sábado, 12 de octubre de 2013

IMRE KERTÉSZ, SIN DESTINO




Las décadas me han enseñado
que el único camino practicable
hacia la liberación pasa por la memoria.




  
 “¿Vienes de Alemania, hijo?”. “Sí”. “¿De un campo de concentración?” “Naturalmente”. “¿De cuál?”. “Buchenwald”. Sí, me dijo; él había oído hablar de Buchenwald y sabía que era una de las estaciones del “infierno nazi”, así lo dijo. “¿De dónde te deportaron?” “De Budapest.” ¿Cuánto tiempo has estado allí?” “Un año entero”. “Debes de haber visto muchos horrores, hijo”, observó, y yo no le dije nada. “Lo importante, – prosiguió – es que ya todo ha terminado”. Con el rostro iluminado, me enseñó las casas entre las cuales estábamos avanzando y me preguntó qué sentía al estar de nuevo en casa, al ver la ciudad que había tenido que abandonar. Le dije: “Odio”.

En un campo tienes pocos amigos. Ninguno. Estás solo. Lo descubrí cuando por mi conocimiento del español y del alemán me convocaron con la ayuda de las porras y algún que otro latigazo, a una especie de entrevista en la que estaban en juego varios puestos administrativos del lagger que te aseguraban estar en el grupo de los posibles salvados y te apartaban del grupo de los seguros hundidos. Trabajar bajo techo y con menor gasto de energía es la diferencia entre la vida y la muerte en un campo de concentración.

Éramos nueve y elegirían sólo a tres.

En el tren había hecho buena amistad con dos chicos; el primero era de Turín, de nombre Primo Leví y que era químico y el segundo era un joven húngaro con pinta de ser muy espabilado y que me dijo que se llamaba Imre Kertész.

Pero en el campo tienes pocos amigos. Ninguno. Estás solo. Son enemigos los nazis; son enemigos esos otros presos, sacados de entre los comunes, a quienes les dan un poco de poder sobre el resto, y aumentan el dolor ajeno para no perder el privilegio propio; son enemigos los compañeros del campo, porque esperan que te encuentres mal o dejes de comer, para hacerse con tu ración y que tu cuerpo, en favor del suyo, que ahora también es tu enemigo, aumenten las probabilidades de supervivencia de los demás; es enemiga tu mente, que si se abandona incitará a los guardias a usar el látigo contra tu cuerpo, a quien tu alma también ha empezado a detestar. Y cuando tu alma es tu enemiga, ya sea en un campo de concentración o en el paraíso, estás perdido. Jeder arbeiten, nist ká mide, nist ká krenk. (Todos trabajan. No hay que cansarse, no hay que enfermarse)

Nos llevaron a una especie de sala amueblada con varias mesas y sillas detrás de los laboratorios. 

Primo hablaba alemán y era químico, yo lo daba por salvado. Tenía pinta de muy inteligente. Aunque la gente inteligente, si no van acompañada de maldad, a la larga, suele terminar en el crematorio. Pero, unos meses más, unos días más, unos segundos más de… vida, siempre son de agradecer, aunque sean vividos en un campo de concentración.

El otro, a quien yo daba por salvado, era un checo, que mantenía siempre la cabeza agachada y nunca miraba a los ojos de nadie, tenía pinta de superviviente y, como ni un hilillo de rebeldía se le transparentaba por el cuerpo, a poco que supiera hacer algún tipo de trabajo burocrático, él también estaba salvado. No me equivoqué con ellos y el jefe de los servicios, un  nazi orondo con pinta de bonachón pero que te mandaba con la misma naturalidad con que pelaba una manzana a la muerte, los eligió.

Quedaba un tercero. Recé para ser yo el favorecido. Recé para que a mi amigo Imre lo mandaran a los trabajos forzados. El invierno estaba por llegar y uno no podía andarse con sensibilidades. Agaché la cabeza. Nunca miré a los ojos de los guardias ni de aquel que, como un dios, salvaba o hundía lo poco que de persona quedaba en nosotros.

Respondí a sus preguntas sin tener en cuenta a mi alma, ni a mis creencias, ni a mi pensamiento. Teniendo en cuenta sólo a mi cuerpo, a mi carne. De todas formas llegué a la conclusión que así es como nos comportamos siempre en la vida, lo que ocurre es que el juego de las apariencias encubre muy bien este tipo de comportamiento para apaciguar el alma. Pero, ahora que lo pienso, no me comporté de distinta manera cuando era libre, feliz y no me faltaba de nada.
Tuve suerte, yo fui el elegido. Y a Imre, y a los otros cinco hundidos, les tocaron los trabajos forzados. Di gracias a Dios.

Para apaciguar mi alma, me pregunté, cuando salí de allí, qué sería de Imre:

Existen situaciones en que parece imposible que se puedan agravar o empeorar. Yo mismo, al cabo de tanto esfuerzo, de tanto afán, de tanto empeño, acabé encontrando la paz, la tranquilidad y el alivio. Ciertas cosas, por ejemplo, que antes me habían parecido sumamente importantes, perdieron por completo su significado para mí. No me molestaban ni el frío ni la humedad, ni el viento ni la lluvia: simplemente no me llegaban, ni siquiera los sentía. Desapareció hasta el hambre, me seguía llevando a la boca todo lo que encontraba, todo lo que fuera comestible, pero sin prestar atención y de manera mecánica. En el trabajo no cuidaba ya ni las apariencias. Si tenían algún inconveniente lo más que podían hacer era pegarme, y con eso tampoco me hacían mayor daño, sólo me hacían ganar tiempo, puesto que con el primer golpe me acostaba en el suelo y ya no sentía los otros porque perdía la conciencia. 

