Con Erri de Luca me crucé varias veces durante la guerra de los Balcanes, él conducía un camión de ayuda humanitaria y yo llevaba otro de color blanco. Seguro que se acuerda, porque esas cosas no se olvidan. Aunque era un tiempo en el que él todavía no había escrito que El Crimen del Soldado es su derrota y que existe un límite en el crimen más allá del cual la justicia vale menos que el papel higiénico.
Debo
a Erri de Luca, la lectura amena de unos cuantos libros, las cuatro palabras de
Yiddish y de hebreo que conozco, un corto paseo por la cábala, y que el fin de
todo escritor es restituir el nombre exacto de las cosas, para que la palabra no
pueda nunca vivir en las bocas criminales enmascarando sus atrocidades: Wohnung
Bezirk, “distrito habitable”, así llamaban al recinto de cuerpos destinados al
matadero. Llamaban Aussiedlung, “traslado”, a los envíos en los trenes
blindados hacia los campos de exterminio. Difundían un vocabulario falso como
cobertura.
Pienso
que el pasado es el mejor camino para la búsqueda de la verdad, y Erri
de Luca me cuenta que personalmente, no reconoce nada de puro en la
verdad. La veo cuando se desmorona una
negación, en la entrada de las tropas soviéticas en el campo de extermino de
Treblinka.
Verdad,
“èmet”, es la palabra que, sin saberlo, a todos nos da la vida; y la
palabra que llevamos en nuestra frente escrita y grabada como el Golem, ese
hombre de arcilla, creado por aquel rabino judío de Praga:
Sediento
de saber lo que Dios sabe,
Judá
León se dio a permutaciones
de
letras y a complejas variaciones
y
al fin pronunció el Nombre que es la Clave,
la
Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre
un muñeco que con torpes manos
labró,
para enseñarle los arcanos
de
las Letras, del Tiempo y del Espacio.
En
la hora de angustia y de luz vaga,
en
su Golem los ojos detenía.
¿Quién
nos dirá las cosas que sentía
Dios,
al mirar a su rabino en Praga?
Se
pregunta Borges adivinando su mirada.
En
hebreo es absoluta, pero en yiddish es relativa, por eso siempre va acompañada,
por un adjetivo, y dicen de ella: la pura verdad. Así lo digo yo, y así
lo oigo a quienes me rodean. Ése es el motivo por el que cada noche en el
espejo procuro adivinar dónde llevo yo escrita la palabra que, como al Golem,
me da la vida. Es la pura verdad.
Luego,
Erri de Luca y yo, volvimos a coincidir persiguiendo criminales de guerra; él
por Viena e Ischia, tras la pista, sin querer, de un nazi que ahora trabajaba
“honradamente” de cartero y vivía con su hija, rodeado de precauciones y
desvelos; pero no porque cometiera la mayor atrocidad posible sobre un pueblo,
sino porque habían sido derrotados.
Y yo,
no muy lejos de allí, persiguiendo a un psicólogo con pinta de Whitman que
ahora se daba a escribir poemas para niños, un auténtico engendro.
El
nazismo se había esforzado a fondo en destruir a gente inocua. Se
convenció de que se habían equivocado: se habían aplicado en destruir un
pueblo, se habían ensañado con sus cuerpos, en vez de concentrarse en el centro
del objetivo. Se convenció de que el judaísmo se había enrocado y el núcleo del
laberinto era la cábala.
Ahora
sé que Padre se escribe con las letras alef y bet porque alef es la unidad y
bet la multiplicidad y bet es consecuencia de la alef; y que la pasión por el
conocimiento de Dios es equiparable al afecto entre los amantes.
En El
Zohar, una obra que todos debemos leer, escribe el toledano Moisés de León:
La Toráh es una bella amada que se esconde en los aposentos de su
palacio, tiene un amante secreto, el
sabio de corazón que por amor a ella día y noche ronda la casa. Ella lo sabe y
por un instante fugaz se asoma y le muestra su sonrisa para volverse a ocultar
de nuevo. De todos los presentes sólo él la ve y todo él su corazón y su alma
se vuelve hacia ella, porque sabe que durante ese mismo instante ella ha ardido
también de amor por él y sólo entonces el verdadero sentido de la Toráh se le
vuelve claro con su texto literal al que no se le puede cambiar nada, por eso
hay que estar siempre atento a la Toráh para convertirse en su amado tal y como
está escrito.
Erri
de Luca me ha llevado, persiguiendo sin querer a criminales nazis, a viajar por
el medievo con Isaac el ciego, precursor de la cábala moderna y al que algunos
le han dado como autor de El Bahir, una obra cabalística del año 1200,
que defiende que toda creación tiene su origen en el interior del ser divino,
en esa región inalcanzable por el entendimiento que los cabalistas llamarán Ain
sof, lo incognoscible, lo infinito, de donde proviene todo lo creado.
Y he
conocido a Abraham Abulafia que explica que la permutación de las letras
hebreas dentro de una palabra provoca una profecía.
“Los
judíos han dado conmigo. Son letras hebreas lo que ese hombre está leyendo”.
Lo
peor de todo es que ese asesino cree que el único crimen que cometió después de
llevar a las cámaras de gas a millones de inocentes, fue perder la guerra; pues
piensa que cualquier atrocidad está permitida a los vencedores. ¡Terrible!
He
abierto, por una página al azar, la 190, el ejemplar de El Zohar que compré en una tienda de Toledo,
justo enfrente de la sinagoga de El Tránsito; y
me he dado cuenta que el 190 en la cábala es el valor numérico en hebreo para término
y venganza; y creo que ninguna de esas dos palabras puede ser la solución
a los problemas que nos rodean, prefiero las palabras igualdad, libertad y
justicia. Espero que la gematría y el notricon me ayuden a encontrar ese
número exacto.
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