuestro banco
y por gustarte vestiré de blanco.
No esperes, al llegar, que yo me mueva
de la glorieta que nos finge cueva.

Me lo suele impedir el corazón
que a tus pasos se pone en desazón.
Mi corazón está tan castigado
que como un vaso morirá trizado.

Ella sólo se mueve cada madrugada para hundirse en las ondas del mar, que ya la han cercado en la tierra, porque quería ser mujer y libre; o libre y mujer que son sinónimos, como todo el mundo sabe.
Pero en la playa de La Perla ella habla con todos, incluso conmigo; y eso que yo, equivocado, la quise blanca, la quise pura.
Por cierto, no te preocupes si llegas allí y te dicen que ha salido.

Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides...

Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...

Seguro que cuando pase esta fiebre de productos audiovisuales de consumo ligero, las adolescentes volverán a llevar en las portadas de su cartera los versos de Alfonsina Storni (1892- 1938), mujer y libre, que como todo el mundo sabe son sinónimos.

Cogeré el vuelo en cinco horas, he mandado por correo mis historias de bucaneros, navíos, antepasados indómitos y mujeres gloriosas porque tenerlas cerca ya me hacen mal. Nunca pensé en publicar, pero esta maldita Máquina del Mundo no merece otra cosa. 
Antes de irme beso los pies de Alfonsina y la dejo mirando la mar tal como ella es:

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
Como una romana, para concordar

Con las grandes olas, y las rocas muertas
Y las anchas playas que ciñen el mar.

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias, Marian, me alegro que te guste este escrito que no tiene más intención que echar al aire los versos y el alma de Alfonsina; para que nos acerquemos un poco más a su versos. Lo que yo escribo , en comparación sólo son migajas:

      De mi falda hurtaron doradas migajas.
      Luego puse traje de clarín más leve
      Que la misma gasa.
      De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo
      Mi sillón de paja.
      Fijos en la verja mis ojos quedaron,
      Fijos en la verja.

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  2. Cuanta hermosura en este escrito y en cada verso gracias por acercarnos un poco mas a esta gran mujer.lecturas como esta te dejan musica en el alma y una sonrisa de ternura en los labios.

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    1. Muchas gracias, Gloria, ésta es una pequeña senda, entre muchas otras, para llegar a Alfonsina.

      Para que tanta sed bebiendo cures
      Hay numerosas sendas para tí...
      Pero se hace la noche; no te apures...
      Todas traen a mí...

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