Yo
nunca quise viajar a Irlanda hasta que Joyce volviera a escribir el Ulises
para mí. Sé que algún día lo hará y que las trece tentativas de su lectura que
hasta ahora sumo, jugarán muy a mí favor.
Lo
que ha pasado es que Irlanda ha terminado viniendo a mí.
Todo
empezó con una recomendación, un premio y un asesinato en Dublín, bajo el
puente de Lesson street. Parecía fácil, pero la persona que yo buscaba había
cambiado de nombre y ahora se hacía pasar por un tal Benjamin Black, escritor
de novelas policíacas que se había sacado de la manga a un forense, con todos
los síntomas de un protagonista de la novela negra:
alcohólico, solitario, que
tiene una difícil relación con una actriz de no mucho éxito, con una profunda
crisis de identidad que se la ha transmitido a su hija, con problemas psicológicos que le hacen ver cosas que
nunca ocurren, y que además arrastra un pasado difícil en un internado religioso
irlandés que refiere, desde la primera línea, su relación con la iglesia
irlandesa a la que atacará con razón o sin ella.
Un
tipo así sólo puede ser detective en una novela negra; y eso que inicialmente
Benjamin Black creó a Quirke alto, rubio e irresistible para las mujeres; menos
mal que los lectores y el propio Quirke han dejado claro que esos no eran los
cánones de una novela negra, y que los géneros tienen unas reglas que no son
fáciles de modificar.
¿Por
qué no era posible desconectar la mente, dejar de pensar, de recordar, de
lamentar, aunque sólo fuese un instante? ¿Por qué pensaba tanto en el pasado?
Después de todo, el pasado era donde más infeliz había sido.
Quirke
vive entre cadáveres, es forense y hace trabajos abriendo cuerpos ya inertes
para la policía. Entre copa y copa y entre despojo y despojo, sabe que la
muerte, esa transgresora, no tiene ningún respeto por las formalidades de la
vida social. Sabe también que no tenemos nada, que esos afanes
capitalistas normalmente se ahogan en un vaso de agua, un cáncer o un mal
funcionamiento del corazón. Ha visto demasiados muertos. Agradece que sea el
inspector Hackett quien hable con los familiares del difunto; no se
trataba de que él fuera una persona insensible, sucedía más bien al contrario.
Simplemente nunca se sabía qué se suponía que tenía que decir, qué consuelo
debía ofrecer.
El
problema de Benjamín Black es que cuando escribe una novela negra termina
escribiendo literatura y eso es imperdonable, y eso que le he escuchado decir
que: ¡No, yo no quería esto, quería que fuese novela negra, arruinar mi reputación,
ganar mucho dinero. Es todavía mi mayor deseo, arruinar mi reputación!”.
Hackett
es el complemento natural de Quirke, es el policía pragmático con mucha
experiencia a sus espaldas e irlandés hasta la médula, porque Irlanda, la madre
Irlanda no escapa a su espíritu, ni al suyo ni al de Benjamin Black; Hackett
tenía que reconocer que, algunas veces, su país le ponía enfermo con su
mentalidad provinciana, su timidez incorregible y su estrechez de miras.
Irlanda es una de esas madres a la que se ama con el alma y que a la vez se la
odia con la misma alma.
En
esta trama queda por llegar el dueño del periódico, el señor Sumner, esa prensa
sin escrúpulos, (¿hay alguna que los tenga?), que siempre se mueve para atizar
los hilos del poder y del negocio a su favor:
-
¡Yo vendo periódicos! Póngase en contacto con ese policía como quiera que se
llame, y sáquele información. Si le dicen que no tienen nada, invente algo: “lío
amoroso, clave para el asesinato”, o “misteriosa mujer vista cerca”. Pero,
¿qué?...
-
No fue así, no podemos inventar cosas; es así de simple, hay un límite.
-
Se equivoca, Harry, no existen más límites que los que uno se impone. Es lo que
se aprende en una vida dedicada a los negocios.
En
este momento cierro el libro y recuerdo a Auden, y su desprecio por los
hombres de negocios. Yo tengo los mismos prejuicios sobre los hombres de
negocios y por todos aquellos que trabajan en busca de beneficios y no por un
salario.
Un
forense alcohólico, un policía harto de lo que lo rodea y sin fe en su país, un
dueño de un medio de comunicación que sólo piensa en ganar dinero, gente de
bajos fondos, ¿qué nos falta?
Una
chica dulce: Phoebe. La hija de Quirke: se llevó la mano al corazón.
Todavía golpeaba sus costillas como un pájaro grande y corpulento encerrado en
una jaula demasiado pequeña.
El
amor es el amor y siempre exige más de lo que un amante es capaz de dar. Phoebe
es una joven delicada que merece mucho más de lo que la vida e Irlanda le ha
dado. Una Irlanda que es la madre que todos quieren abandonar con destino a
Londres. Va a Londres, Sally, la hermana de la víctima, van a Londres los
tinkers violentos; también quiere huir a Londres Phoebe. ¿Qué tiene Londres
para un irlandés?
Benjamín
Black no se olvida de que vive en Irlanda, no olvida, tal vez en exceso, los
escándalos de la iglesia irlandesa, no olvida que lo que él escribe es
Literatura, y en este libro ha tenido la suerte de que una persona haya dicho
el nombre del asesino sin investigación ni torturas. Eso que se han ahorrado el
forense Quirke y el inspector Hackkett.
Usted y yo somos hombre de mundo- dijo el cura- Y el
mundo es cruel y porfiado.
Cierro
el libro de pastas negras, y ya he decidido quién soy yo.
En
toda novela negra el lector sólo puede ser el muerto o el inspector, ¿cuál de
ellos eres tú?
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