 Afortunadamente Primo Leví e Imre Kertész salieron del campo, y fueron capaces de contar cuanto vivieron o murieron, cuanto sintieron, cuanto dejaron, y… Los demás nos quedamos allí. A la larga ellos también.

Tuve que reconocerlo: nunca habría podido explicar ciertas cosas de una manera exacta si me hubiera valido solamente de la esperanza, la norma, la razón, esto es la lógica de las cosas y de la vida, por lo menos según mi experiencia vital.

 

  
 












Las fotos fueron hechas en un viaje a Alemania. Es bonito comprobar en muchos lugares como, siguiendo a Imre Kertész,  nos damos cuenta de que el único camino practicable hacia la liberación pasa por la memoria.





Yo pienso que hay cuatro autores, ya lo conté en otra entrada, que deberían ser de obligatoria lectura en la escuela, en el Instituto, en la Universidad, cada uno en su momento.

1.- Para la escuela, desde luego, el Diario de Ana Frank. (Me tumbo en uno de los divanes y duermo para acortar el tiempo, el silencio, y también el miedo)

2.- En el Instituto, la trilogía de Primo Leví; aunque con leer la primera obra Si esto es un hombre creo que es suficiente. (Fueron la incomodidades, los golpes, el frío, la sed lo que nos mantuvo a flote sobre una desesperación sin fondo, durante el viaje y después. No el deseo de vivir ni una resignación consciente; porque son pocos los hombres capaces de ello. Y nosotros no éramos más que una muestra de la humanidad más común)

3.- Dejo para la Universidad, el Archipiélago Gulag de Alexander Soljenitsin, por su crudeza y su escritura a modo de informe, que dejó al descubierto el más vasto y perfeccionado sistema de terror que haya podido montar jamás un régimen político. El volumen siempre había estado en casa de mis padres, pero no le había hecho mucho caso. Hasta que un día por casualidad leí la contraportada y no pude menos que sentir una tristeza infinita y dolor para rebelarme contra la cobardía de los que tienen algún grado de poder y lo usan para socavar de modo infame la dignidad de las personas. ¿Cómo puede calificarse lo que cuenta Soljenitsin de la vida y el sufrimiento que padecían, él incluido, los desterrados al Archipiélago Gulag?:

Aquellas mujeres desnudas eran examinadas como si se tratara de una mercancía. La revisión antipiojos y el rasurado de axilas y pubis permite a los peluqueros (miembros prominentes de la aristocracia del campo) echar un vistazo a las nuevas mujeres. Las únicas que no tienen problemas, que encuentran todos los caminos abiertos, son aquellas que por su naturaleza misma no son demasiado exigente en lo que a sexo opuesto se refiere, y están dispuestas a ir con el primero que llegue. Más, para muchas de ellas, dar ese paso es algo más horrible que la muerte. Otras vacilan, se avergüenzan, pierden tiempo sopesando los pro y los contra, y cuando se deciden es demasiado tarde, han dejado de cotizarse en la bolsa del campo, porque en poco tiempo en el campo, sin cuidado alguno, una persona se convierte en una piltrafa humana, y ya no vale nada.
¿Qué más puede decirse del horror y de la cobardía? Un poder ilimitado en manos de gente limitada siempre conduce a la crueldad. ¡A mismo poder, mismos vicios! Sufrimiento y dolor. Para hacer cámaras de gas, nos faltó el gas. Siempre lo mismo, para los mismos, los inocentes.

4.- Y para el final, si queremos una novela sobre los campos de concentración, hay que acudir a Imre Kertész y su obra Sin Destino, algunos de cuyos pasajes he copiado en la entrada: Que trataran de comprender que no se podía quitarme todo eso, no podía ser que yo no fuera ni el ganador ni el perdedor, no podía ser que no tuviera razón en nada, que me hubiera equivocado en todo, no podía ser que nada tuviese razones ni consecuencias, simplemente que trataran de comprender, ya casi les estaba rogando, que no podía tragarme la píldora amarga de que yo hubiese sido sólo, simple y puramente un inocente.


Gracias Anna, Primo Leví, Soljenitsin, Imre.

2 comentarios:

  1. Yo añadiría a tus libros Treblinka, de Jean Françoise Steiner. Es la narración industrial del Holocausto. De cómo los nazis sistematizaron el mal. También narra el primer, creo que el único, motín que hubo en un campo de concentración.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Álvaro, no he leído Treblinka, pero me voy a poner en ello en cuanto acabe Muertes de perro de Francisco Ayala que tengo entre manos. (Sobre el hombre, la existencia y el mal. Algo de lo que tratan todos los libros)
      Gracias por tus palabras, siempre enseñándome cosas. Con lo que aprendí cuando trabajábamos juntos esos años en la J. de Estudios y sigues dándome cosas para leer.
      Un fuerte abrazo y sigo tu blog Diario de operaciones, (un poco de sentido común y algo más). Demasiada actualidad para mí. sabes que yo me quedé contemporáneo de griegos y romanos y dudo que salga de ahí.

      Eliminar