sábado, 12 de septiembre de 2015

RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO, VENDRÁN MÁS AÑOS MALOS Y NOS HARÁN MÁS CIEGOS

                                    
                                    

Con Rafael Sánchez Ferlosio y su Jarama hice un viaje a La Coruña, cuando llegar al fin de la Tierra, que era mi destino, costaba un día entero en tren. La Sierra de Madrid y los ríos Jarama y Guadarrama los había visitado con mucha asiduidad buscando un poco de historia de la Guerra Civil; no faltan trincheras, búnkeres, vainas de munición, y otros desperdigados retazos de aquellos tiempos que trajeron aquellas guerras. Describiré brevemente y por orden estos ríos, empezando por Jarama: sus primeras fuentes se encuentran en el gneis de la vertiente sur de Somosierra, entre el Cerro de la Cebollera y el de Excomunión. Corre tocando la provincia de Madrid, por La Hiruela y por los Molinos de Montejo de la Sierra y de Prádena del Rincón.
¿Me dejas que descorra la cortina? Me gusta ver quién no pasa.

Rafael Sánchez Ferlosio parece que no cae bien a nadie, porque es de ese tipo de personas que descubre con una facilidad abrumadora las fallas, los defectos, las inmoralidades y las traiciones que viven en nuestra alma y que nunca nos gustan que aireen. ¿Qué se creerá ese?

Yo siempre intenté caerle bien y pronto le expresé todo aquello que yo pensaba que él había hecho por la cultura; y sin avisar se saca de la manga un papel firmado por un tal Walter Benjamín que pone escrito: No existe documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie.

Este tipo de gente se busca enemigos en todos los frentes, trata por igual a todos los impostores, él incluido, sin importarle el color, ideología, raza, culto o devoción: Es que la voz más pobre se hace siempre la más autoritaria: no consiguiendo ya ser entendida, tiene que resignarse a ser obedecida.

Mientras abre la cortina de la ventana, me explica con voz agria: no es cuestión de lo que se vea o se deje de ver. Yo no sé ni siquiera si lo veo; pero me gusta que esté abierto, capricho o lo que sea. De la otra forma es un agobio, que no sabes qué hacer con los ojos, ni dónde colocarlos. Y además, me gusta ver quién pasa.

Con ojos social-realistas, que el rechaza, ha estado viendo la sociedad durante un siglo, y con ojos de realismo mágico (o eso cuentan) la miró veinte años antes que esa novelística sudamericana que deslumbró: una noche de lluvia descendió sobre el jardín un viento remoto. Alfanhuí tenía la ventana abierta y el viento se puso a agitar la llama de su lámpara. Se estremecieron, en las paredes, las sombras de los pájaros…
Él, como no podía ser de otra manera, abomina de las dos y espera que sus ensayos sean, si quedase algo, su palabra postrera.

- Permítame, señor Ferlosio, que no esté de acuerdo con usted- y empiezo a contarle en detalle mis experiencias personales con la novelística hispanoamericana.

- Las llamadas experiencias personales, quizás sean necesarias, y hasta pueden reportar en ocasiones alguna utilidad, pero es de todo punto imprudente e inadecuada la garantía que suele atribuírseles- dice mientras sigue observando por la ventana.

Hay algunos que le recuerdan de dónde viene, otros le observan dónde está y otros le auguran dónde va; pero él sabe que no puede caer bien a nadie y les explica la razón de tener ideas: Tener ideologías no es tener ideas. Estas no son como las cerezas, hasta el punto de que una misma persona puede juntar varias ideas que se hallan en conflicto unas con otras. Las ideologías, en cambio, son como paquetes de ideas preestablecidas, conjunto de tics fisionómicamente coherentes, como rasgos clasificatorios que se copertenecen en una taxonomía o tipología personal socialmente congelada. Sólo hay unos cuantos tipos de persona, y cada cual desea ser reconocido por aquellos a quienes pertenece.

Ahora sí que los ha cabreado a todos; los pasajeros de delante apelan a la libertad de ideología individual (-Eso no existe-, repite), los de la parte de atrás llaman a la revolución, los de los asientos de la izquierda al orden y los pasajeros de la derecha invocan a la tolerancia.

- ¿Ves, Norberto? Nadie ha hablado de la palabra indulgencia: Tolerancia no, como si cualquier credo fuese bueno dentro de sí mismo, sino todo lo más indulgencia, porque lo que sí es seguro cuando menos, es que todos son malos fuera de sí mismos.

-Ahí queda eso-, le digo al maestro, y le comento que me alegré mucho cuando vi a nuestro Rey entregándole el Premio Cervantes, que durante largo tiempo mereció; porque la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero.










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