ya que tengo de hablaros osadía?
Anduve
por las calles de Madrid buscando al hombre que confundió existencia y poesía como
nadie; porque los límites entre la vida y la literatura son más borrosos de lo
que pretenden enseñarnos los artistas; escudo en los que muchos se protegen
para ocultar su presencia incómoda en la sociedad o invocar a la palabra de los
dioses en sus labios, en un exceso de arrogancia.
Pero
hay escritores que no pueden soportar que su vida y su obra no se mezclen, y
además presumen de ello. ¡Fuera las máscaras! ¡Yo soy estos versos! ¡Ésta es mi
vida!
¿Por
qué os quejáis del alma que le cuenta?
¿Qué
no escriba decís o que no viva?
Haced
vos con mi amor que yo no sienta,
que
yo haré con mi pluma que no escriba.
Yo
anduve por las calles de Madrid buscando a ese hombre y no paré hasta
encontrarlo; aunque he de decir que encontrar a este tipo de gente no es tarea
difícil porque sólo hay que preguntar por él en cualquier lado y raudo te dicen
dónde nació, vivió, padeció y fue sepultado.
Es
lógico porque normalmente todas las calles por donde anduvo llevan su nombre;
otra desvergüenza de los desagradecidos seres humanos que a los grandes, los
soportamos poco en vida, igual porque no se lo merecieron, y, sin embargo, los
glorificamos hasta la saciedad en la muerte, que se dejan manejar más a nuestro
antojo.
Aunque
yo lo único que quería era hablar un poco con él. Siempre me han atraído esos
tipos precoces que, como Lope, con cinco años leen en romance y latín, con diez
años hablan con soltura de gramática y retórica y con once años escriben una
comedia de a cuatro actos y de a cuatro pliegos, porque cada acto un
pliego contenía; se hacen bachilleres en Alcalá; y encima abandonan sus
estudios porque cegóme una mujer, aficionéme, perdónesele Dios, ya soy
casado: quien tiene tanto mal ninguno teme.
“Sí”,
me dijo don Félix, “dejé mis estudios porque dime a las letras humanas, y
con ellas quiso el poeta Amor quedarse”. Y continuó hablando: “Ingrata
mujer esa Marfisa, o esa Zaida o esa Elena Osorio, que ante mi pobreza decidió
arrimarse a otro mayoral extraño que agarró mi manso por el talle y me la
arrebató:
¿Cómo
permites, cruel,
después
de tantos favores,
que
de prendas de mi alma
ajena
mano se adorne?
Me
encontré con él cuando salía camino del exilio. Le eché en cara que los poetas
lleven tan mal los desamores, y que si Elena Osorio había decidido abandonarlo
e irse con otro hombre de muchos posibles, ese tal Francisco Perrenot Granvela,
estaba en su derecho. Sacar ese libelo contra ella y su padre, no era de recibo
y como toda la sociedad de Madrid sabía lo vuestro fue lógica su denuncia y lógico
vuestro exilio don Félix Lope de Vega y Carpio.
Una
dama se vende a quien la quiera.
En
almoneda está. ¿Quieren compralla?
Su
padre es quien la vende, que aunque calla,
Su
madre la sirvió de pregonera.
Le
conté que yo sabía de su futuro, pero que no era bueno que él lo supiera, que literatura
y amores le vendrían sobrados, y que no sabría decirle si eso era motivo de
preocupación o de dicha.
No
quise hablarle de Belisa, ni de Amarilis, ni de Filis, ni del amor sacro, ni de
que yo continuaría persiguiendo su vida en todas las huellas literarias que irá
dejando porque él se encargará de publicarlo.
Quedé
con él para su siguiente tormenta de amor, me saludó con su sombrero y marchó
exiliado a Valencia. Desde el coche, asomando la cabeza por la ventanilla me
preguntó:
¿Qué
tengo yo que mi amistad procuras?
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